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La vida y ya
Acampadas
Llegó un mensaje al grupo: “Qué os parece si hoy hacemos la reunión en la acampada de estudiantes de la uni por Palestina?”.
Después, una cascada de respuestas. “Genial”. “Allí nos vemos”. “Qué buena idea”.
Llegué tarde y ya habían encontrado un lugar para sentarse en una esquina de la zona donde se hacen las asambleas.
Tiendas pequeñas pegadas unas junto a las otras. Gente moviéndose. Charlando. Leyendo. Escribiendo en el teléfono. En el aire pelusas algodonosas de los chopos y polen microscópico de los plátanos de sombra que nos mantuvo estornudando todo el rato a más de una. Banderas de Palestina y el viento removiéndolo todo.
Imposible no recordar esas otras acampadas. La del 0,7 para exigir el compromiso de destinar esa cantidad del PIB a los países empobrecidos. La acampada de Sol. Las acampadas de otros lugares que no pisé pero que seguí su desarrollo.
Un rato después se sientan. Todas las participantes juntas. Haciendo un cordón de varias filas. Los brazos entrelazados. Comienzan a cantar
Dos chicas se acercan para preguntarnos si somos las del taller de desobediencia civil. “No”, les decimos, “somos de Ecologistas en Acción, hemos venido a hacer aquí nuestra reunión en apoyo a la acampada”. Sonríen. Siempre me ha parecido que ocurre en estos espacios. La familiaridad. El sentirte cómoda y segura. La ausencia de vergüenza para acercarte a preguntar a quien sea y comenzar a hablar. El interés porque todo el mundo se sienta bien. La unión. La solidaridad. La red. Vidas tejidas en común.
Alguien anuncia el comienzo del taller y se acerca un montón de gente. La persona que dinamiza cuenta cosas que no escucho. Luego se dividen en grupos pequeños. Practican cómo resistir de forma activa y no violenta ante la policía.
Un rato después se sientan. Todas las participantes juntas. Haciendo un cordón de varias filas. Los brazos entrelazados. Comienzan a cantar.
Libre. Libre. Libre Palestina.
Libre. Libre. Libre Palestina.
Libre. Libre de los sionistas.
Es un canto suave y fuerte a la vez. Un canto que eriza la piel. Un canto que les hace permanecer juntas mientras, quienes actúan de policías en el taller, intentan deshacer la red.
Palestina
Palestina Salamanca y La Rioja se suman a las más de 300 acampadas universitarias contra el genocidio
Una compañera me dice: “¿Y tú cómo lo ves?”. Sonrío y el resto me devuelve sonrisas. Es como cuando una profe te llama la atención porque sabe que estás en otra cosa diferente. Es verdad, hace rato que miro a todas las personas que están en ese taller. A las personas que llegan a la acampada. A las que están sentadas charlando. A las que pintan grafitis. A las que están organizando la logística. A las que preparan las asambleas. A las que se besan debajo de uno de los plátanos que suelta polen. A dos de las personas mayores que, un rato antes, cuando las y los estudiantes cortaron por unos minutos el tráfico en una manifestación pacífica y el conductor de un coche se puso violento y parecía que no iba a frenar el impulso de acelerar y llevarse por delante a quien fuera, se pusieron a cerrar la marcha con sus cuerpos. Personas de pelo blanco delante de los coches y junto a las estudiantes.
Se ha hecho de noche. Las pelusas algodonosas de los chopos siguen flotando como si la gravedad no fuera con ellas.
Me parece que esto es mucho más que una acampada por Palestina.
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Me ha emocionado esa forma de describir la acampada por Palestina. Ojala, como dices, significara el comienzo de algo, como aquel movimiento inmenso para parar la guerra del Vietnam. Ojala los viejos reclacitrantes, que seguimos sin aceptar la marcha de este mundo, y los jóvenes, que son los que decidirán el futuro, podamos aún cambiar algo.