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Urbanismo
La riada del desarrollismo
La tragedia del 57, que dejó 81 muertos según las autoridades, fue utilizada como excusa para desarrollar un urbanismo agresivo en la Horta Sud de València.
Un recuerdo grabado a fuego en la memoria de esa niña aldayera que permaneció escrito en las paredes del Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MUVIM) hasta que la exposición Agua, barro y silencios cerró las puertas al público el pasado 14 de octubre después de tres meses conmemorando con documentación multimedia el 60 aniversario de la catástrofe que, según el régimen franquista, se cobró la vida de 81 personas, causó numerosos daños materiales y supuso unas consecuencias urbanísticas que todavía arrastra la comarca de L'Horta en su vertebración territorial.
No fue la única riada. Entre 1932 y 1957 se registraron 22 desbordamientos del Túria, 11 crecidas y 15 noticias de inundación en el Cap y Casal que, según afirma el doctor ingeniero de caminos y profesor de urbanismo en la UPV, Joan Olmos, en el artículo “Río y ciudad, el caso de Valencia”, se vieron agravadas por “la importante carga de sedimentos que el río aporta a la llanura costera en cada episodio de desbordamiento, la deforestación por la explotación de tierras de interior y la pérdida de cubierta vegetal y de suelo en la cuenca, circunstancias que redujeron la capacidad de infiltración de los suelos y favorecieron fuertes picos de crecidas”.
La riada
El documental 14 de octubre de 1957: el día que hablaron las piedras (2007), codirigido por los periodistas Vicente Peris y Sergi Tarín, narra con detalle cómo se desarrollaron los hechos climáticos: “Dos desbordamientos del Túria en apenas 12 horas, producidos no por la cantidad de lluvias sino por la localización, que se concentra en la parte media y baja de la cuenca, aguas bajo el embalsamiento de Benaixeve. Una riada impresionante pasa por Vilamarxant, Riba-roja, Manises, Quart de Poblet i Mislata. Finalmente, a la 1:30h del 14 de octubre, la inundación llega a València, el segundo golpe de agua bate la ciudad doce horas después, hacia las 14h del mismo día. Una nueva inundación que sepultó València con el barro que arrastró desde la Calderona las ramblas de Artaz y la Castellarda. Esa segunda revenida fue más destructiva, toda la huerta quedó inundada”.
El productor del documental y director de InfoTV, Juli Esteve, comentó el pasado 21 de marzo las dificultades que encontraron para financiar la investigación durante la proyección de la pieza en el ciclo documental en defensa del territorio bajo el título “La València sud: el port, el Pla Sud i l’Albufera”, organizado por la plataforma Horta és Futur-NO a la ZAL y la Filmoteca de València. Así mismo lo reconoce Sergi Tarín, a quien le hubiera gustado “tener más tiempo y dinero para haber profundizado”.
Pese a todo, el trabajo audiovisual recoge gran cantidad de documentación, voces expertas y sobre todo la memoria viva de las damnificadas por la riada del 57, fundamentalmente recopiladas en los barrios de la Mare de Déu del Carme de Beteró y la Fontsanta, planeados y edificados desde cero para acoger refugiadas que habían perdido su casa.
Así es que los meses y años posteriores a la crisis humanitaria que se vivía en toda la comarca valenciana estuvo plagada de irregularidades y corruptelas que fueron silenciadas y que embrutecieron las acciones de solidaridad entre los pueblos. Comenzando por las cifras, la tragedia humana fue mucho más grande de lo que el régimen franquista oficializó en su momento y la opinión pública interiorizó: al recuento total de las 81 personas muertas habría que añadir centenares más que perdieron la vida en el mismo fondo del río Turia.
En la posguerra y la autarquía, miles de familias campesinas en situación cercana a la esclavitud y represaliadas por el franquismo se vieron abocadas a emigrar a ciudades como València y a instalarse en condiciones infrahumanas en barracas en el cauce del río, aprovechando el agua para plantar huertas de autoconsumo -más de 800 en la década de los 50-. De hecho, en el documental de Tarín y Peris se habla de documentos que recogen parcialmente esta situación y que permiten aventurar la existencia de casi 10.000 personas viviendo en el río. La conocida como Riada de las barracas de 1949, la gran desconocida, lo devastó todo. De nuevo, solo son reconocidas oficialmente 40 muertes.
En el artículo “Materiales inéditos para el estudio de la riada del Turia en València” se afirma, a pesar de que el escenario de la riada del 57 varía respecto a la del 49 a causa de la prohibición de construir barracas, que “el poblamiento entre los pretiles del río continuaba siendo motivo de preocupación entre las autoridades por su exposición al peligro de inundación”. Asimismo, en el almanaque de Las Provincias de 1957, está recogida la crónica que “refería la existencia de cerca de 80 barracas”.
Antonio Sanchis, superviviente de la riada del 57, con 14 años vivía con su familia en el bajo de la calle de Roteros nº12 del barrio de Ciutat Vella, a menos de cien metro del puente de Serrans, y cuenta que, cuando las aguas llegaron a los 3,20 metros de altura, tuvieron que ser rescatados por el techo de la casa, roto a hachazos por los vecinos del piso superior. Además, recuerda que en el río “desde Campanar hasta Natzaret vivían a trocitos en barracas” y añade que “con un trozo de uralita y una madera tenían suficiente”.
La escorrentía de 3.800 m3/seg que llegó a la ciudad de València provocó un desbordamiento brutal que destruyó las barriadas populares del margen izquierdo del río Turia —Campanar-Marxalenes-Camino de Morvedre—, anegando parte del centro histórico y su tramo final, debido a la infraestructura portuaria, inundó el norte de los Poblados Marítimos -El Grau, la Malvarrosa, el Cabanyal- y, al sur, el barrio de Natzaret, derribando casas y produciendo una serie de rupturas del terreno en las playas.
“Cuando nos avisan la noche del 14 de octubre, solo nos da tiempo a subir a la azotea de la casa y ya empezamos a ver animales, muebles y personas bajar con el agua”, rememora Faustino Fernández, vecino de Natzaret. “Me lancé al agua con una cuerda para abrir las dos puertas de casa y crear una corriente para que no tumbase la precaria construcción”.
Los días posteriores son un caos total, también para Faustino: “El segundo día empieza a llegar la ayuda al puente de Natzaret, al que llegan los camiones del ejército y dividen a las familias entre heridos, mujeres, niños y hombres; en ese momento me separo de mi familia”. El ejército toma la ciudad y la divide por sectores, se inicia la batalla del barro.
Llevan a Faustino a una casa particular de acogida, donde le sirven un plato de arroz que le sabe a gloria: aún no había comido nada desde la riada, a excepción de un pato que recogió por la propia riada en la azotea de su casa de Natzaret, que quedó inhabitable por la fuerza del agua. Finalmente se reencuentra con los suyos en la Casa de la Misericordia, donde pasan dos años en unas pocilgas que “asearon un poco” junto a veinte familias más. Hoy, a los 75 años, Faustino Fernández vive en el barrio de la Fuensanta, en la salida oeste de la ciudad, en una de las 880 casas de 64 m² en bloques uniformes de cuatro pisos —690 viviendas sociales— que le asignaron en abril de 1959, organizados en torno a una iglesia flanqueada por un par de hileras de locales comerciales y un centro escolar. No olvida el pago de 50 años de alquiler —75/100 pesetas al mes— que ha necesitado para ser propietario.
UN PLAN PARA EL SUR DE VALÈNCIA
La Confederación Hidrográfica del Júcar encargó un estudio a Antonio García Labrandero con tres alternativas para retomar la idea de desviar el Turia y, como se señala en el documental, se escogió la más faraónica y la que minimizaba al máximo las posibilidades de que volviese a ocurrir un desbordamiento: el Plan Sur.La solución costó 3.000 o 4.000 millones de pesetas del 59 y no existe ningún estudio sobre la obra que afectó a 280 hectáreas de huerta productiva, casas, patrimonio y vidas, ni sobre sus adjudicaciones y costes. Según explica el ingeniero Joan Olmos, la Solución Sur consiste en “un nuevo cauce de unos 12 km de longitud y 175 metros de cajero, capaz de desaguar 5.000 m3/s en una nueva desembocadura, tres kilómetros al sur del existente” y relata que “las obras comenzaron en 1964 y finalizaron —sin completar el programa inicial, que incluía otras infraestructuras de saneamiento hidráulico— en 1973”.
El debate público o académico en torno a la cuestión es prácticamente nulo, salvo honrosas excepciones como las jornadas del Colegio de Ingenieros de Caminos de València en 1992, consideradas como la primera reflexión pública y en cuya organización el propio Olmo estaba implicado, de las que se extrajeron interesantes conclusiones como que “los profesionales del urbanismo creen que el interés hidráulico del Plan Sur quedó pronto relegado a un segundo plano por el excesivo protagonismo de los planes de carreteras y los ingenieros de tráfico”.
Para Olmos, si bien en principio el proyecto tenía una concepción estrictamente hidráulica, “poco a poco fue sirviendo de excusa para abordar otras cuestiones de carácter territorial”. Hay que tener en cuenta que el planteamiento urbanístico del momento era otro y que, como recalca en su artículo: “El Plan Sur trastocó ese esquema de objetivos modestos, y así, en 1966 se aprobó un nuevo plan comarcal, mucho más ambicioso en sus propuestas de crecimiento, contagiado por el triunfalismo económico del momento, para adaptarlo a la citada Solución Sur”.
Vídeo: Adolfo Rincón de Arellano, alcalde de València (1958-1969), explica las consecuencias del Plan Sur y los proyectos que nunca llegaron a realizarse como la autopista por el antiguo cauce del río.
Muestra de la creciente preponderancia del vehículo privado y el urbanismo desmesurado en una ciudad que todavía se hallaba muy vinculada a la huerta fueron los intentos de urbanizar los ahora espacios protegidos del Saler y la Albufera, incluso el intento de construir una autopista por el antiguo cauce del Turia. Todo apunta a que el estancamiento de los recursos económicos y las protestas vecinales de los 70 contribuyeron al abandono de estos proyectos.
Aun así, la dinámica territorial de València inaugurada desde la Solución Sur es evidente y, 71 años después, continuamos viendo cómo una serie de infraestructuras que la ciudad no quiere tener cerca acaban abocadas al sur, un efecto llamada del que instituciones como el Puerto de València se benefician.
Memoria viva
Anaïs Florin, artista visual doctoranda en Bellas Artes, y Alba Herrero, antropóloga ambiental, son las encargadas de llevar a cabo el proyecto en curso “Ara vindran les màquines. Relatos subalternos de la Valencia Sur”, una iniciativa que pretende recuperar la memoria de las personas que sufrieron los efectos de la Solución Sur, mediante sus testimonios, archivos domésticos —como fotografías— y mapas; y contribuir así a poner en el centro los relatos que el discurso dominante convirtió en inferiores. El proyecto está becado por el Consorcio de Museos Valenciano y será presentado el año 2019.
“Estamos contrastando qué es lo que cuentan las personas que fueron expropiadas al silencio característico de una dictadura con cómo se construye el relato del Plan Sur en los medios de comunicación, cómo se utiliza el drama de la riada para justificar la Solución Sur, la más invasiva y cara de las tres planteadas, y cómo se vivió en las pedanías y partidas expropiadas esta realidad”, comenta Florin, quien destaca los antiguos habitantes de la Torreta o Sant Antoni, cercanos a la pedanía de Castellar-el Oliveral.
“Vivíamos en la Torreta, era una niña de 12 años, recuerdo la casa familiar como un lugar idílico, sencillo, humilde y totalmente autosuficiente; ahora nada de esos existe porque todo estaba en medio del nuevo cauce del río”. Empar Puchades, presidenta de la asociación de vecinos y vecinas del Castellar-el Oliveral, piensa en las 80 familias del extinto barrio de la Torreta, cuando todas recibieron la carta de expropiación un año antes de empezar las obras del Plan Sur, cuando su abuela se escondía para llorar.También critica que en València nadie se enteraba de nada: “Tenían que reunirse en secreto”. Entonces era pequeña pero afirma que, en contra de la opinión generalizada, el Plan Sur tuvo una resistencia: “Sabotearon las máquinas, prendieron fuego a los bidones de gasolina, incluso a mi padre se lo llevó la Guardia Civil una madrugada y, cuando volvió, se notaba que le habían pegado”. “Estuvimos tres años luchando y presionando; nos cortaron la carretera para dejarnos incomunicados —rememora Puchades—. Comenzaban las obras allí donde podían, para ir al colegio teníamos que subir el terraplén de lo que son ahora las paredes del cauce, y con las máquinas dañaban las cosechas”. Las imágenes de las carreras para tumbarse en el suelo delante de las máquinas no se le quitan de la cabeza: la tensión constante, el acoso continuo.
Empar Puchades actúa para impulsar un debate y una reflexión que, hasta ahora, ha faltado porque, argumenta, “todavía es una herida abierta”. A parte de su trabajo en los movimientos vecinales, es miembro del colectivo Per l’Horta y ha colaborado activamente en campañas como Horta és futur, donde se presentaron en 2015 más de 15.000 alegaciones contra la revisión del PGOU de València de Rita Barberá hasta conseguir paralizarla. También en la actual Recuperem la punta, aturem la ZAL, que propone desurbanizar la Zona de Actividades Logísticas del Puerto, 716.000 m² expropiados violentamente y en desuso desde hace 20 años, para reparar las injusticias cometidas con las vecinas de La Punta y conectar con un corredor verde el antiguo cauce del río con El Saler y la Albufera.