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Trabajo sexual
Movimiento neohigienista o cómo usar el covid-19 para estigmatizar a las putas
Algunos sectores feministas están utilizando la pandemia del covid-19 como forma de justificar políticas prohibicionistas desde una supuesta perspectiva de salud pública. Negar a las trabajadoras sexuales su condición de trabajadoras supone dejarlas fuera de cualquier ayuda mientras los propietarios de clubs y pisos pueden beneficiarse de las medidas del Estado.
La pandemia del covid-19 ha sacado a la luz un movimiento neohigienista del siglo XXI. Así, al igual que, en el siglo XIX, esa corriente, el “higienismo”, por la cual la salud pública entra en la política y utiliza la enfermedad para elaborar leyes prohibicionistas contra las trabajadoras sexuales, hoy ciertos sectores utilizan la enfermedad como excusa para justificar políticas prohibicionistas con las que arrastrar de nuevo a las trabajadoras sexuales hacia la precariedad y el estigma.
Quizá mi planteamiento pueda parecer exagerado o formulado a desde una perspectiva alterada. A lo primero contesto que no. Mi respuesta a lo segundo es un sí rotundo. Mi perspectiva está alterada desde el momento en que el estigma me sobrepasó.
Me resulta muy complicado mantenerme al lado de cierto sector del feminismo sin sentir que estoy tirando piedras sobre mi tejado y el de mis compañeras. Ya no puedo tener una actitud tibia hacia un colectivo que lucha por suprimir la forma de vida de un gremio que lleva arrastrando siglos de precariedad y estigma.
Por eso, se ha diluido por completo el respeto que sentía por algunas mujeres feministas al verlas apoyando y vitoreando a las que han estado echando leña al fuego del estigma. Hablo de quienes se han situado al lado de las que han bautizado al coronavirus como “abolovirus”. Sí, ese es su aliado: un virus que está matando a miles de personas en todo el mundo, que nos ha empujado a una crisis sanitaria y social enorme.
Las políticas prohibicionistas del trabajo sexual, al igual que el covid-19, arrasan con todo a su paso dejando un panorama de miseria y sufrimiento. Es lo que sucede actualmente en Francia, donde existen compañeras agredidas y asesinadas por trabajar en condiciones de clandestinidad, vulnerables gracias al modelo sueco al que tanto recurren cuando quieren legislar contra el trabajo sexual. Mujeres apartadas, trabajando en peores condiciones y sin ayudas. Igual que ocurre con el “abolovirus”, la clandestinidad nos deja en el peor de los escenarios.
Las que hablan del “abolovirus” toman por aliado a un virus que está matando a miles de personas en todo el mundo y que nos ha empujado a una crisis sanitaria y social enorme
En la Europa del siglo XIX, se consideraba que la prostitución era un mal inevitable. Como no podían —ni querían— erradicar este trabajo, pues generaba mucho dinero y satisfacciones a empresarios y empezaba a alimentar la industria del rescate de las mujeres de estos mismos, se decidió regular el trabajo de la prostitución con medidas que se basaban en las ideas higienistas. A finales del siglo XVIII, fruto de la ilustración y el liberalismo, se empieza a gestar este discurso médico-académico que impulsaría muchos cambios sociales.
Siendo un proyecto científico-burgués, en el siglo XIX el higienismo se valía de la premisa de que la enfermedad era un fenómeno social. De este modo, la pobreza, los márgenes o la ilegalidad se consideraron factores que propiciaban la suciedad, el desorden y, en consecuencia, se señalaba a la clase obrera como “cuerpos enfermos”.
En ese contexto, la prostitución fue una gran preocupación para este movimiento. Así, el estigma “puta” parte de la moral católica, que señalaba a las trabajadoras sexuales como mujeres pecadoras y lujuriosas... todo lo contrario de la buena cristiana. Pero en la Ilustración este concepto empieza a cambiar. Para el higienismo, la prostituta representa un sujeto, no solo portador de un mal moral, sino también de enfermedades.
La prostitución contradecía la sexualidad normativa y, por lo tanto, las enfermedades de transmisión sexual se contemplaban fuera de las relaciones legítimas dentro del matrimonio y con fines reproductivos, lo que provocó el estigma y señalamiento de la prostitución como causa directa del contagio y propagación de dichas enfermedades.
Trabajo sexual
A las trabajadoras sexuales hay que defenderlas y no ensañarse con sus derechos
En torno al debate actual sobre prostitución y a propósito de la creación del Sindicato de Trabajadorxs Sexuales OTRAS
Pedro Felipe Monlau (Barcelona 1808) hablaba así de la prostitución en su libro Elementos de higiene pública o arte de conservar la salud de los pueblos (1847): “El oficio de la prostitución es tanto o más infame que el de verdugo. Es el oficio más asqueroso, más impuro y más pútrido que se conoce”.
Monlau, que era prohibicionista de la prostitución, argumentaba así su postura: “La prostitución se corregirá naturalmente destruyendo sus causas. Edúquese a la juventud en los sanos principios de la higiene y la moral, vigílesela en las escuelas y en los talleres; inspírese amor al trabajo; difúndase la ilustración y el bienestar en todas las clases; prémiese la virtud y la gangrena social de la prostitución quedará sumamente limitada y reducida”.
El proceso de reglamentación de la prostitución impulsado por el movimiento higienista supuso la criminalización para todo el colectivo de prostitutas. De paso, destruyeron la posibilidad de la autoorganización de las trabajadoras, lo que también provocó el aislamiento del resto de la sociedad y, por consecuencia, el estigma.
Durante el mes de marzo de 2020, hemos podido revivir el señalamiento y el uso de la enfermedad como forma de hostigamiento.
Se utilizado el miedo a la pandemia del covid-19 para reforzar los argumentos prohibicionistas, primero señalando a las trabajadoras sexuales y más adelante invocando a la imagen de la puta como víctima
Ya sea en forma de artículos o comentarios en redes sociales, lo cierto es que se ha utilizado el miedo a la pandemia del covid-19 para reforzar los argumentos prohibicionistas, primero señalando a las trabajadoras sexuales como fuente de propagación del virus y más adelante invocando a la imagen de la puta como víctima, negando así la capacidad de decisión personal e infantilizando a todo un colectivo.
También se ha tratado de tirar abajo la caja de emergencia que desde la Coalición Estatal de Trabajadoras Sexuales formada por Afemtras, Putas Libertarias del Raval, Putas Indignadas, OTRAS, el Colectivo de Prostitutas de Sevilla, Aprosex, (N)O.M.A.D.A.S y la Sección Sindical de Trabajadoras Sexuales de la IAC y la asociación CATS se había organizado para ayudar a las compañeras que están en una situación más vulnerable. Se han dado datos sin contrastar, se ha ninguneado a las compañeras que trataban de defenderse de tales ataques y se ha vuelto a manipular confundiendo a propósito la trata con el trabajo sexual.
Pero quizás lo más alarmante de la situación es la creación de una realidad paralela en la que el covid-19 es una arma del movimiento abolicionista de este país. Varias caras conocidas como Leticia Dolera, Charo Izquierdo, Amelia Valcárcel o Rossy de Palma, apoyaron públicamente el infame artículo de Mabel Lozano en el que no solamente bautizó a la enfermedad como “abolovirus”, sino que también define a las compañeras que trabajan en clubs de esta forma: “Ahora no les queda otra opción que cerrar porque sus burdeles están vacíos y sus cajas registradoras hacen eco, a pesar de que su mercancía ‘supuestamente’ está intacta y la siguen exhibiendo cada día”. Habla de ellas como mercancía “supuestamente intacta”, cosificándolas, deshumanizándolas y poniendo en duda su estado de salud.
Desde varias cuentas abolicionistas, se pedía el cierre de clubs y pisos, cuando ya se habían cerrado la gran mayoría por decreto. Creo necesario recalcar que tanto los clubs como los pisos suelen ser las viviendas de las propias trabajadoras que, ante el cierre, se han visto en la calle.
El cierre de estos lugares no es algo que celebrar, sobre todo cuando se ha abandonado a estas mujeres que no pueden acogerse a las medidas ya de por sí insuficientes que ha planteado el Gobierno y tampoco se les ofrece ayuda desde las diferentes ONG abolicionistas.
En artículo “Prostitución en tiempos de coronavirus” publicado en la web de Médicos del Mundo afirma que “según han contado ellas mismas a los equipos de Médicos del Mundo —que ante la imposibilidad de atenderlas directamente estos días, las llaman por teléfono para hacer seguimiento y darles apoyo psicosocial— están confinadas en los clubes y pisos cerrados, y son los encargados de los lugares los que les suministran de momento alimento y otras necesidades”. Recientemente se ha hecho público un audio en el que una compañera pide asesoramiento a la ONG APRAMP y la derivan a una parroquia de Madrid.
La absurda e injusta situación a la que se da lugar es que mientras los propietarios de clubs y pisos son considerados empresarios y pueden beneficiarse de las medidas del Estado, las trabajadoras sexuales son excluídas de cualquier ayuda, al no reconocerse relación laboral entre las trabajadoras sexuales y los empresarios que les alquilan las habitaciones.
Mientras los propietarios de clubs y pisos son considerados empresarios y pueden beneficiarse de las medidas del Estado, las trabajadoras sexuales son excluídas de cualquier ayuda
A nosotras no nos sorprende nada de todo esto: muchas compañeras llevan décadas denunciando esta situación y lo peligroso que es trabajar en estas circunstancias. Los dueños de los clubs, pisos y agencias son reconocidos como empresarios, tienen sus propias asociaciones y patronal. Pero se paraliza cualquier intento de las trabajadoras sexuales de organizarse en sindicatos o asociaciones y se alega que el trabajo sexual no puede ser objeto de contrato laboral.
Todavía se han podido leer muchas más opiniones en Twitter, por ejemplo la gran preocupación porque los puteros siguieran demandando servicios y de esa forma se propagara el virus.
Es gracioso cómo hablan de los clientes de trabajo sexual como si no formaran parte de su vida. Como si en su entorno nadie hubiera ido a una despedida de soltero con striptease, se hubiera descargado algún vídeo porno —casi siempre sin pagar— o efectivamente fuera cliente de prostitución.
Opinión
El trabajo sexual en tiempos de pandemia
Nos cuesta más atender a aquellas que se han quedado colgadas en los márgenes del sistema, por eso poco o nada se ha dicho sobre las trabajadoras sexuales, que a la fuerza han desarrollado estrategias de resistencia y lucha de las que podríamos extraer muchas lecciones.
Hablan de los clientes de trabajo sexual como de seres que habitan en otra realidad paralela muy alejada de sus contactos moralmente aceptables. Y, otra vez, multiplican el estigma señalando el trabajo sexual como fuente de propagación de una enfermedad.
“A ver si el covid va a ser la madre naturaleza haciendo activismo”, se leía en una cuenta también en Twitter. Como si el trabajo sexual siguiera siendo ese mal moral que hay que erradicar y las trabajadoras sexuales mereciéramos ser castigadas por atrevernos a cuestionar lo “naturalmente” aceptable.
Los discursos que despojan a las trabajadoras sexuales de agenda y autonomía propia no solo se han dado en en Twitter, también en un sinfín de artículos y en todos los telediarios. En muy pocas ocasiones se nos ha preguntado directamente a nosotras.
No queremos ser estructuralmente dependientes de nadie, no queremos ser rescatadas por ONGs subvencionadas. Exigimos que se nos den de una vez las herramientas para poder gestionar nuestras vidas y nuestros trabajos de forma autónoma.
Y advertimos: el control de las putas supone el control y la vigilancia de todas las mujeres.
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Una frase para reflexionar...
Si soy abolicionista lo soy con todas las formas de explotación del trabajo humano” Silvia Federici
El artículo está bien escrito y en el razonamiento 90 por ciento de acuerdo. El problema es que lxs ts alimentan el sistema capitalista de la misma forma que los demás oficios. Os quejáis de que nadie paga por el porno. Igual es porque no es una necesidad básica igual que una infinidad de trabajos en este momento. Defienden un sistema capitalista igual apoyando a los que dicen que hacen porno feminista (me río, mismo perro con diferente collar). Las abolicionistas claro que son peores porque son blancxs con dinero que no saben de lo que hablan.
Mi apoyo para las ts pero igual es momento de plantearse otro sistema para todxs donde no todo vale por unos euros. Un saludo.
El Salto cava su propia tumba peridiodística dando este espacio a una cabecilla de una organización de presuntas empresarias del explotación sexual. No advierte del conflicto de intereses de la siniestra madame. Alguien que se hace llamar Necro cuando los cadáveres son más numerosos en nuestras vidas y a nadie sano y con humanidad les resulta un negocio sexual. Alquien que da la vuelta a las que denunciamos su inhumano negocio con el cuerpo y la humanidad de OTRAS --que no la propia, que perdió cuando eligió poner a mujeres sin opción al servicio de lo peor de la explotación capitalista y esclavista, al servicio de los privilegios machistas. La primera en dar la voz de alarma sobre el desvalimiento de las mujeres y niñas prostituidas ha sido Lidia Falcón, hace más de un mes en Público. El Salto responde con esta pieza repulsiva: nada contra el negocio prostituyente ( al que la frmante, también de "OTRAS") que ha expulsado de sus siniestros locales a las personas que este y los puteros consideran carnaza. la carnaza que venden las necro, no mujeres, aquí, en los países más pobres, y en Alemania: con ley, o sin, ley, la misma escoria es.
"Las personas trans son mujeres con barba" Lidia Falcón. Por eso y más cosas expulsaron a este bicho de Izquierda Unida. Lo que no sé entiende es que tú leas este periódico con estos referentes...qué tristeza de ignorancia en pleno siglo XXI
Es una vergüenza que este medio alimente el conflicto dentro del feminismo basándose en mentiras sobre las abolicionistas. No criminalizamos ni estigmatizamos. Esto es prensa amarillista. Perdéis mi apoyo virtual y económico, y espero que el de muchas otras.