Trabajo doméstico
Trabajadoras del hogar toman la palabra ante el relator de la ONU sobre Derechos Humanos
El relator Especial sobre Pobreza Extrema y Derechos Humanos de la ONU se reunió este sábado con trabajadoras de Servicio Doméstico Activo en el Centro de Empoderamiento de las Trabajadoras del Hogar y los Cuidados.

Las sillas que no van a ser utilizadas comienzan a ser apiladas a un lado de la pared mientras que tres mesas blancas se colocan juntas, a la manera de un banquete. Hay una gotera en el techo, pero se tapa con un apaño de plástico: un táper que impide que el suelo se moje y cause algún que otro susto. “Seremos aproximadamente veinte”, comentan mientras adecuan el espacio para la visita. Hace menos de un año, Servicio Doméstico Activo (Sedoac) no tenía un lugar propio de reunión y su núcleo lo conformaban unas quince mujeres migrantes. Hoy gestionan el Centro de Empoderamiento de las Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (Cethyc) en Usera, esperan la visita del relator especial sobre Pobreza Extrema y Derechos Humanos de la ONU y la cantidad de sillas que colocan en una esquina es representativa del crecimiento y de la capacidad de difusión de su labor. Alrededor de 2.000 mujeres han pisado esta sala en solo seis meses de vida.
“Sabíamos que el relator iba a estar de visita en España y que él mismo solicitaba a las organizaciones de la sociedad civil informes y contribuciones, así que pensamos que era una buena oportunidad para visibilizar la situación de las mujeres migrantes en este país”. Julissa Jáuregui es técnica de Migraciones y Participación Ciudadana en Alianza por la Solidaridad Action Aid y ha sido la encargada de realizar el informe en el que, además de plasmar la flagrante vulneración de derechos humanos del colectivo migrante en España, también recomendaba la visita del relator al Cethyc.
Philip Alston, quien ostenta este cargo, lleva una semana visitando diferentes ciudades y en contacto con movimientos sociales del Estado para realizar posteriormente un documento con recomendaciones al Gobierno, que será presentado también en Ginebra.
Varias de las mujeres que forman parte de Sedoac conversan en la cocina mientras otras desayunan. Todos los espacios del Cethyc —la sala de informática o la polivalente donde suelen mover el cuerpo— son importantes y cumplen una función, pero la cocina es ese cajón desastre donde pasan cosas. Cuando llegan temprano a un taller o cuando lo acaban pero no quieren marcharse a casa —equivalente a volver al trabajo para las que lo hacen en modalidad interna—.
Cuando hay algo que celebrar, un cumpleaños, la visita de un familiar, los billetes de avión que por fin pudieron terminar de pagar. Para eso está la cocina, para politizar lo informal, lo cotidiano, el espacio donde las dudas terminan convirtiéndose en reclamas después de haber compartido un café con una compañera.
Hoy el ambiente no es tan distendido, algunas están nerviosas respecto a la visita del relator, han dormido poco e intentan reproducir verbalmente lo que le dirán cuando comience la reunión. Ha de ser algo conciso, directo. “En realidad es muy sencillo, solo tienen que contar su realidad y su día a día”, dice Edith Espinola, la secretaria de Sedoac, intentando tranquilizarlas. Pero ni reabrir heridas es tan fácil ni resumir años de explotación laboral en cinco minutos es algo exento de complicación. Tampoco lo es tomar la palabra.
A la ratificación del Convenio 189 de la OIT o la incorporación plena al Régimen General de la Seguridad Social, se le suma una nueva reclama: poner solución a la falta de financiación del Cethyc
El relator y su equipo llegan al Cethyc y son guiados por todo el espacio, culminando el recorrido en la sala donde va a tener lugar el encuentro. No hay mucha prensa, y aunque las miradas se tornan cuando la esbelta figura de Alston entra por la puerta, las verdaderas protagonistas de la jornada visten una camiseta amarilla en cuya espalda puede leerse “Leyes justas. Empleadas del hogar”.
A las demandas que las trabajadoras del hogar y los cuidados llevan años exigiendo, como la ratificación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) o la incorporación plena al Régimen General de la Seguridad Social, se le suma una nueva reclama mucho más localizada: poner solución a la falta de financiación del Cethyc. Este centro, pionero en todo el Estado, no cuenta con subvención pública desde el inicio del 2020, tras la aprobación de los presupuestos del nuevo gobierno municipal. Su continuidad corre peligro, ya que a pesar de que “están acostumbradas a trabajar sin recursos”, como afirma Carolina Elías, presidenta de la asociación, sostener asesorías jurídicas, laborales y psicológicas a base de voluntariado es complicado e injusto.
No se puede depender solo de una subvención, pero son necesarias políticas públicas y el compromiso de la sociedad. Así lo ve Tatiana Retamozo, la representante de la Red de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe (Red Latinas), que insiste en que el centro es la materialización de su agencia política como mujeres migrantes que nunca optan a la categoría de ciudadanas con pleno derecho.
Los testimonios de las trabajadoras plasman vivencias individuales y cotidianas que tienen como correlato el racismo institucional, la desigualdad de género y un sistema económico insostenible. En esta reunión las expertas no vienen de un think tank ni tienen ningún puesto como asesoras: hoy la experiencia es la que valida el relato. Ellas hablan y el relator escucha.
A Delia Servin la encerraron en un CIE tras una redada racista y a Sandra Delgadillo le ofrecieron más dinero en una casa a cambio de aceptar tocamientos. Blanca Coronel, con casi 72 años, no tendrá jubilación y solo opta a una pensión no contributiva que aún no sabe si cobrará. Las más de 16 horas de trabajo diario, la no privacidad, cuando ir de vacaciones con tus empleadores significa no descansar: todas han pasado por lo mismo y, a pesar de pequeños matices, se reconocen en lo que cuentan sus compañeras.
Philip Alston dice conocer bien la realidad de la que hablan. No solo por haber estado en otros países donde también se vulneran los derechos de las trabajadoras domésticas, sino por haber vivido esta historia desde el otro lado de la barrera. “Cuando nació mi primer hijo, contratamos a una empleada para que le cuidase”, comenta una vez le toca el turno de palabra. Aún suscribiendo cada una de las palabras de socias de Sedoac, y con el compromiso de comunicar todo lo relatado al Gobierno, Alston admite que no habrá ninguna transformación repentina. Ellas asienten.
Después de años de reivindicaciones ignoradas, de derechos pospuestos, eran conscientes de que esta reunión no implicaba ningún cambio trascendental, aunque sí podía ser leída como síntoma de que las vulneraciones de sus derechos ya no podían ser obviadas, o no al menos de manera tan explícita. Que todo el trabajo de visibilización de un empleo relegado a lo privado, invisible, había llevado al Relator a visitar un lugar por el que la concejal del distrito, Loreto Sordo, aún no había pasado.
“En Sedoac hemos aprendido a decir que no”. La capacidad de negociación con el empleador es uno de los aspectos en los que más se incide dentro de la asociación. No es únicamente cuestión de conocer sus derechos, sino de ser capaces de plantarse delante del patrón cuando este les dice que no pueden cogerse los 30 días de vacaciones para ir a visitar a su familia al otro lado del charco.
Tener una asociación detrás hace que se sientan respaldadas, y solo así puede entenderse que el empoderamiento, esa palabra de la que tanto hablan con brillo en los ojos, tiene sentido en cuanto a proceso colectivo. Han aprendido a decir que no, pero también a decir que sí a cosas que no habrían imaginado, como esta reunión.
Si Philip Alston hubiese sido su empleador, ellas no se habrían dado por satisfechas hasta asegurarse el Salario Mínimo Interprofesional en su nómina. Hoy son las interlocutoras válidas para hablar de Derechos Humanos, en esa doble vertiente de su construcción como sujetos políticos: en la casa y en la calle, siempre tomando la palabra.
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