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Teatro
Medio siglo de ‘Oratorio’, hito del teatro independiente en España
En la fundación del teatro independiente estaría el grupo Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta, en el Buenos Aires de 1930. Muy pronto surgen en España grupos ambulantes de teatro universitario de orientación popular, generados por el proyecto de las Misiones Pedagógicas republicanas de llevar a zonas sin vida cultural sencillas representaciones teatrales de clásicos del Siglo de Oro. Tras el Teatro del Pueblo, dirigido por Alejandro Casona en 1931, surgieron en 1932 La Barraca en Madrid (dirigido por Eduardo Ugarte y Federico García Lorca) y en 1934 El Búho en Valencia, a cargo de Max Aub, que durante la guerra propuso un teatro de combate antifascista basado en autores contemporáneos.
Tras la victoria del bando golpista, en 1941 se funda el TEU (Teatro Español Universitario) como sección del Frente de Juventudes falangista, y serán numerosos los grupos universitarios que desde mediados de los años 50 se registren como “Teatro de cámara y ensayo”, montando obras renovadoras, aunque la censura les ampute los textos y condene a la función única. En la década de los 60, un centenar de ellos se desligan de la universidad, ansiando mayor independencia y poder realizar giras por provincias. Así nacería en la España franquista el teatro independiente, creando con escasos medios unos espectáculos estéticamente novedosos y políticamente combativos, obligados por la censura a disimular su mensaje en un nivel encubierto, mostrándolo con mímica, música, alegorías y frases con segunda intención a espectadores no habituales de las salas teatrales.
La itinerancia y los montajes en calles y espacios no convencionales, junto al funcionamiento asambleario, el rechazo del dominio del autor literario, el empleo de un método de creación colectiva, la economía cooperativa (con vistas a profesionalizarse) y la reutilización de elementos de la cultura popular, les diferenciarían del imperante teatro comercial, sintonizando con una sociedad ansiosa de cambios.
Cronológicamente, estos nuevos colectivos teatrales aparecen así: en 1955, La Cazuela (Alcoi); 1962, Els Joglars (Barcelona); 1963, TEM (Teatro Estudio de Madrid, que pasaría a ser el TEI en 1969) y Corral de Comedias (Valladolid); 1964, Goliardos (Madrid) y Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual (Barcelona); 1966, Akelarre (Bilbao) y Teatro Estudio Lebrijano; 1967, Cátaro (Barcelona), TU Murcia y Tábano (Madrid); 1968, Caterva (Gijón), Esperpento (Sevilla), Cómicos de la legua (Bilbao), Bululú (Madrid) y La Claca (Barcelona); 1970, Ditirambo (Madrid).
Como hitos iniciales de este movimiento contracultural se podrían señalar tres. El primero es el circuito creado por los Goliardos. La primera gran gira fue en 1968 con las Historias del desdichado Juan de Buenalma (textos de Lope de Rueda), espectáculo con el que recorren en furgoneta más de 90.000 kilómetros por toda España con 168 actuaciones: en ateneos, casinos, centros de recreo, cajas de ahorro, institutos, grupos de aficionados... forjando la estructura de un circuito de locales que pronto será utilizado por los otros grupos. Al año siguiente publican su manifiesto Hacia el teatro independiente (27 notas anárquicas a la caza de un concepto) y actúan para la emigración en diversas ciudades de Francia y Holanda.
El verano de 1970 irrumpió en la cartelera comercial madrileña el fenómeno Castañuela 70, irreverente montaje donde el grupo Tábano y los músicos de La Madre del Cordero adornaban como revista musical una farsa paródica de los valores morales del régimen. Durante un mes agotaron las entradas, transmitiendo con su versión iconoclasta de temas populares un aire de libertad al entusiasta público.
Enfurecidas las autoridades por habérseles escabullido de la censura, organizaron con provocadores un “altercado” que condujo a la prohibición de la obra, que sería representada entre los emigrantes en varios países europeos y luego por Latinoamérica.
El tercero de estos momentos sería la Andalucía doliente del Teatro Lebrijano. Tras recorrer varios pueblos andaluces con su Oratorio, creación colectiva sobre un texto de Alfonso Jiménez, y tener éxito en 1971 en el Festival de Nancy con su vanguardista montaje que incluía cantes flamencos, el grupo de Lebrija asombra al público y crítica en Madrid. Al integrar rituales andaluces en una estructura dramática ceremonial que denunciaba simbólicamente los crímenes del franquismo abrió una nueva vía expresiva.
La Andalucía campesina del Teatro Lebrijano
El Teatro Estudio Lebrijano fue fundado en 1966 por Juan Bernabé (quien tenía 18 años y estudiaba filosofía en el seminario), como “proyección social y apostólica... intentando hacer un teatro ligado a la realidad de Lebrija, conectado con su problemática, buscando un teatro popular, del pueblo y para el pueblo”, integrado por estudiantes y trabajadores reivindicativos y comprometidos con la lucha social.
El Teatro Estudio Lebrijano empezó en 1966 leyendo textos teatrales en un centro parroquial y, bajo la premisa de la creación colectiva, al año siguiente ya montan obras
Empezaron leyendo textos teatrales en un centro parroquial y, bajo la premisa de la creación colectiva, al año siguiente ya montan obras, entre ellas una de Alfonso Jiménez Romero (1932-1995), escritor integrante del TEU de Sevilla desde 1962 hasta 1968, cuando entró de profesor en el instituto de Arahal. Allí, en 1969 experimenta con el flamenco como elemento dramático y saca a escena ritos y herramientas de la vida popular andaluza. También escribe Oratorio (subtitulada “Oraciones a los países que destruyen al mundo con las guerras”, publicada en junio 1969 en la revista Primer Acto), que es representada como creación colectiva del grupo en Jerez en 1969 y en las Baleares en 1970; mientras que grupos de Alicante, Galicia, Cataluña y León la montan en sus territorios.
En abril de 1971, el grupo de Lebrija decide incluir cantes flamencos en esta obra, y Paco Lira (quien llevaba el bar sevillano La Cuadra) les envía a dos cantaores, siendo uno de ellos Salvador Távora, quien aportará la letra de un par de cantes.
La función lebrijana, exponente de un innovador teatro pobre y ceremonial de honda raíz andaluza, triunfa en el prestigioso III Festival Mundial de Teatro de Nancy (Francia) —especializado en montajes experimentales—, como sucederá luego en Paris y Alemania.
Este ritual escénico y flamenco de protesta se lleva a varias localidades andaluzas con público campesino, hasta su nuevo éxito en el II Festival Internacional de Teatro de Madrid, los días 16 y 17 de octubre, ganando el reconocimiento nacional, al mismo tiempo que son castigados con una multa de 100.000 pesetas por una alusión considerada ofensiva a la “cruzada de liberación nacional”.
Consagrado como uno de los dramas más potentes de los últimos años de la dictadura de Franco, ‘Oratorio’ era un largo poema a varias voces, alternando prosa y verso, estructurado en cuatro ceremonias
Consagrado como uno de los dramas más potentes de los últimos años de la dictadura de Franco, era un largo poema a varias voces, alternando prosa y verso, estructurado en cuatro ceremonias: la rebelión individual inútil (Antígona), la muerte fratricida (Caín y Abel), los gritos de las víctimas (las Voces del Viento) y un grito final de esperanza.
Se representaba en el suelo de un desnudo escenario rodeado por el público donde se creaba un ambiente fúnebre, levemente iluminado por velas y llamitas en cuencos de barro; las actrices vestidas de negro, los hombres de campesinos. Según su autor, Alfonso Jiménez: “Era un oratorio sobre la guerra civil, convenientemente disimulado entre historias bíblicas por mor de la censura. Pero los símbolos estaban más claros que el agua y nadie se llamaba a engaño”. De hecho, en Lebrija muchos muertos republicanos yacían enterrados en fosas comunes. Tras la muerte de Bernabé en enero 1972, la vuelven a representar en 1973 y es prohibida, disolviéndose el grupo al año siguiente.
Siguiendo la estela de Oratorio, poco después Távora y Jiménez crearán juntos el espectáculo teatral Quejío (subtitulado “Estudio dramático sobre cantes y bailes de Andalucía”), con las letras flamencas de ambos como único texto; baile, guitarra y palmas; candiles, una hoz, un bidón y una maroma; estrenado en enero de 1972 en Madrid y que ganaría amplia fama internacional, tras imponerse Távora como empresario y autor único.
Con su grupo La Cuadra repetiría el modelo (y el éxito) con similares montajes: Los Palos, Herramientas o Nanas de espinas.
El final del ciclo independiente
Volviendo a la década de los 70, alcanzó su apogeo el teatro independiente, sustituto de las prohibidas manifestaciones. En 1977 fue prohibida La torna, de Els Joglars (sátira con máscaras sobre uno de los últimos ejecutados por Franco), siendo encarcelado su director Albert Boadella bajo jurisdicción militar. Ante este grave ataque a la libertad de expresión, estallaron las protestas.
Los grupos de teatro independiente exigieron la supresión de todo tipo de censura política, económica y estética que coartase la libertad de expresión; una nueva legislación para el teatro elaborada democráticamente; el control democrático de las salas; una descentralización real del trabajo teatral y una política de precios que posibilitara el acceso al teatro y que se subvencionasen las Jornadas que organizaban. Varios se convirtieron en teatros estables, como El Gayo Vallecano.
En 1979, el movimiento independiente se dividió entre los partidarios de seguir con el teatro itinerante y los del teatro estable, quienes pensaban que la popularización de la cultura, ya en democracia, sería labor estatal. Pero, protegidos y al servicio de las administraciones autonómicas, fueron perdiendo ambición crítica.
En 1980 se celebraron las Conversaciones de El Escorial, donde los grupos de teatro independiente, prototipo de gestión cooperativa, se dieron cuenta de que para alcanzar su pervivencia debían compatibilizar la itinerancia y la estabilidad, contar con los diversos tipos de ayudas que podían proporcionar las diferentes administraciones y trabajar por la búsqueda de nuevos públicos. Pero en 1982 cayeron bajo la dependencia económica del aparato estatal, dejando de ser “independientes” y pasando muchos de sus miembros a los teatros públicos. En 1983 se cerraron algunas de las emblemáticas salas madrileñas en las que exhibían sus obras: el Teatro Lavapiés, la Sala Cadarso y El Gayo Vallecano. Y, víctima de un nuevo sistema sociopolítico al que no le gustaba su labor crítica, desapareció como movimiento el teatro independiente, sobreviviendo algunos grupos como empresas.