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Teatro
Un balance del Festival de Teatro Clásico de Mérida 2024
Aquella súbita elevación, que quizás respondía a los vientos cambiantes del escenario político, nos hizo imaginar con un festival renacido, que se vislumbraba en las 9 producciones de las cuales 8 respondieron con un brillo inusitado. Pero, como todo espejismo, la ilusión no perduró, ya que este año solo la mitad de los espectáculos lograron mantener viva esa chispa de grandeza, mientras que la otra mitad sólo dejó tras de sí un rastro de expectativas insatisfechas. Y el mayor desencanto vino de Medusa, anunciada como la “estrella” del Festival, pero que solo resultó ser un destello decepcionante. Así, el teatro que en 2023 resplandeció inesperadamente, en esta edición de 2024 ha vuelto a languidecer en las sombras de un pasado que cualitativamente prometió mucho y, una vez más, entregó poco.
Extremadura
Algunas reflexiones al hilo de la celebración del Festival de Teatro Clásico de Mérida
El Festival de Teatro Clásico de Mérida programa espectáculos hasta el 25 de agosto.
Como cada año, Cimarro, flanqueado por las autoridades culturales que le sirven de respaldo y patrocinio, ha presentado a los medios su habitual informe tras la clausura del evento. Y, como dicta el guión del triunfalismo de siempre, ha proclamado que esta edición ha sido un éxito rotundo, superando en número de espectadores e impacto económico a la anterior. Ah, el mismo cuento chino narrado por este empresario teatral vasco-madrileño, más famoso por su opacidad que por su sinceridad. Porque, seamos honestos, en más de una ocasión hemos cuestionado esas cifras mágicas que nos ofrece sobre la asistencia de espectadores y los supuestos impactos mediáticos que ya resultan más indigestos que un gazpacho mal hecho, especialmente para quienes conocemos el festival desde sus verdaderos inicios, allá por 1984, cuando se creó el Patronato extremeño.
Es el mismo relato recalcitrante y presuntuoso de cada año, en el que el director del festival no ha dudado en coronar su propio pastel, presentando como éxitos los espectáculos de su propia compañía Pentación o de la de sus socios. De su Medusa, también vapuleada por la crítica de Madrid, ha asegurado, sin rubor alguno, que ha sido el mayor éxito del Festival. ¿Es ético que quien dirige el festival se dedique a autopromocionarse tan descaradamente? ¿Y que lo haga después de manejar para su espectáculo el presupuesto más abultado del evento, monopolizando el doble de funciones que las otras compañías? Estas son las preguntas que flotan en el aire, tan cargadas de ironía como de indignación. Recuerdo otros tiempos del Festival (la era del presidente Rodríguez Ibarra y el consejero de cultura Naranjo), cuando fui miembro del Patronato, en los que semejantes despropósitos no se permitían.
Estos “espectáculos estrella” mediocres de Cimarro, donde los artistas mediáticos brillan más por su fama que por su talento teatral, se han convertido en el gancho infalible para llenar butacas a base de venta anticipada a un público de fácil consumo
Estos “espectáculos estrella” mediocres de Cimarro, donde los artistas mediáticos brillan más por su fama que por su talento teatral, se han convertido en el gancho infalible para llenar butacas a base de venta anticipada a un público de fácil consumo. Lo que nos revela, más que una vocación cultural, una inclinación total hacia lo comercial. Son montajes pensados para lucirse en el majestuoso monumento romano, pero también para su posterior explotación en circuitos comerciales que domina en Madrid y otros lugares, comprometiendo con ello la esencia del festival, alejándolo de su misión original: celebrar y difundir el teatro clásico grecolatino en Mérida, desde el mismo Teatro Romano.
Este enfoque mercantilista, hasta ahora abrazado con fervor por las instituciones patrocinadoras que parecen ignorar o consentir esta deriva, ha sembrado dudas, una vez más, sobre el auténtico propósito del festival y su capacidad para ofrecer una experiencia cultural genuinamente enriquecedora. ¿Se trata realmente de un festín cultural que nos nutre el alma, o es simplemente otro escaparate más, adornado para la venta rápida? La discrepancia entre la respuesta del público que asiste a las funciones y la calidad de las obras subraya la diferencia abismal entre el aplauso fácil y la verdadera apreciación artística. Resulta evidente que el éxito de un espectáculo no debería medirse solo por la cantidad de entradas vendidas y la ovación final de un público devoto y tragaderas del “famoseo patrio”, sino por la trascendencia cultural que logra alcanzar.
En la presentación también intervino la consejera de Cultura, Turismo, Jóvenes y Deportes, Victoria Bazaga, quien, no sé si en un arranque de entusiasmo, no escatimó elogios para Cimarro. Y destacó –según la notificación que la jefa de prensa de Pentación envía a periodistas y críticos- que tenemos “el festival más largo de España, que se extiende a lo largo de dos meses”, y aseguró que la programación ha sido “diversa, ambiciosa, con los mejores artistas y compañías del momento”. En lo primero, podría darle la razón, pues los 9 espectáculos se extienden durante ese tiempo. Pero cabe recordar que los festivales más importantes del mundo, como Edimburgo y Aviñón, aunque de menor duración (tres semanas cada uno), despliegan más de 1.000 espectáculos distintos en ese lapso. En cuanto a su afirmación sobre la calidad de los artistas y compañías, tengo mis reservas. Con tantas funciones a su cargo, resulta difícil imaginar que la consejera haya tenido tiempo de recorrer el vasto panorama teatral para comparar y asegurarnos que lo presentado en Mérida es verdaderamente lo mejor del momento. Pero, al fin y al cabo, ya se sabe que en la arena política, las palabras también son un espectáculo, y a veces el guion exige un toque de grandilocuencia.
En esta edición, han sido las compañías extremeñas las que han brillado con una luz singular. Lo he mencionado en otras ocasiones: es significativo cómo estas compañías, que conocen bien el Festival y el espacio romano, han sabido elevarse año tras año
En esta edición, han sido las compañías extremeñas las que han brillado con una luz singular. Lo he mencionado en otras ocasiones: es significativo cómo estas compañías, que conocen bien el Festival y el espacio romano, han sabido elevarse año tras año hasta lograr espectáculos de gran calidad, firmemente enraizados en el mundo grecolatino, que constituye la esencia del evento. Con cada presentación, han superado muchas veces a compañías foráneas, a menudo noveles, que suelen transitar entre aciertos y tropiezos. Y también a aquellas de la vertiente comercial que explota Cimarro. Además, sé que estos artistas extremeños logran esos resultados con un presupuesto muy inferior al de los “estrella”. Aunque desconozco los detalles de las asignaciones económicas que el festival reparte, porque el empresario vasco-madrileño practica un oscurantismo inaceptable en todo lo relacionado con el manejo económico interno. Para colmo, impone a todas las compañías una cláusula de confidencialidad, ocultando así esta injusticia y revelando su peculiar noción de la transparencia. Por eso, como crítico teatral que conoce estos entresijos, considero justo valorar más un espectáculo forjado con pocos recursos pero con un alma vibrante de entusiasmo que aquel que, pese a su abundante presupuesto, no logra alcanzar el nivel artístico que le corresponde.
En esta edición, la comedia La aparición y la tragedia Ifigenia, que junto al singular montaje de Iconos del cordobés Rafael Álvarez “El Brujo”, han sido los mejores del Festival. El resto de las producciones, con la excepción de Coriolano, que destacó visualmente en su puesta en escena, se quedaron a medio camino (o peor, como el atractivo pufo de Medusa), oscilando entre aciertos y desaciertos que impidieron alcanzar el nivel esperado.
En La aparición, de Florián Recio, basada en los fragmentos del texto de Menandro, se captura con habilidad en una obra nueva la esencia de la comedia del griego impregnada de enredos cómicos. La dirección de Paco Carrillo de farsa estilizada, con mucho humor y gags destaca por su maestría. El elenco -encabezado por los magníficos Esteban G. Ballesteros y Pedro Montero- se luce con una interpretación virtuosa que provoca risas constantes.
En Ifigenia, la versión de Silvia Zarco basada en Eurípides y Esquilo, se presenta como una tragedia equilibrada, con un toque poético que la enriquece. El montaje se centra en realzar la palabra, conjugándola con una diversidad de estéticas que, en armonía, crean una buena atmósfera catártica. Las interpretaciones, cargadas de emoción, destacan en todo el elenco, especialmente en Juanjo Artero, que se convierte en el alma de la obra.
En Iconos, El Brujo despliega carisma y talento narrativo en su clásico formato teatral íntimo, cómico y reflexivo. La obra medita sobre el destino en la tragedia griega y su influencia en la vida actual. Fiel a su estilo el gran histrión cautiva al público con su ingenio, hilado de anécdotas, improvisaciones y parodias, mientras da un repaso a la sociedad del momento, haciendo disfrutar al público de todo un festín cómico y filosófico.