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Sionismo
Disputar al sionismo la memoria del Holocausto
Isabel Díaz Ayuso visita Auschwitz y pide “no olvidar” el genocidio cometido por la Alemania nazi. La presidenta de la Comunidad de Madrid anuncia desde Polonia la creación del Museo Hispano Judío, al tiempo que la capital del Reino, gobernada por su partido, mantiene una calle Caídos de la División Azul, dedicada a honrar la memoria de los voluntarios españoles que lucharon junto a la Alemania nazi. Todo ello en mitad de una invasión por parte del Ejército de Israel a Gaza que ha costado ya la muerte a más de 25.000 palestinos, y con la que la derecha española ha cerrado filas de manera incondicional.
¿Cómo es posible todo a la vez? ¿Cómo la memoria de un genocidio puede ocultar otro? ¿Cómo el PP puede a la vez reconocer los crímenes de Hitler y tratar de borrar la memoria de los españoles que los sufrieron, como el socialista Largo Caballero, encarcelado por el nazismo, y al que el gobierno de Almeida trató de borrar hace no mucho del callejero madrileño?
La Sohá contra el Holocausto
Una respuesta a estas preguntas está en la progresiva “sionización” que ha ido experimentando desde finales del siglo XX el relato sobre los crímenes nazis. Ha sido el sionismo el que ha ido encapsulando el recuerdo de los seis millones de judíos asesinados por Hitler, y aislando su memoria de la de las otras cinco millones de víctimas de los campos de concentración del Tercer Reich: los gitanos, los eslavos, los homosexuales, los enemigos políticos, Testigos de Jehová o discapacitados.
La popularización del uso del término hebreo Sohá ha contribuido aún más a resaltar a unas víctimas sobre otras, convirtiendo al Holocausto en un episodio histórico relacionado ante todo con el judaísmo de las víctimas y con el antisemitismo de sus verdugos. Para el historiador Fernando Hernández Sánchez, el antisemitismo es un “componente estructural del Holocausto”, pero que no puede ocultar otros genocidios, como el del pueblo gitano, y otras persecuciones y exterminios relacionados con cuestiones sexuales o políticas. Para Hernández, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, el odio del nazismo, los judíos, a los homosexuales, o a los socialistas y comunistas tenía un mismo hilo conductor: “consideraban a todos estos grupos enemigos del viejo orden, elementos disolventes de la sociedad tradicional, además con una fuerte carga de cosmopolitismo e internacionalismo”.
En opinión de este historiador, la izquierda no puede renunciar a “disputar” la memoria del Holocausto al sionismo, una ideología nacionalista que quiere convertir el asesinato de seis millones de judíos en un pretexto para legitimar a Israel y su política con respecto a los palestinos. Hernández recuerda que entre las víctimas judías del Holocausto hubo “sionistas y no sionistas, ateos y religiosos, personas muy vinculadas a la comunidad judía y otras que se sentían ciudadanos de sus países y para los que la identidad judía era un asunto muy secundario, cuando no olvidado, hasta que los nazis se lo recordaron”.
La construcción de un relato
El Holocausto no siempre estuvo ahí. Aunque después de la Segunda Guerra Mundial los crímenes nazis fueron juzgados y se hicieron algunos esfuerzos pedagógicos por dar a conocer las atrocidades cometidas en los campos, su memoria fue languideciendo en los años siguientes, y muchos supervivientes se encontraron con bastante indiferencia cuando quisieron levantar monumentos o publicar sus memorias. El politólogo norteamericano Norman Finkelstein, hijo de dos judíos polacos, ambos supervivientes del Holocausto, publicó en 2000 el ensayo “La industria del Holocausto”. En él, Finkelstein afirmaba cosas tan inesperadas como que el Holocausto había jugado hasta 1967 un papel bastante discreto en el relato nacional de Israel.
¿Por qué? El académico norteamericano señala que las imágenes de los cuerpos famélicos de los judíos no encajaba con la imagen del pueblo judío guerrero que David Ben Gurion, padre del Estado de Israel, quería proyectar de la nueva nación, que nacía en guerra contra sus vecinos árabes. Por eso el sionismo preferiría echar mano del imaginario del heroico colono judío en Palestina, y en caso de hablar del Holocausto, de los resistentes del Gueto de Varsovia que se enfrentaron con las armas a sus carceleros.
No sería hasta la guerra árabe-israelí de 1967, según Finkelstein, cuando el sionismo, viéndose muy cuestionado internacionalmente por su política hacia el pueblo palestino, ponga en valor el genocidio cometido por los nazis como patente de corso para legitimar su colonización de Palestina. De ahí se daría el paso en las siguientes décadas a lo que Finkelstein ha denominado la “industria del Holocausto”, todo el aparato cultural construido para difundir el relato sionista sobre el genocidio judío – películas, libros, museos, fundaciones y proyectos educativos - así como para obtener y gestionar las millonarias indemnizaciones económicas de Alemania y otros países del Eje, así como de los bancos y empresas con responsabilidades en los crímenes del nazismo. El autor cuestiona el destino final de estas compensaciones, teóricamente destinadas a las víctimas, pero canalizadas y gestionadas por el movimiento sionista internacional a través de la Organización Judía Mundial para la Restitución.
¿El mal absoluto?
Esta semana en Oviedo/Uviéu, el Grupo Zivia Lubetkin, vinculado a la Asociación Asturiana de Amigos de Israel, impartía como cada año una sesión monográfica a 400 escolares de toda Asturies. La actividad lleva años organizándose en colaboración con el Principado y los centros de enseñanza. La novedad en esta edición era que se celebraba en pleno bombardeo y asedio a Gaza, retransmitido a diario en los medios de comunicación, y mientras Israel es juzgada por un posible delito de genocidio en el Tribunal de La Haya. No por casualidad, en el acto el presidente de la Asociación Asturiana de Amigos de Israel, advirtió a los alumnos de varios institutos que el término genocidio no se puede emplear a la ligera.
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La idea de que el Holocausto supone un “mal absoluto” que no se puede comparar con ningún otro proceso de limpieza étnica o genocidio es una de las máximas del relato sionista. De alguna forma, cualquier analogía con otros procesos sería “banalizar” el Holocausto. Ciertamente, las magnitudes y sistematicidad del exterminio judío en Europa constituyen el grado máximo de violencia en la destrucción de una comunidad. Francisco Erice, profesor de la Universidad de Oviedo, recuerda, sin embargo, que los horrores del nazismo están directamente emparentados con los del colonialismo y el imperialismo. El campo de concentración no se inventó en la Segunda Guerra Mundial, sino en las guerras coloniales de Cuba y de los Boers, en Sudáfrica, para recluir a poblaciones civiles consideradas globalmente enemigas. La filósofa alemana Hannah Arendt, judía refugiada en los EE.UU. tras la victoria de Hitler, trazó en su obra posterior a la Segunda Guerra Mundial este origen del horror nazi en los horrores del colonialismo europeo. “Lo novedoso, además del carácter industrial del genocidio, es que la violencia se aplica sobre población europea” explica Erice, para el que si el Holocausto es “el mal absoluto”, como señalan algunos relatos sionistas, “lo que se quiere decir es que los judíos son las víctimas absolutas”.
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El autor de “En defensa de la razón” considera que el sionismo ha construido la idea de “un pueblo judío constantemente asediado y que está legitimado a cualquier cosa para defenderse” porque en cualquier momento puede repetirse el Holocausto. El fundamentalismo islámico es ahora presentado como la nueva amenaza para la pervivencia del pueblo judío, y a la izquierda que cuestiona la política de Israel de “antisemitas” y “negacionista”.
Frente a la patrimonialización del sufrimiento, tocaría una explicación global y que sirva para establecer analogías con el presente. Para Fernando Hernández, el Holocausto es un episodio histórico que debe enseñarse y explicarse en su contexto y en su pluralidad: “es como una muñeca rusa que esconde dentro muchas muñecas”. Para este autor, frente al “particularismo” del relato sionista, toca levantar una “memoria universalista” que dé cuenta de todas las víctimas: Las “Stolpersteine”, “Piedras que hacen tropezar”, un proyecto memorialístico y artístico presente en muchas ciudades, y con el que se recuerda a las personas que pasaron por los campos de concentración o exterminio, sería para Hernández “una experiencia interesante que entrecruza las muchas memorias del Holocausto”.