Ernest Hemingway acudió a Pamplona el 6 de julio de 1923 por primera vez y, fruto del deslumbramiento, escribió la célebre The Sun Also Rises (‘Fiesta’). Desde entonces se convirtió en un asiduo visitante y divulgador de las fiestas de San Fermín como una salvaje bacanal de peligro y juerga. Como recordaba su amigo personal, Jerónimo Echagüe, al norteamericano “le gustaba beber, comer, los toros y follar… ¡vamos, lo corriente!”. A la vista está que, lejos de conjurarse la maldición de Hemingway, Pamplona ha producido ciudad-marca en torno a sus festejos como pocos espacios urbanos europeos.
La columna vertebral del modelo sigue en pie: un núcleo basado en la tauromaquia sangrienta anclada en el pasado —repleta de valores machistas— y en un consumo cada vez más atravesado por el trabajo precarizado, la exclusión social, la violencia inmobiliaria, y una acelerada gentrificación temporal. El Ayuntamiento del cambio, tras décadas del gobierno de UPN, ha emprendido un proceso participativo de mesas sectoriales (o Libro Blanco de los Sanfermines). Hasta el momento, sin embargo, los cambios son superficiales y no inciden sobre los conflictos que han venido para quedarse. Los sectores hostelero e inmobiliario siguen apostando por una turistización agresiva… y la sociedad civil festiva, liderada por la Federación de Peñas, no es capaz de poner en pie alternativas relevantes.
Se trata de trazar un nuevo modelo que conserve lo mejor del caos carnavalesco de los Sanfermines y que abra las fiestas al siglo XXI y sus paradojasNinguno de los actores esenciales se atreve a señalar al rey desnudo, quizá por miedo a matar la gallina de los huevos de oro. La consecuencia es que la cultura popular vive anclada en tradiciones cada vez más ajenas a las nuevas generaciones, y que nadie pone encima de la mesa el debate sobre a qué manos va a parar la riqueza que genera toda la ciudadanía, o sobre la cada vez más inquietante segregación de clase respecto al derecho a la ciudad por esas fechas. Como contrapunto, cabe señalar la masiva reacción a las agresiones sexistas pero no tanto al perfil netamente machista del esquema festivo que las nutre. En el camino van surgiendo voces que reclaman su refundación. Se demanda una programación cultural descentralizada para una ciudad mestiza, espacios para todas las sensibilidades sociopolíticas, un consumo responsable y sostenible en residuos, el enfoque laico de los ritos festivos y respeto para el vecindario del Casco Viejo y su población más vulnerable. Es el sueño de unas fiestas igualitarias y feministas con, incluso, una tauromaquia sin maltrato ni muerte.
No se trata de retroceder a unas bucólicas fiestas patronales, sino de trazar un nuevo modelo que conserve lo mejor del caos carnavalesco de los Sanfermines y que abra las fiestas al siglo XXI y sus paradojas. Un lugar y un tiempo que reviertan el éxodo sanferminero de vecindario aquejado de turismofobia. Es necesaria una cartografía profunda para enunciar los procesos que todavía no se nombran con claridad, y son imprescindibles medidas institucionales tajantes para detener el progresivo saqueo que las lógicas de extracción de rentas de monopolio están llevando a cabo sobre la riqueza que produce el común.
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