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@Nuriablazs Responsable de Internacional de Ecologistas en Acción
Los hombres tienen mucha más visibilidad que las mujeres en eventos, ponencias y tertulias. No hay más que echar un vistazo a carteles de eventos y debates, o curiosear las tertulias de radios y televisiones. Según un informe de 2018, en los eventos de alto nivel europeos había tres hombres ponentes por cada mujer. Esa misma proporción es la que se encontró al analizar las charlas de la plataforma de charlas TED. En algunos sectores, como las TIC solo un 30% de las ponentes son mujeres.
En los últimos años ha habido varios intentos de cambiar esta forma de discriminación, como las denuncias en redes sociales de #AllMalePanel (paneles exclusivamente masculinos) o el compromiso de propuestas como No sin mujeres (una lista de hombres del ámbito académico que se comprometieron a no asistir a eventos en los que no hubiera mujeres). Pero lejos de haberse revertido la tendencia, hay expertas que afirman que la pandemia ha servido para aumentar los eventos sin mujeres o disminuir el número de estas en conferencias y jornadas. Este dato coincide con el análisis realizado desde la iniciativa de la Oficina del Parlamento Europeo en España, #DóndeEstánEllas, que encontró que en 2020 la proporción de mujeres ponentes en cayó del 48% al 41%, comparando los resultados del mismo estudio realizado el año anterior.
La excusa más difundida a lo largo del globo para justificar esta falta de paridad en conferencias, tertulias y otros eventos es que no se encuentran expertas en esa materia. Hay casos sangrantes, como unas jornadas de fisioterapia que tuvo 23 ponentes, todos hombres, en una profesión con clara mayoría femenina. O una conferencia que prometía que “Las mejores mentes reflexionan desde A Toxa sobre la respuesta a la pandemia”, en la que de las 40 mentes privilegiadas, solo 4 eran mujeres.
Bien es cierto que otros casos son más complicados, porque las mujeres del sector están invisibilizadas y se produce un efecto “pescadilla se muerde la cola”: como los hombres acuden más a estos eventos, se conocen más a los hombres expertos en el tema. Para dar con mujeres, se requiere un importante esfuerzo adicional y buscar en lugares no habituales. A veces será incluso necesario incluso animar a esas mujeres, porque a nosotras nos cuesta mucho más vernos como expertas. Por supuesto, va a ser más difícil encontrar a mujeres con cargos de responsabilidad, porque el techo de cristal está ahí y encontramos menos mujeres en esas posiciones. Eso sí, mujeres con cargos inferiores pueden hacer aportaciones tan brillantes o más, además de añadir diversidad y complejidad al debate.
Es también cierto que las mujeres tienen más dificultad para acudir a ciertos eventos, especialmente los que se realizan en horas poco compatibles con esos cuidados que persisten. En esos casos, simplemente nos debemos plantear cómo lograr un acto más inclusivo, porque la misma barrera que aleja a las ponentes podría alejar a las asistentes.
Menos políticamente correcto es reconocer que existe un sesgo cultural y cognitivo hacia los hombres. Es decir, que tendemos a considerar que los mejores oradores y profesionales se escriben en masculino. Salvo que haya una fémina ampliamente reconocida como eminencia en el tema, es fácil que acabemos seleccionando a un varón para nuestro acto “porque es el que más sabe” de esto o aquello.
Sin embargo, lo que nos deberíamos preguntar cuando organizamos un evento es si realmente puede darse el debate que se necesita sin que participen las mujeres en absoluto o apenas lo hagan. Esto es particularmente relevante para cualquier organización que aspire a impulsar cambios significativos o transformar la sociedad y que tenga un compromiso feminista.
En primer lugar, porque las mujeres somos la mitad de la población. Pero además porque somos las que con mayor frecuencia nos ocupamos de aspectos imprescindibles en la transformación social, como la educación de nuestras criaturas, la organización de las rutinas familiares y de los hábitos más mundanos. El rol de las mujeres en la sociedad está infravalorado, pero no sería inteligente olvidarlo, porque somos nosotras las que custodiamos las tramas de la vida misma y protagonizamos la realidad cotidiana. Una realidad formada por círculos ajenos a las noticias, las pomposas conferencias y reuniones de alto nivel, pero que sustentan el día a día que ansiamos transformar.
Deberíamos plantearnos si podemos transformar si no contamos con ese relato femenino, impregnado de realidad. Si vale la pena seguir organizando eventos, debates o tertulias entre hombres blancos cis, que hablarán de los problemas desde una perspectiva siempre más privilegiada, o si, por el contrario, queremos que nuestras jornadas y conferencias sean un paso más en la inclusión de puntos de vista diversos que posibiliten diagnósticos más veraces y soluciones surgidas desde la pluralidad.
No olvidemos tampoco que cuando reunimos a la misma gente, o personas de parecido perfil a hablar una vez más de los mismos problemas, es fácil que lleguemos a las mismas conclusiones y soluciones. Hacer el esfuerzo de buscar mujeres y otros perfiles diferentes no solo ayuda a acabar con la injusticia de la invisibilización, además nos aporta nuevas perspectivas para el análisis de los problemas y la búsqueda de soluciones.
Por último, cualquier organización, empresa o administración con un mínimo compromiso con la igualdad debe plantearse que cada vez que una mujer está presente en un evento representa un referente para otras mujeres y niñas, y facilita que esa mitad de la población se acerque al tema que queremos difundir.
Cada evento sin paridad es un paso que no damos hacia la igualdad, pero también una ocasión perdida de convertirlo en un evento que ofrezca nuevas miradas. La pregunta es si a pesar de todo esto sigue valiendo la pena organizar eventos no paritarios.
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“¿Vale la pena organizar eventos sin paridad de género?” ¿Vale la pena organizar eventos con libre participación de judíos?
A mí se me parecen estas dos preguntas: muestran un impulso a totalizar los comportamientos de la gente, en nombre del bien.
No se impone nada en el artículo (¡solo faltaría!) pero siembra la tentación de imponer un orden social en la esfera civil y personal de los ciudadanos. Porque se habla de eventos, reuniones, conferencias… ¿Es que debería existir una policía gestora que vigile una correcta vida social de las personas?