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Ecofeminismo
Nos quitaron nuestro río...
Desde hace más de un año, cruzo el río Manzanares al menos dos veces al día a la altura del puente de Praga. No es el tramo más bonito, ni mucho menos, de este renacido río en su discurrir por la capital, pero aún así, me encanta pararme a ver los ánades, fochas, garzas, garcetas y otras aves, ya vecinas habituales. En las últimas semanas me paraba, además, a saludar a la Sra. Pata y sus patitos con mi hija Ana, de dos años, que tiene en el río uno de sus momentos favoritos en su recorrido cotidiano a la escuela. No es el tramo más bonito, ni mucho menos, de este mi río...
No lo era. La semana pasada, descubrí horrorizado cómo una cuadrilla de trabajadores había desbrozado todas las islas de vegetación entre Legazpi y el puente de Arganzuela. Solo quedaba un retazo de menos de 2 metros de diámetro, que al día siguiente también había caído. Y hace un par de días comenzó a inundarse este tramo.
Nos quedamos sin río las vecinas y los vecinos de esta parte de la ciudad. Volvemos a la yerma balsa de agua estancada de épocas pasadas. Antes de conocer y enamorarnos de nuestro río, esa balsa formaba parte del parque, y que apenas un centenar de personas practicasen remo en él nos parecía una práctica estupenda, compatible con pasear tranquilamente por Madrid Río. Estos días… cruzar este mi río duele; cuesta mirarlo. No sé qué responderle a Ana cuando me lanza sus porqués. Y escapo en cuanto tengo oportunidad a otros tramos del río que sí conservan la explosión de flores, formas vegetales, brillos en el agua en movimiento, aves… que juntas constituyen este mi río.
Compartir el día a día con un río vivo
Me doy cuenta ahora de lo importante que se ha convertido compartir mi día a día con un río vivo, aún viviendo a escasos 100 metros de la M30. Me doy cuenta de que es un elemento esencial en mi relación con mi barrio, con ese territorio que habito todos los días y del que me siento parte. Mi calle es gris, muy gris; desde las ventanas solo veo ladrillo, asfalto y coches. Pero me gusta mi barrio, en buena medida porque dos manzanas más allá me espera este mi río, y tantísimas vecinas y vecinos que disfrutan de su ribera. Hemos descubierto y disfrutado de la terquedad de la naturaleza y su explosión de vida en poco más de un año. Solo bastaba abrir las compuertas, dejar al agua fluir libremente… el resto vino solo. ¡Menuda lección frente a la soberbia ingenieril!
Creo que redescubrir esta parte de naturaleza tan viva entre el laberinto de ladrillos y hormigón a ambos lados de la M30 es algo esencial para cualquier habitante de esta ciudad, aunque no lo sepa, aunque aún no haya ido a pasear por el río. Vivimos totalmente de espaldas a lo que ocurre en la naturaleza, al funcionamiento de los ecosistemas, a todo lo que nos aportan, que es muchísimo. En la universidad me enseñaron que los servicios ecosistémicos eran muchos, también sociales, también estéticos o espirituales, además de todos los que tienen que ver con el mantenimiento mismo de nuestra existencia (agua y aire limpio, redes de biodiversidad, etc.). Hoy, cuando se me desgarra algo por dentro cada vez que atravieso esta laguna apenas sin vida, pienso en lo increíblemente cierto de todo esto que me enseñaron.
Mucho más que un kilómetro
La fauna y la flora del río han sido muchos más generosas que sus vecinas humanas. Tras décadas de río estancado, volvieron y nos hicieron felices, enseñándonos por el camino que es posible convivir con ellas también en el interior de un monstruo urbano. Pero tuvimos que destruir el ecosistema una vez más, confirmando que la protección de la naturaleza siempre queda en segundo lugar cuando compite con otros intereses. En este caso, los de una escuela deportiva con poco más de cien personas usuarias. Esa es la única explicación. La de que aún no contamos con políticos y administraciones que de verdad tengan interiorizado que no se trata de proteger el medio ambiente de forma anecdótica, sino que es preciso hacerlo porque se nos va la vida en ello. A veces es difícil, claro, pero no podemos renunciar a hacer las cosas bien, ni a establecer procesos de diálogo más profundos y que pongan encima de la mesa la crudeza de la crisis ecológica, de la pérdida de biodiversidad, de la ceguera de los valores urbanos hegemónicos hacia el entorno natural, para hacer frente a esas dificultades.
¿Se les ha explicado que ese kilómetro y pico de río es mucho más que un kilómetro? Otra vez aguas inertes y oscuras, en lugar de un curso fluvial natural. En ese kilómetro inundado por el cierre de la presa número 9, el río ha dejado de fluir y ha cubierto las islas, los meandros, los pequeños rápidos y las pozas, cubiertos de vegetación natural autóctona. Ha desaparecido un tramo del corredor ecológico que conectaba los ecosistemas más naturalizados del norte y del sur de la ciudad. Donde antes crecían eneas, sauces y álamos, donde estaban nidificando las aves... ahora hay un estanque. Una barrera de un kilómetro que rompe el corredor ecológico, que impide a la vegetación y a la fauna el paso. Y también rompe uno de los pocos espacios de conexión con la naturaleza que teníamos en esta parte de la ciudad. Ese kilómetro es una barrera para la vida.
El error de ignorar la ecodependenciaCelebro las necesarias y renovadas políticas puestas en marcha en muchas facetas de la gestión municipal de la mano de Ahora Madrid. Pienso, por ejemplo, en los imprescindibles planes para respirar un aire que no nos envenene; en la cantidad creciente de comida ecológica y de proximidad que ya comen miles de niñas y niños en las escuelas infantiles municipales; en el esfuerzo por conseguir unas fiestas populares libres de violencias machistas... Espero que este tremendo error, lo efímero del renacer del río en este tramo de la ciudad, no sea una metáfora de un cambio político... también efímero. Me temo que con muchas decisiones más como esta, que priorizan los intereses de unos pocos frente a los de la mayoría, y que ignoran nuestra ecodependencia, el próximo año tendremos muchas más pérdidas que lamentar.
El río revivió una vez, y volverá a hacerlo si conseguimos que las compuertas vuelvan a levantarse. Para ello, varias vecinas de la ciudad han iniciado algunas peticiones por internet. Y en la plataforma municipal virtual de participación. Ojalá nos escuchen. Ojalá, esta vez sí, miren a la naturaleza, "la única empresa que nunca ha quebrado en unos 4.000 millones de años", como dijo nuestro vecino Jorge Riechman. Rectificar es de sabias, como nos enseñan los ecosistemas.
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Es 1 km lo que se ha modificado lo cual permite la convivencia de todos. Vivo al lado, y prefiero mil veces el río navegable. Era una balsa de agua estancada con malas hierbas y plagas de mosquitos. Las aves siguen presentes. Igual que prefiero un parque con césped a muchas de las zonas abandonadas y naturales como las hay en Sanchinarro por ejemplo. Hay espacio para todo y todos en el río siempre desde el respeto.
Espero que esté ayuntamiento, que entre otras se las da de ser respetuoso con el medio ambiente, no anteponga los intereses de unos pocos.
esa vegetación que había nacido es una mierda. Ahora los madrileños podremos remar no solo los peces. jaja
Pues yo prefiero el río con agua. Daba pena verlo y la cantidad de mosquitos que ello ha generado. Por mí tendría agua todo el río, pero como para gustos los colores... por lo menos que tengan un pequeño espacio para que remen, que también es bonito verlos.
Lo próximo será que lo congelen para poder patinar en invierno, seguro que así sí que no hay mosquitos.
Ahora Desahucios son una panda de pijos posh-modern incapaces de hacer nada positivo. Todo se queda en el éter.
Es desolador volver a ver la balsa de agua inerte con la que hemos convivido tantos años. Quiero recuperar la alegría que supuso ver el río discurrir. Efectivamente, no es el mejor paisaje del mundo, no es el Tajo, o el Ebro, pero ver correr el Manzanares y poder disfrutar de la vida que generó al dejarlo fluir libremente fue MARAVILLOSO. Firmad, por favor. Que por nosotros, amantes de la naturaleza, no quede.