Tiene la piel negra. Negra casi azul. El océano por el que trajeron a su madre se huele a lo lejos. El océano es negro y es azul. Como el agua. Como ella. Negras y azules. Como su madre y las demás mujeres arrastradas en barcos al otro lado. Mujeres que doblan y desdoblan sus espaldas para recoger la cosecha mientras el océano huele a lo lejos. Mujeres que piensan en común cómo conseguir dejar de ser esclavas.
Su madre teje trenzas en su pelo. Trenzas firmes. Trenzas fuertes. Trenzas en las que mete semillas. Semillas escondidas. Pequeñas madejas de pelo divididas en tres tiras. Un, dos, tres. Semilla de frijol. Un, dos tres. Semilla de maíz. Un, dos, tres. Semilla de pan de árbol. Semillas escondidas.
Después de correr y correr llegarás al lugar donde podrás ser libre, le dice su madre. Pero llegar no es suficiente. Para ser libre necesitarás comer y necesitarás flores que puedas oler y acariciar. Las dos cosas saldrán de estas semillas.
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