Ecofeminismo
Alternativas ecofeministas frente al colonialismo
Paso las hojas del calendario y llego al último mes, diciembre. En él hay varias festividades señales y alguna que otra fecha a tener en cuenta. Entre otras, la conmemoración de la declaración de los derechos humanos o la propia constitución española. Aunque profundizar en la validez actual de ambos documentos excede la intención de este artículo.
Entre tantas fechas notables, me doy de bruces con el día 14 de diciembre, declarado por la ONU como el Día Internacional contra el colonialismo en todas sus formas y manifestaciones. Reconozco que no conocía la existencia de esa efeméride y quizá fue eso lo que me hizo reaccionar con más resistencia que júbilo. Como si obviásemos que para que algunas vivamos manteniendo nuestros privilegios, otras no tengan garantizados sus derechos básicos; como si la colonización no se sostuviese sobre estructuras de poder y prácticas de saqueo y extractivistas en territorios que acaban con vidas humanas y no humanas. Como si no hubiera que impugnar el sistema entero.
Policrisis interrelacionadas
Los últimos meses no han sido muy esperanzadoras para aquellas personas que confiamos en la idea de que otro mundo es posible e intentamos – quizás menos de lo debido- modificar la realidad para que así ocurra.
Durante mi breve estancia en Chile en septiembre tuve la posibilidad de acercarme a la realidad de las comunidades indígenas mapuche del sur del país. Entre mate y mate el lonco de una de esas comunidades compartió conmigo las formas de vida y organización social de su gente, la gente (che) de la tierra (mapu). Pero también me relató las luchas actuales que al grito de las tierras robadas serán recuperadas, reclaman ante un gobierno que, si bien de manera oficial les brinda apoyo, hace oídos sordos ante una realidad en la que las empresas forestales acaparan sus tierras y acaban con sus formas de vida con total impunidad. Ejemplo de ello fue la aparición en octubre del cuerpo calcinado de Julia Chuñil, lideresa mapuche desaparecida hace un año. Julia pasó años defendiendo los derechos de su pueblo y la recuperación de tierras originarias a pesar de las amenazas. Hasta el momento no se ha hecho justicia contra sus asesinos.
Un mes después conocimos la resolución por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en la cual declaraba que la posibilidad de una auténtica autonomía para el Sáhara Occidental bajo soberanía marroquí “podría constituir la solución más viable” ante un conflicto que se extiende desde hace 50 años. Años y generaciones de ocupación ilegal, acaparamiento de insumos naturales procedentes de bancos de pesca y minas de fosfatos mayoritariamente y expulsión de sus gentes quienes, en muchos casos, llevan cinco décadas viviendo en campamentos de refugiadas o en la diáspora. Se trata pues de una decisión unilateral que poco o nada tiene que ver con decisiones, intereses y necesidades del pueblo saharaui. Y se trata también de una situación sostenida en el tiempo porque la potencia administradora de iure, es decir España, no cerró en su momento el proceso de descolonización.
Las noticias no acaban ahí. En la COP30 que tuvo lugar el mes pasado en Belem (Brasil), pudimos observar cómo se defendió, sin asomo de vergüenza, la existencia de mercados de carbono gracias a los cuales se pueden comprar derechos de emisión de gases a terceros países para poder mantener sus compromisos de reducción, desplazando así la deuda de carbono. Este modelo basado en el greenwashing favorece que se lleven a cabo proyectos con la intención de compensar sus emisiones sin tener en cuenta a las comunidades donde se llevan a cabo. Estas prácticas perpetúan relaciones de dominación entre países basadas en transacciones económicas que pretender solventar cualquier destrucción social y ambiental mediante el capital.
Sin olvidar la persecución producida intramuros durante varios siglospor parte de nuestro propio estado y algunos sectores de la sociedad sobre el pueblo gitano y sus formas de vida. Y por supuesto, la gran tragedia que trasciende cualquier momento pasado o por llegar, el eco-genocidio perpetrado en Gaza. El exterminio de una población y la destrucción su territorio, transmitido en directo, como respuesta a un plan colonizador e imperialista por parte de Israel.
Pudiera parecer que se tratan de hechos inconexos y aislados. Que lo que pasa en la zona sur de Abya Yala poco o nada tiene que ver con lo que ocurre en Palestina. Que los conflictos en el continente africano no correlacionan ni siquiera entre sí. Pero nada más lejos de la realidad.
Que no cambie el clima, Que cambie el sistema
Ampliando la mirada se hace más sencillo entender cómo todos esos acontecimientos responden a un interés determinado: una tendencia por mantener un sistema muy concreto que pone al capital en el centro frente a las vidas y los elementos que las sostienen.
Este Sistema Mundo (Wallerstein) se basa en la generación de un beneficio económico y utiliza cualquier mecanismo a su alcance para perpetuarlo, desde la acumulación por desposesión hasta la explotación de cuerpos y territorios que acaban convirtiéndose en verdaderas zonas de sacrificio.
Además, ese modelo pretende imponer un orden civilizatorio que coloca la cultura occidental como referente de desarrollo, como horizonte que sociedad debería alcanzar. Para ello recurre frecuentemente a fenómenos como el racismo, la violencia o la expropiación de tierras a través de diversos mecanismos de poder y dominación con el fin último de imponer una única forma de ser, hacer y pensar.
No debemos obviar que esta forma de organización social, política y económica se mantiene gracias a prácticas coloniales. Aníbal Quijano define la colonialidad como un patrón mundial de dominación dentro del modelo capitalista, fundado en una clasificación racial y étnica. Pero no se trata de una época pretérita donde los países del Norte Global ocupaban y saqueaban países del Sur mediante mecanismos muy reprobables. Dice Quijano que la colonialidad es una estructura de dominación y explotación que se inicia con el colonialismo pero que se extiende hasta hoy en día. Se trata por lo tanto de un proceso no resuelto y continuo que, para perpetuarse en el tiempo, adapta sus formas de control y dominación. Ya no son solo los estados los que despojan de manera sistemática a los pueblos de sus recursos. Ahora entran en juego empresas y corporaciones multinacionales que, en aras de un beneficio económico, se apropian ilegalmente tanto de los bienes fondo de la naturaleza como de los cuerpos y vidas de las personas que allí habitan.
Además, el colonialismo ha jugado un papel fundamental en la actual situación climática, contribuyendo tanto a la degradación medioambiental de manera directa como al desarrollo de un sistema económico que provoca la crisis climática.
Nos encontramos por lo tanto frente a manifestaciones de un proceso de neocolonialidad ligadas a una idea de desarrollo y progreso generada por la modernidad occidental y la expansión del capitalismo global.
Y mientras escribo estas páginas me vienen a la cabeza los versos de la canción Jilguero (La Raíz) cuyas palabras, acompañadas de una melodía firme y directa, nos dicen al oído: Tu lujo es mi ruina. O mueres o muero. Porque, siguiendo las lógicas de este modelo y para que las vidas de una parte del planeta se sostengan, el sistema capitalista occidental debe declararle frontalmente la guerra a la vida
Un cambio de paradigma: los ecofeminismos decoloniales
Para la activista feminista y antropóloga social Orchy Curiel la descolonización supone una creación de solidaridad entre los pueblos en una lucha contra el imperialismo
Vandana Shiva hace referencia al Maldesarrollo como un modelo de pensamiento occidental y colonial que desencadena un frente de violencia contra las mujeres y la naturaleza, que denosta y tilda de atrasados e inservibles los conocimientos generados bajo otras cosmovisiones y cultura; saberes que explota pero considera inferiores.
Debemos revisar, transformar y reparar las lógicas coloniales que mantienen un modelo imperante basado en el sometimiento, explotación y dominación de aquello que sostiene al mundo vivo.
Los ecofeminismos decoloniales, en la búsqueda de propuestas emancipadoras y planteamiento de alternativas para transformar dichos desequilibrios, consideran necesario cuestionar conceptos como el de desarrollo o progreso, herencias de una modernidad que trajo consigo un orden social patriarcal y antropocéntrico.
Es urgente acercarse con humildad a los pueblos y colectivos históricamente oprimidos para aprender otras maneras de habitar el territorio de formas más armoniosas y sustentables. Estilos de vida que integran la eco y la interdependencia en sus relaciones con el medio y con el resto del mundo vivo.
Suscribo las palabras de O. Curiel donde nos recuerda, desde los feminismos decoloniales, que la descolonización se trata de una posición política que atraviesa el pensamiento y la acción individual y colectiva, nuestros imaginarios, nuestros cuerpos, nuestras sexualidades, nuestras formas de actuar y de ser en el mundo y que crea una especie de “cimarronaje” intelectual, de prácticas sociales y de la construcción de pensamiento propio de acuerdo a experiencias concretas.
Solo escuchando otras veces y poniendo las vidas en el centro podremos alcanzar sociedades en las que conseguir condiciones de vida dignas para todas.
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