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Ruido de fondo
Vidas de otros mundos
Desde su título, Una vida que no es de este mundo, la biografía de Stanislaw Lem recién publicada en nuestro país por la editorial Impedimenta se centra menos en los hechos contrastados en la vida del autor polaco que en el potencial de sus cuentos y novelas de ciencia ficción para otorgar un cariz especulativo a su misma existencia.
“Puede dar la impresión de que no queda ningún enigma por resolver en torno a una figura como la de Stanislaw Lem: mantuvo una correspondencia abundante, escribió una autobiografía de juventud, y fue objeto en vida de dos extensos libros reportaje. Yo, sin embargo, me topé con muchos enigmas”, afirma en el prólogo de Una vida que no es de este mundo su autor, Wojciech Orlinski. “Como la materia que nos rodea, compuesta de átomos y, por tanto, una incógnita bajo la apariencia sólida y tangible que le prestan fuerzas invisibles —prosigue Orlinski—, la vida material de Stanislaw Lem constituye ante todo un umbral, la antesala de un misterio (...) escribir sobre Lem implica seguir sus pasos para recorrer tiempos y lugares de los que nunca hemos tenido conciencia tangible, pero cuya impronta en su imaginación y la nuestra ha sido sustancial”.
En la literatura de los escritores realistas fructifican los secretos, los anhelos, los desengaños y las reflexiones que les suscita el universo en que viven. Para la literatura de los escritores de ciencia ficción, dichos aspectos constituyen tan solo la semilla de un proyecto imaginativo abierto a la probabilidad de vida
Si lo más interesante en el relato de la vida de cualquier escritor atañe a sus desvelos por explicarse a sí mismo esa vida y brindarle un sentido extraordinario a través de la literatura, ¿qué sucede cuando los argumentos del autor se corresponden con los de la ciencia ficción? Como cuenta Wojciech Orlinski en Una vida que no es de este mundo, hasta para un escritor de talante marxista e intelectual como Stanislaw Lem, poco amigo además de que se tasaran sus obras en base a la codificación genérica de la ciencia ficción auspiciada por la industria cultural estadounidense, un título tan popular como Edén (1959) ejercía al mismo tiempo como “artefacto revelador sobre aspectos de la vida de Lem que nunca quiso tratar de viva voz, una magnífica novela de ciencia ficción, y un entretenimiento puro”. En la literatura de los escritores realistas fructifican los secretos, los anhelos, los desengaños y las reflexiones que les suscita el universo en que viven. Para la literatura de los escritores de ciencia ficción, dichos aspectos constituyen tan solo la semilla de un proyecto imaginativo abierto a la probabilidad de vida, de nuestras vidas, en configuraciones diferentes del universo.
Literatura
Stanislaw Lem: cartografía de un universo de azar, desconcierto y fantasía
El escritor polaco Stanislaw Lem tomó la ciencia ficción como terreno de referencia, pero también cultivó el género negro, la novela realista o el ensayo. Su obra es un monumento a la sed de conocimiento y a la imposibilidad de alcanzarlo, a la preocupación ética y al pesimismo respecto al presente y futuro del ser humano.
Resulta elocuente que uno de los grandes nombres del género, Arthur C. Clarke —autor de las sagas Una odisea espacial (1968-97) y Cita con Rama (1973-93)— titulase sus memorias como lector de ciencia ficción, editadas en 1989, Astounding Days: A Science Fictional Autobiography. Es decir, Clarke consideraba su disfrute juvenil de Astounding Stories y otras revistas pioneras, así como los cuentos que escribiría más tarde para dichas cabeceras, una autobiografía cienciaficcional en toda regla. Como Lem, Clarke se sentía un escritor plenamente realista cuando dejaba volar su imaginación “a partir de los avances tecnológicos de que tenía noticia, los relatos que caían en mis manos, y mis experiencias como adolescente apasionado de la astronomía, los fósiles y el día a día en la granja donde crecí”. Astounding Days: A Science Fictional Autobiography representó además para Clarke una oportunidad de subsanar el déficit de biografías y autobiografías que presidía a su juicio el ámbito de la literatura de ciencia ficción hace treinta años, salvo por lo debido a “fans entusiastas del género con un background periodístico o literario escaso y un respeto reverencial por el escritor de que se trate, cuyos trabajos suelen desembocar en tiradas simbólicas a cargo de editoriales pequeñas”.
No puede decirse que el panorama en la actualidad sea más halagüeño, en particular por lo que respecta a las traducciones al castellano. Arthur C. Clarke, sin ir más lejos, ha sido objeto tan solo de una biografía hasta la fecha, Visionary: The Odyssey of Arthur C Clarke (2012), escrita con espíritu minucioso (y acrítico) por un divulgador sin demasiado renombre, Neil McAleer. Otro autor clave, Robert A. Heinlein, a quien debemos Tropas del espacio (1959) y La luna es una cruel amante (1966), ha tenido que esperar a la presente década para merecer una biografía, Robert A. Heinlein: In Dialogue with His Century (2010-16), desplegada eso sí por William H. Patterson, Jr. en dos voluminosas entregas que tampoco han escapado a las críticas por su carácter hagiográfico. Heinlein, autor polémico por las derivas que experimentó su pensamiento a lo largo de los años, ya fue víctima apenas fallecido de un retrato equívoco con Grumbles from the Grave (1989), recopilación cronológica de apuntes, cartas y ensayos fragmentarios editada por su viuda, Virginia Gerstenfeld. Uno de los mejores amigos de Heinlein, Frederik Pohl, calificó Grumbles from the Grave de “innecesario lavado de cara”.
Pohl, firmante de la multipremiada Saga de los Heechee (1977-2004), sabía bien de qué hablaba: él mismo había publicado en 1979 una de las vidas de otro mundo más inspiradas en la historia de la ciencia ficción: The Way the Future Was, memorias como fan, escritor, agente literario y editor que tuvieron origen asimismo en la recolección de textos anteriores, si bien Pohl acertó a resignificarlos para dar cuenta de cómo “leer desde los diez años toda la ciencia ficción que pude encontrar hizo que me estallase la cabeza y cambiase para siempre mi percepción de las cosas”. A falta de más biografías y autobiografías ortodoxas —como las centradas en Hugo Gernsback, Frank Herbert, Judith Merril, Jack Vance o Harlan Ellison—, las recopilaciones de ensayos ya publicados con las que se pretende brindar a los lectores una idea total del autor o la autora correspondiente han hecho fortuna: Ursula K. Le Guin es el epicentro de Contar es escuchar: Sobre la escritura, la lectura, la imaginación (2018) y Conversaciones sobre la escritura (2020); Silent Interviews: On Language, Race, Sex, Science Fiction, and Some Comics (1995) gira en torno a Samuel R. Delany; y Conversations with Octavia Butler (2013) y A Handful of Earth, A Handful of Sky (2020) tienen como protagonista a la autora de la Trilogía Xenogénesis (1987-89) e Hija de sangre y otros relatos (1996).
Literatura
Literatura Después de la distopía: los días del futuro pasado que imaginó Octavia E. Butler
En cualquier caso, lo cierto es que la ciencia ficción ha sido uno de los géneros más influyentes en la cultura del siglo XX y lo que llevamos del XXI, pero no existen biografías ni autobiografías de sus artífices que puedan considerarse clásicos literarios. Quizá los lectores tradicionales del género hayan estado más interesados por las fantasías de sus autores preferidos que por sus realidades, aunque, como puede apreciarse, unas y otras sean la cara y la cruz de una misma divisa creativa. Puede que los escritores que han consagrado sus talentos a la ciencia ficción fueran modestos y no pensasen ni en reflejar sus vivencias por escrito, ni en animar a otros a que lo hiciesen, aunque contemos con excepciones tan sonadas a esta aseveración como el prolífico y vanidoso Isaac Asimov, cuyas Memorias (2002), ampliadas y corregidas a lo largo de los años, se hallan entre los pocas citadas en este artículo que han sido editadas en castellano. Cabe por último la posibilidad de que, pese al reconocimiento en apariencia creciente de la ciencia ficción en las últimas décadas, el análisis de la vida y obra de sus creadores haya tenido lugar sobre todo si su perfil encajaba en determinados parámetros políticos, culturales y académicos. Véase al respecto el estudio sobre Joanna Russ escrito en 2019 por Gwyneth Jones y publicado por la Universidad de Illinois.
Hay dos maestros del género que han despertado una fascinación reiterada en biógrafos de todo tipo y condición, en buena medida porque las vidas de ambos propician reflexiones muy fructíferas en torno a la tensión entre realidad y (ciencia) ficción: H. P. Lovecraft y Philip K. Dick
Hay, sin embargo, dos maestros del género que han despertado una fascinación reiterada en biógrafos de todo tipo y condición, en buena medida porque las vidas de ambos propician reflexiones muy fructíferas en torno a la tensión entre realidad y (ciencia) ficción. El primero es, por supuesto, H.P. Lovecraft, cuya literatura se erigió en sublimación excepcional de una personalidad problemática. Entre las muchas aproximaciones biográficas a Lovecraft nos gustaría destacar por su carácter antagónico las de L. Sprague de Camp y Michel Houellebecq. Sprague de Camp, escritor convencional de ciencia ficción y firmante de una autobiografía anecdótica, Time & Chance: An Autobiography (1997), reconoce en el prólogo de su biografía sobre Lovecraft que “no pretendo comprenderlo (…) Sus muchos errores y desventuras me producen un sentimiento de líbreme-Dios”. Su repaso a la vida y obra del creador de los Mitos de Cthulhu está guiado pues por una curiosidad que deviene extrema lucidez a la hora de descifrar qué significa la vida para un escritor de fantasía, terror y ciencia ficción: “El escritor medio no es un tema muy interesante para una biografía. La mayoría se pasan los años tecleando. Eso no quiere decir que encuentren la existencia aburrida. Los entusiastas de su oficio están siempre embarcados en fascinantes aventuras y descubrimientos (…) que exponen sus procesos mentales y sus experiencias emocionales”. Michel Houellebecq está lejos de sentir por Lovecraft la mera curiosidad de L. Sprague de Camp. Su exploración de la obra del escritor estadounidense se caracteriza por una empatía honda y una constatación: “Un ser humano que no consiguió vivir logró, en cambio, escribir bajo la presión de una fuerza interior devoradora relatos auténticos, vibrantes como un conjuro y precisos como una disección. La existencia de Lovecraft, que amenazaba con quedar reducida a una serie de desengaños triviales, dio lugar a una celebración invertida, especular”.
El otro autor de ciencia ficción sometido a un escrutinio constante es Philip K. Dick —El hombre en el castillo (1961), Ubik (1966), Una mirada a la oscuridad (1973)—, cuya concepción del género surgió, con los filtros imaginativos justos, de la ansiedad y paranoia con que experimentaba nuestro principio de realidad, agravadas con el tiempo por su abuso de las anfetaminas. El interés por Dick es inagotable, como pone de manifiesto la publicación en nuestro país de En busca de Philip K. Dick (2010), en el que la primera esposa del escritor, Anne Rubenstein, relata “cómo vive un escritor, y cómo influyen sus derivas emocionales en la gente de su entorno”; y de Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (1993), una biografía atípica que solo podía idear, como sucede entre Lovecraft y Houellebecq, otro escritor: Emmanuel Carrère, que da forma a un laberinto estilístico entre el ensayo y lo novelado, entre la vida de Dick y la suya propia, que niega al lector vías de escape ilusorias: “Si creemos que cuanto nos sucede tiene un significado, también acabamos por pensar que tiene una intención, que responde a una trama, y entonces pasamos a preguntarnos quién la ha tramado…”.
Literatura
Philip K. Dick, entre la paranoia y el antibelicismo
Hemos dejado para el final tres libros que, de un modo u otro, dan una vuelta de tuerca al concepto de vidas de otros mundos. La revolución feminista geek (2016), de Kameron Hurley, es una miscelánea conjugada en primera persona de artículos previos, experiencias personales y consejos que ejemplifica un cambio de sensibilidad en torno al paradigma (auto)biográfico: Hurley opone a los vínculos abstractos que los autores tradicionales tendían a establecer entre vida, ciencia ficción y literatura un espíritu reivindicativo y un pragmatismo notable. En el extremo opuesto del espectro nos topamos con C.M. Kornbluth: The Life and Works of a Science Fiction Visionary (2010), semblanza de una figura fundamental para entender el tránsito de la llamada Edad de Oro de la ciencia ficción a su madurez como género literario en los años cincuenta; el autor, Mark Rich, consagra la segunda mitad de su biografía a interpretar la ficción de Kornbluth como proyección de una personalidad escindida a todos los efectos, que ejerció como sombra y reflejo de su cotidianidad. Las paradojas se multiplican en el caso de James Tiptree Jr., sobrenombre literario de la escritora, artista y agente de la CIA Alice B. Sheldon. La biografía de Julie Phillips sobre Sheldon trata de indagar en una vida de múltiples facetas y concluye que la psicología, la fotografía, la pintura y hasta su servicio para las autoridades estadounidenses —como militar primero y como espía después— respondió a un deseo recurrente de ser nadie o, dicho con otras palabras, de vivir sin rendir cuentas nunca a los demás, en mundos que escapaban al control del otro. Un deseo satisfecho en mayor medida si cabe cuando Sheldon escribía ciencia ficción: “me siento frente a la máquina de escribir y de inmediato accedo a una vida secreta. No la vida secreta propia de una agente del gobierno o una artista con seudónimo. Una vida secreta REAL”.