Extractivismo
Cuando el sacrificio nos toca de cerca

Leyendo los planes de la Unión Europea y su nuevo Plan de acción sobre materias primas fundamentales, vemos cómo se apuntala la minería dentro de las propias fronteras de Europa para poder conseguir un abastecimiento interior de minerales estratégicos, necesarios entre otras cosas, para las baterías de coches eléctricos y las energías renovables.
Lo denominan “autosuficiencia energética y productiva” y para conseguirlo pondrán toda su artillería a funcionar: la económica, a través de los Fondos Europeos de Recuperación -lo titulan en su Plan de acción como “criterios de financiación sostenible para los sectores minero, extractivo y de transformación”-; la política, a través de las presiones a los gobiernos y la pérdida (aún mayor) de soberanía popular- de nuevo eufemísticamente lo califican como “alianza europea sobre materias primas, impulsada por la industria”; y la social, aprovechando lugares castigados por la precarización del sector agroganadero, el desempleo y la emigración.
A nivel cultural, nos venden el progreso y las bondades de “subirnos al tren del desarrollo”, hablan con términos como resiliencia, convertir los retos en oportunidades, realizan grandes campañas de publicidad..., ocultando todas las consecuencias negativas de los proyectos, encubriendo las ganancias y privilegios para la industria extractivista y los grandes fondos de inversión especulativos. Nos esconden que, detrás de ese sacrificio, no está el bien común, la lucha contra el calentamiento global u otros objetivos loables, sino el enriquecimiento, aún mayor, de multinacionales, y a su vez, el mantenimiento de un modelo de consumo y crecimiento sin límites, remasterizado de verde y con el sello ECO.
El término “Zonas de sacrificio”, surge en los años setenta en Estados Unidos, a partir de la contaminación por minas de carbón y los efectos de las armas nucleares en la Guerra Fría (Lerner, 2010). Más adelante se apropió y redefinió el concepto en América Latina, como “localidades que concentran prácticas ambientalmente agresivas, donde residen principalmente poblaciones de baja renta que están mayormente expuestas a riesgos ambientales, debido a la tendencia a la instalación de emprendimientos con alto potencial contaminante” (Feminismo Popular y Territorios en Resistencia).
La palabra sacrificio viene del latín “sacra y facere”, que significa “llevar a cabo los ritos sagrados”. Cuando hablamos de zonas de sacrificio, lo sagrado es el mercado, lo sagrado es seguir manteniendo un sistema económico en el que una parte muy pequeña de la población se enriquece cada día más, mientras que a una inmensa mayoría les sacrifica sus territorios, sus cuerpos y sus vidas.
A las mujeres, a las personas que trabajan en el campo, a quienes viven en zonas rurales, a las precarizadas y precarizados, a quienes han tenido que migrar, a quienes viven en territorios neocolonizados y empobrecidos, ya nos tocaba de cerca esa exigencia de sacrificio… nos llevan educando en él durante cientos de años, tanto, que muchas veces nos conformamos con vivir vidas llenas de sacrificio, pensando que “es lo que hay”.
Han conseguido y consiguen que lo naturalicemos, y se nos olvida preguntarnos para quién y para qué se nos exigen esos sacrificios. Nos marean y manipulan con tanta fuerza que muchas veces vemos como parte de una solución a quienes en gran parte son responsables del problema. Como nos contaba Erika González de OMAL en la entrevista que le realizamos el pasado 11 de marzo “Se considera a las corporaciones y multinacionales como agentes fundamentales del desarrollo y del bienestar, de manera que no se las asocia con la profundización de la desigualdad y el crecimiento de la pobreza, sino que se las asocia con la creación del empleo, el crecimiento económico y el progreso.”
Para ser menos manipulables necesitamos, como en las tareas infantiles, aprender a unir los puntos, para poder visualizar y entender el cuadro completo. La exigencia de resignación y abnegación unida al sacrifico, está ligada al control social, que a su vez no se entiende sin la marginalización y la exclusión de una parte importante de la sociedad.
Para entendernos:
Sin un gran número de personas, que creen que su valía se basa en sus trabajos remunerados y que tienen miedo a que, si no consiguen un sueldo, pueden caer en la marginalidad, a las que además se les ha coartado la posibilidad de desarrollarse de otra forma que no sea un empleo; sin muchas personas que pensamos demasiadas veces, que si nos esforzáramos más y más podríamos tener cabida y ser felices en esta economía; sin una sociedad que estigmatiza a quienes menos tienen, que culpa de su pobreza a quienes la sufren, al mismo tiempo que idolatra a empresarios y empresarias de éxito; sin un mundo, que quita valor a la naturaleza, que vive de espaldas a su propia ecodependencia, que utiliza términos como sostenibilidad, resiliencia, ecológico, vaciándolos de sentido, que tiene una mirada cortoplacista y que se despreocupa de qué dejaremos a otras generaciones (desertificación, tierras infértiles, residuos contaminantes...). Sin todos estos puntos, que están unidos entre sí, sería impensable que se aceptaran proyectos extractivistas como los que están planificando para Extremadura. Serían rechazados, aquí y en otras partes de la tierra.
Los discursos del odio, que en la actualidad indignan -con razón- a gran parte de la sociedad, no son sólo los abiertamente fascistas, los discursos del odio también son aquellos que nos hacen pensar que unos territorios, unas personas y unos cuerpos valen menos que otros, y que justifican y exigen sacrificios a quienes infravaloran, para que la rueda económica y social en la que estamos viviendo siga en movimiento.
¿Cómo nos salimos de este papel que se nos ha asignado? En primer lugar, creemos que es fundamental repensarnos, tanto individual como colectivamente, como pueblos, como regiones, preguntarnos hacia dónde nos gustaría ir, darnos el permiso de soñar.
Prometer que por entrar en la economía globalizada sacrificando zonas y vidas, va a mejorar la calidad de vida en nuestra región es una falacia. Si la Unión Europea llega a ejecutar sus proyectos, con el beneplácito de una parte de la sociedad al más puro estilo “Bienvenido, Mister Marshall”, continuaremos en la línea de la “Extremadura Saqueada” (Coord Gaviria, Naredo y Serna. Ruedo Ibérico, 1978) o, como lo denominó André Gunder Fran en 1966 y recupera Ángel Calle Collado, el sangrante desarrollo del subdesarrollo.
Tenemos la oportunidad de cambiar nuestra mirada. Nos acercamos, aunque sin desearlo, a las consecuencias que nuestro modelo de desarrollo causa en otras zonas del planeta, problemáticas que o se nos ocultan o no queremos ver. No se trata de liderar luchas al estilo NIMBY “Not In My Back Yard” (No en mi patio trasero), se trata de ser consciente de las consecuencias que tiene un modelo económico, un modelo de consumo y un modelo de éxito, que naturaliza el despojo de otras personas y lugares.
Se trata de replantearnos el modelo de movilidad que queremos, repensar nuestras vidas para que cada vez dependan menos de un empleo o un consumo vinculado a una multinacional, y que cada vez valoremos más los trabajos que mejoran nuestra salud, que nos alimentan, en los que no tenemos que autoexplotarnos para llevarlos a cabo.
Se trata de que no utilicen nuestras miserias para conseguir generar conflictos entre nosotras y nosotros mismos. Necesitamos alianzas, diálogo, necesitamos escucharnos, pensar juntas y juntos, con quienes piensan igual y diferente, es fundamental “la convivencia con los diferentes para que se pueda luchar mejor contra los antagónicos” (Paulo Freire. Pedagogía de la Esperanza, 1992).
Hay que ser conscientes de que no podemos cambiar tanto en poco tiempo, pero tampoco se nos puede olvidar que si hipotecamos nuestro futuro, nos negamos toda posibilidad de soñarnos de otra forma, nos negamos la posibilidad de la esperanza. Y esa posibilidad, todavía está en nuestras manos.
Artículo elaborado para el proyecto “Una mirada a la construcción de acciones transformadoras: Vinculación de causas locales a causas globales y articulación de propuestas y alternativas basadas en la sostenibilidad de la vida”, con reflexiones extraídas del proyecto “Por un ODIO me entra, por otro… nos salimos”, ambos financiados por la AEXCID- Junta de Extremadura.
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