Opinión
Cataluña y los dolores de cabeza de la dirección de Podemos

La intervención de la dirección de Podemos en el procés ha ido en la línea de limitar el alcance democrático del movimiento —el actual y el potencial— cuando debería haber reforzado sus componentes solidarios y progresista.

huelga general catalana democracia
Ione Arzoz Imagen de las protestas de la huelga general catalana, el 3 de octubre en Barcelona.
10 nov 2017 17:31

¿Cómo puede ser que las movilizaciones democrático-radicales (por desgracia, no socialistas) europeas más importantes de los últimos años, le hayan causado tantos dolores de cabeza a la dirección de Podemos, en vez de una exultante alegría? Hablamos de un movimiento espoleado por la reivindicación del derecho a decidir más que de una afirmación nacionalista y de reivindicación de identidades predefinidas (aunque este componente no haya estado totalmente ausente).

Precisamente, el primer fracaso de la dirección de Podemos ha sido que no comprender este hecho y, de ese modo, verse incapacitada para combatir la propaganda interesada del entramado del poder que lo ha caracterizado como expresión de un nacionalismo egoísta. Cierto: no ha ayudado la escasa preocupación de los dirigentes del Procés (también de la CUP), por como eran percibidas sus reivindicaciones fuera de Cataluña. Una expresión de terrible miopía política.

La explicación más simple —principio de Ockham—, es que la incomodidad de la dirección de Podemos deriva de su desconfianza y desapego de los movimientos populares masivos, y de su temor inconsciente a los centenares de miles de personas que, sobre todo a partir del 20 de septiembre, desbordaron el perímetro de juego político para marcar el ritmo (¿y el recorrido?) del Procés. A partir de ahí, la intervención de la dirección de la formación de la “nueva política” ha ido en la línea de limitar el alcance democrático del movimiento —el actual y el potencial— cuando debería haber reforzado sus componentes solidarios y progresistas. El referéndum pactado como condición inexcusable es la expresión más clara de esa renuncia a la defensa consecuente de la democracia: quienes reclaman el derecho a decidir deben acordarlo con quienes niegan ese derecho. El poder constituyente debe negociar con el poder constituido su derecho a existir. Un imposible.

Por supuesto, no se trataba de caer en aventurerismos o de llevar al movimiento por el derecho a decidir a estrellarse, en su incapacidad para generar consensos sociales amplios que incluyeran a federalistas/confederalistas, y frente a la brutalidad previsible del gobierno del PP y del estado autoritario del que es cabeza visible. Pero eso no requería soluciones procedimentalistas salomónicas, sino incidir y ampliar el carácter democrático del movimiento hacia reivindicaciones en torno al proceso constituyente y al modelo de país en el que queremos vivir.

Podemos ha demostrado dos vectores políticos preocupantes: la alergia a los movimientos autónomos y activos , y la obsesión por las dimensiones mediática y electoral

Es lamentable la equidistancia de Podemos (y de la mayoría de los Comunes) entre un sector amplísimo de la población movilizado democráticamente y los partidos del Régimen. Estos últimos, además, han logrado activar a sus bases sociales en Cataluña, logrando incluso la participación de algunos sectores no derechistas ni reaccionarios —parte de la izquierda—, fruto de los errores del Procés, que ha ignorado a capas sociales centrales. En este sentido, situar la independencia en el centro y no un proceso constituyente ha sido clave.

Probablemente, el refugio en la consigna del referéndum pactado y la actitud equidistante son fruto de la incapacidad para afrontar una discusión entre iguales con el bloque soberanista, el decalage identitario entre Cataluña y el Estado español. Era la única manera que encontraron Pablo Iglesias y su equipo para responder a la presión del patriotismo reaccionario de la España Una, Grande y Libre. De hecho esa tierra de nadie junto con toda la jerga sobre la multinacionalidad y la “apuesta por rehacer los lazos entre los diferentes pueblos”, es todo lo lejos que han podido llegar. Sin embargo, cualquier sutura territorial o nueva Multiespaña requiere, en primera instancia, el ejercicio del derecho a decidir en Cataluña y otros lugares.

No diré que la respuesta era fácil ni que el “temblor de piernas” fuera evitable, pero a los maestros de la comunicación política se les podía haber ocurrido un relato menos pobre y timorato. Por desgracia, todo lo anterior ha demostrado dos vectores políticos preocupantes: la alergia a los movimientos autónomos y activos —mejor electores y admiradores—, y la obsesión por las dimensiones mediática y demoscópico-electoral. El problema es que la praxis política genera contradicciones, pero lidiar con ellas no siempre es posible tomando la calle del medio. Si en los momentos desfavorables del presente no se es capaz de mantener la cabeza alta y el discurso claro será muy difícil cambiar la inercia en el futuro.

Y, ahí, entra Podem Cataluña que, galvanizado por la situación va situándose en el movimiento, sobre todo desde el 1-O, y asume su compromiso, empezando a hacer propuestas en función de lo cree que demandan los centenares de miles de catalanes que luchan por la democracia y contra a la represión, o que simplemente demandan que se pueda ejercer el derecho a decidir. Eso sí, esas propuestas, que no descartan colaborar con organizaciones independentistas —lógicamente sin asumir su credo— suponen asumir riesgos políticos en el resto del Estado, lo cual lleva a Pablo Iglesias a intervenir Podem Cataluña. No se puede tolerar una dirección territorial autónoma. La concepción patrimonialista del partido que proyecta todo el proceso es alarmante. Y, por cierto, está intervención ha necesitado de la complicidad de la dirección de Catalunya en Comú, cuya actitud es también muy reveladora de los aires que corren en su interior.

En suma, la crisis catalana era un test para comprobar la naturaleza de Podemos: ¿un partido con vocación democrática y participativa —internamente y con relación a la sociedad— o, simplemente, una estructura de poder donde priman los intereses del aparato, con una pluralidad organizativa menguante, poco debate y nulo respeto a la autonomía de los territorios? Es hora de extraer conclusiones claras.

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