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Se celebra este sábado 19 de diciembre el centenario del nacimiento del poeta extremeño Manuel Pacheco. Como homenaje a la figura de este insigne creador quiero, desde este estrado, reivindicar su memoria y su poesía.
“De alguna nube del color del aire
he venido al desierto de la tierra.
De las manos humildes de mi padre...
[...] hombre que me miraba como si mi tristeza fuera un rayo de sol [...]
[...] hombre que me dejó la soledad y que maté con mi palabra:
–Padre, cógeme almendras de ese árbol.
La muerte lo esperaba y al bajarse del árbol se mató,
lo mataron queriéndolo dormir
para operar la herida de su pierna.”
Extracto de Poema para romper el sueño.
Nunca fue tan determinante un puñado de almendras en la vida de una persona como en el caso de nuestro poeta. Su madre, viuda y con cuatro hijos, pretendió por todos los medios a su alcance mantenerlos unidos bajo su protección, intento éste imposible de llevar a cabo en aquella época en que el país estaba inmerso en la dictadura del general Primo de Rivera y en la que la protección a los más débiles brillaba por su ausencia, sobre todo en la periferia de aquella España de todos los demonios.
“No tengo ninguna clase de estudios; fui muy poco a la escuela, pues comencé a trabajar desde muy niño. Pero desde los ocho años leo todo lo que cae en mis manos”
Así, con siete años, sus frágiles huesos se dieron de bruces contra las paredes de un lúgubre hospicio en Badajoz. A partir de ese instante, una soledad interior le acompañaría por siempre. En su autobiografía, declara Manuel Pacheco: “No tengo ninguna clase de estudios; fui muy poco a la escuela, pues comencé a trabajar desde muy niño. Pero desde los ocho años leo todo lo que cae en mis manos”.
Este párrafo de su biografía me traslada a una de las varias conversaciones que tuve la fortuna de compartir con él. Hablábamos de los posos que deja la lectura y de la trascendencia de esta a la hora de crear. “Eladio, hay que leer y leer y leer, toda lectura es poca,” comentaba, “desde pequeño yo leía todo lo que caía en mis manos, recuerdo incluso leer libros en francés y no, no sabía lo que decían esos libros, pero yo leía por el placer de leer”.
Manuel Pacheco nunca tuvo prisa por publicar. Me decía que si lo que alguien escribía merecía la pena de ser editado, el texto se daría mañas para saltar del cajón en el momento oportuno de caer en manos de alguna persona capaz de reconocer la calidad del mismo. Me comentó que su primer libro (Ausencia de mis manos) tardó más de nueve años en publicarse, y ello sucedió en 1949 gracias a un grupo de amigos que se preocuparon para que este libro viese la luz.
¿Por qué poeta de los olvidados?
¿Quién como Manuel Pacheco escribió a esa clase social a la que a nadie parece importarle? Él era un firme defensor de los recitales, consideraba la poesía como un nexo entre el poeta y el pueblo que permitía acercar la cultura a la gente en los pueblos. El tema de la iniquidad social es evocado constantemente en su obra, donde el pueblo llano y sus penurias son mencionadas con perseverancia.
“Hombre con el estómago hundido por el hambre,
con la cara abrasada por el sol de los campos
o el brillo de las máquinas [...]
[...] parece que las casas de madera gritan pidiendo pan
y gritan los harapos…”
Del poema Hombre.
“Guardia civiles montados con los sables desnudos
herían las penumbras [...]
[...] detras venía la imagen de Jesús llevada por el pueblo
y las mujeres descalzas y hambrientas de hambre de pan y de luz [...]
[...] Y delante,
con su escoba y su espuerta y su pala
el triste barrendero recogía los lentos cagajones.
De Poema en forma de barrendero.
“Es la poesía de Manuel Pacheco caótica y clarividente, entre inocente o turbia, entre impura y bella, no ajena al fenómeno social, al dolor del pueblo; entre desgarrada y tierna”
Hay un poema en la obra de Manuel Pacheco que me emociona especialmente cuando lo leo y que me recuerda mucho a Las abarcas desiertas de Miguel Hernández. Se trata del Romance del hombre que buscaba su infancia:
Miras la imagen de un niño
que hace mucho se te ha muerto
y lo buscas por la noche
en la luz de tus recuerdos.
Almacenes de consumo
para consumir esfuerzos.
Trabajas mientras consumes
y así te vas consumiendo.
Mueles el trigo del alba
y el trigo del sentimiento
y se te quedan los días
sin agua para beberlos.
El niño recuerda triste
escaparates de un tiempo
que escondían los juguetes
para niños con dinero.
Y hoy te queda la tristeza
de mirar en los espejos
el caballito de palo
del niño que se te ha muerto”.
Pacheco fue, también, un humanista preocupado por el sufrimiento de sus congéneres y un ecologista convencido de la importancia de cuidar el medio ambiente.
“Después de la bomba de Hiroshima
y de las pruebas atómicas que envenenan
el aire de la tierra:
¿Vamos a creer en los peces de colores? [...]
[...] Si se grita ¡Paz, Paz, Pazzz! y se gastan billones
en máquinas de guerra:
¿Vamos a creer en los peces de colores?
Si el hambre mata a millones de personas
y los mercados de las grandes naciones
arrojan al mar los alimentos:
¿Vamos a creer en los peces de colores?”
De Los peces de colores.
No fue ajeno tampoco a la política y tenía claro cual era su lugar.
“Por la boca muere el pez,
dice un dicho con anzuelo.
La boca esclaviza al hombre.
El hambre pinta esqueletos
***
Antes vestías de orgánica
y ahora viste de Inorgánica.
Con los modistos de siempre
no puede haber Democracia.”
Del libro Las noches del buzo.
Fue Manuel Pacheco un poeta tachado de irreverente por las altas esferas culturales; su poesía disparaba directamente a la conciencia:
“[...] yo pronuncio palabras esterqueras
y oraciones de cuervos reventados
contra el manto nupcial de los poemas;
yo digo que fue un borro que dormía
junto a la sombra-niña de esa pena.
Junto al frío y al hambre de ese niño
que no supo que el mundo es una mierda.”
Sería injusto catalogar la obra de Manuel Pacheco como meramente social. Si bien es cierto que es lo que en su obra prepondera, no podemos obviar la vasta creación de poemas surrealistas de un esteticismo impecable, con metáforas de una belleza que roza lo sublime.
“A la pared del pasillo
le nacen manos de arena.
Un ojo nace en mi frente
y un árbol en mi cabeza.
Enfermas de mariposas
las miradas me navegan
y amanecen mis pupilas
con golondrinas de yerba.
En la voz de una mujer
se murieron las cigüeñas.”
La poesía de Pacheco ha caminado siempre por el alambre azul del embeleso, profundizando en la estética pero sin renunciar a utilizar las palabras que utiliza el pueblo llano.
Dice el poeta y crítico literario Juan Ruiz Peña: “Es la poesía de Manuel Pacheco caótica y clarividente, entre inocente o turbia, entre impura y bella, no ajena al fenómeno social, al dolor del pueblo; entre desgarrada y tierna.”
El escritor Camilo José Cela le dedicó un elogioso artículo en estos términos:
“Manuel Pacheco es un poeta a contrapelo, un poeta en cueros vivos que desprecia cualquier suerte de escudos y parapetos, de trincheras y otras argucias para salir con bien de la dura lucha a muerte que el poeta –por definición– tiene planteada con la vida misma. Ser o no ser es hoy la única patente que señala al poeta y a su obra. Es posible –y lo digo tentándome la ropa– que no pueda concebirse ya la poesía si no va lastrada de independencia y hurras desgarradores por la independencia. Ha pasado ya el tiempo –gracias sean dadas a los clementes dioses– de los poetas domésticos y obedientes que sonreían ante el prócer que les daba de comer y la dama que les daba de palpar (y con cicatería)”
Y yo, en este su centenario, no puedo estar más de acuerdo con ambos comentarios.
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Que hermosas poesías llenas de verdad y de justicia para el pueblo sometido y torturado. Nunca lo había leído. Gracias por compartirlo y sacarlo del olvido. Un Gran poeta noble y humano.