Pensamiento
“En nuestra sociedad hay muy poco deseo y mucha obediencia a los mandatos de rendimiento y productividad”

Amador Fernández-Savater vino a Donostia a finales de marzo para presentar su nuevo libro, ‘Capitalismo libidinal’, pero una visita breve puede dar para mucho. Le entrevistamos justo antes de que volviera a Madrid, hilando entre política, psicoanálisis, deseo y atención.
Amador Fernández Savater 1
Amador Fernández Savater. Foto: Ibai Arrieta
Artículo publicado originalmente en euskera en Argia
29 may 2024 06:32

Investigador independiente, activista, editor, “filósofo pirata”, Amador Fernández-Savater, (Madrid, 1974) ha co-dirigido Acuarela Libros y la revista “Archipiélago” y participado activamente en diferentes movimientos colectivos (estudiantil, antiglobalización, copyleft, “no a la guerra”, V de Vivienda, 15-M). Recientemente ha publicado Habitar y gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política (Ned Ediciones, 2020) y ha coordinado junto con Oier Etxeberria la compilación El eclipse de la atención (Ned Ediciones, 2023). Sus diferentes trabajos pueden consultarse en www.filosofiapirata.net.

Conversamos sobre su último libro Capitalismo Libidinal (Ned Ediciones, 2024) tras su presentación en Donostia, en una entrevista que hila entre política, psicoanálisis, deseo y atención.

Para empezar te quería preguntar sobre el punto de partida del libro, que está formado por materiales de diversos tipos. ¿Cómo surge?
Hay una apuesta por el libro como tecnología, una tecnología poderosísima. ¿Qué quiero decir? Uno va publicando, la gente lee suelto y rápido en las redes. Está muy bien, hay muchos textos de intervención en el presente, en los debates del presente. Pero hacer un libro es otra cosa, hay un trabajo de reunión y reorganización, uno se da cuenta de cómo insisten una y otra vez problemas y obsesiones, de cómo se reenvían unos a otros. El título permite la articulación. El material se lee de otra forma.

Es cierto que hay unos hilos que subyacen aunque se trate de una diversidad de textos.
Me doy cuenta de hasta qué punto he ido haciendo los últimos años una investigación en torno a este punto de cruce del deseo y el capital. No es un tema que me interese, sino un problema que me daña y me duele. Se investiga lo que para uno es problemático.

Esa investigación se puede organizar en tres líneas, que son las que propone el libro: por un lado la antropología neoliberal, qué hace el capital a nuestro deseo y cómo eso nos daña; por otro la cuestión de las políticas del deseo: cabe desenganchar nuestro deseo del capital, disputar con el capital en términos de deseo, de otras vidas más deseables; y por último la pregunta sobre la actual derechización del malestar, ¿cómo es posible que la derecha conecte hoy con los malestares que provoca el mismo sistema que ella defiende?

Hay un enganche al mandato (que no deseo) capitalista de rendimiento, de productividad, de visibilidad, de competencia

¿Me puedes contar un poco más sobre el título? ¿Qué sería esto del capitalismo libidinal?
El título retoma un concepto de un libro que para mí ha sido una obsesión, Economía libidinal de Jean-François Lyotard (1974), un texto muy imposible, muy genial, muy delirante. Hay un homenaje. Ese concepto propone lo siguiente: hay que complementar el análisis político, el análisis de la economía política, el análisis geopolítico, con un planteamiento libidinal, es decir, que se pregunte qué pasa con nuestro cuerpo, qué pasa con nuestro deseo, qué pasa con nuestras heridas. No solo somos víctimas del capital, sino de alguna manera también sus agentes reproductores. Porque hay un enganche al mandato (que no deseo) capitalista de rendimiento, de productividad, de visibilidad, de competencia. ¿No podríamos pensar en las transformaciones políticas sociales porque no son capaces de tocar el plano libidinal?

Durante la presentación en la librería Kaxilda te preguntaron sobre la cuestión del duelo, la necesidad de hacer duelos también en los proceso políticos.
Hay un diálogo posible entre psicoanálisis y política, un diálogo difícil, lleno de malentendidos. Ni siquiera sé si ese diálogo es posible, estoy probando. Freud piensa el duelo en términos de elaboración de una pérdida. Hace una distinción entre el duelo y la melancolía: el trabajo de duelo nos reabre al deseo, a la vida, nos hace capaces de amar de nuevo; la ausencia de ese trabajo nos deja en la melancolía, entonces nos quedamos enganchados a la imagen fantasmática de algo que estaba y ya no está, vivimos atados a esa pérdida.

¿Cómo se trasladaría esto a la política?
Creo que a través de lo que mis mayores, digamos militantes de izquierdas de los 70 con los que yo he tenido relación, llamaban “hacer balance”: con respecto a lo que se intentó, ¿cuáles fueron sus potencias y qué límite encontraron? Así, en lugar de repetir los fracasos, nos abrimos a la novedad. O, al menos, como dice la famosa frase de Beckett, a fracasar distinto.

Me parece que es un trabajo con la memoria muy interesante. En La fuerza de los débiles (Akal, 2021), traté de hacer un trabajo de balance del 15M: ¿cuáles fueron sus potencias? ¿En qué momento se agotaron? ¿Con qué límite chocamos? ¿Qué podemos aprender?

También habría que hacer un trabajo de duelo por la revolución, para no quedar enganchados a la melancolía de su ausencia. Hacer duelo no es “pasar a otra cosa”, sino incorporarnos ciertas experiencias, ciertos aprendizajes.

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¿Se hace ese tipo de balance hoy en día?
Yo creo que en las militancias se hace poco. Hay más bien una pulsión neoliberal de abrir y cerrar pantallas. Se busca una rápida sustitución. El problema es que entonces, dice Freud, sólo habrá repetición.

También hay una tendencia a buscar un enemigo externo: las personas trans, las personas migradas...
Me parece que hay una tendencia bastante transversal a la victimización. La victimización, a diferencia de la responsabilización, es una concepción del problema que nos hace objetos que padecen un daño en lugar sujetos capaces de emprender una acción, sujetos implicados en el problema. Y parece que con suprimir a al productor de ese daño, el problema se resolverá.

Yo creo que la extrema derecha es súper hábil para proponer a grandes masas de población que esas crisis que nos aquejan, sea la crisis climática, la crisis económica o la crisis migratoria, no son síntomas de que hay algo que cambiar en nuestros modos de vida, sino que es un daño que un agente malvado está provocando. La figura de la víctima es una figura de delegación, delega la interpretación y la solución de lo que le pasa en un poder fuerte, un poder masculino.

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Amador Fernández Savater. Foto: Ibai Arrieta

¿Por qué?
Hay un texto muy sugerente de Freud que se llama “Análisis terminable e interminable”. Es un texto tardío, él está ya enfermo, ha perdido a un hijo durante la guerra, está perseguido también por los nazis: un momento difícil en su vida. Es un Freud más sombrío, más oscuro. Y hace una constatación que a mí me parece tremenda, dice: “Creo que muchos de mis pacientes no quieren curarse”. Es decir, es más fácil instalarse en el malestar aunque dañe, que emprender un proceso de transformación, de curación, que implica una transformación, una metamorfosis.

Freud da muchas explicaciones sobre esto, pero hay una que me parece muy interesante: el rechazo de la feminidad. El paciente no quiere abrirse, no quiere abrirse a pedir ayuda, a recibir ayuda y a emprender un proceso sin control, sin garantías y en el que no sabes muy bien adónde vas ni qué va a pasar.

Entonces me pregunto, en este cruce arriesgado entre psicoanálisis y política, lo íntimo y lo político, si no hay una esperanza en lo que, por ejemplo Rita Segato, llama política en femenino. No sólo pensada como política de mujeres, protagonizada por cuerpos de mujeres, porque hay hombres en esa sensibilidad y mujeres en la contraria, sino como políticas que no se relacionan con el mundo como un objeto a dominar, sino como una trama en la que estamos inscritos, que nos constituye. Política en femenino como apertura a una trama compleja de lo vivo que nos sostiene. Un cambio civilizatorio, una redefinición casi antropológica.

El libro insiste todo el rato con esto: no hay transformación macro si no hay producción de una humanidad otra. La disputa es antropológica.

La idea interesante de Marcuse sobre las utopías es que no son modelos ideales de futuro, como se entienden a veces las utopías, sino potencialidades

Muchas de las ideas del libro me recuerdan a autoras que están trabajando en la línea de los feminismos, teorías queer, afectos, etc. (Sara Torres, Alicia Valdés…). En particular la idea de “utopía concreta” que recuperas con Marcuse también la trabaja José Esteban Muñoz en Utopía queer. ¿Te suena?
Me he ido a autores del pasado que son los que más conozco, pero creo que el libro me puede permitir entrar en relación con gente que está en una onda similar ahora. ¡Así que me voy con deberes! La idea interesante de Marcuse sobre las utopías es que no son modelos ideales de futuro, como se entienden a veces las utopías, sino potencialidades. La potencialidad está aquí, en el presente, pero al mismo tiempo hay que desplegarla. Me parece una manera bonita de pensar el tiempo del cambio: es un tiempo que nos saca de la instantaneidad, del presentismo de las redes sociales por ejemplo, pero que nos saca también de la simple espera de algo por venir. Esa es la idea de utopía concreta, una potencialidad inscrita en el presente y abierta al futuro.

Mencionaste en la presentación de Kaxilda que has estado trabajando con jóvenes. ¿Me puedes hablar un poco más de ese proyecto?
A través de un proyecto del museo Reina Sofía, he acabado trabajando en dos colegios. Primero el instituto Iturralde al sur de Madrid, ahora el instituto Julio Pérez en Rivas Vaciamadrid.

Fue un verdadero desafío para mí, realmente no estaba acostumbrado a estar con gente joven y la cosa me gustó tanto como me angustiaba. Yo puedo ir a dar una charla en Kaxilda y eso no me angustia, incluso si me critican ya sé más o menos por dónde van a ir, pero tener a 30 chicos y chicas de 14 años enfrente, ¡eso sí que me angustia! Pero la angustia es una señal del deseo, de que algo nos desafía, algo de vida nos está retando.

Empecé haciendo un poco de filosofía a mi manera, filosofía pirata, tratando de dialogar con su experiencia, de que su deseo encuentre un espacio para activarse. Y ahora que ya no puedo seguir en el aula, por cuestiones de tiempo y burocracia, hago un programa de radio con cuatro chicas de quince años, un pequeño espacio para pensar.

¿Qué te ha aportado esta experiencia?
Aprendo tanto escuchándoles... Y me parece que faltan espacios donde poder escucharles. Queremos explicarles a los chicos lo que ellos mismos viven: qué son las redes sociales, qué es el amor en tiempos de tinder, qué pasa con la precariedad, qué pasa con el malestar. Pero ¿y si les escuchamos a ellos, cómo lo viven, cómo lo nombran? Para mí, lejos de encontrarme con los chicos como un problema, una amenaza, lo que yo me encuentro es una inteligencia, una sensibilidad y una novedad que es la que nos puede enseñar a los mayores a no envejecer, a no desconectarnos del presente, a dejar de perorar y empezar a escuchar.

Pero no hay espacios para ese tipo de diálogo.
Me temo que la escuela está edificada sobre una gran ignorancia de los cuerpos. No quiere saber nada de los cuerpos, de lo que puede un cuerpo. Como si el cuerpo no estuviese implicado en el aprendizaje, como si se pudieran impartir contenidos que no interesan a nadie, como si se pudiera entender algo del malestar de los chicos sin escuchar a los cuerpos. El conocimiento no se recibe como una dicha, sino que brota desde dentro. El deseo es lo que lo hace brotar. Faltan espacios donde los chicos sean sujetos y no objetos, donde los chicos estén en el centro y no sean terminales pasivas en una distribución del saber, donde los mayores podamos escuchar cómo ven, sienten y piensan el mundo.

Has mencionado la (falta de) escucha. ¿Cómo se relaciona todo esto con tu proyecto anterior, que tenía que ver con la (falta de) atención?
Hay una frase de Simone Weil que dice: “si hay deseo hay atención”. Es un desplazamiento muy interesante, porque lo que ella está planteando es que la atención hay que pensarla en relación al deseo: si nosotros deseamos algo, estamos poniendo atención. Entonces, en lugar de quejarse interminablemente de que los chicos no ponen atención, habría que preguntarse porqué la escuela no es capaz de suscitar su deseo. ¡El déficit de atención lo tendría la escuela!

Si la escuela fuese un laboratorio para que los chicos pudieran hacer su propio camino de conocimiento, con los profes acompañando, incitando, provocando, pasando referencias, sería muy distinto. El problema no son las tecnologías que nos distraen, sino que no hay deseo. En nuestra sociedad hay muy poco deseo y mucha obediencia a los mandatos de rendimiento y productividad, de éxito y realización.

Suscitar el deseo no pasa porque el profesor haga malabarismos con objetos brillantes para competir con Tiktok. Eso es competir por el entretenimiento. El deseo es otra cosa, tiene un tiempo de proceso, no se conforma con ningún objeto o los crea, puede atravesar mesetas de sufrimiento, ser difícil, incierto, oscuro, incómodo. A inventar un camino de deseo singular es a lo que la escuela podría invitar.

Todas las instituciones están cerradas al deseo, son burocráticas, normativas y jerárquicas. Todo en ellas está ya hecho, ya pensado, ya dicho

En el proyecto sobre la atención no os fijabais solo en la institución escolar sino en la sociedad entera.
Porque son todas las instituciones las que matan el deseo hoy, me temo, entendiendo por deseo esa invención de un camino singular en la vida, no querer esto o lo otro. Todas las instituciones están cerradas al deseo, son burocráticas, normativas y jerárquicas. Todo en ellas está ya hecho, ya pensado, ya dicho. No hay hueco para hacer, pensar o decir algo nuevo. Para desear. Y ojo, como decía el psiquiatra Jean Oury, enfermemos por ausencia de deseo. El deseo es por lo que estamos vivimos, por lo que estamos con vida, sin deseo enfermamos, somatizamos, nos deprimimos.

Como decías al principio, una siempre insiste en las mismas obsesiones.
Son siempre las mismas cosas. Y cuando uno se mira con sinceridad a sí mismo, pues ve claramente que se escribe de lo que te preocupa, de lo que no sabes hacer, de lo que es para ti un problema en la vida. No de lo que manejas, de lo que tienes resuelto, de lo que sabes. De ahí sólo salen malos libros. Yo pienso y escribo sobre el deseo y la atención, porque no sé lo que son, porque tengo problemas con ellos, porque se me resisten. Escribir es elaborar algo sobre lo que no sabes.

Entrevista publicada originalmente en Argia, puede encontrarse aquí.

 

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Una entrevista muy interesante, gracias

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