Opinión
La “unión de los opuestos” de Marcuse a 40 años de su muerte
El mes pasado se cumplieron 40 años de la muerte de Herbert Marcuse (filósofo y sociólogo de la Escuela de Frakfurt, crítico de la sociedad mercantil contemporánea), quien definió un proceso, ligado a la sociedad de consumo de masas, que consiste en la “unión de opuestos” en un único concepto. Algo que ha ocurrido recientemente con la palabra "populismo".

Una impresión habitual que se puede sacar de los medios de comunicación es el ideal de moderación, “de justo medio”, un mantra que se extiende sin cesar en todos los ámbitos políticos y sociales. El periodista moderado es aquel que no se deja llevar por sus pasiones y es capaz de exponer la realidad de forma más acertada que aquel que contempla la realidad desde un prisma ideológico y radical. ¡Claro, una visión moderada y de crítica sensata y constructiva no es una opción política o ideológica! Todo ello se canaliza en la opinión pública a través de la siguiente máxima: “Los extremos se tocan, hay que tender a la moderación. En el centro, en el centro está la virtud”.
“El extremismo es malo”, nos repiten sin cesar, “el extremismo es ser violento, es ser radical” El radicalismo de ISIS, el radicalismo de ETA, el radicalismo de la CUP, el radicalismo de Podemos, el radicalismo de Trump o Le Pen, el radicalismo, ¿por qué no?, del propio Partido Popular. Todos, en su propia medida, radicales, extremistas, se dejan llevar por las pasiones, se alejan de visiones profundas, y por supuesto, acaban llegando a la violencia. Radical es ser extremista, extremista es ser radical, es ser violento, es algo peligroso, ¡huyamos de ello!
Ay amigo, que forma más terrible de torcer la realidad, de limitar los conceptos de suprimir la comprensión. Hace más de medio siglo Herbert Marcuse, sociólogo y filósofo alemán de la Escuela de Frankfurt, —el cual cumplió 40 años de su muerte el pasado 29 de julio— definió un proceso, ligado la sociedad de consumo de masas, al que denominó como “unión de los opuestos”. De forma muy resumida consiste en la unión de una serie de elementos o conceptos que intrínsecamente pueden llegar a ser incluso opuestos, en una misma idea o imagen. Es decir, la plasmación en una frase o en una sola palabra, de realidades sustanciales muy diversas, convertidas así en una idea desprovista de todo su bagaje conceptual.
Actualizando a Marcuse, cuyas aportaciones siguen teniendo validez, y trayéndolo a día de hoy, podemos observar una palabra que, con solo oírla, se nos atraganta y nos hace huir despavoridos como buenos defensores del pragmatismo reformista: Populismo.
Antes hemos mencionado a varios indeseables radicales y, por tanto, populistas: Le Pen, Trump o Pablo Iglesias, pero podemos sumar a muchos más: Tsipras, Beppe Grillo, Varoufakis, Nicolás Maduro, Matteo Salvini, Andrej Babiš, y un largo etc. Es decir, líderes de izquierda o derecha, que se alejan del reformismo, y basan su discurso en una demagogia simplista que, aunque en apariencia, ideológicamente están en las antípodas, en la práctica se centran en las mismas premisas, es decir, en contra de los proyectos de piruleta y caramelo del “cosmopolitanismo” neoliberal, la Unión Europea, y los maravillosos tratados de libre comercio. Lástima es que esta interpretación de populismo no solo es totalmente falsa, sino que además responde al fenómeno de unión de los opuestos marcusiano que he señalado.
Populistas serían los líderes de izquierda o derecha, que se alejan del reformismo y basan su discurso en una demagogia simplista. Lástima es que esta interpretación de populismo es totalmente falsa
La palabra "populismo", que no viene al caso analizar intrínsecamente, es vaciada conceptualmente, se convierte en una imagen, en una idea, en la cual se incluyen elementos tan antitéticos (contrarios) como pueden ser movimientos de la derecha reaccionaria (Frente -ahora "Agrupación"- Nacional, Ukip, Trump, VOX) hasta otros izquierdistas (Syriza, Podemos, etc). Cerrando de esta manera la pluralidad conceptual, se reduce el propio lenguaje, lo que tiene unos efectos todavía más perversos: el repliegue del pensamiento.
Esto ocurre al eliminar el significasdo real de palabras cuyas interpretaciones pueden tener una implicación de comprensión política cualitativamente plural que, al ser suprimidos, nos hacen caer en una simplificación de conceptos complaciente con el establishment. Y lo que es peor, al eliminar estos significados, se elimina de nuestro propio pensamiento toda oportunidad de salida cualitativa al orden imperante, el que nos ha llevado a unos caminos de agotamiento, desigualdad y de destrucción medioambiental.
La palabra "populismo", es vaciada conceptualmente, se convierte en una imagen. Cerrando de esta manera la pluralidad conceptual, se reduce el propio lenguaje, lo que tiene unos efectos todavía más perversos: el repliegue del pensamientoUna vez planteado el concepto de "unión de los opuestos" y aplicado al caso del populismo, podemos volver a la idea de radicalismo que antes señalábamos. Radical, radical, ¿qué es radical? Desde el ISIS a Podemos, desde Trump al independentismo catalán, ¿cómo es posible que en una misma idea estén reunidos desde grupos terroristas a partidos políticos de izquierdas? Todo vale para nuestros amigos de los mass media.
Radical, como concepto político, hace referencia a la actividad que apuesta por un cambio cualitativo, un cambio “de raíz”, del orden vigente o de la esfera en la que operan. Pero… ¿para qué usar ese término con todo su bagaje conceptual pudiendo retorcerlo y eliminarlo, que es mucho más divertido? Ser radical, en su propia esencia, es ir en contra de la moderación, ahí está el pretexto, ¿quién o quiénes van en contra del orden establecido? Los metemos todo en el mismo bote, lo agitamos y nos queda un delicioso cóctel etimológicamente desvirtuado. ¿Defiendes una trasformación significativa del orden vigente? Entonces eres radical, y como tal eres terrorista, porque, como no, “los extremos se juntan”.
Radical, como concepto político, hace referencia a la actividad que apuesta por un cambio cualitativo, un cambio “de raíz”, del orden vigente o de la esfera en la que operanPero, ¡ay de mí!, ¿dónde están los extremos? El Comunismo y Stalin, extrema-izquierda; el nazismo y Hitler, extrema derecha. muy sencillo. En el centro, los moderados liberales, "defensores del orden constitucional y del parlamentarismo", y dentro de esa lógica centro-derecha (conservadores) y centro-izquierda (socialdemócratas o socialistas) en torno al centro virtuoso como alternancia "democrática y sensata". ¡Todo muy sencillo! Lástima que al rascar un poquito se viene todo abajo.
El eje izquierda-derecha surgió en la Revolución Francesa, la colocación en la Asamblea Nacional determinaría la conceptualización: Izquierda son los defensores del nuevo modelo liberal y Derecha, los defensores del Antiguo Régimen. La irrupción del movimiento obrero y del marxismo profundizó la división: Derecha en torno a la defensa del libre comercio e Izquierda en torno a la economía socialista. Entonces Stalin es de extrema izquierda ¿no? ¿Pero dónde dejamos a la oposición de izquierdas y al marxismo libertario, denominados peyorativamente por la ortodoxia marxista-leninista como infantilistas o "izquierdistas"? El justo medio estará entonces en la social-democracia keynesiana que busca una síntesis con un sistema de economía mixto. Pero, espera, ¿y el tercerposicionismo, que intentaba romper con el eje liberal-marxista, posicionándose en contra de ambos desde una posición reaccionaria, es decir, las posiciones tradicionalmente fascistas y ultranacionalistas? ¿Y la llamada Tercera Vía, es decir, el socioliberalismo? ¿Y el nacional-bolchevismo?
Como el lector puede apreciar, la política y las ideologías políticas son un crisol de posturas y ramificaciones que impiden una sistematización simplista en forma de eje infantil lineal "izquierda-derecha". Aunque claro, donde quedaría entonces nuestra maja amiga "la pinza", esa que une a los malvados extremos para aplastar al centro sensato.
En definitiva, a modo de conclusión, "en el centro está la virtud" una máxima ética aristotélica siglo IV a.c. no puede, ni debe aplicarse para interpretar toda la variedad conceptual de la política contemporánea. No solo limita la comprensión de la misma, sino que además reduce su propio alcance, sirviendo de esta manera de instrumento para el Statu Quo. Todo ello, sumado al fenómeno de unión de los opuestos expuesto por Marcuse (pero con unas repercusiones claramente visibles a día de hoy) repliega nuestro lenguaje y, por ende, nuestro pensamiento político.
En El hombre unidimensional, obra enmarcada dentro de la Teoría crítica (se puede encontrar en internet), explica como lo fundamental de formación de la conciencia humana se da en la niñez, tal como se vive en el interior de la familia. Lo que la sociedad industrial moderna ha trasmutado es precisamente ese ámbito familiar, en el que la alienación se ha introducido a través de los medios de comunicación de masas, reemplazando a la familia, y formando a los hombres con categorías que no salen de él mismo, sino del capitalismo. Las necesidades del hombre, así como sus anhelos, sueños y valores, han sido producidos por el poder, y de esa manera se ha asimilado cualquier forma de oposición o movimiento antisistémico.
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