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Palestina
Wesam Elaila, un testimonio desde la Gaza bombardeada
Este reportaje comenzó a labrarse el viernes 27 de octubre por la mañana. Gracias a la abogada catalana Pilar Rodríguez Suárez, El Salto se puso en contacto con Wesam Elaila, un ingeniero palestino de 39 años, casado y con un hijo de ocho años. Tras los saludos y presentación inicial, la revista le propuso enviar las preguntas por Whatsapp. Al cabo de un par de horas, Wesam dijo: “Perdón por la respuesta tardía, acabo de conectarme a la red. Enviaré mi experiencia personal que responderá [a las preguntas] tan pronto como sea posible, quizás durante el día de hoy”. Pero la comunicación se detuvo. Los mensajes dejaron de llegar. Ni su abogada, ni su hermano, que vive en Sevilla, sabían nada de él. Es una sensación terrible la de desear que una persona esté solo aislada del mundo. Pocas horas después de que Israel cortara la señal de teléfono e internet al enclave, comenzó a bombardear Gaza. Fuentes locales independientes contaron hasta 100 aviones participando en el bombardeo.
El domingo 29, Wesam respondió a los mensajes. Con terrible honestidad, respondió la verdad a la pregunta de si estaban bien. Apenas cinco horas antes de recuperar la conexión, un F16 destruyó la casa donde se había refugiado con su familia. Esta es su historia.
Wesam nació en la ciudad de Gaza, donde pasó su infancia y juventud. Después de graduarse como ingeniero industrial en Gaza, viajó a Emiratos Árabes Unidos en busca de “trabajo, estabilidad y la realización de sus ambiciones”. Trabaja en el campo de la construcción allí.
Gaza antes del 7 de octubre
En julio de este año, regresó con su familia para pasar las vacaciones de verano y reunirse con sus parientes después de años de separación, debido a las dificultades para viajar a Gaza por el bloqueo al que le somete Israel desde 2007. Los gazatíes nunca estaban seguros de si habría estabilidad, tampoco antes de que comenzara la actual guerra.
Wesam señala que la gente allí había aprendido a convivir con las crisis y a menudo encontraba soluciones originales. “La vida parecía ser algo normal y en su nivel mínimo”, afirma el ingeniero
Los Elaila llegaron a Gaza con una mezcla de alegría y profunda tristeza al comprobar que la situación “no había cambiado fundamentalmente desde su partida”. Un bloqueo de 17 años la había convertido “en rehén de la aprobación de Israel” para la entrada de cualquier bien, incluso los más básicos como electricidad, agua y comunicaciones; todos estaban bajo control israelí. Los bienes de importación –prácticamente todos en un territorio sin apenas industria– requerían la aprobación de Israel. Algunos pasaban por Egipto. Wesam describe la vida allí como “una gran prisión abierta solo hacia el cielo, donde no se podía ver al carcelero, pero se podía sentir su pesada presencia en todos los aspectos de la vida”. Era una crisis “compleja e intrincada”, pero hasta ese momento, los gazatíes satisfacían con mayor o menor dificultad las necesidades mínimas.
Wesam señala que la gente allí había aprendido a convivir con las crisis y a menudo encontraba soluciones originales. “La vida parecía ser algo normal y en su nivel mínimo”, afirma el ingeniero, pero sostiene que, en el fondo, todo el mundo estaba completamente convencida de que Gaza siempre estaba al borde del abismo. A menudo, sus amigos le recordaban que la aparente calma no reflejaba la realidad.
Después de años en el extranjero, Wesam se sorprendió de la cantidad de parques y de oferta de entretenimiento tanto para niños como para familias. Muchas áreas de juego nuevas, cerca de cafés y restaurantes con vista al mar. Un mar que servía como la única escapatoria, único horizonte donde relajar la vista. Único horizonte que no terminaba en una valla. Cuando iba allí, Wesam respiraba “la vitalidad y el amor por la vida”. No se parecía a lo que aspiran los habitantes de otros países, pero eran agradables.
A principios de septiembre, su esposa e hijo regresaron a los Emiratos Árabes Unidos porque allí había comenzado el año escolar. Wesam había solicitado una visa española, y su pasaporte aún estaba en el consulado español en Jerusalén a la espera de completar la burocracia, por lo que él no podía regresar. Después de meses, le otorgaron la visa justo una semana antes de la guerra que no imaginaba que era inminente. Estaba ansioso por visitar España para encontrarse con su hermano y su familia, que viven en Sevilla. A su sobrino, nacido allí, solo lo ha visto a través de fotos y videos. Y a su hermano no le ve desde hace cinco años.
El 5 de octubre terminó de planificar su viaje y se registró para cruzar la frontera de Rafah. Allí esperaría su turno para pasar a Egipto. Los palestinos no pueden salir de su país cuando quieren. Quedaban cinco días para su viaje. Compró billetes para el 10 de octubre. Estaba feliz. Entonces no sabía que estaba a punto de vivir la peor experiencia de su vida.
Después del 7 de octubre
La madrugada del 7 de octubre, se despertaron con los ensordecedores sonidos de las explosiones. Pusieron la tele y supieron que las fuerzas de Hamas estaban llevando a cabo operaciones en el este de la franja. Inmediatamente, el miedo y el pánico los invadieron al anticipar lo que estaba a punto de suceder. Wesam está con su familia extendida, es decir, con sus padres, sus hermanos casados y sus sobrinos. Son 10 personas en total. Vivía en un espacioso apartamento en el sexto piso de un edificio de gran altura muy cerca del Hospital Al-Quds, uno de los más importantes de Gaza. Es un barrio de clase media-alta que se llama Tal Al-Hawa, en el corazón de la ciudad de Gaza.
75 familias enteras han sido eliminadas ya en estas tres semanas. No queda ningún miembro vivo
Por su larga experiencia, sabían que Israel respondería mediante un castigo colectivo y su ira se dirigiría principalmente contra civiles. Los bombardeos de los cazas israelíes comenzaron desde el primer día “y han continuado hasta ahora”. Las noches son el momento más aterrador. Wesam no recuerda nada similar. Nunca había escuchado explosiones tan ensordecedoras. Por la noche, duermen juntos en la sala de estar interior central, creyendo que era el espacio más seguro de la casa.
Las familias de Gaza se enfrentan cada noche a un gran dilema: dormir todos juntos para que si una bomba cae en su casa mueran todos, y evitar así el sufrimiento desgarrador de los supervivientes, o repartirse entre diferentes habitaciones con la esperanza de que, si su casa es atacada, alguno de sus miembros pueda recordarle al mundo que allí vivía una familia. 75 familias enteras han sido eliminadas ya en estas tres semanas. No queda ningún miembro vivo.
Los Elaila decidieron dormir juntos. Ha perdido la cuenta de las veces que han temblado las pareces por el sonido de los misiles lanzados desde los aviones y las explosiones aterradoras que a veces sacudían aún más fuerte el edificio. Es como vivir varios terremotos cada noche. Los llantos de los niños es lo que más impresiona durante esos momentos. Controlar las propias emociones para intentar calmar el miedo de los pequeños resulta terriblemente difícil.
En la tercera noche, la intensidad y el sonido del bombardeo aumentaron hasta el punto en que creyeron imposible quedarse en el apartamento. Evacuaron en cuestión de minutos y buscaron refugio en el cercano Hospital Al-Quds, junto con otros miles de residentes del barrio. Pasaron una noche allí y regresaron por la mañana. “La luz del día a veces alivia el miedo de la noche” explica Wesam, que no ha perdido la capacidad de expresión poética en medio del horror.
El sufrimiento empeora cada hora que pasa. Comen solo una vez al día, según lo disponible. Luchan por conseguir agua a diario. No les llega para almacenarla para períodos más largos
El 14 de octubre, las amenazas del ejército israelí contra los civiles se tornaron aún más concretas. Comenzaron a arrojar panfletos desde el cielo, transmitir mensajes por la radio y llamar a teléfonos particulares. A Wesam le enviaron un mensaje grabado exigiendo que se marchara hacia el sur de la Franja. Hacia la zona central y sur de Gaza. Al principio ignoraron el mensaje, y cuando los bombardeos se intensificaron, se refugiaron en el hospital. El personal administrativo del hospital les dijo que el centro médico también había recibido amenazas y órdenes de evacuación, y que por su seguridad no podían quedarse allí.
Había miles de personas reunidas en esta área y en las escuelas de la UNRWA; hay seis de ellas en el barrio. Volvieron a su casa para recoger algunas pertenencias, un poco de ropa básica y se volvieron a ir. No sabían que era la última vez que verían su hogar. Se marcharon, utilizando el transporte disponible, al Campo de Refugiados de Nuseirat, donde unos parientes los acogieron en su pequeña, sencilla y vacía casa. Responde a las preguntas desde allí.
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El primer día en la nueva casa comenzó de manera “trágica y horrible”. Ese día fueron conscientes de que el pan, la comida, el agua potable y el agua para bañarse se estaban empezando a agotar. Comenzaron “las crisis de las colas”, como define Wesam. Incluso las necesidades más básicas para la vida se volvieron difíciles.
El sufrimiento empeora cada hora que pasa. Comen solo una vez al día, según lo disponible. Luchan por conseguir agua a diario. No les llega para almacenarla para períodos más largos. Incluso cargar la batería de un teléfono móvil es todo un desafío, excepto si tienes la suerte de conocer a alguien en el área con placas solares.
En general, las personas están siendo “cooperativas y solidarias”, afirma Wesam. Pero recuerda con exclamaciones que “¡todos están sufriendo!”. El área del Mercado de Nuseirat está cerca de su nueva casa. Cuando se mudaron allí, estaba abarrotada durante el día. La gente compraba sus necesidades básicas. Algunas tiendas, supermercados y restaurantes seguían abiertos. Hace aproximadamente una semana, el mercado fue bombardeado. Wesam se asustó mucho al escucharlo. Muchas tiendas en las que solían comprar fueron destruidas. La mañana siguiente, documentó a través de fotos la brutal destrucción de lo que era su mercado. Uno de los vendedores que conocían fue asesinado allí. Era un vendedor que tenía un pequeño kiosco en la acera que vendía productos enlatados.
Los niños son su mayor preocupación. Vivir en estas condiciones y explicárselas a los niños es un desafío inmenso. No se puede explicar a un niño el por qué de tanta brutalidad, muerte y terror
Los bombardeos en Nuseirat no cesaron durante días y noches enteros; a veces incluso más intensos que en Tal Al-Hawa, de donde habían huido. No entendía nada: el ejército israelí había pedido a los ciudadanos que fueran al sur para estar seguros y los estaba bombardeando en el sur con aún mayor fuerza. “Una gran mentira y propaganda trágica de la que muchas personas cayeron víctimas”, en palabras de Wesam. Su familia y él consideraron en más de una ocasión la posibilidad de regresar a su casa, pero la ruta era aún más peligrosa, según quienes lo habían intentado. “¡Los aviones militares atacaban a los coches civiles!”, vuelve a echar mano de las exclamaciones.
Todo el mundo hacía macabros recuentos de víctimas en todas partes. Conocen a numerosas víctimas y saben de la destrucción de viviendas de sus amigos cercanos y familias. Incluso en Khan Younis, que está en la región sur. Nadie está a salvo en ningún lado.
Los niños son su mayor preocupación. Vivir en estas condiciones y explicárselas a los niños es un desafío inmenso. No se puede explicar a un niño el por qué de tanta brutalidad, muerte y terror. A veces recurren a explicaciones simples y cómicas para ver sonrisas en sus rostros. “La risa era lo que más sanaba nuestros corazones y calmaba los miedos en esos momentos”, dice Wesam con ternura. No son individuos insensibles y sin sentimientos; a veces tiemblan de miedo. Pero nadie ha perdido la calma: "Lo soportamos y permanecemos tranquilos porque, como civiles, no hay nada que podamos hacer en estas condiciones, más que sufrir en silencio”.
Siguen las noticias a través de una pequeña radio que ocasionalmente emite el sonido de algunos canales de noticias. No ven lo que transmiten los canales; solo lo escuchan. Internet, después del bombardeo de la compañía de telecomunicaciones en los primeros días de la guerra, se ha vuelto extremadamente lento, incapaz de transmitir videos o incluso imágenes en baja resolución.
Wesam intenta usar internet cada día para comunicarse con su esposa y su hijo en los Emiratos Árabes Unidos, con su hermano en España y con su hermana en Turquía. Está preocupado por transmitirles que está vivo. Apenas puede contener las lágrimas después de cada llamada. Están lejos y él a menudo está bajo un bombardeo. Ha pensado muchas veces en si volverá a verlos alguna vez.
Cuando la conexión de teléfono e internet se cortó del todo en toda la Franja, perdió el contacto con su esposa y su hijo. No tenían forma de saber de él. Wesam pide disculpas por “ni siquiera saber cómo describir esta situación”, como si su generosidad para compartir su vivencia comportara la obligación de ser capaz de relatar sentimientos imposibles de plasmar con palabras. “He guardado las palabras de esta historia hasta este punto, con la esperanza de enviarla pero sin saber si podría hacerlo”.
Cuando la conexión volvió, Wesam escribió: “Esta mañana, la comunicación y el internet se restablecieron, y decidí continuar la historia para enviártela. ¡Entonces, de repente, el mundo dejó de girar y todos recibimos una noticia impactante y completamente inesperada! ¡Nuestro edificio en Tal Al-Hawa fue bombardeado y nuestro apartamento fue completamente destruido! ¡Dios mío!”
Seguía sin entender la razón del bombardeo. “No hay ninguna razón, no tenemos cerca ningún puesto militar, ni a ninguna persona en busca y captura”, lamenta. Destruyeron tres edificios de la zona. Dos de ellos completamente.
Wesam no pudo seguir: “Tengo que detenerme en este punto porque el dolor es realmente insoportable. Solo deseo seguridad para todos”.
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