Palestina
Paola Caridi: “Conocer la historia de Gaza impediría acabar con ella”

Dedica Paola Caridi (Roma, 1961) este libro a su madre Tina Rossi Caridi y al albaricoquero situado frente a su casa. Este recuerdo, relata la autora, ha sido una constante en las presentaciones de su libro La morera de Jerusalén. Una historia de la guerra y la resistencia en Palestina y Oriente Próximo contada a través de los árboles (Errata Naturae, 2025), un bello ensayo que atraviesa y pone de relieve la profunda relación de pertenencia que existe entre la tierra y el pueblo palestino, entre la agricultura desarrollada antes de 1948 y la colonización de su memoria histórica por parte del Estado de Israel.
Esa memoria, que es muy anterior a 1948, es reivindicada por Caridi para conocer la dimensión histórica de una zona como Gaza porque “es más difícil matar a las personas cuando tienen una historia. Cuando no la tienen, terminamos por convertirlas en objetos”. La periodista e historiadora, ganadora del Premio Ryszard Kapuściński de Reportaje Literario en 2024, desplaza del centro del relato al humano como sujeto narrador de historias para dar una perspectiva diferente que reivindica como igualmente importante: la de la vegetación que ha sido capaz de generar comunidad a su alrededor, fundamental para la historia palestina, atravesando generaciones y cronologías. Caridi, que llegó a Oriente Medio cuando Israel comenzó a levantar el muro entre Belén y Jerusalén, nos atiende por videollamada desde Roma.
Para superar la mirada antropocéntrica, colocando en muchas ocasiones al ser humano como medida de todas las cosas, ¿Qué podemos hacer?, ¿Cómo nos desplazamos del centro de la historia, dando paso a otros sujetos igualmente relevantes, como los árboles?
Lo que podemos hacer es cambiar la manera de pensar que tenemos nosotros, cambiar la mirada. Esta medida puede parecer algo banal, pero debemos medir de una manera diferente la forma en la que estamos en el mundo. También deberíamos reflexionar sobre el lenguaje que utilizamos. Por ejemplo, cuando decimos “La morera fue cortada porque estaba ensuciando el suelo blanco del patio”. Hablando así somos nosotros quienes nos ponemos en el centro, considerando que lo nuestro es lo más importante porque queremos que el suelo esté limpio. Esto lo que evidencia es que nosotros somos el problema porque vemos la mancha como algo incómodo. El árbol, la morera, no lo vería así. Es un ejemplo banal, pero nos permite ver las cosas de otra manera y reconsiderar la historia. No nos consideramos parte de un sistema o de un mismo cuerpo. Sin embargo, para que este sistema, para que este cuerpo funcionen tienen que estar todos sus elementos. Y quizás nosotros somos unos de los elementos menos importantes.
Los palestinos tienen una relación con la tierra de pertenencia, no de dominio ni de posesión, no de ser propietarios. Los palestinos se consideran parte de un sistema, son un elemento más de ese corpus. Los israelíes, en cambio, tienen una relación diferente con la tierra. Se consideran propietarios y quieren dominarla.
En el libro hablas de sicomoros, olivos, encinas, pero también de especias o el comercio de cítricos. ¿Qué forma tiene el pueblo palestino de relacionarse con la vegetación, los árboles, la flora, la vinculación a la tierra? ¿Qué nos cuentan los árboles de la historia del pueblo palestino y Oriente Medio?
Nos dicen muchas cosas, sobre todo del vínculo entre el pueblo palestino con la tierra y también de la relación entre los israelíes y la tierra. Veamos cómo concibe cada uno esa relación. Los palestinos tienen una relación con la tierra de pertenencia, no de dominio ni de posesión, no de ser propietarios. Los palestinos se consideran parte de un sistema, son un elemento más de ese cuerpo. Esto también nos dice mucho de lo que está ocurriendo ahora mismo, de lo que pasa a nivel político y de lo que le está sucediendo a los palestinos. Los israelíes, en cambio, tienen una relación diferente con la tierra. Se consideran propietarios y quieren dominarla. No existe un relato de ser parte de ella, de raíces. Sin embargo, la concepción de los palestinos es diferente porque para ellos lo que tiene sentido es ser parte de esta tierra.
Esto es fundamental para entender la actualidad, también para comprender la narrativa israelí, es decir, cómo han contado las cosas los israelíes. Una de las frases más repetidas ha sido la de ”una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra“, algo clave dentro dela concepción sionista. Se le da mucha importancia al pueblo, pero la relevancia en realidad dentro de esta concepción la tiene también la tierra, que es un punto fundamental y, sin embargo, parece quedar fuera.
Las naranjas [de Jaffa] han sido fundamentales para el desarrollo del colonialismo británico. Sin estas naranjas habría sido imposible luchar contra el escorbuto, gracias a la vitamina C. No podemos decir entonces que los árboles forman una pequeña parte de la historia. Su historia nos cuenta más cosas y a día de hoy nos habla de este genocidio.
Las naranjas de Jaffa son, en palabras del poeta Darwish, el símbolo de la pérdida, una parte de la identidad palestina robada por Israel ¿Cómo las naranjas de Jaffa son un ejemplo paradigmático de cómo la historia y sus narraciones pueden reafirmar la percepción de la realidad y la realidad en sí misma?
La historia de Jaffa es paradigmática. Es el símbolo de la pérdida, de la Nakba. Es una ciudad más importante que Beirut, la más relevante de Palestina y ha sido fundamental dentro de la agricultura y su historia se puede contar dentro de la recolección de las naranjas. Los europeos estamos acostumbrados a escuchar la misma historia sobre las naranjas como si fueran un símbolo israelí, el símbolo del país nuevo de Israel, el símbolo paradigmático de la riqueza, de cómo llegaron a transformar un desierto en un huerto que florecía. Pero es que esta historia, esta concepción es falsa porque no tiene en cuenta lo que sucedió antes del año 1948. Solo parte desde el punto de vista sionista.
Esta concepción se olvida por lo menos de un siglo y medio anterior porque en esta zona había 720 hectáreas de tierra cultivada y era uno de los puertos más importantes del Mediterráneo. Antes de 1948, durante ese siglo y medio de producción, esa tierra ya era el símbolo de una agricultura desarrollada, ya estaba floreciendo gracias a agrónomos palestinos. Esto, salvo por algunos historiadores de Medio Oriente, no se sabe, no se suele conocer. Saberlo nos permite ver a los palestinos de una manera diferente a nosotros, que somos neocolonialistas.
Además, es un espejo del colonialismo botánico. Creemos que todo esto que tiene que ver con la “pequeña” historia de los árboles y, sin embargo, forma parte de una historia general y tiene mucha más importancia. Los colonizadores británicos no hubieran llegado tan lejos si no hubiera sido por estas naranjas. No hubieran llegado hasta extremo oriente.
Y fijémonos también en el tipo de lenguaje que utilizamos. Hablamos colonialmente de Extremo Oriente, hablamos de Medio Oriente, pero, ¿con respecto a quién? con respecto a Londres. Las naranjas han sido fundamentales para el desarrollo del colonialismo británico. Sin estas naranjas habría sido imposible luchar contra el escorbuto, gracias a la vitamina C. No podemos decir entonces que los árboles forman una pequeña parte de la historia. Es una historia nos habla de más cosas e incluso a día de hoy nos habla de este genocidio.
Gaza es una ciudad trimilenaria. Sin embargo, hoy por hoy hoy no la estamos pensando en toda su dimensión histórica. ¿Cómo podemos devolverle su complejidad?
¿Cómo podemos hacerlo? Podemos continuar narrándola. Hablábamos antes de Jaffa, una ciudad antigua. Gaza también lo es. Lo vemos simplemente cuando nos fijamos en el nombre de Gaza que tiene 3500 años. Hemos redimensionado Gaza a una franja cuando no es una franja, es una región, es una historia y, sin embargo, la hemos acabado por restringir: una Gaza encerrada, una Gaza prisionera. Pero esto no sucede solo desde el 7 de octubre. Sucede desde 1948. Cuando pensamos en los 5000 años de Gaza vemos como su historia nos habla justamente todo lo contrario. No de una zona cerrada, sino de una zona de tránsito, de una zona de comercio, de una zona de puerto. Una zona clave en dos vías fundamentales: la vía de incienso y la vía de las especias. Solo esta historia ya nos habla de una franja liberada. Saber su historia es una manera de recuperar y volver a darle la humanidad a Gaza. Al darle historia a Gaza es mucho más difícil acabar con ella. Es más difícil matar a las personas cuando tienen una historia. Cuando no la tienen, terminamos por convertirlas en objetos.
Y no solo conociendo la historia se libera a Gaza de ser reducida a una franja. También recuperamos las relaciones entre Jaffa y Gaza. En el año 1948 palestinos de Jaffa emigraron a Beirut y a Gaza, al norte y al sur, gracias a esta relación histórica de la que hablo. Una historia entre ambas zonas que tiene que ver justamente con los árboles. Los árboles, al final, nos hablan de una cronología diferente.
Gaza es una región, es una historia y, sin embargo, la hemos acabado por restringir: una Gaza encerrada, una Gaza prisionera. Y esto no está pasando solo desde el 7 de octubre: sucede desde 1948. Cuando pensamos en los 5000 años de Gaza vemos como su historia nos habla justamente todo lo contrario. No de una zona cerrada, sino de una zona de tránsito, de una zona de comercio, de una zona de puerto, de una zona clave en dos vías fundamentales: la vía de incienso y la vía de las especias. Solo esta historia ya nos habla de una franja liberada.
Vienes además de una familia campesina
Sí. En realidad mi familia tenía relación con el campo pero dentro de la ciudad, eran agricultores dentro de la ciudad. Me ha marcado esta historia familiar y por eso no veo una distancia entre ciudad y campo. Todos somos parte del mismo organismo, somos un elemento más. La relación entre humanos con no humanos nosotros la hemos llegado a tener mucho más presente. ¿Cuándo empieza a cambiar esto? En el momento en el que la agricultura se vuelve una industria extractivista, una industria intensiva. Pero hasta hace tres siglos esa relación era muchísimo más estrecha pero la hemos pasado, como si hubiésemos sufrido una amnesia.
Lo que me ha sucedido también desde el 7 de octubre, sobre todo en Italia, con todas las presentaciones, es que los lectores me han devuelto una relación con esta tierra, que en cierto modo estaba olvidada. Han abierto una puerta en este vínculo entre humanos y no humanos. Me ha devuelto también la memoria, los recuerdos de la morera de mi abuelo, del olivo de mi abuela, del albaricoque que estaba en frente de casa. Una memoria, unos recuerdos que estaban dentro de mi, adormecidos.
¿Cómo podemos recuperar esta relación?
El COVID nos lo dejó claro. Cuando nos confinaron en casa pudimos pensar en esta relación con los árboles, con el planeta, con la naturaleza. En cierto modo, el COVID nos podría haber enseñado a ser humildes en esta relación. Deberíamos ver a los árboles como elementos fundamentales del planeta y aprender de los palestinos y de la relación que tienen con los árboles y con la tierra de ”ser parte de". Quizás también podemos aprender un idioma diferente. Puede parecer absurdo, pero deberíamos escuchar el idioma de los árboles. No estoy hablando de transformar a los árboles en humanos. No estoy hablando de antropomorfizarlos. Estoy hablando de algo diferente.
En Italia, en estos últimos meses de genocidio, hemos escuchado a voces que hablan más bajito, voces que susurran. Y este susurro a mí me ha recordado a cuando estamos cerca de un árbol y podemos escuchar el sonido del viento entre las hojas, una lengua y un idioma distinto. ¿Qué nos dice este idioma diferente? Quizá nos habla de la relación con Dios. Quizás nos habla de la relación entre humanos o de la relación entre humanos y no humanos. Ahora mismo, en este momento de genocidio, debemos aprender también a escuchar, a ser más humildes y a escuchar el idioma de los otros.
Los olivos (arrancados para levantar el muro entre Jerusalén y Belén) fueron luego expuestos por los palestinos en el Muro de las Lamentaciones como si fueran cuerpos de fallecidos. Ahí entendí lo importante que son los árboles para un pueblo.
Usted llegó a Jerusalén en un momento en un año en el que el Estado de Israel comenzó a levantar el muro entre Belén y Jerusalén. ¿Qué recuerda de la transformación del paisaje? ¿Cómo ha sido esa evolución durante su vida allí?
Una de las transformaciones más importantes, una de las que más me impactaron, fue la de ver los olivos arrancados para construir, para levantar, el muro entre Jerusalén y Belén. Esos olivos fueron luego expuestos por los palestinos en el Muro de las Lamentaciones como si fueran cuerpos de fallecidos. Ahí entendí lo importante que son los árboles para un pueblo. Esos troncos estaban ahí como si fueran difuntos, como si fueran parte de la familia. Ese es uno de los recuerdos más importantes que tengo. Quizás no nos impacta tanto cuando nos cuentan o escuchamos que han cortado un árbol en el centro de Madrid o de Roma. Pero cuando esto sucede en Palestina forma parte de la historia de una familia, de la historia de un pueblo, de una historia individual. Esto es de lo que más me impactó en los años en los que estuve viviendo allí. También me impactó el cemento: la construcción de las carreteras, la construcción de las colonias, de las ciudades. Fue una transformación que realmente me dejó huella.

En su web dejó el pasado 20 de junio el discurso que ofreció en el escenario de la Marcha por Gaza desde Marzabotto a Monte Sole, el 15 de junio de 2025 en su web. Comenta usted que no puede permitirse hablar del futuro. Como humanidad ¿qué permitirnos ahora, cuando llevamos tantos meses de genocidio por parte del Estado de Israel a la población gazatí ante la inacción internacional?
Cuando yo digo que no puedo pensar en el futuro que solo puedo pensar en el presente quiero decir que para poder pensar en el futuro lo primero que hay que hacer es parar el genocidio. No tenemos alternativa. ¿Cómo parar el genocidio? Yo creo que podemos parar el genocidio, y no lo digo de manera ilusoria. Ya se habla de que el consenso público ha cambiado. Hay voces que no están con Israel. Este susurro silencioso hay que convertirlo en una fuerza, en una palabra que se escuche muchas veces en muchos lugares, no solo delante de los gobiernos nacionales. También en los municipios, en los ayuntamientos, en los bares, por todas partes. Unas voces que puedan tapar la prepotencia, que intenten luchar contra el hecho de que no existan leyes no o que las leyes que ya existen se pongan en marcha para parar este genocidio.
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