Opinión
La era de la negación: de Pallywood a la posverdad del genocidio

“Para mí no hay un genocidio en Gaza”. Así de contundente se expresaba, en el pleno del Ayuntamiento, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Mientras negaba el genocidio más documentado de la historia reciente —tanto por el volumen de pruebas como por la rapidez con la que circulan—, señalaba a la oposición como “antisemita” por, supuestamente, querer con la acusación de genocidio la desaparición del Estado de Israel. Justo una semana después de las declaraciones de Almeida, una comisión independiente de investigación nombrada por Naciones Unidas concluía que Israel era responsable de genocidio en Gaza, agitando aún más las pulsiones negacionistas en las que la derecha radical y la ultraderecha se han instalado fruto de su apoyo incondicional a Israel.
El negacionismo moderno surge de la negación de un genocidio, hundiendo sus raíces en la Francia de la posguerra como un movimiento destinado a deslegitimar las evidencias del Holocausto perpetrado por el nazismo
El negacionismo se está convirtiendo en una suerte de ideología, una actitud que va más allá de una decisión personal de un individuo como mecanismo de defensa psicológico —ignorar la realidad de una situación que nos produce aversión o angustia—. Se trata de un posicionamiento activo contra evidencias, realidades y hechos históricos o naturales relevantes, con la intención de influir en los procesos sociales y políticos para favorecer determinados intereses. De hecho, el negacionismo moderno surge justamente de la negación de un genocidio, hundiendo sus raíces en la Francia de la posguerra como un movimiento de revisionismo histórico destinado a deslegitimar las evidencias del Holocausto perpetrado por el nazismo.
En este sentido, no deja de ser paradigmático de esta ideología de la negación que, ante el sinfín de fotos y vídeos de civiles muertos, niños hambrientos y barrios enteros reducidos a escombros, gran parte de la opinión pública israelí —y una parte significativa de los partidarios de Israel en el extranjero— responda impulsando el negacionismo de la evidencia como una forma de agnotología activa destinada a sembrar dudas sobre las atrocidades genocidas. La negación se ha convertido en un fenómeno global, pero la sociedad israelí lo ha transformado en una especie de arte. No es casualidad que una de las obras académicas más importantes sobre el tema, States of Denial (2001), del sociólogo Stanley Cohen, se inspirara en sus experiencias como activista de derechos humanos en Israel durante la Primera Intifada, a finales de la década de 1980.
En Israel, el instinto de descartar cualquier documentación procedente de Gaza como “falsa” se ha incorporado al discurso dominante, desde las más altas esferas del poder político hasta los comentaristas anónimos de los sitios web de noticias. Este instinto ha permeado a buena parte de la derecha y la ultraderecha, así como a sus propagandistas tanto en redes sociales como en medios de comunicación más clásicos. Un buen ejemplo de ello es Pilar Rahola, una de las principales “proxy” de habla hispana del sionismo internacional, que se pasea por los platós de televisión negando las cifras de muertos palestinos que llegan desde Gaza. Incluso ha llegado a bromear con el número de niños muertos, afirmando en una conferencia: “Los palestinos cada día saben que hoy han muerto 581 personas, de las cuales, 700 son niños. Más o menos. Perdonen el chiste”.
Dos años después del inicio de esta matanza, Israel y sus propagandistas ya ni se afanan en contraargumentar los numerosos asesinatos cotidianos, sino que tachan de “falso” cualquier cosa que no sea de su agrado
Una negación y burla de los datos oficiales de muertos que llegan desde Gaza que tiene su origen en una mentalidad conspirativa importada de los círculos de la ultraderecha estadounidense, muy similar a la retórica del “Estado profundo” del presidente Donald Trump, que se ha convertido en la favorita del primer ministro Benjamín Netanyahu y sus seguidores. Hasta hace no mucho, la negación de las atrocidades era, al menos, elaborada: las acusaciones de montaje para deslegitimar la evidencia de los crímenes requerían de “pruebas”, estudios, etcétera. Quizás el último ejemplo fue el bombardeo israelí a Al Ahli al Arabi, un hospital repleto de pacientes, que causó una matanza de al menos quinientas personas. El Gobierno de Israel intentó negar su implicación en la matanza acusando a un lanzamiento fallido de un cohete de la Yihad Islámica, llegando a aportar como pruebas vídeos de los lanzamientos o incluso una falsa conversación de milicianos de Hamás.
Dos años después del inicio de esta matanza, Israel y sus propagandistas ya ni se afanan en contraargumentar los numerosos asesinatos cotidianos, sino que tachan de “falso” cualquier cosa que no sea de su agrado y, aunque parezca mentira, en estos tiempos de posverdad y conspiranoia, se está demostrando como una poderosa arma comunicativa que alimenta el monstruo del negacionismo. Un buen ejemplo de esta estrategia es la negación de la evidencia innegable de la hambruna masiva en Gaza. La lógica es dolorosamente simple: una población sometida a un asedio y cuyos medios de autosuficiencia han sido destruidos inevitablemente pasará hambre. Sin embargo, en Israel, desde los comentaristas anónimos en Internet hasta los más altos niveles del Gobierno, la respuesta refleja sigue siendo la misma: “Todo es falso”.
Netanyahu ha hablado de la “percepción de una crisis humanitaria”, supuestamente creada por “fotos escenificadas o bien manipuladas” distribuidas por Hamás. El ministro de Asuntos Exteriores, Gideon Sa’ar, descartó las imágenes de niños demacrados como “realidad virtual”, citando como prueba la presencia de adultos “bien alimentados” a su lado. El Ejército afirmó que Hamás estaba reciclando imágenes de niños yemeníes o fabricando falsificaciones generadas por inteligencia artificial. La evidencia o la documentación se descarta simplemente sin ninguna prueba y con una sola palabra: “Falsa”.
¿Un vídeo de padres palestinos acunando el cuerpo de un bebé? “Actores sosteniendo un muñeco”. ¿Fotos de civiles disparados por soldados israelíes? “Generadas por IA, manipuladas o tomadas en otro lugar”. Y así sucesivamente. Una retórica negacionista que se ha asociado con el término “Pallywood”, un acrónimo de “Palestinian Hollywood” (Hollywood palestino).
La palabra Pallywood empieza a popularizarse y se utiliza para afirmar que las imágenes del sufrimiento palestino no son reales, sino parte de una elaborada industria cinematográfica
Un término que no es actual, hace referencia originalmente al título de un documental de 2005 que intentaba mostrar cómo “los periodistas palestinos” montaban ”presuntas escenas ficticias con el fin de desacreditar ante la opinión pública internacional las políticas de Israel”. A partir de entonces, la palabra empieza a popularizarse y se utiliza para afirmar que las imágenes del sufrimiento palestino no son reales, sino parte de una elaborada industria cinematográfica: una vasta conspiración en la que palestinos, organizaciones de derechos humanos y medios de comunicación internacionales colaboran para fabricar las supuestas atrocidades del Ejército israelí.
Incluso ante las pruebas abrumadoras e implacables del hambre en Gaza, los giros y vueltas se vuelven más comunes, tanto en los argumentos negacionistas de Israel como en los de sus propagandistas —que efectivamente hay hambruna en Gaza, pero que la culpa es de Hamás; que es una consecuencia no deseada de la guerra; o que el mundo es hipócrita por no tratar la hambruna en Yemen de la misma manera—: todo un repertorio argumentativo que puede parecer contradictorio, pero que responde a un corpus negacionista común cuyo principal objetivo es negar el genocidio.
Cuando Almeida, Ayuso, Abascal, Rahola, Aznar, Rodríguez, Bimbi y tantos otros “agentes proxis” de Israel esparcen la ideología negacionista para impedir hablar del genocidio en Gaza, están construyendo una forma irracional de estar y de ver el mundo que explotan como una palanca para arrastrar pasiones oscuras y generar un sentido común reaccionario. Y, con ello, adentrarnos en una nueva era de la negación que compromete los límites entre “realidad” y “ficción”. En donde, ayer era la dana y hoy es Gaza.
Ocupación israelí
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Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.
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