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Opinión
Eichmann en la frontera
Decenas de cuerpos humanos agonizantes amontonados en el suelo. No es una película. Si fuese una película, al menos los espectadores dejarían correr alguna lágrima, si se tratara de una ficción bien guionizada, con personajes desarrollados en profundidad, si hubiésemos visto en versión orginal subtitulada flashbacks de los largos viajes de esos cuerpos que yacen bajo el sol, del momento en el que decidieron que, a pesar de todo, había que intentarlo, un dolor afilado nos recorrería el cuerpo activando nuestra humanidad. Las escenas en las que abrazaron a sus madres por última vez, dejaron caer algún beso sobre la cabeza de algún niño, vendrían acompañadas de una banda sonora a piano, suave y emotiva, que se apagaría lentamente, mientras vemos a los personajes alejarse de su hogar, con la espalda curva por el peso de la responsabilidad de sostener una familia.
Si se nos hubiera contando su lucha por la supervivencia, las formas inteligentes en las que esquivaron a fuerzas de seguridad bien financiadas para impedirles pasar a cualquier precio, los miles de kilómetros recorridos por un continente enorme, si les hubiésemos visto decidir colectivamente que van todos juntos a la frontera, que la unión hace la fuerza, que su dignidad está por encima de los miles de millones de euros que riegan la industria de la frontera, hubiésemos aplaudido frente a la pantalla el momento en se dirigen decididos y valientes hacia la valla.
¿Qué diferencia hay entre los vídeos que la Asociación Marroquí de Derechos Humanos ha difundido y las imágenes oscarizadas de las películas de la Segunda Guerra Mundial que han hecho llorar a generaciones?
El sacrificio y el esfuerzo, la resiliencia esa que tanto está de moda, el coraje, porque hace falta tanto coraje para trepar una valla custodiada de un lado y otro por policías que te ven como un subhumano o como un enemigo, esos serían los temas principales, la trama humana universal de esta película. Quién podría no empatizar con los cuerpos apilados de decenas de hombres que mueren lentamente bajo el sol, después de haber sido atacados con gases lacrimógenos, derribados a pedradas, y balazos de goma, arrastrados al suelo, golpeados y abandonados ahí, cuerpos que sudan y lloran y sangran. ¿Qué diferencia hay entre los vídeos que la Asociación Marroquí de Derechos Humanos ha difundido y las imágenes oscarizadas de las películas de la Segunda Guerra Mundial que han hecho llorar a generaciones?
Pero no es una película, no hay lugar para la empatía en los telediarios, ni para el progresismo cuando de hombres negros se trata. La banalidad del mal también es felicitarse ante la prensa de la buena labor de colaboración entre las fuerzas de frontera, en una operación que ha acabado con al menos 27 vidas. Ser un Eichmann que cumple con su trabajo, aunque presidas un gobierno. Y es que la necropolítica es el gobierno real, la lógica en la que hunde sus cimientos toda esta parafernalia institucional y democrática que se quiere mostrar limpia y libre de culpa, ajena a los cuerpos golpeados y las vidas perdidas. Y así de pronto te ves convertido en un burócrata nazi, posibilitando con la eficacia y la formalidad que te toca la muerte de los otros, firmando acuerdos que son sentencias de muerte colectivas y sumarias.
La necropolítica es el gobierno real, la lógica en la que hunde sus cimientos toda esta parafernalia institucional y democrática que se quiere mostrar limpia y libre de culpa, ajena a los cuerpos golpeados y las vidas perdidas
Las películas cuentan con el lujo de ofrecerte introducción, inicio, nudo, desenlace, las noticias muestran las consecuencias pero no muestran las causas. No te hablan de cómo el cambio climático se ensaña con tantos países africanos, del Sahel abandonado a la violencia, de las empresas invasoras extranjeras y los gobiernos europeos, estadounidenses, chinos que las respaldan incondicionales en su saqueo. Las vidas de millones de personas devienen abstracción amenazante, el lenguaje se conjuga lejos de todo lo humano, y es el léxico de la necropolítica el que se impone: avalancha, ataque violento a la valla, invasión, defensa, control de fronteras, migrantes ilegales. El lenguaje que permite salir bien trajeado ante la prensa felicitándose de una actuación que ha dejado decenas de jóvenes muertos. El lenguaje que esconde algo que habría que ir reconociendo también ante las cámaras: que están mejor muertos que en nuestro territorio, que es preferible su muerte concreta y real que alimentar con su presencia las fantasmagóricas hipótesis de la extrema derecha sobre reemplazos de población, caos y delincuencia.
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Qué otra cosa se puede hacer, se encogen de hombros quienes están a salvo, hay que defender nuestras fronteras. Es siempre la muerte de otros la que se presenta como, si no deseable, al menos inevitable. Y mientras, en las redes sociales podemos vivenciar la inquietante distopía de ver a los nazis de las pelis de la Segunda Guerra Mundial, a los racistas y odiadores de toda la vida, escupirnos en directo y en pocos caracteres todo el repertorio ideológico que ha alimentado apartheids, campos de concentración y genocidios a lo largo de la historia. Quizás no haga falta denominarles nazis, porque los nazis son solo un episodio muy bien documentado de una constante en la historia, de una mezcla fatal de odio, banalidad del mal e indiferencia de la que se nutren las fosas comunes.
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Claro, es que no se trata de blancos ucranianos o de otra nacionalidad. Si fuera así, ya estaríamos hablando de matanza.