Notas a pie de página
Bajo los adoquines no apareció la playa

Los recuerdos de las militancias en las décadas de 1960 y 1970 conforman dos relatos complementarios y contrapuestos: ‘Volver la vista atrás’, del colombiano Juan Gabriel Vásquez, y ‘La llamada’, de Leila Guerriero.
22 ago 2024 06:00

A simple vista, los Cabrera Cárdenas eran una familia burguesa. Apartamento en una zona bien de Medellín; un marido, Fausto, dedicado al teatro; una esposa, Luz Elena, ama de casa; y sus hijos, Sergio y Marianella. Lo que sus vecinos y familiares no sabían es que no habían pasado cinco años en Europa, sino en la China comunista. Ni que llevaban una doble vida apoyando a la guerrilla del Ejército Popular de Liberación en la que pronto ingresarían Sergio y Marianella. 

En Volver la vista atrás (Alfaguara, 2021), Juan Gabriel Vásquez cuenta la historia familiar de Sergio Cabrera, uno de los cineastas colombianos más conocidos, con obras como La escalera del caracol. Vásquez se vale de los recuerdos de Cabrera para armar un relato que comienza con el padre, un adolescente español que se exilia con su familia republicana en Colombia. Fausto se convierte en actor y junto a su mujer, Luz Elena, dirige e interpreta obras de teatro. Pero son los años 60: la pareja se politiza, participa en huelgas y manifestaciones, y tienen dificultades para encontrar trabajo. De pronto surge una oportunidad: trasladarse a China para dar clases de castellano. Y un objetivo más ambicioso: Sergio y Marianella recibirán una educación comunista para hacer la revolución a su vuelta. 

En diciembre de 1976, con 20 años y embarazada de cinco meses, Silvia Labayru fue secuestrada por su participación una organización guerrillera y llevada a la Escuela Mecánica de la Armada

En 1973, cuando Sergio Cabrera abandonó la guerrilla, una joven argentina, Silvia Labayru, militaba en grupos izquierdistas en el instituto. Ese mismo año se creó la organización parapolicial Triple A y tres años después, se produjo el golpe militar. En diciembre de 1976, con 20 años y embarazada de cinco meses, Silvia Labayru fue secuestrada por su participación en la organización guerrillera peronista Montoneros y llevada a la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA). Ahí fue torturada y dio a luz a su hija. De las 5.000 personas que pasaron por ese centro de detención y tortura clandestino, sobrevivieron apenas 200. Labayru fue una de ellas. 

Leila Guerriero recoge su historia en La llamada (Anagrama, 2024), un retrato de una víctima incómoda. Labayru pagó un peaje muy alto en la ESMA: fue obligada a hacer trabajo esclavo y labores de inteligencia, además de ser violada reiteradamente por un oficial. Pero su supervivencia resultó sospechosa a su llegada al exilio en España: fue repudiada y tildada de traidora. 

Argentina
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En ‘La llamada’ la periodista y escritora Leila Guerriero hace un retrato de Silvia Labayru, militante en la organización guerrillera Montoneros y superviviente de la ESMA, centro de torturas de la dictadura argentina.

Ambas obras son revisiones críticas de las militancias de los 60 y 70, con abordajes muy distintos. Una es una novela, como aclara el propio Vásquez al final del libro, aunque está basada en entrevistas con Cabrera y su familia. Hay una narración que nos pone en la piel de su protagonista, y una tesis de fondo, que pone el foco en el fanatismo y los desmanes izquierdistas. Otra es una crónica: Guerriero explicita en todo momento el artificio del relato, que oscila constantemente entre los episodios de la vida de Labayru y los encuentros entre periodista y protagonista —un recurso que nos permite respirar entre vivencias tan duras—.

No hay una sola versión de la historia, pero sí hay una relectura de los hechos que evidencian que lo que sufrió Labayru fue violencia sexual

No hay una sola versión de la historia. La autora contrasta minuciosamente los hechos que rememora Labayru con un mosaico de entrevistas a amistades, amantes y compañeros de militancia. El relato no conduce a una conclusión clara como en Volver…, pero sí hay una relectura de los hechos, que evidencian que lo que sufrió Labayru fue violencia sexual, algo que no se quiso o no se supo ver en su momento. Y lo consigue sin necesidad de convertir a Labayru en una víctima ideal, con un relato lleno de grises.

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