Argentina
Leila Guerriero: “No hay que ser complaciente con las víctimas”

En ‘La llamada’ la periodista y escritora Leila Guerriero hace un retrato de Silvia Labayru, militante en la organización guerrillera Montoneros y superviviente de la ESMA, centro de torturas de la dictadura argentina, apresada cuando estaba embarazada de cinco meses.
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Leila Guerriero en el Hotel de Las Letras en Madrid. David F. Sabadell

Es lunes 29 de enero. La semana se estrena con un atípico sol de invierno que inunda algunas partes de la Gran Vía madrileña en el lado de los pares. Leila Guerriero (Argentina, 1967) me espera en los impares, en concreto en el Hotel de Las Letras. A mí, y a otros muchos periodistas que somos citados por intervalos horarios para hablar sobre su último libro La llamada (Anagrama, 2024). En él se desgrana la vida de Silvia Labayru, militante en la organización guerrillera Montoneros y superviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), centro de torturas de la dictadura argentina, apresada cuando estaba embarazada de cinco meses y después rechazada por los exiliados en España. La agenda está apretada y mientras busco la sala para encontrarme con ella ya posa para el fotógrafo en la cafetería.

Guerriero estira la mano para presentarse y se sienta rápida para comenzar el interrogatorio. En la mesa hay dos botellas de agua, unos vasos vacíos y algunas carpetas con folios en blanco y bolígrafos. Todo parece preparado para una conferencia o reunión de trabajo, pero nada de eso sucede en la próxima media hora en la que se hablará sobre una de las supervivientes del centro de detención clandestino más grande que hubo en Argentina y donde fueron secuestradas, torturadas y asesinadas cerca de 5.000 personas. Solo 200 sobrevivieron.

La autora de La llamada tiene un discurso recto y directo. Así es como está escrito su nuevo libro, que utiliza el estilo descriptivo que se emula en este encabezamiento para aderezar cada encuentro con Sylvia y el resto de personas entrevistadas. No empatiza con las víctimas, esa no es su función, establece siempre una barrera para evitar la complacencia. Guerriero es periodista, colabora en medios como La Nación, El Mercurio o El País. Pero también es escritora y afirma que el estilo descriptivo con el que dibuja cada encuentro es parte de su creación literaria.

Silvia Labayru es de las primeras mujeres que consiguieron llevar ante un juzgado a militares de la ESMA por delitos de violencia sexual. Pero este no es el único motivo por el que te fijaste en ella para contar su historia. Cuéntame un poco.
No, había muchas cosas llamativas. Silvia había sido secuestrada por militar en los Montoneros siendo muy joven, a los 20 años. Ella trabajaba en el servicio de inteligencia de Montoneros de la capital. Cuando la secuestraron estaba embarazada de cinco meses. Esa era también otra singularidad, la torturaron embarazada. La retuvieron allí hasta junio del 78 y la liberaron, la subieron a un avión y la mandaron aquí, a Madrid. La mirada de los militares la siguió durante bastante tiempo, cada tanto llegaban los represores y la citaban en algún sitio de Madrid. Una especie de cita de control del detenido. Pero una vez que ella estuvo aquí se sintió en libertad, no sintió que podían volver a secuestrarla. Pero se encontró con una cosa que fue sorpresiva para ella que fue el repudio de los suyos, de sus ex compañeros de militancia, de esta gente que estaba en el exilio aquí. A mí eso me resultó muy singular y sorprendente, aunque es una cosa que después, hablando con otras personas, entendí que no era tan inusual. Pero a mí no se me habría ocurrido, siento que a una persona que sale de una situación así la última pregunta que le haría es “¿Qué fue lo que te salvó?” o “¿Por qué estás viva?”. Todas esas cosas hicieron que a mí me interesara muchísimo su historia.

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Leila Guerriero antes de la entrevista. David F. Sabadell

¿De qué se le acusaba?
A Silvia se la involucraba en una de las historias más oscuras de la dictadura argentina, que fue la infiltración de un sujeto llamado Alfredo Astiz, un oficial de la Armada, en la Organización de Madres de Plaza de Mayo, haciéndose pasar por hijo de un desaparecido, convencido de que detrás de las Madres de Plaza de Mayo había una organización de izquierdas. Para hacer esa cobertura más verosímil los militares decidieron que tenía que ir con una persona que se hiciera pasar por su hermana. Entonces designaron a una persona detenida, a otra mujer que estaba detenida en la ESMA y que fue una de las mujeres que de hecho asistió a Silvia en el parto de su hija Vera. Esta mujer les hizo ver que era demasiado morena para pasar por hermana de Astiz, que era un hombre muy rubio, muy ario. Y entonces decidieron que la persona que iba a ir con él iba a ser Silvia, que era una mujer rubia de ojos azules y era verosímil. La obligó a ir con él a un par de estas reuniones como fachada sin que ella tuviera ningún tipo de participación en eso, nada más allí sentada. La infiltración de Astiz terminó con la desaparición de varias madres de Plaza de Mayo, dos monjas francesas y varios familiares de desaparecidos, secuestrados y asesinados. Entonces, en el exilio, esta situación de que la obligaron a sentarse al lado de ese tipo la recubrió de una leyenda muy oscura.

Precisamente por todo esto, ¿con este libro pretendes hacer justicia con la historia de Silvia?
Para nada. Los libros no están para hacer justicia. Esto no es un libro para hacer justicia de nadie, nace para contar una historia de una mujer.

Durante las torturas en la ESMA había una cuestión de ensañamiento, de dominación y de humillación muy particular con las mujeres

Como demuestra la historia de Silvia durante la dictadura argentina, ¿sufrieron las mujeres violencia específica por el hecho de ser mujeres?
Sí. Estamos hablando de los años 70 y 80, hay un montón de cuestiones relacionadas con el género que no estaban ni siquiera empezadas a masticar en ese momento. En la ESMA, que ahora es un museo dedicado a la memoria, se hizo un vídeo fantástico, interesantísimo, recogiendo los testimonios de mujeres que habían pasado por allí. Contaban todo el horror y las vejaciones a las que habían sido sometidas y también la forma en la que luego, cuando fueron liberadas, las recibieron afuera, tanto sus familiares como sus ex compañeros. Y todo esto era absolutamente asombroso. Muy corajudas todas. El testimonio de Silvia también estaba. Y la verdad es que la especificidad de lo que pasaba con las mujeres era una historia a la que no se le había prestado demasiada atención. Se hizo una muestra que se llama Mujeres en la ESMA y luego un libro.

Claro que había una cuestión de ensañamiento, de dominación y de humillación muy particular con las mujeres. Ya la violación es un delito muy difícil de denunciar. No sé si alguna vez habrá más denuncias de más mujeres o si algún varón sentirá la necesidad de decir “esto me pasó también a mí”.

¿Cuánto tiempo ha tenido que pasar para separar la tortura de la violencia sexual?
En el año 2010 la violación empezó a ser un delito separado de las torturas y el trabajo esclavo. El primer juicio que se hizo a los militares de la dictadura fue en el año 1985 con el presidente Alfonsín. Osea, desde el 1985 hasta el 2010… Haga la cuenta.

Los asuntos que nos competen a nosotras siempre van más lentos.
Parece, sí.

Una víctima es una víctima más allá de su ideología, más allá de su pertenencia a un grupo político, más allá de que sea una persona malhumorada

Hablando del libro, Silvia es una víctima de la dictadura, pero haces un perfil de ella que no es nada complaciente. Es difícil no caer en idolatrar a una víctima.
Yo creo que hay un temor entre nosotros, entre los periodistas, a contar un lado que no sea simpático de la víctima, que nos haga casi cómplices del victimario. Yo creo que hay una tarea ahí para repensar y para trabajar, porque si no lo que estamos replicando es una idea muy horrible que es que para ser víctima hay que ser moralmente perfecto, un ciudadano intachable, votar al partido que nosotros votaríamos… Y una víctima es una víctima más allá de su ideología, más allá de su pertenencia a un grupo político, más allá de que sea una persona malhumorada. Jon Lee Anderson, el periodista norteamericano, tiene una frase que a mí me gusta mucho y que dice que ser víctima no es ninguna virtud. Lo que yo trato de hacer siempre es contar la vida de una persona, no la vida de una santa. Me parece que detrás de este pintar a la víctima de una manera complaciente hay el miedo de que si digo que es antipática la estoy revictimizando, y más bien es al contrario, estás ofreciendo la posibilidad de demostrar al ser humano en toda su dimensión.

Aportas muchos detalles de cómo se sucedieron las entrevistas para realizar el libro. ¿Has sentido necesidad de ser extremadamente objetiva?
La objetividad para mí en el periodismo es un cuento chino. Todo es subjetivo porque está contado por un sujeto. Los hechos son los hechos, eso no se puede cambiar, pero la mirada sobre algo cambia, depende del autor o de la autora. Si vos tuvieras esta misma historia, la contarías quizás de otra manera. Más allá de que si sos una persona decente no vas a cambiar los hechos. Pero no me sentí más obligada a tener distancia. El trabajo era más monumental porque abarca un momento muy horrible de la historia argentina y sobre eso se ha escrito mucho. Pero yo siempre tuve claro que lo que quería hacer era el retrato de la vida de esta mujer, que a su vez era el retrato de un momento de Argentina, pero no un libro sobre los años 70, que hay gente que lo ha hecho y lo ha hecho muy bien y lo sigue haciendo. En cuanto a la distancia, no es distinta a la que apliqué con otras personas entrevistadas.

Lo cierto es que con este estilo meticuloso y descriptivo que utilizas la lectora se siente dentro del lugar donde está sucediendo la entrevista. ¿Eso es lo que buscas?
Es que lo otro sería como una declaración judicial. Eso que estás diciendo es escribir, de eso se trata la escritura. Ayer hablaba con Juanjo Millás en la radio y el hablaba de una cosa muy linda que es “la estática”. La púa sobre el vinilo hace una especie de ruido y ese ruido es la vida. O sea, no es el sonido digital chato, monocorde, aplastado. Las descripciones, las observaciones, eso es la estática, eso es el ruido de la vida. A mí no me entusiasmaría escribir un libro en el que no tuviera nada de eso.

Vamos con la vida de Silvia. pertenecía a los Montoneros, una organización armada. En el libro ella se muestra muy crítica con esta organización, sobre todo cómo actuaron con las personas apresadas y que luego fueron liberadas. Pero queda clara la ausencia de equidistancia. Es decir, no se puede comparar el terrorismo de Estado con un grupo guerrillero, ¿cómo crees que sentará este mensaje?
No tengo idea, eso no está dentro de mi control. Aparte es lo que dice Silvia, uno no tiene por qué estar de acuerdo con sus entrevistados. O sea, si todos los personajes de todas las novelas y los cuentos que escribimos tuvieran que pensar como pensamos nosotros, escribiríamos siempre el mismo libro. No sé, eso es algo que tienen que decir los que lo lean, ¿no? Y aparte, como te digo, es lo que piensa ella.

Milei dijo que la dictadura había cometido excesos. No fueron excesos, fue terrorismo de Estado.

En Argentina estáis preparados para entender que no es lo mismo el terrorismo que ejercía el Estado que la lucha armada.
En la Argentina hay un trabajo inmenso hecho con todo lo que tiene que ver con separar esas dos aguas precisamente. O sea, claramente no fue esta una lucha entre dos fuerzas iguales, ni una guerra ni nada que se le parezca. Fue la aniquilación de un montón de gente por parte de los seres que estaban en el poder, que ejercían con toda la maquinaria del Estado terrorismo de Estado, torturaron, secuestraron, aplastaron, desaparecieron, dejaron una huella, un hoyo profundo en muchas familias y en la familia social, en el colectivo social. Para mí no me es indiferente nada de lo que pasó allí. Y con eso se hizo un trabajo inmenso en la Argentina desde 1985 para acá.

Creo que hay una conversación ininterrumpida y que a mí me parece muy saludable y que está claro que no son dos cosas similares. En Argentina se ha trabajado mucho con la idea de la memoria. Hay muchas organizaciones de derechos humanos de gran relevancia, algunas como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo o el trabajo que hizo desde el año 1984 el equipo argentino de Antropología Forense, buscando los restos de los desaparecidos en dictadura cuando la dictadura recién había terminado. Era un grupo de gente muy jovencita, poniéndose en riesgo porque los militares estaban todavía en cargos de poder.

A mí es una de las cosas que me da orgullo de mi país, ese trabajo que se hizo. Por supuesto hay gente que no piensa lo mismo, pero creo que hay un acuerdo mayoritario en relación a lo que pasó durante la dictadura. Los militares tuvieron un juicio, pudieron ser escuchados, pudieron ser defendidos por abogados, pudieran ser acusados por sus víctimas. Se hizo un juicio y hubo condenas. Ellos no le ofrecieron esa posibilidad a ninguna de las personas a las que secuestraron o arrojaron vivas desde aviones. Eso es una evidencia.

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Leila Guerriero antes de la entrevista. David F. Sabadell

¿Está en riesgo ahora la memoria histórica en Argentina con los mensajes negacionistas que se lanzan desde el gobierno?
Espero que no, pero sí me parece muy alarmante que se haya activado, y de una manera bastante importante, este mensaje, como vos decís, negacionista. Milei dijo que la dictadura había cometido excesos. No fueron excesos, fue terrorismo de Estado. Y sí me parece un poco alarmante que esa idea haya sido por lo menos tácitamente aceptada o que la gente lo haya votado a pesar de esa idea con un amplio margen de votos, un 56%. Yo creo que la gente que lo votó, o por lo menos quiero pensar, no lo votó por eso, sino a pesar de eso. O sea, esa idea se activó y yo creo que es una idea que no va a encontrar aceptación social, digamos. Me parece que hay una fuerte reacción social en la Argentina contra ese tipo de discursos.

Volvamos a Silvia, sale de la ESMA y mucho tiempo después se sucede un juicio por violencia sexual. ¿Tú crees que ella se ha sentido reparada de alguna manera?
Con el juicio por abusos sexuales ella cerró una parte importante de su historia. Yo le pregunté claramente por qué se había decidido a iniciar un juicio de este tipo. Ella es una tipa muy inteligente y no dudo un minuto en responderme y me dijo: “Mira, para mí era muy importante tener la oportunidad de que quedara claro que estos tipos que iban a misa, que se sienten cristianos y que decían haber hecho esto en nombre del bien de la sociedad cristiana, además de ser secuestradores y torturadores y todo lo que ya sabemos que hicieron en nombre de una especie de bien superior para la sociedad, eran ladrones, porque se robaban cosas de los detenidos, y eran violadores. Cuando intervienen esos dos delitos comunes, ¿en nombre de qué bien superior cristiano, vos podés decir que estás violando a una persona?”.

Y en ese sentido creo que con la condena a uno de los militares, aunque como ella dice, no le va a agregar un minuto más de cárcel porque ya tenía condenas a cadena perpetua, ella sintió que cerraba un ciclo con eso de su historia.

Ella dice que está cansada de contar su historia. ¿Cómo accede a tu petición?
Ella había tenido malas experiencias con la prensa. Y en un momento, hace muchos años, decidió ya no hablar con periodistas. Y dio una nota que hizo que yo me enterara de su caso, y que fue la que le dio a Mariana Carbajal de Página 12, que allí Mariana resumía muy bien su historia. No, no sé por qué accedió en este momento a contar su historia. Eso es algo que yo no puedo responder y me parece que ella tampoco, pero creo que le dio mucha confianza el hecho de que yo llegara a ella de parte de uno de sus mejores amigos, con el que tenía una amistad de más de 40 años que es el fotógrafo Dani Yako, y el primero que vio mucho antes que yo, que esa historia podía llegar al cementerio.

Yo quería hacer un artículo para El País Semanal, no un libro. Y después, cuando la cosa empezó a crecer, esto no podía contarlo en un artículo, no había manera en que lo pudiera resumir. Y ahí surgió la idea del libro.

Creo que sintió una mirada que no la estaba juzgando ni por su manera de relatar ni por lo que había pasado. Ella estaba siempre como muy prevenida. Me decía “siento a veces que te cuento las cosas de esta manera un poco fría”. La verdad que nunca percibía frialdad.

Lo cierto es que haces comprobaciones, preguntas a otras personas y en el libro vas plasmando que hay incluso diferentes versiones en los testimonios, ¿no?
Sí, pero más que contradicciones, yo creo que son puntos de vista distintos sobre lo mismo y gente que se ha olvidado de todo. Hay un amigo de ella que dice no se acuerda de nada. La memoria también trabaja rompiendo el pasado para hacerlo más tolerable. Pero en cuanto a la versión, o sea, los hechos son los hechos. Lo que pasa es que yo creo que sobre lo que pasó cada uno tiene una mirada.

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Leila Guerriero en los pasillos del Hotel de Las Letras. David F. Sabadell

Aunque tú dices que no existe la objetividad, a mí sí se me da que intentas acercarte a ella.
Bueno, digamos a un punto de verdad, por supuesto. Con tantas entrevistas, tantos testimonios, uno se acerca mucho a lo que pasó.

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