Nacionalismo
Nacionalismo banal

La ideología de los nacionalismos está lejos de disiparse, puesto que se encuentra dada por supuesta, y cuando algo escapa de la alerta consciente esto no quiere decir que por ello haya desaparecido, sino que persiste y se reproduce.

Donald Trump -banderas EE UU
Donald Trump. Foto de Brian Copeland
25 oct 2019 08:00

En su obra “Nacionalismo banal”, Michael Billig discute con la tesis del posmodernismo según la cual los nacionalismos, hoy en día, estarían erosionándose. Por el contrario, el autor sostiene que elementos de la consciencia nacionalista no sólo persisten en la actualidad, sino que, incluso, esa distinción entre “nosotros” y “extranjeros", esa frontera tan típicamente marcada y reforzada por los nacionalismos, se encuentra dada por supuesta. Concretamente, se trata de un nacionalismo que se impone por sobre los demás, el estadounidense. De esta manera, Billig argumenta que en lugar de estar en presencia de un fenómeno de “globalización”, estaríamos, más bien, en presencia de un “nacionalismo globalizante”.

En este sentido, considero que resulta pertinente para el debate la definición que realiza Benedict Anderson de nación: “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”. De la presente conceptualización quisiera ahondar en dos de los aspectos que señala la noción propuesta por este autor y que considero relevantes para la cuestión que tratamos aquí.

En primer lugar, según Anderson, una “nación” es imaginada porque, aunque las personas que forman parte de una no conozcan ni vean ni siquiera escuchen hablar de la mayoría de sus compatriotas, en sus mentes tienen la imagen de su comunión. En el caso que analiza Billig, él plantea que existen, por ejemplo, determinados tipos de enarbolamientos escénicos en ciertas películas, que, aunque no hayamos estado jamás en Estados Unidos, nos permiten reconocer enseguida que nos encontramos “aquí”, en dicho país. Esta localización se realiza, como sostiene el autor, sin que el consciente lo advierta.

En segundo lugar, es limitada debido a que tiene fronteras más allá de las cuales existirían otras naciones. Billig, por su parte, llama la atención respecto de cómo el nacionalismo estadounidense se ocupa de marcar una distinción entre un “nosotros” y un “ellos”. Este “nosotros”, además, se convierte en el portavoz de valores universales, representantes del bien o lo que es bueno, en contraposición a un “ellos” que encarna aquellos valores que denotan todo lo vinculado con el mal o lo que no es bueno.

De esta manera, Billig argumenta que hoy la ideología de los nacionalismos está lejos de disiparse, puesto que, muy por el contrario, se encuentra dada por supuesta, y cuando algo escapa de la alerta consciente esto no quiere decir que por ello haya desaparecido, sino que persiste y se reproduce sino inconscientemente, al menos, de una manera no consciente. Y llama “nacionalismo global” al nacionalismo estadounidense que permea las fronteras de otros nacionalismos, apareciendo en elementos sutiles que, sin embargo, dan cuenta de esta permeabilidad, es decir, de la existencia de un subtexto.

Un nacionalismo particular logra imponerse de manera tan obvia, tan banal que es olvidado como tal y el proceso pasa a ser percibido como “globalización”, tomado como una fuerza “supranacional” y “global”, cuando en realidad se trata de un solo “nacionalismo globalizante” hegemónico.

En este sentido, es importante recordar una de las definiciones que John Storey analiza críticamente en torno al concepto “cultura popular”, en la cual ésta es entendida como “cultura de masas”, una cultura comercial, producida en masa para el consumo pasivo en masa. Este autor cita el trabajo de algunos críticos culturales según quienes la identifican con una cultura norteamericana importada, la cual ejercería una influencia homogeneizadora o una “americanización” en el resto del mundo. Es decir, una de las maneras de conceptualizar a la “cultura popular” llama la atención sobre aquellos elementos de origen estadounidense que se extienden más allá de las fronteras de los Estados Unidos y son incorporados (de manera crítica o no, podríamos discutir), consumidos, reelaborados, por otras culturas, otras sociedades.

En sintonía con esta temática, por su parte, David Throsby, quien en su texto “Economía y cultura” se ocupa de la elaboración de políticas culturales en diferentes países democráticos, argumenta que uno de los cambios que afecta tal elaboración a finales del siglo XX es el proceso de globalización en la economía. Entiende que este proceso a partir del cual se ven cada vez más interrelacionadas e interdependientes las economías nacionales dentro del mercado mundial ha generado repercusiones a nivel cultural. A lo largo del apartado en donde trata esta cuestión, abre brevemente un debate entre diferentes posturas que sostienen, por un lado, la influencia homogeneizadora de la cultura comercial estandarizada estadounidense, la cual diluiría la diversidad cultural, predominando por sobre las formas locales en las que actuaría; por otro, en palabras del autor, la “resistencia de la comunidad al sometimiento de los modos nacionales o locales de expresión por obra de algún imperativo mundial impersonal”.

Esta última postura me recuerda el caso del fracaso de McDonald’s en Bolivia. Tras algunos años de intentar enraizar en el pueblo boliviano, tratando de adaptarse a los gustos locales, la multinacional quiebra y debe cerrar. Según algunas fuentes, uno de los mayores símbolos del capitalismo y la globalización no fue incorporado por las bolivianas, sino resistido, debido a que predominó, ante todo, el modo local de alimentación. Resultan interesantes algunos estudios que se han hecho al respecto, en donde se puede observar cómo un elemento de un nacionalismo hegemónico, como las hamburguesas de McDonald’s, no sólo exporta con ello una comida sino todo un comportamiento, un modo de alimentación, en este caso, el “fast”, apropiado para un modo de vida adaptado al capital, en donde el tiempo es dinero; y, al mismo tiempo, se puede observar cómo éste es resistido por un, podríamos decir, nacionalismo local que entiende la cocina y la alimentación de una manera completamente opuesta.

De este modo, adquiere sentido el análisis que realiza Throsby, en donde periodiza la elaboración de políticas culturales desde la Segunda Guerra Mundial, identificando un segundo momento a lo largo de la década de los ’70, a partir del cual se reconocen las industrias culturales como un motor de dinamismo económico y transformación social. Podemos reflexionar, partiendo del caso de McDonald’s en Bolivia, cómo, efectivamente, las industrias culturales actúan o intentan actuar como un mecanismo de transformación social en los hábitos y los comportamientos de las sociedades en donde buscan penetrar.

Por último, quisiera llamar la atención sobre el planteo que propone Billig, al que podemos denominar “universalismo vs. particularismo”, respecto de cómo un nacionalismo particular logra imponerse de una manera tan supuesta, tan obvia, tan banal -en palabras del autor- que es olvidado como tal y el proceso pasa a ser percibido como “globalización”, concepción a partir de la cual se supone que el tránsito de diferentes elementos culturales procede de todas las culturas del globo y permea a todas ellas, implicando un proceso de erosión de los nacionalismos locales y una dilución de las diversidades por una fuerza que se cree “supranacional” y “global”, cuando en realidad, según Billig, se trata de un solo “nacionalismo globalizante” hegemónico y es el estadounidense.

Este análisis me recuerda el proceso histórico alemán, analizado por Denys Cuche en “La noción de cultura en las ciencias sociales”, en donde éste observaba cómo unos valores particulares de un grupo, en este caso, una burguesía pujando por lograr una legitimación social, se imponen como los valores de lo que pronto pasará a reconocerse como una nación, la alemana. Quiero decir, encuentro cierta analogía en los análisis de ambos autores cuando entienden que se produce un traslado desde los valores, la cosmovisión, etc., de un grupo en particular (sea una clase social o una nación) hacia todo un conjunto mayor (ya sea una nación o el mundo entero), a partir de relaciones hegemónicas de poder.

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