Música
Un estallido musical contra la motosierra de Milei

En Argentina, al mismo tiempo que se consolida un gobierno de ultraderecha, va creciendo un grito de resistencia que llega desde géneros musicales ‘mainstream’.
Las Manos de Filippi
Concierto de la banda argentina Las Manos de Filippi en el Gruta 77 (Madrid) en agosto de 2019. Álvaro Minguito
12 mar 2024 06:00

“Se viene el estallido, se viene el estallido, de mi guitarra, de tu gobierno, también”, cantaba Gustavo Cordera, líder de la banda Bersuit Vergarabat, por antros y estadios de Buenos Aires durante los últimos años del siglo XX. Los músicos de la banda lo rodeaban vestidos con pijamas, como si estuvieran despertando del largo sueño del neoliberalismo, derramado por Sudamérica tras la caída del Muro de Berlín en 1989. Un sueño convertible en la Argentina, donde la moneda nacional, el peso, valía igual que el dólar por ley. Un sueño que, en poco más de una década, mutó en la pesadilla de la llamada crisis de 2001, con picos del 60% de pobreza, según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), tras una década de gobierno de Carlos Menem y la breve presidencia de Fernando De la Rua. Una pesadilla que sobrevuela como flashback cada vez que el presidente actual, Javier Milei, agita la dolarización y apunta sus medidas gubernamentales a la baja del superávit fiscal, en detrimento de las frágiles columnas del estado de bienestar que aún están en pie.


El estribillo que repetía Cordera, igual que un mantra combativo, pertenece a la canción “Se viene”, incluida en el disco Libertinaje, que fue producido por el factótum Gustavo Santaolalla. El corte de difusión fue “Sr. Cobranza”, una canción que pertenece a la banda Las Manos de Filippi y fue popularizada por Bersuit Vergarabat al incluirla en su cuarto disco. Veintisiete años después, el grito premonitorio volvió a sonar en los estadios de Argentina. Esta vez no estuvo acompañada de riffs rockeros, ni de la simbiosis original que cruzó al funk con el hardcore en un mismo puente. Apareció en la voz de Dillom, un joven rapero, compositor y productor clave en la escena de la música urbana.

Hace unas semanas, en el Festival Cosquín Rock, en la provincia de Córdoba, el rapero que no había nacido cuando “Sr. Cobranza” encendía los diales, ensayó una variación del cover frente a una multitud. Donde decía “Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar”, Dillom entonó con rabia y flow “a Caputo en la plaza lo tienen que matar”, en alusión al ministro de Economía del actual gobierno, Luis ‘Toto’ Caputo. Pronto llegaron las represalias mediáticas, el bombardeo de los trolls oficialistas y la firma de un abogado pidiendo disculpas públicas. Poco viento para apagar la mecha encendida.

Dillom no era el primer cantante popular argentino en señalar los daños que la motosierra de Milei está haciendo también en la cultura. Quizá, hasta el momento, el más emblemático había sido el legendario cantante folklórico Peteco Carabajal, quien en Jesus María, otro festival realizado en la provincia de Córdoba, ante la aparición entre el público de la vicepresidenta Victoria Villarruel, negacionista del genocidio cívico-militar entre otras jactancias intelectuales, dijo: “No se paren que no ha llegado nadie”.

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Las promesas de campaña de Milei no fueron hechas sobre el bidet, parafraseando uno de los versos más cantados por Charly García, una de las figuras centrales del rock argentino. Por el contrario, lo que prometió tiene la intención de hacerlo cumplir. Previo a las elecciones, Milei participó en caravanas con una motosierra en las manos que hacía flamear sobre las cabezas de sus seguidores. A poco de asumir la presidencia de la nación, a fines de 2023, promovió un Decreto de Necesidad y Urgencia y un paquete de leyes con la intención de llevar a la práctica sus promesas de campaña. La salvedad, no menor, es que el recorte y su plan de austeridad no iba a ser solventado por la “casta política” como había anunciado, menos por la clase empresarial. La motosierra viene pasando por los bolsillos y modos de vida de jubilados, trabajadores y trabajadoras, estudiantes y, claro, el universo ligado a la cultura.

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En la propuesta legislativa lanzada por el ejecutivo nacional, un texto fundacional que bautizó como Ley de Bases y Puntos de partida para la Libertad de los Argentinos, se buscó eliminar de cuajo organismos fundamentales para el fomento y la difusión de la cultura y el arte nacional, como el Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional del Teatro. A la vez que se visibilizó la intención de desfinanciar al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, el Instituto Nacional de la Música y los festivales populares. Los músicos no se quedaron en silencio ni enfundaron sus instrumentos. Con diferentes tonalidades, empezaron a hacerse escuchar. Primero mediante canciones, luego organizándose.

La canción protesta no es patrimonio de un único género musical. Tampoco de un país o de un continente. Como si fuese una gran banda internacional de resistencia, lucha y denuncia perdura en el señalamiento al macartismo en la voz armónica de Joan Baez, en la irreverencia agónica de Nina Simone, en el folk de Bob Dylan en clásicos como “Masters of War”, en el existencialismo rebelde del valenciano Raimon, o en la voz de Mercedes Sosa, exponente de la nueva canción latinoamericana.

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Ya no se escriben con chaqueta de pana y guitarra al hombro, pero en 2020 sigue habiendo canciones que protestan contra el orden establecido desde una voz personal. Y menos mal.

En Argentina, al mismo tiempo que se consolida un gobierno de ultraderecha, va creciendo a su alrededor un grito de resistencia; la voz, los acordes, están llegando desde géneros mainstream. Sea desde la música urbana, como Trueno, Wos y el nombrado Dillon entre sus referentes, o desde la canción pop protagonizada por mujeres bellas y fuertes como María Becerra y Lali Esposito. Precisamente, con Lali, mejor dicho contra Lali, Milei libró una batalla gramsciana, cultural, disciplinaria, acusándola de cobrar cifras impúdicas en festivales organizados por el Estado, mediante un bombardeo de tuits con una fuerte carga misógina, alejados de la noción de verdad.

Las canciones no son el único modo de resistencia que tienen los músicos argentinos ante el avance de la motosierra. Se suman los mensajes en escena, como acaba de hacer el trapero Trueno en el festival de Viña del Mar, donde finalizó diciendo: “Acuérdense en Chile, Argentina y el resto de Latinoamérica: somos hermanos. Y sin miedo, digo que me cago en Videla, que me cago en Pinochet y en todos los dictadores. Nunca más, ni olvido ni perdón”.

Ante las amenazas por la disolución del Instituto de la Música, se impulsó una Mesa de la Industria y la Actividad Musical, donde los músicos marcaron sus propios puntos de defensa

También, acostumbrados a armar bandas, rápidamente se organizaron. Ante las amenazas por la disolución del Instituto de la Música, se impulsó una Mesa de la Industria y la Actividad Musical, donde marcaron sus propios puntos de defensa. En el Comunicado Urgente N°1, Toda la vida tiene música, dicen: “Nuestro país, que es un ejemplo de producción cultural pasaría a dejar que sea ‘solo’ la lógica de Mercado la que determine qué Cultura se produce en la Argentina. En cuanto a la Música, el proyecto propone modificar totalmente al INAMU (Instituto Nacional de la Música) y eliminar una experiencia que hizo del mismo un ejemplo de transparencia, Federalismo y optimización de los escasos recursos con que cuenta (...)”. Entre los firmantes figuran León Gieco, Charly García, Lidia Borda, La Renga, Escalandrum, Susana Rinaldi, entre otros, junto a otras voces de la música nacional.

La Mesa de Música no fue el único frente de resistencia. En distintos rincones del país se organizaron diferentes colectivos, como La Unixn de Musicxs Independientes que asumió la defensa del INAMU; el Colectivo Música de Necesidad y Urgencia que convocó a una tocata en simultáneo a fin de año en distintos punto del país; el festival realizado en la provincia de Salta, en el norte argentino, por la Multicultural Niáca; y los Músicxs Autoconvocadxs de Paraná, en el litoral. Un conjunto de cuerdas, vientos, voces y teclados que se contrapone al atronador sonido de la motosierra que Milei quiere pasar por los oídos de los argentinos. Una música maravillosa que abre esperanzas y sostiene los ánimos donde solo hay ruido y furia.

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