Militarismo
Trump y Putin escenifican la posibilidad de “un segundo Helsinki”

La capital finlandesa es un escenario simbólico de la distensión entre Washington y Moscú. El encuentro ayer de Donald Trump y Vládimir Putin avanzó en ese simbolismo pero no bastó para relajar una situación internacional agitada por el intempestivo presidente estadounidense. 

Putin y Trump
Montaje de Donald Trump y Vládimir Putin.
17 jul 2018 06:16

Donald Trump llegó a Europa como el proverbial elefante en la cacharrería. El presidente de EE UU aterrizó en Helsinki tras su paso por Bruselas y Londres, donde hizo gala de su estilo recio y directo. En Bélgica presionó en público y en privado a los miembros de la OTAN para que aumentasen su contribución anual a las arcas de la Alianza Atlántica, primero hasta el 2% —como se comprometieron todos ellos en la cumbre de Gales de 2014— y después hasta el 4%, todo ello mezclado con referencias a la guerra comercial que su administración libra ya y que planea intensificar con la Unión Europea, a la que describió el domingo abiertamente como “adversario comercial” en una entrevista con la CBS.

En Reino Unido, Trump concedió una entrevista a The Sun en la que criticó la gestión del brexit a cargo de la primera ministra, Theresa May, y sugirió que su exministro de Exteriores, Boris Johnson, podría llegar a ser un buen reemplazo.

Antes de comenzar el fin de semana, el fiscal especial que supervisa la investigación sobre la presunta injerencia electoral en las presidenciales de 2016 por parte de Rusia, Robert Mueller, acusó a 12 supuestos agentes de la GRU —los servicios de inteligencia del ejército ruso— de encontrarse detrás del ataque y el robo de información de los ordenadores del Comité Nacional Demócrata. “Un timing interesante”, escribió WikiLeaks en su cuenta de Twitter.

Se refería, por supuesto, a la reunión celebrada este lunes entre Trump y el presidente ruso, Vladímir Putin. El presidente de EE UU contestó a la noticia desde su medio favorito, Twitter, con una cascada de mensajes. “Las historias de las que habéis oído hablar ayer sobre los 12 rusos ocurrieron durante la administración de Obama, no la de Trump. ¿Por qué no hicieron algo, especialmente cuando se ha informado de que el presidente Obama recibió la información del FBI en septiembre, antes de la elección?”, se preguntaba Trump en un tuit, y en otro se contestaba: “Porque pensaba que Hillary Clinton podía ganar, ése es el motivo. ¡No tiene nada que ver con la administración Trump, pero las fake news no quieren informar de la verdad, como siempre!”

Al día siguiente volvió a la carga. “Nuestra relación con Rusia NUNCA ha sido peor gracias a tantos años de locura y estupidez estadounidense y, ahora, ¡esta cacería de brujas amañada!”, escribió. El Ministerio de Asuntos Exteriores ruso contestó lacónicamente desde su cuenta: “Estamos de acuerdo”.

“Putin is fine”

A pesar de las bajas expectativas, el encuentro era esperado con interés por los medios de comunicación y los analistas —además de por la foto, obviamente— por su trascendencia en un momento, como el actual, en el que los grandes bloques políticos y económicos de posguerra parecen estar en crisis y reconfigurarse, y al que los presidentes de EE UU y Rusia llegaron después de que sus países se hayan enfrentado indirectamente estos últimos años en escenarios tan dispares como Ucrania o Siria, donde las tropas gubernamentales siguen recuperando territorio, en las últimas semanas en la frontera con Jordania y la provincia de Deraa, siendo Nawa es la última gran ciudad bajo control de la oposición.

El conflicto de intereses en las instancias de poder en EEUU —entre Republicanos y Demócratas, pero también en el propio Partido Republicano e incluso en la misma administración y sus agencias— hacía difícil cualquier pronóstico exacto de su resultado, incluso si su presidente declaraba a comienzos de mes que “Putin is fine” y que estaba más que preparado para la reunión, puesto que su visión de las relaciones internacionales, como ha quedado sobradamente demostrado estos últimos días, no dista mucho de la de un acuerdo empresarial, donde todos los demás participantes son potenciales competidores cuya ventaja hay que reducir a toda costa en la negociación.

El ruido generado por los medios de comunicación corporativos durante los días previos a la cumbre ha oscurecido, como viene siendo habitual, una agenda donde prácticamente todos y cada uno de los temas bilaterales están marcados por niveles de tensión desconocidos desde tiempos de la guerra fría.

La reunión comenzó con más de media hora de retraso —estaba programada inicialmente para la 13:00— en el Palacio Presidencial de Helsinki, en principio era sin límite de tiempo, y terminó con una rueda de prensa de ambos mandatarios. Putin, llegado de la clausura del Mundial de Futbol de 2018, fue el primero en llegar: lo hizo a la 13:35, veinte minutos antes que Trump, quien, según la prensa, demoró su viaje para no ser el primero en llegar y ahorrarse la espera a la que el presidente ruso tiene acostumbrados a sus interlocutores.

Siria fue acaso uno de los temas de los que se dijo algo más concreto, cuando Putin anotó que “la tarea de establecer la paz y la reconciliación en este país podría ser el primer ejemplo del éxito del trabajo conjunto”

Hasta la fecha, Trump y Putin únicamente se habían reunido en los márgenes de cumbres multilaterales: en julio de 2017 en la del G20 en Hamburgo, y en noviembre de ese mismo año en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Da Nang (Vietnam).

“Es la hora de examinar a fondo las relaciones bilaterales y varios puntos sensibles en el ámbito global, hay tantos que hay que prestarles atención”, declaró Putin, el primero en hablar, antes del inicio del encuentro privado. Llevarse bien con Rusia sería “algo bueno, no malo”, insistió Trump a los periodistas antes de comenzar a la reunión, levantando la voz entre el ruido de miles de disparos fotográficos de los cámaras presentes y después de felicitar al presidente ruso por el Mundial de Fútbol recién terminado. “Lo más importante”, añadió, “es que tenemos muchas cosas buenas de las que hablar”.

“Juntos tenemos el 90% del arsenal nuclear y esto no es una cosa buena, esto es una cosa mala”, recordó el presidente estadounidense después de enumerar una larga lista de temas de seguridad y comerciales pendientes y manifestando su voluntad de lograr un consenso mínimo que sirva para recuperar los tratados de desarme mutuo.

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“Un buen comienzo”

El encuentro duró más de dos horas y fue, en palabras de Trump, un “muy buen comienzo”. En paralelo al encuentro entre Trump y Putin, también hubo en Helsinki una reunión entre los ministros de Exteriores de ambos países, Mike Pompeo y Serguéi Lavrov, que después se unieron a ambos presidentes para un formato ampliado con los respectivos asesores presidenciales. Terminada la reunión, Trump y Putin realizaron una rueda de prensa conjunta. De nuevo, más formalidades que otra cosa. "Las negociaciones con el presidente de EEUU, Donald Trump, se celebraron en un ambiente sincero y de trabajo, creo que fueron bastante exitosas y útiles", dijo Putin, para quien es "obvio para todos que las relaciones bilaterales viven un periodo difícil, aunque estas discrepancias y la atmósfera tensa que se ha formado no tienen fundamentos reales".

Trump, que puso en cuanto pudo el acento en lo comercial, fue todavía más general en sus declaraciones. “El diálogo constructivo entre EEUU y Rusia”, afirmó, “abre nuevas oportunidades para la paz en nuestro planeta". Eso sí, Trump, que días atrás acusó a Alemania de tener una excesiva dependencia del gas ruso —con miras a que Berlín renuncie al gasoducto Nord Stream 2—, no renunció a competir con Rusia en el terreno energético —la actual administración estadounidense está muy interesada en revivir el fracking—, aunque Putin planteó la necesidad de una mayor regularización en este campo.

Trump volvió a lamentar el mal estado de las relaciones bilaterales. Washington, aseguró, “ha sido inconsciente, creo que todos hemos sido inconscientes, deberíamos haber tenido este diálogo hace mucho tiempo”. Putin fue mucho más tajante en algunas de sus declaraciones, como al contestar afirmativamente a la respuesta de que quería que Donald Trump quería que ganase las elecciones en EEUU. Siria fue acaso uno de los temas de los que se dijo algo más concreto en la rueda de prensa posterior, cuando Putin anotó que “la tarea de establecer la paz y la reconciliación en este país podría ser el primer ejemplo del éxito del trabajo conjunto”, pero tampoco entró en detalle.

“Nuestra relación nunca ha sido peor que ahora, pero eso ha cambiado en las últimas cuatro horas, realmente lo creo”, zanjó Trump el tema. Putin describió con modestia como “aceptable” el nivel de confianza restaurado tras la reunión. En un tono presidencial poco habitual en él, Trump manifestó que “nada sería más fácil políticamente que rechazar reunirnos, rechazar una toma de contacto, pero no se conseguiría nada con ello... Prefiero tomar un riesgo político persiguiendo la paz que arriesgar la paz persiguiendo la política.”

Mientras se desarrollaba la reunión, desde EEUU el 'hashtag' "#TreasonSummit (cumbre de la traición) se convertía en tendencia en Twitter, sobre todo en cuentas de simpatizantes del Partido Demócrata."¿Por qué es traición reunirse con el líder de otro país?", se preguntaba la periodista estadounidense Rania Khalek. "Los presidentes anteriores se reunieron con Putin. Hay más histeria en torno a esto que en Trump arrojando una bomba cada 12 segundos o metiendo a niños pequeños en jaulas".

Helsinki, un lugar simbólico

La elección de la capital finesa no ha sido casual y está cargada de simbolismo. Como la otra posibilidad que se barajó antes, Viena, Finlandia es un país neutral. Como Austria, tras la Segunda Guerra Mundial Finlandia logró alcanzar una situación de equilibrio entre ambos bloques que la convirtió en uno de los lugares escogidos para la celebración de varios encuentros internacionales entre los líderes de EE UU y la URSS, más tarde la Federación Rusa. Helsinki fue la sede de las reuniones entre Gerald Ford y Leonid Brézhnev en 1975, entre George Bush y Mijaíl Gorbachov en 1991, y entre Bill Clinton y Borís Yeltsin en 1997.

El que fuera embajador de EEUU en Moscú, Jack F. Matlock, escribió todo un libro sobre los sucesivos encuentros entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov que ayudaron a desactivar la guerra fría, Reagan and Gorbachev: How the Cold War Ended (Random House, 2004), que resulta interesante revisitar desde hace meses para comprobar las similitudes entre Reagan y el actual inquilino de la Casa Blanca. Matlock explica que Moscú, ayer como hoy, veía a los republicanos “con una mentalidad más comercial y menos dados a berrinches ideológicos, y sospechaban que los republicanos tenían el poder real en Estados Unidos […] por eso los republicanos podían cumplir con sus promesas mientras los demócratas estaban obligados a renegar de ellas […] Era más fácil negociar con Eisenhower que con Truman; Nixon y Ford parecían más 'realistas' que Kennedy y Johnson.” Más interesante aún resulta leer que Trump, como Reagan, “heredó [de la administración anterior] sanciones sobre todo lo que pudiese ser sancionado” y, como candidato republicano, era el preferido por el gobierno ruso, entonces soviético y hoy conservador.

“La opinión pública está influida tanto por símbolos como hechos y las reuniones entre los líderes estadounidense y soviético llegaron a simbolizar el compromiso de tanto EE UU como la URSS de evitar la guerra y resolver sus diferencias negociando”, destaca Matlock. “Los encuentros cara a cara entre líderes nacionales en ocasiones son necesarios para encontrar soluciones a callejones sin salida durante una negociación”, insiste. “Cuando se ha acordado una reunión”, explica el antiguo embajador estadounidense, “ambos presionan a sus respectivas burocracias para alcanzar un acuerdo lo más amplio posible. Si los líderes expresan sintonía personal (lo que en ningún caso es un hecho dado), la química personal puede servir como catalizador para resolver problemas en el futuro. La comunicación, directa o indirecta, es siempre esencial para evitar que los problemas escapen de control”.

Según indicó un funcionario de la Casa Blanca a la CNN, Trump demandó que la reunión de ayer fuese entre ambos presidentes y sin asistentes, sólo intérpretes, para así “evaluar personalmente mejor a Putin” y “desarrollar una relación de líder a líder”, como pidió antes de su encuentro con Kim Jong Un en Singapur.

Pero también con el objetivo de evitar filtraciones —frecuentes desde hace meses y que multiplican el caos ya de por sí existente en la administración estadounidense— y evitar que los asistentes puedan adoptar una posición con Rusia que no sea del agrado del presidente estadounidense, interfiriendo en el desarrollo de la conversación.

En 1975, también en Helsinki y después de meses de negociaciones, 35 Estados europeos —sólo se autoexcluyó la Albania de Enver Hoxha y Andorra—, EEUU, Canadá y la URSS firmaron una declaración de la que surgió más tarde la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y que sirvió para rebajar la tensión entre bloques, al comprometerse los signatarios al respeto a la integridad territorial y cualquier modificación de fronteras que no se alcanzase por medios pacíficos.

En una entrevista de 2015 con el semanario Der Spiegel, el entonces presidente del Comité Oriental de la Economía Alemana (Ost-Auschuss) —la organización que agrupa a las empresas con intereses en Europa oriental, sobre todo en Rusia—, Matthias Platzeck, reclamaba “un segundo Helsinki” para evitar un choque con Rusia. (Significativamente, un día después, el mismo semanario calificaba las palabras de Platzeck de “gratuitas, banales e ingenuas”.)

El encuentro entre Trump y Putin no es ni mucho menos el “segundo Helsinki” que pedía Platzeck hace dos años: los pronósticos de los analistas son discretos y las probabilidades de un gran acuerdo internacional como el alcanzado en 1975, muy bajas. Pero si al menos logra desviar a EE UU del curso de colisión hacia Rusia, ya será algo.

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