Opinión
Todo silencio tiene su pajarillo
No es fácil tener cerca de ti a alguien que puede contarte las torturas brutales de Billy el Niño en un desayuno, y que de pronto te descubra que él aún se pasea por las calles de Madrid.

No sé si debería contar esto pero a veces Cristina me sienta sobre sus rodillas y me dice al oído: “Pequeñita, tú no sabes nada, nada de nada”. Es una electrizante sensación la de sentirme pequeñita a los 42 años en las piernas de una amiga, pero lo cierto es que, aunque a veces coqueteemos con los juegos de roles, sobre todo los que tienen que ver con la disciplina (alguna vez fue mi jefa), lo único que sé es que, desde que la conozco, a su lado suelo sentirme tabula rasa, aprendiz, víctima propiciatoria de sus certezas. Y no, yo no sé nada, nada de nada. Y a veces ni querría. Pero a ella le da igual que no quiera. Es de las que te empuja a mirar, a decir, a hacer, a pertenecer. Incluso cuando no me llama, yo siento que me llama: “Ven aquí, pequeñita, ven y escucha esto, abre bien tus ojitos a la realidad sin paños tibios”.
No es fácil tener cerca de ti a alguien que puede, no sé, contarte las torturas brutales de Billy el Niño en un desayuno, y que de pronto te descubra que él, uno de los autores de los peores crímenes franquistas, aún se pasea por las calles de Madrid. Me da miedo Cristina. O sea, la amo y la temo. O, mejor dicho, me temo, o le temo al ser humano, nos temo, a nuestra maldad, a la podredumbre moral, al olvido. Podría morderme la lengua cada vez que me dice “no, ahí te equivocas”, estremecida, ruborizada de mi atrevimiento, de mirar sin ver.
Nos hemos emborrachado tanto que si no fuera porque ha escrito un libro, una novela autobiográfica bestial (Cris suele usar ese adjetivo para hablar de las mejores cosas de la vida), no sabría aún quién es ella, de dónde viene, por qué está aquí recordándonos cosas sobre los vivos y los muertos; todavía tendría un lío en la cabeza porque es bebiendo que una habla, solo bebiendo o escribiendo sin miedo: “El primer silencio que se combate es el íntimo, el familiar”. Escribe así. No hay nada que sobre ni que falte en la poesía ni en el crimen. Nada que prescriba. Todo el rato escribe así, un susurro en mi oído, como la culpa o el orgullo, como la pena o la felicidad. Si ese silencio permanece, advierte Cristina, y con él su cobardía (sic), nada de valor se puede hacer.
Lo que todos escondemos se parece al pajarito de su novela, sin moverse de su tumba azarosa, el ave atascada en el conducto del aire de una casa que nadié quiso salvar, ni vivo ni muerto, pero que todos respiran: “Todo silencio tiene su pajarillo”, escribe y también: “Toda historia se narra para pertenecer”.
Después de algunas noches me voy convencida de que Cristina es nieta de un carpintero del bando republicano. Otras noches estoy segura de que he estado hablando con la nieta de un militar franquista. Ahora lo sé bien, porque he leído quemándome las manos Honrarás a tu padre y a tu madre, y sé que ella ha salido a buscar a sus muertos, y que los tiene en los dos lados.
Es, digamos, una española típica: el asesino y la víctima son de su misma familia. Y han sido demasiadas noches poniéndose ciega para buscar algo, a su muertito, hasta saber qué pasó: el abuelo fusilado en las tapias del cementerio. Este libro es posiblemente sobre otro tipo de guerra civil, la más secreta. Googleen: “Transmisión Generacional del Trauma de la Violencia Política”. El dolor se hereda. ¿Excusa sofisticada “o tiene algo que ver con este empeño mío en ir matándome”?, se pregunta la autora.
Cada noche Cris recita para mí los poemas de los poetas asesinados, torturados, exiliados, y los devuelve a casa. Ella me enseñó que el mismo régimen que los mató los mandó a leer en las escuelas. Yo la escucho ebria, pequeñita. Entonces, lo que quiero deciros es que yo no puedo estar tranquila, no puedo no saber o no querer saber, porque soy consciente de que en cualquier momento me llegará un mensaje de Fallarás sobre cómo el PSOE y el PP se han vuelto a unir para no juzgar los crímenes franquistas, o lo que fuera.
¿Ustedes tienen la suerte de tener alguien así? También me pasa, es verdad, que algunas de esas noches pienso que he andado las calles con una mujer que lo tiene todo y otras noches que he estado con una mujer a la que ya no le queda nada. Y las dos me acompañan y me recuerdan necesariamente que caminamos sobre muertos, sobre nuestras otras vidas, sobre nuestros ocasos y renacimientos.
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