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Memoria histórica
Una genealogía de librepensadores contra las políticas de la muerte
“Excepto la inteligencia, la única facultad humana realmente interesada en la libertad pública de expresión es aquella parte del corazón que grita contra el mal”
Simone Weil, La persona y lo sagrado,
cita recuperada de la exposición El Tragaluz Democrático
La historia ha dejado rastro de múltiples formas: carteles, cuadros, libros, periódicos, cartas, esculturas, documentos audiovisuales, objetos, atuendos, mapas. A veces toca recolectarlos y darles el orden y el sentido que nadie les quiso dar. Desde el pasado 24 de marzo, un repositorio del pasado se expone en la galería La Arquería, en Nuevos Ministerios, Madrid. Se llama El tragaluz democrático: políticas de vida y muerte en el Estado español (1868-1976). Son cientos las personas que han pasado por allí a observar con sus ojos del siglo XXI de qué forma se han ido entretejiendo y confrontando las políticas de la muerte y de la vida en los últimos 160 años. Un recorrido en tres fases —de la primera república a la segunda, pasando por la guerra civil, y terminando con el franquismo— que les permite algo que probablemente nunca pudieron hacer antes: alargar y ensanchar el entendimiento de la memoria, dialogar con sus pequeños “yo” en un escenario polifónico donde se agitan las voces del pasado y donde arraigan las pulsiones autoritarias y de muerte que nos siguen asustando, pero también donde nacen las respuestas desde lo común, y lo tierno, desde la valentía y la vida.
El artífice de este viaje, quien ha dispuesto en dos plantas una batería de memoria viva, es Germán Labrador, un joven comisario gallego que lleva toda la vida a vueltas con la memoria, pero no con cualquier memoria, sino con la memoria de la resistencia, las prácticas de imaginación política, el arte y la literatura como lugar desde el que convocar y perseverar el recuerdo de nuestras derrotas, una genealogía de la dignidad. En los distintos espacios que ofrece la exposición, que permanecerá abierta hasta el 23 de julio, podemos asomarnos a los recovecos que encuentra la pulsión de justicia y libertad ante las políticas de muerte.
Escucho a Labrador recorriendo la exposición que ha ideado, mientras junto a otros le sigo con los ojos y los oídos abiertos, en este viaje privilegiado a una historia en común. Explica que si habla de Tragaluz Democrático es porque quiere recuperar de Buero Vallejo y su teatro político esa relación entre el pasado, el presente y el futuro, “la tarea política más importante”. Pero también, la importancia de lo que se vive por dentro, la experiencia subjetiva de la historia “lo que sucede interiormente es tan histórico como lo que sucede por fuera de las mentes. La democracia tiene que ver con el extrañamiento, tiene que ver con ser capaz de volver extraña la realidad en la que habitamos para poderla imaginar de nuevo desde otro sitio”, desarrolla.
Una conversación pendiente
Visitar El tragaluz democrático es una experiencia de extrañamiento que resuena, desde luego, días después de visitarla. Decido llamar a su comisario. Necesito seguir indagando en lo que apenas he conseguido recoger en una serie de notas inconexas y fotos desenfocadas con el móvil sobre revoluciones gloriosas, masas feministas que tomaron las calles de Barcelona en 1910, una Puerta del Sol ya convertida en campo de disputa política en 1854, llamadas a la dignidad, pueblos colonizados levantándose, clases populares exhortando a la solidaridad y a la revuelta, seres humanos convertidos en carne de zoo para la mayor gloria del colonialismo, el garrote vil disciplinando a los cuerpos, los pilotos genocidas del Rif reclutados por Iberia para llenar la pujante Espala de los años 60 de turistas.
Así, como sospecho en las personas con las que visité la exposición, me veo atravesada por la necesidad de aprehensión de la memoria y el pasado, pero también de sentidos que dibujen futuros posibles y compartidos en estos tiempos en los que las políticas de muerte se presentan a las urnas sin reparos. Las páginas que siguen son una reproducción urgente y desordenada de la conversación con Germán Labrador.
Sobre la relación entre memoria y ciudadanía en la historia española quería hablar Labrador. Su idea era conectar con el presente cómo perviven las tensiones que plantea la exposición, pero un recorte presupuestario obligó a detener la memoria en el año 76. “De un lado están las relaciones de los poderes políticos y económicos con la gente en clave, muchas veces, de necropolítica extractiva violenta. En frente, el potencial de imaginación, de construcción colectiva que hay en la ciudadanía a través de las prácticas estéticas, de la literatura, del arte como lugares desde los que imaginar otras formas de vida más justas, más felices”.
Hay diversas formas en las que Labrador expone esta tensión entre las políticas de la muerte y las políticas de la vida, todas cobran sentido y aportan una luz distinta a la lectura de nuestro pasado. Brindan una genealogía de la que una querría formar parte. Un bando desde el que recabar identidad y pertenencia, dentro de “esta dialéctica general entre la capacidad de construir orden utilizando la muerte como herramienta política por parte de los estados y del mercado, frente a la capacidad de la ciudadanía de construir vida en el sentido de comunidad y de cultura a través de la cooperación, de la imaginación política, de los vínculos”.
Tensiones que informan la historia reciente y ubican a los actores en lugares donde quizás no les veíamos tan claramente: la tensión entre Estado y la ciudadanía, la tensión entre trabajo y capital, la violencia estatal colonial. Una cuestión colonial en la que se explora “la conexión entre la desaparición de la esclavitud y el auge del capitalismo y, por otro lado, la larga duración de la memoria imperial en el contexto del Estado español, como una memoria nacional que va desde el Imperio hasta la época contemporánea”. Un eje más atravesaría la mirada del tragaluz democrático, “la tensión entre la representación y la invisibilidad, entre aquellos que son capaces de darse un cuerpo, una forma, un lugar que puede existir en la memoria y aquellos que son borrados. Y frente a esto tienes la cuestión de los archivos alternativos, la capacidad de los subalternos de incidir, de producir formas o lenguajes o materialidades que les permitan existir con el paso del tiempo, cuando normalmente sus vidas y sus luchas son borradas”.
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Borrar es una constante de la historia, en la exposición nos recibe la Primera República, un tiempo de principios y de olvidos, ahí radica la apuesta de Labrador también, rebasar el marco de lo que entendemos como memoria histórica y recuperar las raíces, las bases genealógicas que fueron fraguando todo lo que volvió a florecer en 1931. “Estamos muy acostumbrados a hablar de la transición o el franquismo o la guerra civil, parece que todo nace en la guerra, como si fuera un acontecimiento que se explica a sí mismo en sus propios términos, como si no fuese una decantación de procesos, de lenguajes, de formas de violencia que se construyen a lo largo de varias generaciones”, advierte Labrador. A lo largo de los espacios que componen la exposición encontramos una historia que se repite una y otra vez, desde mucho antes de la sublevación y hasta nuestros días.
Memoria de las resistencias
“Muchas veces, a la hora de imaginar la memoria pública, lo hacemos solamente a través de la categoría de víctima, como si lo que nos hace dignos de ser recordados o reconocidos en tanto que personas que han confrontado la violencia política es que hemos sido víctimas de ellas. Si somos resistentes o la confrontamos o la replicamos, pues entonces ya no hay una categoría que nos sirva”. El recorrido que hace El tragaluz democrático une los hilos de aquellas fuerzas que resistieron, cooperaron, sintieron solidaridad. La respuesta ante la política de muerte, por cruel, absoluta y letal que se revelara. En la exposición vemos expresado en imágenes y palabras ese grito colectivo frente a la pulsión autoritaria, las lógicas extractivistas del capital, el egoísmo colonial.
“Hay que darle una vuelta a la cuestión de la de la víctima en relación con la memoria, porque acaba siendo muchas veces una categoría desactivadora desde una perspectiva democrática”, afirma Germán Labrador
“Como se puede ver en la exposición, hay posibilidades de resistencia activa, la red de solidaridad que crean los prisioneros de Mauthausen liderada por Francesc Boix, es un ejemplo muy potente de eso, de cómo a través de vínculos de ayuda mutua y el establecimiento de prácticas de camuflaje, de escondite, de intercambio de bienes dentro y fuera del campo se teje una red que permite seguir vivos de un lado, que permite reconocerse como parte de un sujeto común y, más allá de eso, documentar la existencia de los crematorios y los campos de muerte y ser un testimonio clave. Ya solamente en ese sentido hay que darle una vuelta a la cuestión de la de la víctima en relación con la memoria, porque acaba siendo muchas veces una categoría desactivadora desde una perspectiva democrática”.
Recuperar todas las luchas, también las primigenias. Labrador se pregunta por el olvido de la Primera República: “La cuestión es que cada vez que hay una ruptura de la democracia, que hay un proceso represivo, que hay una guerra, un golpe de estado, hay un corte y hay una persecución y hay una represión. Y ese corte es un corte que intenta romper con las tradiciones republicanas anteriores, con las tradiciones colectivas. Después de la primera República, hay un corte de memoria fuerte que lentamente se va a reconstruir a través de la experiencia del movimiento libertario, a través de la experiencia de los movimientos obreros, el movimiento de mujeres, el trabajo de intelectuales, de periódicos, que es un trabajo lento, que hace que de cara en la Segunda República se haya recuperado esa experiencia”.
Cuenta Labrador que con la Segunda República llega mucha literatura sobre la memoria de la primera, una conexión entre reclamos que son esencialmente los mismos. Sin embargo el franquismo arrasa con todo ese bagaje, arrasa con toda esa tradición liberal, republicana, socialista. “Con el borrado de la Segunda República llega el borrado de los movimientos sociales, el movimiento socialista, el movimiento anarquista. Y llega el borrado de la Primera República, y si me apuras, de las tradiciones jacobinas que vienen del impacto la Revolución francesa en España”. Un corte no solo del “presente posible sino de las raíces”.
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El poder que persigue la memoria de la resistencia es sin embargo eficaz conservando sus propios imaginarios. El mito de la cruzada, de la reconquista, del descubrimiento, de la España imperial, conforman artefactos de justificación, relatos que que justifican el expolio y la violencia por un bien mayor, un marco divino. “Hay un destino que ha de ser cumplido, que hace que una vez cada generación o cada X tiempo haya una lucha entre la España y la antiEspaña, que es una lucha violenta, pero que es una lucha divina en la cual hay un líder que es un monarca, o es un caudillo que tiene que capitanear a los guerreros españoles contra los falsos españoles, a los cristianos contra los herejes o contra los árabes, o los judíos. Ese mito que es un mito apocalíptico, el Estado español y el nacionalismo español lo utilizará varias veces a lo largo del siglo XX”. Y hasta el siglo XXI, no hay que ser un avezado observador para leer en las narrativas de Vox cómo se conjugan todos estos mitos.
A cada ruptura le corresponde su restauración, entendida como vuelta al orden por parte del poder capitalista, acumulador, disciplinante: pasó tras el sexenio democrático, pasó con el golpe de estado, pasó en el régimen del 78, y ahora, explica el comisario, se intenta algo así en torno a “Felipe VI y una, digamos, reconquista espiritual de la nación que ha sido pervertida por independentistas, feministas, LGTBI, inmigrantes, etcétera. Toda esa alteridad múltiple y porosa que el imaginario nacionalista no permite”.
“Malinche de Nacho Cano es una de las fábulas que el capital transnacional, o el neoliberalismo del Madrid de Isabel Díaz Ayuso están construyendo, una nueva forma de volver a contar lo mismo”, opina el comisario de la exposición
No es Vox la única fuerza con talante restaurador, recuerda Labrador, el impulso le trasciende, incluye al PP y también a ciertas capas de la socialdemocracia. “Son fuerzas que reivindican la unidad de lo español y la idea de la necesidad de proteger esa cultura de una permanente amenaza de exterioridad y, por supuesto, la reivindicación acrítica y nostálgica del imperio y de sus mitos, empezando por el del Descubrimiento”. Labrador tiene un caso de estudio a mano: Malinche, el musical de Nacho Cano: “Construido como una supuesta fábula del encuentro entre España y América Latina basado en la violencia, la violación, y el robo… Son las fábulas que el capital transnacional, o el neoliberalismo del Madrid de Isabel Díaz Ayuso están construyendo, una nueva forma de volver a contar lo mismo”.
Buena memoria y poca imaginación, es lo que tiene, según Labrador, el Estado español, frente a unas tradiciones de resistencia que se atrincheran en el lenguaje, se transmiten en las invocaciones, en el espiritismo, que son “dispositivos de imaginación que permiten traer de vuelta aquello que ha sido borrado, que ha sido negado. Las exhumaciones del franquismo tienen también este elemento ritual de abrir un pasado que ha sido enterrado y traerlo de vuelta. Son gestos de alguna manera mágicos, rituales”.
Derrotas que siembran
“Mi padre era represaliado de la huelga del 17 y había tenido que quedarse en la calle, pero siguió siendo socialista, nosotros nos dedicábamos a jugar a la guerra de Marruecos. Nosotros éramos los marroquíes, mi hermano era Abd-el-Krim y yo era Abd-el-Kadel, que era su lugarteniente, y claro, vencíamos a todos, eso era matemático. Mi padre era antimilitarista. Odiaba la guerra. Veíamos la república como cuando se está esperando a los reyes magos. Pensamos que iba a ser el bien de todos los bienes sin mal alguno. Influyó mucho el fusilamiento de Fermín Galán y de García Hernández. A la gente, aquello le conmovió mucho”,
(Testimonio de Carmen Arrojo en julio de 2011. Exposición El Tragaluz Democrático)
La escritora Carmen Arrojo condensaba en pocas líneas toda una mirada que la exposición recupera: la tradición socialista y pacifista, anticolonial, niños que juegan a que son el otro en la guerra de Marruecos, los héroes del Rif, adalides de la resistencia y de la emancipación ante un régimen asesino que ensayaba contra los cuerpos otros el terror y la muerte que luego pondría en práctica en la guerra civil. El pasaje aparece en la exposición, en el espacio reservado para el inicio de la Segunda República, ese tiempo para la imaginación y la esperanza. Carmen menciona los fusilamientos de Jaca y sus mártires cuya derrota conmovió los cimientos de una nueva realidad.
En el escrito de Carmen se manifiesta un “desplazamiento antropológico”, explica Labrador, un estar con el otro, un vínculo entre resistencias que dinamita imaginarios imperiales, que no puede ocultar que no hay nada glorioso en el bombardeo de otro pueblo que resiste. También reside otra mirada que contempla a un mismo tiempo, con una aproximación cruzada, la memoria democrática y el análisis crítico decolonial.
“De alguna manera, es la lógica de la independencia americana la que también explota y abre las agendas democráticas desde principios del siglo XIX. Los pronunciamientos de la independencia de las últimas colonias españolas, el lenguaje de los manifiestos es sumamente parecido al de las Juntas revolucionarias de la Revolución gloriosa. O sea, están pidiendo lo mismo, la emancipación y la soberanía de las libertades individuales y entre ellas la conquista de la dignidad humana e independencia respecto del poder militar, el habeas corpus, la abolición de la pena de muerte, la separación de poderes, el derecho a la libertad de imprenta, de expresión, de reunión. Las demandas de las de las colonias no son distintas de las demandas de la ciudadanía metropolitana”.
Tampoco son muy distintas las políticas de muerte que se ciernen primero sobre la población colonizada, para luego desplegarse entre la población empobrecida de la metrópoli. Metrópolis que necesitan colonizar a su propia población, borrar sus particularidades, subyugar a las clases populares para asentar su poder. “Cuando lo vemos con esa perspectiva cruzada, aparecen las cosas de una manera mucho más compleja: el endocolonialismo y el exocolonialismo están siempre conectados. Al final la alteridad es constitutiva al propio proyecto nacional. El estado, el Imperio y el capital son como tres articulaciones burguesas interconectadas, tienes un montón de lógicas que están interconectadas y que disuelven las oposiciones binarias más sencillas”.
“Una memoria democrática digna de ese nombre tiene que hacerse con mucha complejidad, con densidad, huyendo de las lecturas simples del pasado”, valora Labrador
Labrador invita a no olvidar esta complejidad, recordando también la dialéctica de clase y racial que alimenta la estructura de los nuevos estados independientes, del blanqueamiento por el que sus élites se decidieron. “Una memoria democrática digna de ese nombre tiene que hacerse con mucha complejidad, con densidad, huyendo de las lecturas simples del pasado. Porque al final, cualquier época es altamente compleja, solemos pensar que la única época compleja es la nuestra”.
Una memoria que trascienda las generaciones
En la memoria que recupera Labrador hay niños y niñas, la infancia como centro del proyecto de la Segunda República, cuadros e imágenes de niños jugando que horadan la memoria de la “larga noche de piedra” del franquismo, profesores de la escuela libre de enseñanza, pedagogas, docentes preocupados por el futuro.
Hace tiempo que la infancia ya no es el centro de nada, y el futuro apenas entra en la mirada política. Durante la visita a la exposición tanto el comisario como otras de las personas presentes se emocionan ante esa relación tierna con el futuro que pasa por la centralidad de la educación pública y las generaciones infantes crecidas en un nuevo marco antropológico de librepensamiento.
“Hay una pregunta por la interconexión y por la historia de la que otras generaciones creo que eran mucha más conscientes. Las luchas políticas del pasado, son algo muy distinto. La conciencia del pequeño lugar que tienen las personas dentro de los procesos generacionales, la capacidad como sacrificio... No son sociedades hedonistas, son sociedades que muchas veces están basadas en la capacidad de las personas de desplazar sus propios intereses a favor de causas colectivas. Hay algo también de la exposición al sacrificio, que es la conciencia de que las luchas, las comunidades, se configuran transversalmente en tiempos muy largos”.
Se trata, prosigue Labrador, de una conciencia que atraviesa las sociedades campesinas, los pueblos diaspóricos, pero que también se encuentra en todas las formas de espiritualidad revolucionaria, esa pulsión por la trascendencia. “Ya no tenemos un lenguaje para hablar de eso. Ahí también algo de cinismo, egoísmo contemporáneo. Tenemos una parte de la imaginación política ocluida, porque no sabemos cómo hablar con el pasado. En realidad la exposición va de eso: de cómo hablar con nuestros muertos. Cómo tener ese diálogo. Históricamente todas las sociedades tienen mecanismos, ritos, tecnologías para hablar con sus muertos. La nuestra es la única que ha elegido no hacerlo”.
Labrador continúa, va a lugares como quien piensa hablando, descubre una simetría: “Hay algo también ahí, un imaginario del pasado y de la muerte, de su presencia en la vida: la relación de los vivos y los muertos por un lado, y los vivos y los niños por el otro, son como las dos caras”.
“Mi corazón, aunque quisiera acompañarme siempre, dejará de hacerlo cualquier día de este mes. Cuando llegue ese momento mi corazón estará ensanchado, crecido por la satisfacción de haber contribuido a que todos los demás corazones canten su música sin molestarse los unos a los otros, con libertad”, escribe uno de los fusilados en 1976, Humberto Baena. Son décadas de disciplinamiento penitenciario en esa cárcel material y simbólica que fue el franquismo. Mientras, en el exilio exterior, pero también en los corazones que se rebelaron frente a esa máquina totalizadora represora, otros mundos resistían.
El exilio y los monos
Una escultura te recibe en la segunda planta de La Arquería, es la de dos monos, uno pequeño, uno grande. Plácidos y cariñosos salieron de las manos del escultor Mateo Hernández, quien pasó toda su vida esculpiendo esas figuras desde bloques de piedra y que nunca fue reconocido por ello. Asoman en esas formas una reivindicación de otra forma de sociedad, de relación humana, de ternura y cuidado, son las reflexiones en piedra de un exiliado del franquismo.
“El exilio muchas veces se piensa como un lugar de resistencia, como un lugar, digamos, de decadencia, un lugar donde fundamentalmente no pasa nada interesante. Yo creo que los exiliados lo que hacen es pensar el mundo desde otro sitio y el lugar desde el que lo piensan es el mismo desde el que en el siglo XX se constituyen los derechos humanos, la idea de justicia universal, la idea de solidaridad internacional, la idea de los refugiados, paradigmas que son clave hoy en día para pensar cómo relacionarnos con las consecuencias catastróficas de la globalización neoliberal en clave de mundos deshechos”.
Para Labrador, traer estas maternidades de monos es una forma de empezar la segunda parte de la exposición con un “tótem de refundación”. Frente a la imagen del king kong salvaje que se lleva a la mujer blanca a la selva, esa concepción racista sobre los pueblos no blancos relacionados con una animalidad que debe de ser abolida por la civilización occidental, se contrapone una reivindicación del cuidado. Así se contesta al presunto progreso de Occidente que en realidad es dominio, muerte y destrucción.
“Después de la Segunda Guerra Mundial es muy evidente que la razón y la técnica no van a construir sociedades más justas. Es necesario cancelar esa fantasía y todo lo que tiene que ver con el culto al dominio. Curiosamente aquellos sujetos sobre los que se proyecta la fantasía de dominio y animalidad, como son los pueblos africanos: se caracterizan justamente por todo lo contrario, son sociedades con una estructura de género mucho menos violenta, y donde, digamos la ley, los cuidados, la solidaridad, la dependencia cruzada está en el centro. Una de las consecuencias de hecho de la colonización es la destrucción de estas redes de cooperación y cuidados anteriores, que es lo mismo que, por otro lado pasa en las aldeas, en los pueblos de España”.
Una vez más, la colonización no es algo que pase lejos o en el pasado, “es algo que está sucediendo todo el rato: es la propia lógica de la modernidad capitalista, es la conquista de imaginarios, de prácticas, de formas de vida, de cuerpos una y otra vez”.
Dice Labrador que “la memoria democrática tiene que ver con la toma de conciencia. Y esa es una de las metáforas que Buero Vallejo inventa en El Tragaluz, la idea de salir de tu propia época para verla desde afuera, como un heredero de la misma, como convertirte en niño de tu propio tiempo”.
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Un gran ejemplo es la guerra del Rif, dónde las armas químicas lanzadas desde aviones fueron un experimento utilizado, poco después, durante las guerra civil sobre la población republicana. Ni olvidó, ni perdón!