Opinión
Políticas del resentimiento: el sujeto político que emerge de la rabia masculina

¿Está emergiendo un nuevo sujeto político conservador? ¿Puede articularse la masculinidad machista con un colectivo de hombres cabreados que comienzan a operar políticamente?

Pancarta machismo mata
Bernardo Cruz Pancarta de una concentración en Zafra

Entramos en 2019 a la defensiva, argumentando sobre la legitimidad de la lucha contra la violencia de género (VG) ante un discurso que la ponía en entredicho. Algo inconcebible pocos meses antes. El feminismo había conseguido instaurar el consenso alrededor de la VG como una gran lacra y nadie dudaba de que dicho consenso había venido para quedarse.

Sin embargo, como me dijo un buen amigo una vez: “La política no entiende de historia, lo pasado no necesariamente se va para siempre, y el presente no siempre camina hacia delante”. Hizo falta únicamente un partido de ultraderecha subido de tono en una posición privilegiada de negociación electoral para que la situación se torciese y hubiese que empezar a defender la legitimidad de la lucha por la erradicación de la violencia machista como si estuviésemos diez años atrás. Un verdadero #10YearsChallenge.

Y no es sólo la lacra de VOX (así como el feminismo no vota únicamente a Podemos, el machismo no se articula únicamente en torno a VOX, aunque sean pocos los partidos que se disputan el electorado expresamente machista). El machismo se está politizando de una manera particular. Si antes los códigos machistas formaban parte de la política en un sentido implícito (protagonismo en clave masculina, invisibilización de problemáticas de género, etc.), ahora parece que el machismo se está armando políticamente en un sentido explícito. ¿Está emergiendo un nuevo sujeto político conservador? ¿Puede articularse la masculinidad machista con un colectivo de hombres cabreados que comienzan a operar políticamente?

Michael Kimmel en Angry White Men (Nation Books, 2013), el libro que vaticinó el auge de Trump a partir del análisis del enfado masculino, del que ya hablé en el artículo Enfadados con todo: Vox y la masculinidad, avisaba sobre la importancia de tomarse en serio el cabreo del hombre ya que es una materia prima política muy volátil que puede fundamentar movimientos muy virulentos. Este enfado no es caprichoso: depende de cada caso, pero podría decirse que deriva de una sensación de malestar y de falta de sentido de lugar en el mundo. En su artículo “¿Ha dicho usted ‘popular’?”, el célebre sociólogo Pierre Bourdieu explica que en gran medida, la “moral de la fuerza” masculina tan imperante en perfiles de hombres que viven un culto a la violencia, al motor, competición y drogas, se debe a una manera de hacer, de la necesidad, virtud: “Esa obligación de ser duro tanto consigo mismo como con los otros (…) es una manera de adoptar una posición propia en un mundo sin salida (…) en el que la moralidad y la sensibilidad no aportan beneficio alguno”.

Bourdieu se refería concretamente a los colectivos de hombres jóvenes, pero esa situación de crisis puede extenderse hoy al conjunto de hombres debido a un contexto de crisis de identidad masculina donde los estragos de la precariedad laboral, la desaparición del rol tradicional de proveedor/protector y la desaparición de las certezas de la vida se juntan con un movimiento feminista fuerte que señala actitudes “de toda la vida” como machistas. Todo esto hace que su autoconcepto peligre y ante este peligro de verse cayendo en la crisis de identidad, los tíos duros transgreden como afirmación personal. Esta actitud de lo políticamente incorrecto, aunque sea practicada tanto por hombres como mujeres, es defendida (sutil diferencia) mayoritariamente por hombres como parte de su identidad.

Esta transgresión como norma no es nueva. Sin embargo, en los últimos tiempos parece estar cobrando importancia una conciencia de grupo en entornos masculinizados. La conciencia de grupo no genera automáticamente un sujeto político, pero si se articula con otros elementos, la cosa cambia.

El sujeto político

Para Judith Butler, el acto fundamental de la constitución de un grupo como tal es la congregación de cuerpos que enuncian un “nosotros” colectivo. Es el momento previo de la representación política (este “nosotros” luego decidirá instituir una entidad como representante legítimo; o más bien algunos partidos disputarán el convertirse en representantes legítimos de este grupo): la creación del sujeto colectivo que se autodesigna como grupo. Sin embargo, este grupo de personas instituyéndose como colectivo no es un agente político per se. Ser grupo no supone una voluntad de trastocar las relaciones de poder en un contexto determinado. Se necesitan más elementos.

La literatura política post-15M (post “Occupy Wall Street”, Plaza Taksim, etc.) ha hablado sobre la politización de “nosotros” a través de la congregación de cuerpos y la disputa de la calle de la ciudad como espacio de enunciación colectiva (de ahí el derecho a la ciudad como práctica política). Sin embargo, esa mirada presencialista nos impidió ver cómo se labraba un sujeto político neoconservador y machista debido a su ausencia en las calles.

La politización masculina no ocupa las calles. Kimmel habla del movimiento de hombres como un movimiento virtual: se organizan, se comunican y actúan virtualmente. El suyo es un consumo individual de discursos a través de internet, la radio o la televisión; la suya es una reunión virtual a través de foros, grupos de Facebook o comentarios de noticias; la suya es una acción individual de comentarios, tuits y memes.

En este networking en las sombras los hombres se retroalimentan por una caja de resonancia hecha de algoritmos donde sólo reciben mensajes de los suyos, sobredimensionando la impresión de un “nosotros”, muy similar a la caja de resonancia en la que entramos las izquierdas en el Momento de Ilusión de la política del cambio, y creando entornos de terapia grupal basada en la comunicación de la rabia y el resentimiento. Pero con un “nosotros” y un “espacio de enunciación” tampoco basta.

El victimismo masculino

Crear un colectivo político y crítico necesita también de un discurso sobre cómo este colectivo se entiende a sí mismos como grupo oprimido, desposeído de poder y agredido por un ellos frente al cual responde y actúa.
La filosofía agonística del populismo (retórica del amigo/enemigo, nosotros/ellos) es aplicada en el caso de los machistas políticos con maestría: el discurso de la “asimetría penal” de la Ley Integral contra la Violencia de Género permitió a un espectro muy amplio de hombres recoger un argumento victimista por el cual la ley condena a los hombres por ser hombres, elimina “el principio de presunción de inocencia” y da legitimidad a la víctima por ser mujer. Da igual que las cifras arrojen porcentajes ridículamente bajos de denuncias falsas o que se explique que las denuncias retiradas no implican ausencia de violencia sino procedimientos largos y tortuosos donde las víctimas prefieren retirar denuncias por malestar, miedo o falta de confianza en el sistema judicial.

Crear un colectivo político y crítico necesita también de un discurso sobre cómo este colectivo se entiende a sí mismos como grupo oprimido, desposeído de poder y agredido por un ellos

Para estos hombres, los hombres están siendo vulnerados por ser hombres. En su historia, el “lobby feminista” fomenta una guerra de sexos que enfrenta hombres y mujeres, y según ellos, los hombres tienen las de perder. Y esta idea de fondo legitimaría una narrativa romántica donde el grupo de hombres adquiere legitimidad como grupo oprimido para enunciar un “ya estamos hartos” y empezar la Reconquista de la Patria Perdida.

De su lado tienen muchos datos. Existe una serie de cifras que se repite constantemente. Desgraciadamente, muchas de estas cifras son reales (aunque la mayoría matizables) pero como cualquier cifra, son utilizables de muchas formas. El caso omiso que se hace de algunos problemas específicos que el patriarcado genera en los hombres, pone en bandeja el victimismo machista: la mayoría masculina en los suicidios (cifra cierta aunque relacionada con los costes de la masculinidad para la vida emocional del hombre), la mayoría, el 80%, de hombres entre las personas sin hogar (cifra real pero matizable ya que como dice la Asociación Realidades, la forma de registrar el sinhogarismo penaliza a las mujeres, ya que en el caso femenino hay otras manifestaciones que no necesariamente pasan por dormir en la calle), accidentes laborales (cierto pero, otra vez, relacionado con comportamientos de riesgo en los varones, el reparto desigual de género de los puestos de trabajo), etc. Es en la explicación de estas cifras donde se politiza el problema del hombre en términos machistas.

Ellos/Nosotros

Con este victimismo se articula la identificación de un enemigo. Un ellos que oprime al colectivo de hombres y les permite enunciarse como “nosotros”. Este enemigo no es tan simple como “el feminismo”, aunque también. El cabreo masculino se dirige a todo lo que rompa el modo digno de vida. Todo lo que afecte a ese rol masculino del proveedor/protector es odiable: políticos corruptos que “chupan del bote sin pegar palo al agua” y que “no saben lo que es trabajar”, inmigrantes que roban ayudas (ya no trabajo), se radicalizan y acosan a “nuestras mujeres” (aquí sí que son feministas), catalanes y, desde luego, feministas. Pero no cualquier feminismo. Cuesta que el machismo se defina como machista. Para ellos la igualdad que defendía el feminismo de la primera ola está bien pero lo que viene luego odia al hombre y alimenta una “ideología de género” (palabro de moda).

Por último, como en cualquier movimiento, también se necesitan figuras visibles. El movimiento de los hombres cabreados dispone de una serie de personalidades mediáticas que desarrollan eso que Kimmel llama Outrage Media (algo así como ‘medios de la ira’), una serie de discursos y noticias que buscan caldear el ambiente, estimulando posiciones defensivas de miedo y rabia. Youtubers de moda como Un Tío Blanco Hetero, manipuladores mediáticos como Inda o viles azuzadores como Jiménez Losantos. Un abanico de voceros del resentimiento que se suman a las cadenas de mensajes por WhatsApp, memes y FakeNews estimulando la movilización de la rabia y su activismo virtual.

El movimiento de la rabia

Últimamente, estas políticas del resentimiento que movilizan la rabia masculina las vemos constantemente. Pero una de las más sorprendentes pasó hace unos días con el últimospot publicitario de Gillette. A las pocas horas, el vídeo estaba saturado de dislikes (cientos de miles) frente a unos pocos miles de likes. En sólo unos minutos las redes se llenaron de críticas masculinas furibundas.

Como bien dice Yago Álvarez, en el artículo Gillette, Ausonia y la mercantilización del feminismo y las nuevas masculinidades, detrás del anuncio hay un intento de rentabilizar un discurso crítico para mantener la lógica capitalista de siempre. Pero, más interesante que la coherencia moral de un anuncio (creo que, si a corto plazo el capitalismo no va a dejar de existir por lo menos prefiero que sus anuncios no fomenten el racismo, el sexismo o la aporofobia) es fijarse en la movilización masculina orquestada por famosos, youtubers y demás hombres influyentes y cabreados que llamaban al boicot de la marca.

La conciencia de grupo de unos hombres que se sienten “cansados de ser señalados como malos” y que deciden organizarse y hacer activismo machista, por ahora sólo virtual, no es una buena noticia

Y el “Caso Gillette” es sólo un ejemplo. El despliegue virtual de la masculinidad resentida está llegando a cada vez más sitios. La conciencia de grupo de unos hombres que se sienten “cansados de ser señalados como malos” y que deciden organizarse y hacer activismo machista, por ahora sólo virtual, no es una buena noticia, y puede entrar en sinergia con el rebrote de las derechas, empeorando una situación ya de por sí mala.

Si el cabreo masculino se acostumbra a movilizar la rabia y se articula como un ciberactivismo similar al feminista, es posible que estemos ante un nuevo sujeto político que, en la época donde las redes y las fakenews marcan el ritmo político, podría desestabilizar ciertos triunfos que al movimiento feminista le ha costado mucho conseguir.

Debemos estar atentos, entender la realidad de la rabia masculina y aceptar que ese malestar no se debe a pataletas de masculinidades heridas, sino a articulaciones conservadoras de un malestar masculino creciente. Si infravaloramos al enemigo, éste nos desarmará fácilmente y no seremos capaces de prever y adelantar una respuesta contundente.

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