Masculinidades
Amor, edad y masculinidades: pensar el cambio en tiempos de reacción

Son las tres de la tarde y decenas de adolescentes empiezan a salir de un instituto madrileño. En la puerta se juntan algunas parejas, chicos y chicas que se reencuentran tras las clases y se besan con urgencia en la plaza. Sentado en una terraza, Emilio sonríe ante lo que califica como “maravilla”. “Esta pulsión. Mira los afectos que se tienen… Me da igual que nosotros seamos la generación que leíamos la Bravo o la Pronto o lo que sea. Me da igual que ahora lo que se lleve sean los videoclips de Daddy Yankee. Hay una narrativa que sigue siendo la misma”.
Emilio lleva ya un rato reflexionando sobre cambios y continuidades en cómo la gente vive las relaciones. Lo hace desde la perspectiva que le da haber pasado el medio siglo de edad. Es nuestro primer interlocutor en una misión un poco exótica: hablar de amor con varios hombres. Personas que están en edades distintas, que tienen trayectorias distintas, y que opinan cosas distintas, como hacen los seres humanos en general.
No se trata de hacer un estudio sociológico (para tal cosa, la muestra es ridícula), pero sí de escucharles pensar en alto y aterrizar en personas concretas los discursos. Emilio ha meditado mucho sobre esto del amor. “Yo necesito todo el rato seducirte y parecer el más listo y el más interesante”, racionaliza en directo. Y también aclara que no es solo cosa suya, sino que vivimos en una época en la que estamos continuamente pendientes de la mirada externa.

Una semana después, sentado en otra terraza, Manuel, un treintañero más tímido, se pregunta por qué demonios ha aceptado la propuesta de hablar de amor, un tema que claramente le incomoda. Aparecen pronto los primeros referentes culturales: en su caso, ni Pronto, ni Bravo, ni Daddy Yankee, sino que fueron los cantautores de finales del siglo XX que musicalizaban la juventud de su hermano mayor quienes forjaron su imaginario amoroso, con su rollo idealista y agónico. Mientras, el cole religioso donde estudió le prevenía de los peligros de la masturbación. De fondo, en el pueblo de Toledo del que proviene, los amigos más que de amor hablaban de sexo, con la boda por la Iglesia como horizonte de una vida adulta.

Socializada como hombre, Ann, en sus 28, es una persona no binaria. Distanciándose de los parámetros de esta socialización, donde el sexo es central, Ann es asexual, ha pensado y hablado mucho sobre las relaciones, y con todo, en la conversación no hace afirmaciones categóricas. “Yo siento que…” es la fórmula que más se repite cuando habla de diversidad, de mil formas de generar y nutrir vínculos.
Casi dos décadas mayor que Ann, Iván también ha pensado mucho en el amor. Individual y colectivamente. Nos avisa de que le pillamos en un momento un tanto delicado en su vida amorosa, hace no mucho cerró una relación de diez años, y antes de acabar el duelo vino otra experiencia que le puso ante sus fantasmas.

“Si el amor nos importa es porque se juega algo de lo humano muy importante ahí. Y además es fascinante porque no hay respuesta, porque tenemos que construir esas respuestas, hay que inventar”
A sus 60 años, esto de hablar tanto de amor le resulta un poco cansino a Ángel. “La mayor parte de las veces que oigo o leo sobre el tema todo me parece una sarta de... iba a decir gilipolleces, pero mejor no”, ironiza. Recuerda, por ejemplo, cuando leyó en la universidad el Arte de amar, de Eric Fromm, libro que le pareció un poco “pesadito”. Si la idea es leer, prefiere otro tipo de ensayo, y si se pusiera a escribir, se le ocurren temas mucho más interesantes. Hablar sobre el amor no habla, pero sí comunica todo lo que puede con su compañera, con la que lleva prácticamente tres décadas en pareja. Eso, a nuestros ojos, le convierte en un experto en monogamia: “Qué bien, soy un gurú”, contesta jocoso.

Perspectivas sobre una palabra huidiza
“Tendemos a inscribir la cuestión del amor desde un pensamiento casi dicotómico frente al cual si racionalizamos el amor, le quitamos la magia que le caracteriza y eso al final genera un dualismo súper raro donde pareciera que no tenemos derecho a pensar sobre cómo amamos”, medita el experto en masculinidades Lionel S. Delgado, quien señala que, a menudo, desde la literatura científica se insiste en que el amor se escapa de las categorizaciones. Considera que desde la crítica feminista hay una amplia tradición de análisis del amor romántico, pero no tanto de construcción de alternativas en positivo. Respecto a los hombres, “se junta esta dificultad cultural para poder plantear el amor con la dificultad propiamente de género de hablar de cosas personales”.
El filósofo Amador Fernández-Savater piensa mucho en el amor, aunque de momento no ha escrito nada que aborde directamente este tema. Repasa las notas que él mismo ha redactado en respuesta a las preguntas y se le ocurre que hay mucho hilo del que tirar ahí, que en algún momento podría darle forma a todo aquello. Y es que, apunta, “si el amor nos importa es porque se juega algo de lo humano muy importante ahí. Y, además, es fascinante porque no hay respuesta, porque tenemos que construir esas respuestas, hay que inventar”. No se trata de descubrir una especie de fórmula del amor, dice el pensador, ya que eso no existe. “Hay que construir permanentemente”, de ahí que toda reflexión sea “algo a celebrar”. Asimismo, señala que “podemos pensar también políticamente el amor como forma de poder y podemos pensar políticamente el amor como forma también de potencia”.
Fórmulas no hay, pero quizás sí algunos aprendizajes. Emilio piensa que con la edad, algunos métodos de detención se van afinando, que uno advierte con más tino por dónde no debe continuar. Usa una metáfora, los sprinkles, esas ampollas que se activan con el cambio de ambiente y atajan el incendio antes de que se propague. Recurre al imaginario de bombero porque ese es su trabajo desde hace más de dos décadas, y ahí, en un espacio laboral tan masculinizado, también ha detectado cambios: habla de cómo se cuidan entre compañeros, de cómo cada vez hay más cabida a lo personal. Y plantea que estos cambios probablemente también apunten a una transformación en las relaciones amorosas de muchos de estos hombres de edades diversas. Pero Emilio también es actor, por lo tanto testigo de una época marcada por el señalamiento de abusos normalizados. Reflexiona que, como hombre, le resulta más fácil confrontar la presión, pero que el poder sigue siendo poder, y atraviesa tejidos estructurales más sutiles. También es consciente de que, como hombre negro, a veces también él es hipersexualizado. “Está bien a veces jugar a esta cosa de ser un negro erotizado”, bromea, poniendo acento argentino para darle un plus de estereotipos al rollo de la deseabilidad.
A la mayoría de las personas, reflexiona Ann, le resulta muy difícil pensar en la ausencia de atracción sexual. Y explica con su propio punto humorístico: “Ser cis heterosexual es natural según el discurso, yo que sé, morirse de una plaga también es natural”. Fuera del relato de lo natural hay un mundo de aprendizajes que permite pensar que hay muchas maneras de relacionarse. Salirse de la norma, por supuesto, “es más difícil y más complicado, pero siento como que también te permite ver cosas mucho más bonitas y salir de un montón de patrones horribles”. La asexualidad te hace plantearte muchas cosas “fuera del nos gustamos y follamos”, prosigue Ann, quien piensa sus vínculos desde la anarquía relacional, si bien, aclara, hay gente en anarquía relacional que tiene sexo, y gente asexual que está en pareja. En definitiva, concluye: “Hay mucho por habitar en los grises”.
No es que el amor sea una experiencia vital que no le importe, Ángel de hecho reproduce con emoción el momento en el que conoció a su pareja, las cinco horas que se pasaron hablando de teatro, o los solo 15 días que tardaron en irse a vivir juntos. Pero Ángel no cree en el amor romántico, en esa idea de que haya alguien predeterminado para uno. Sí que piensa que en las relaciones hay que hablar, que hay que currárselo, no dejar que los rencores se acumulen hasta verte sentado al lado de un extraño. Lo de darle mil vueltas a la cuestión le parece, sin embargo, “desviar el tema de lo verdaderamente importante”, algo que considera “una estrategia de las clases dominantes”. Aunque aclara que no está hablando de nuestra conversación en particular, “ya sé que esto no va a ser: ‘Tres formas de enamorar a tu pareja’”, se cachondea, pero insiste en que hay que estar atento a qué intenciones hay detrás de decidir centrarse en estas cosas.
Iván piensa que es importante abordar el amor, aunque él habla más bien de relaciones desde una mirada política. En esos términos piensa al confrontar una estructura que afecta a hombres y mujeres. Y sí, los hombres “también estamos atravesados por el amor romántico. Y luego ese amor romántico se nos va cayendo un poco, y yo creo que lo vamos deconstruyendo un poco también. No sé si deconstruirse queda como muy bonito, nos vamos dando palos, vamos descubriendo que este amor tenía algo de creencia aprendida, una serie de mandatos”, creencias y mandatos que Iván, junto a muchas otras personas, deciden cuestionar. Pero esto no implica que las cosas sean fáciles y a ciertas edades ya todo el mundo lleva su mochila. ¿Se vuelven los hombres, como muchas mujeres, “heteropesimistas”? Aunque él no se siente identificado con esta idea, sí aventura sobre la marcha que quizás hay hombres que, desde la idea de que las relaciones no van a salir bien, se deciden por una eterna soltería. “Claro, es que los tíos rehuimos de la intimidad y de exponernos emocionalmente. Entonces buscas una especie de cadena de seguir teniendo relaciones sexuales. Al final es tener relaciones y no llegar a nada y no intimar del todo. Pero nadie me lo ha explicado, ni he escuchado el término heteropesimismo en tíos”.
Fernández-Savater toma esta idea del amor romántico, con sus mandatos y sus decepciones, y la traslada a otro término, el “amor-fusión”. Lo llama así, primero, por la imposible aspiración a ser uno, a una relación que se convierte en el centro de la vida, donde no hay espacio para la individualidad y la diferencia. Algo que, considera, también puede afectar en la manera en la que muchas personas se aproximan a los colectivos y se distancian, decepcionadas, cuando surgen las diferencias. Frente a ello, él habla de amor-separación, “yo creo que el amor interesante, el amor desafiante, el amor a construir es un amor en la separación”. Citando a Hannah Arendt lo aclara: “Es decir: no nos fundimos en uno, existe uno y existe el otro y hay un ‘entre uno y el otro’”. Un amor en el que, por tanto, “cabe la soledad, cabe la distancia, cabe el vaivén, cabe la discontinuidad, cabe el conflicto, cabe el resto de la vida”. En definitiva, abandonar la ilusión del amor-fusión y construir “amor sin garantías, en la incertidumbre, en la contingencia, en la diferencia”.
“Si bien a nivel sistémico todo apunta a la constitución de la pareja, la idea masculina del éxito social pasa por esquivarla”
En esta idea de construir el amor más allá de esta ilusión de fusión, cuando Ann comienza una historia comunica que antes van a tener una conversación, “se fluye con unas expectativas e igual eso que esperas no va a pasar”. En concreto, percibe que “el mandato sexual es una especie de espada de Damocles que está siempre pendiente. Hay una relación continua con atracción sexual y sexo y amor y atracción romántica y cualquier otro tipo de atracción”. Considera que a los hombres les cuesta más concebir la ausencia de deseo sexual, por una especie de socialización hipersexualizada. Se le ocurre, también, que sacar el sexo del centro de la conversación puede aportar otra mirada a muchas personas que no son asexuales. “Siento que las personas socializadas como hombres ocultan sus sentimientos. Entonces para hablar de amor y relaciones, muchas veces tienen que hablar de sexo, y esto es triste y reduccionista”, aventura. “Creo que la masculinidad en el hombre, el imperativo de la hipersexualización, muchas veces esconde una voluntad de vinculación”, considera por su parte Lionel S. Delgado. Y es que el sexo, profundiza, puede ser un espacio que “ofrece un refugio a la vulnerabilidad”. Y concluye: “Muchas veces follamos por cosas que implican no solamente sexo, sino validación, amor, intimidad, espacio de recogida, escucha, capacidad de apertura”. Es en los alrededores del sexo donde muchas veces se habilita la ternura, “hacer la cucharita”, bajar en definitiva la guardia de la masculinidad.
El hombre cazado
Manuel tiene un recuerdo presente: su abuela pasó toda su existencia junto con su abuelo y, al enviudar, parte de su vida se había acabado. Si con su primera novia sí que imaginaba la boda, los hijos, y una vida juntos, pues era lo que en ese momento le parecía natural, ahora no cree que vaya a tener una relación para toda la vida, quiere más experiencias. Interrogado sobre si en su círculo existe esa idea de que al casarse el hombre pierde su vida, se ríe y muestra la foto de una pancarta que han colgado en la plaza de su pueblo con motivo de la inminente boda de un amigo: en la imagen la novia persigue al novio que intenta escapar en bicicleta. Definitivamente, circula esa idea de que el hombre pierde su libertad. El “ya no te vamos a ver el pelo hasta que tus hijos hagan la comunión”.
La relación de la masculinidad con la pareja, pasada por el filtro neoliberal, es un poco esquizofrénica, desarrolla Lionel S. Delgado, pues “si bien a nivel sistémico todo apunta a la constitución de la pareja, la idea masculina del éxito social pasa por esquivarla”. Y es que el espacio doméstico se percibe como un espacio de emasculación. Por ello, barrunta, en las ficciones, los padres de familia solo son interesantes si una disrupción obliga a performar roles más molones, sea el de héroe o el de villano. Luego está “la idea del individuo súper neoliberal de que siempre tiene que estar en el mercado activamente invirtiendo, movilizando capitales y nunca asentando, nunca, nunca desapareciendo del todo”.
Desde otra perspectiva, Fernández-Savater, tras avisar que va a generalizar, apunta a que muchos hombres dan por sentado que serán amados “por nuestra cara bonita”. Así que solo les quedaría esperar a que alguien los ame como ellos quieren que los amen. Entonces para qué tener “que negociar, tener que ceder, tener que renunciar, tener que insistir, tener discusiones, sufrir”. Para muchos, esto “puede considerarse un latazo”. Y vuelve a la idea de amor-fusión para identificar que ese querer preservar la libertad es una especie de decisión de estar en amor-fusión con uno mismo. Pues uno de los riesgos de que se imponga esta expectativa de amor-fusión garantizado, ese exigir alguien que te ame como tú quieres que te ame, es que lo único que satisfaga esa exigencia sea uno mismo, o una novia de inteligencia artificial o algún otro invento.
“La única manera de progresar es desde la desconfianza. En eso soy ilustrado y cartesiano: la duda como método. ¿Ah, que usted está trabajado? No me interesa o le pongo bajo sospecha”
Aliento feminista y horizontes
Con el cuestionamiento del amor romántico por parte de los feminismos, lo de encontrar una compañera que encaje en ese amor-fusión tras renunciar a su individualidad, e ignorar las diferencias y los conflictos, no parece que esté funcionando. La reflexión no se circunscribe a las mujeres, también hay varones que se declaran feministas e intentan confrontar mandatos asimétricos. Iván es consciente de que hay quienes pueden decirse feministas de un modo más adaptativo, y entiende los recelos que algunos discursos sobre deconstrucción causan en muchas feministas, pero también le entristece que, cada vez que salen casos como el de Errejón, parezca que todo intento de avance se malogre. Entiende que no se puede pedir condescendencia a los feminismos, sin embargo, considera que cuando el discurso se atasca en generalizar con todos los hombres que quieren cambiar, al final “siempre queda la machosfera lista para recogerte. Y como su discurso conecta con lo que ya traías aprendido por tu socialización, les resulta más fácil conectar. Así que incluso si intentas hacer las cosas de otra manera, siempre habrá un amigo que te dirá ‘son unas cabronas’”. Además, no solo está la machosfera para reforzar determinados discursos, también queda un “caladero” de mujeres que no son feministas para que los hombres puedan seguir teniendo relaciones sin cambiar nada.
Ángel considera que su militancia en un partido marxista-leninista le ha enseñado bastante sobre opresión y desigualdad, y aunque le parece que el feminismo debe ir aún más lejos, también considera que se ha avanzado, y que “Pajares y Esteso” ya quedan muy atrás. Toma una anécdota familiar, la de una sobrina enfrentándose con su padre por no haber ayudado a recoger la mesa, y desarrolla que, aunque todo el mundo tiene “micromachismos”, considera que los feminismos etiquetan demasiado rápido al otro como enemigo. Piensa que, como estrategia de transformación, es mejor tener más aliados que enemigos, pero que hay una tendencia burguesa en los feminismos que acaba por contaminarlos. Además, alerta, generalizar con los hombres, a pesar de todos los cambios, hace que mucha gente acabe sintiendo rechazo.
A Emilio le parecen muy bien las críticas feministas a los hombres que se presentan como deconstruidos. “La única manera de progresar es desde la desconfianza. En eso soy ilustrado y cartesiano: la duda como método. ¿Ah, que usted está trabajado? No me interesa o le pongo bajo sospecha”, resuelve. Y eso que él, personalmente, sí piensa que ha hecho un trabajo interno que le ha llevado a cambiar. “Con 25 salía por patas. Con 35 me hacía el sueco o provocaba una situación desastrosa para que la otra parte, si estaba un pelín más evolucionada, dijese: hasta aquí”. Una conducta evitativa de la que fue tomando conciencia: “A lo mejor a partir de los 45 empiezas a decir, vale que tengo esta tendencia, pero oye, he metido la pata. Perdona, lo siento. No debiera ser así”. Ahora, con más de 50, se describe en una especie de “fantástica abstinencia sexual”, y considera que lo principal es no hacer daño. Y no es tan fácil porque las narrativas siguen siendo las mismas, mientras las redes muestran a gente adecuándose a ese imaginario desde la “pluscuamperfección”, invisibilizando la complejidad en las relaciones. Además, saber no es siempre poder. Afirma que, a pesar de tener muchas más cosas en cuenta, “el problema es que queremos seguir encajando todo esto en la misma casilla que nuestros tatarabuelos”.
Y luego no solo de sentimientos y análisis está hecho el mundo, también existe la realidad material: y el hecho es que, al menos en términos económicos, la sociedad sigue siendo parejocéntrica. A sus treinta y tantos, Manuel asume que las opciones en teoría son más amplias, que hay más vida fuera de esa idea de pareja en la que fue socializado. Pero también “hay mucha dependencia económica. Concebir la vida en solitario es casi imposible aquí en Madrid, en el pueblo te irías a vivir con tus padres, y quién quiere vivir con sus padres a los 30. Y si no, pues tendrías que buscar compañeros de piso”. No dice que esa sea la única razón para que la gente reproduzca ese modo de vida, “pero también supongo que en el subconsciente, eso sí o sí estará”.
Cuenta Iván que cuando era joven funcionaba más en base a la inercia sin pensarlo todo tanto. Pero la inercia tiende a reproducir lo que ya existe. La inercia se presenta en las canciones, pero luego uno puede analizarla en base a la experiencia, y en su experiencia ha pasado de corear letras bestias de los años 80 en las bodas a aprender con los libros de Coral Herrera y querer aplicar esa idea de que “el amor no es sufrimiento”. Admite que, por supuesto, queda mucho por hacer: “Mientras cambian los discursos es más difícil transformarse en lo íntimo, te encuentras con los mismos fantasmas. Los tíos somos un poco analfabetos emocionales”.
La inercia, además, confluye con nuevos desafíos, recuerda Lionel S. Delgago: “Tenemos un problema brutal de personas cada vez más solas, cada vez más explotadas laboralmente, trabajando más y más y con dificultades brutales para conectar, porque muchas veces no podemos conectar más allá de plataformas diseñadas para el transhumanismo”. Y pone Tinder como ejemplo: “Una empresa que monetiza el malestar y la sensación de soledad, y esa promesa que te hace de construir espacios de amor”. Y sin embargo, advierte, se trata de una promesa falsa, pues su negocio es más bien dificultar el encuentro. Además, advierte, incluso ciertos feminismos y masculinidades alternativas acaban replicando un escenario muy centrado en un individualismo radical en el que se desconfía de los vínculos y la sociedad no importa ,“una idea muy thatcheriana por otro lado”.
Siguiendo por esa línea, Fernández-Savater considera que posibilidades como las app de ligue contribuyen a alimentar la ilusión de que puede haber un amor-fusión, que puedes filtrar un perfil de un otro “con el que voy a encajar”. Una ilusión por la que se acaba apostando por “amores fantasmagóricos”, como el que podría proponer la IA. Y es con su última reflexión que volvemos al instituto, donde el filósofo interactúa con adolescentes que cada vez tienen más facilidades para crear “novias que son avatares, un amor que se confunde con el servicio, que se confunde con un objeto. Finalmente, el amor-fusión hace del otro un objeto. En el caso de la tecnología, es un objeto real, pero también cuando es una persona hacemos del otro un objeto, una pieza de mi amor. En realidad estoy conmigo mismo y el otro es un instrumento de mi amor”. Él emite un deseo que reverbera en la conversación que sustenta este texto. El de transformar los moldes en los que ya no cabe todo lo que somos: “¿Tiene sentido pasar por esta vida sin arriesgar nada, sin querer nada, sin construir nada? ¿O pasar por el mundo intentando, digamos, inventar algo propio, también un espacio amoroso?”.
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