Iban Zaldua: “Estamos mejor porque no hay muertos pero hemos entrado en una fase que no sabemos cómo es”

Dice que se sintió impulsado a escribir sobre el conflicto vasco o ‘el tema’ como quien se sintió obligado a escribir sobre relaciones familiares o sobre migraciones. Iban Zaldua presenta una compilación de relatos que abordan los últimos 20 años en torno a la violencia y la represión en el País Vasco.

Iban Zaldua
Álvaro Minguito Iban Zaldua
15 nov 2018 06:26

La conversación pasa a fase de relajación total cuando el redactor obtiene una frase con los caracteres justos para el titular y es el momento propicio para preguntarle a Iban Zaldua (Donostia, 1966) qué anda leyendo y qué está escuchando últimamente —no en vano, es un gran melómano—. Zaldua pasa las páginas de Vernon Subutex, la obra de Virginie Despentes, recomienda a la escritora guipuzcoana Ana Malagón y a la catalana Tina Vallès, también Haxi Murad, la obra de Tólstoi sobre la guerra del Cáucaso y La abadía de Northanger, de Jane Austen. Celebra la música de Mursego —“que es una cosa tremenda”— y vuelve una y otra vez sobre uno de sus grupos preferidos, The Kinks, de cuyo álbum The Village Green preservation society se cumplen 50 años.

Después de media hora hablando de ‘el tema’ —el conflicto vasco—, apetece volver a hablar de literatura y música. Zaldua pasó por Madrid para presentar Como si todo hubiera pasado (Galaxia Gutemberg, 2018), una compilación de cuentos escritos entre 1999 y 2018. En todos aparece el conflicto vasco y, sin embargo, cada uno de ellos sitúa al lector en una posición nueva, en la que la pregunta “¿cómo reaccionaría yo?” supone un alejamiento inmediato de las respuestas maximalistas, de la rotundidad maniquea. 

Es como si asumieras cierta responsabilidad de frenar una tentación hacia la desmemoria. Tiene gracia, porque en el País Vasco ha estado viva la memoria de la Transición mucho más que en otros lugares del Estado. 
En el País Vasco es en el único sitio donde se ha puesto en cuestión el relato de la Transición, sí. Además se ha hecho por un partido de orden, el PNV, que es un partido de derechas raro, que cayó en el antifascismo en un momento dado. Eso es lo que le ha salvado. Es uno de los valores de los que el PNV puede presumir de alguna manera.

Uno de los peligros es pasar página, ‘aquí no ha pasado nada’, etc. Si ocurriera eso, habría un corte generacional. Eso luego tiene un rebote, como ha ocurrido con los nietos de la Guerra Civil
Y sin embargo, con lo que esta trayendo el siglo XXI, es muy fácil que volvamos a caer en la amnesia colectiva. Dejar pasar las épocas sin realmente llegar a ninguna forma de encuentro. Creo que lo consigues al enhebrar distintos puntos de vista, ¿era tu propósito al escribir estos relatos?
Esa es una intención. Uno de los peligros que tenemos ahora es pasar página rápido, que es lo que se hizo en la Transición, a nivel español, con toda la memoria de la Guerra Civil y del franquismo. En ese sentido, no soy optimista porque ya lo hemos hecho mal una vez y es posible hacerlo mal una segunda vez, aunque las circunstancias históricas sean muy diferentes y el momento sea muy distinto.

Uno de los peligros es pasar página, ‘aquí no ha pasado nada’, etc. Si ocurriera eso, habría un corte generacional. Eso luego tiene un rebote, como ha ocurrido con los nietos de la Guerra Civil en España y también en el País Vasco. El otro peligro es el de construir un relato muy monolítico, en el que el Estado queda como absoluto vencedor, que aplasta cualquier otra alternativa. Eso también es algo que se está intentando construir. En ese sentido, no me parece que el campo fundamental de batalla sea la literatura, pero sí creo que la literatura puede hacer una aportación. 

Da la sensación de que en el País Vasco —a causa del conflicto— se tardó en engarzar con la actualidad del sistema capitalista liberal, lo que por un lado ha alejado al país de reacciones totalitarias pero, por otro, parece haberle dejado en una especie de limbo. ¿Cómo se está viviendo esta nueva época en ese lugar tan específico del mundo que es el País Vasco?
Es difícil responder a eso porque no lo tengo muy claro. Estamos viviendo por un lado en un momento de despresurización de toda la losa que ha supuesto la cuestión de la violencia de ETA y el terrorismo. Como decía Bernardo Atxaga, en el momento en que nos liberásemos de esa losa, íbamos a estar flotando a unos centímetros del suelo. Me da la impresión de que eso ocurre.

Por una parte, afloran esas contradicciones que señalabas sobre la deriva actual del turbocapitalismo, o como se le quiera llamar. De otra, como ha caído el peso que suponía toda la confrontación violenta identitaria —que lo tapaba todo en un momento dado, y englobaba también las críticas a al sistema capitalista— eso también ha hecho que la crítica en general haya bajado también.

Un colega me decía el otro día “mi hija de 15 años me pregunta sobre el asunto y yo le cuento, pero para ella es algo tan lejano ya como las guerras carlistas”

Luego está toda la hegemonía del PNV. El que ha salido ganando en esta parte del proceso es el PNV, que es un partido sistémico. El éxito de ese moderantismo, desde un punto de vista político y social, se ve por ejemplo en cómo está gestionando la cuestión de la corrupción. Parece que en el País Vasco no hay corrupción o ha sido muy mínima. Pero existe, con toda la cuestión de construcción de infraestructuras, con el tren de alta velocidad. O con cómo se ha gestionado todo el tejido industrial del País Vasco. La última crisis le ha dado un palo enorme a la industria y no tiene pinta de que se vayan a recuperar los niveles anteriores, pero sin embargo parece que seguimos viviendo en el país de jauja. O, por ejemplo, toda la cuestión de la turistificación. De repente cosas como la ‘parquetematización’ del País Vasco han dado en poco tiempo un salto de gigante. También hay que contar con el tema educativo, el peso que tiene la educación concertada en el País Vasco y cómo la patronal del sector público, que es el Gobierno Vasco, no está protegiendo a su escuela sino que está protegiendo a la concertada y hay una segregación que es brutal. Ese tipo de cosas ahora de repente emergen, todo esto antes estaba tapado, lo tapaba el asunto. Estamos mejor que antes porque no hay 10, 20, 80 muertos al año y eso es bueno, pero hemos entrado en una fase nueva que no sabemos cómo es todavía.

A nivel de las izquierdas también hay indefinición.
Es otra cuestión, si va a haber una oposición de izquierdas de verdad o EHBildu va a optar por intentar acercarse al PNV para tomar, de alguna manera, la vía catalana. En ese caso ocurre que se rebaja la crítica económica y social que pueda hacer EHBildu. Y luego queda Podemos, que fue un suflé muy grande y no se ha definido bien cómo va a evolucionar. Me parece un movimiento muy interesante, muy curioso y, sobre todo, muy nuevo. Llevábamos 30 o 40 años con unas pautas en las que cada uno sabía muy bien dónde estaba, dónde se colocaba, y ahora de repente, un tema, que era ‘el tema’, se ha caído y la recolocación del resto de los asuntos me parece que es difusa, turbia. 

Pregunto también por una generación que se incorpora en ese otro contexto de no alternativas al desmantelamiento de la industria y con el conflicto ya en sus últimos momentos o finalizado.
Sí, no lo ha vivido, o ha vivido los estertores. Un colega me decía el otro día “mi hija de 15 años me pregunta sobre el asunto y yo le cuento, pero para ella es algo tan lejano ya como las guerras carlistas”. Y es verdad, quizá porque nos ha pesado tanto, que luego con la despresurización hemos pasado de hablar demasiado del tema, porque duele —las cosas que has hecho, las que no hecho, el que hayas mirado para otro lado, etcétera—. El recoloque nos va a costar un rato.

Luego hay intentos como el de hace poco en Alsasua de aprovechar los últimos rescoldos del conflicto.
Sí, pero es un aprovechamiento zombi. Joder, si no existe ETA, ¿cómo se puede hablar de terrorismo? Antes podías tener más dudas o introducir más matices en los discursos, pero ahora mismo lo que ha pasado en Alsasua es absurdo... Bueno, no es absurdo, es una de las vías que utiliza el nacionalismo español para rearmarse. Está utilizando un tema zombi y eso duele, porque, cuando ha sido más duro, precisamente no se utilizaba de manera tan descarada o se hacía de manera más sutil, porque se trataba de la lucha contra la violencia. Pero al final se destapa el objetivo que, en definitiva, es la lucha contra el nacionalismo vasco sin más. Y la excusa ha sido ETA.

En esas puestas en escena se nota cierto vértigo hacia los finales sin épica. En este sentido, el genero relato creo que funciona muy bien como contrapunto a la épica de esa gran novela sobre el tema, Patria. ¿Coincides en que el relato tiene esa capacidad?
Estoy bastante de acuerdo. Con la novela también se puede hacer, pero es más difícil. Lo que te permite el género del relato es, por una parte, utilizar más tramas —entonces sí, se te puede colar una cosa de pequeña épica, más que de gran épica— pero, en general, no intentas hacer un gran relato sino uno pequeño, una cosa más micro, en la que los detalles y la vida cotidiana tienen más importancia, y a eso se le une que el uso de la ironía es absolutamente anti épico. Por otro lado, el libro de relatos te ofrece la posibilidad de utilizar una multiperspectiva y de hacer un panorama más caleidoscópico. 

En ese sentido, el ánimo totalizador del gran relato, de la novela, queda arrumbado. Yo soy un defensor del género, y no hablo solo de este libro sino también de las recopilaciones de cuentos que se publicaron sobre el conflicto vasco como Nuestras Guerras que editó Mikel Ayerbe y salió en Lengua de Trapo, y lo que editó Txalaparta en su día. En la multiplicidad de visiones es en lo que “le gana” a la novela. Creo que también es un contrapunto a un discurso que es fácil que caiga en la gran épica. 

Sí, se ha tratado de un final sin épica. Pero creo que, quitando los primeros momentos que sí se pintaron con bastante épica —hechos como lo de Carrero Blanco y ese tipo de cosas—,visto desde dentro y desde allí, y desde mi punto de vista, ha sido poco épico. Hablábamos de generaciones: los de 20 años no han conocido a ETA activa pero los que tienen 25 o 30 la han visto en su decadencia, con un desprestigio brutal. Esa gente ya no ha vivido la parte épica, si la tuvo algún día. 

¿Te ayuda esa visión caleidoscópica a entender la violencia?
Yo por la menos no la acabo de entender. Sí vas entendiendo, lo mismo en este proceso que en cualquier otro proceso histórico, que una vez que empieza no sabes adonde va a parar. En un momento dado te puede parecer justificado. Yo he militado en el movimiento antimilitarista, y en la cosa de la insumisión, etc. y ahí uno de los puntos de partida era la no violencia. Eso, en ese contexto, me pareció una aportación muy buena. Creo que eso ha sido una de las cuestiones que ha minado socialmente el prestigio que tuvo la lucha armada o el terrorismo, como lo queramos llamar a eso.

Yo, por lo menos, con la edad cada vez tengo menos certezas en ese sentido, pero sí que reconozco, leyendo a otros autores, la necesidad de abordar desde otros puntos de vista lo que te iban contando en los periódicos, en los boletines “ideológicos”, etc.

Lo que me animó hace unos 20 años a escribir sobre este tipo de cosas —entre otras, porque no solo soy escritor de esto— fue leer a gente como Bernardo Atxaga, como Ramón Saizarbitoria, como Jokin Muñoz, como Arantxa Urretabizkaia o como Luistxo Fernández... Como estos, que no eran los únicos pero que me parecen los mejores. Fueron los que me ayudaron a entender algunas de las cosas que pasaban y a dudar de otras cosas que yo creía que eran de una manera y quizá no lo eran.

La literatura a ese nivel micro es cuando puede tener algo que hacer. Ahora mismo creo que hay mucha labor que hacer sobre la memoria. La literatura ayuda, pero lo importante son los testimonios, es el trabajo de los historiadores, de los sociólogos, de los memorialistas, de las cosas que, por cómo ha sido el conflicto, no se han podido decir y que deben salir. Todo eso que en una circunstancia normal —uno se acuerda de Sudáfrica— salen en un Tribunal de la Verdad. Eso me parece mas importante civil o socialmente pero, como escribo ficción, me interesa también esa parte.

La compilación se llama Como si todo hubiera pasado y hay un relato que se llama “Como si nada hubiera pasado” que es especialmente duro, en este caso con la izquierda abertzale. Hablamos de la Transición y de todos aquellos “que se acostaron franquistas y se despertaron demócratas” pero, en este caso, tratas un tema tan duro como aquellos que se durmieron justificando lo injustificable y se han apuntado al carro de la no violencia. ¿Cómo pensaste esta historia? 
Ese relato me da la clave para el título. Yo lo ligo a ese peligro de la desmemoria. A fin de cuentas, el pasado lo construimos a base de memoria selectiva y de olvido. Y creo que hay una parte de olvido.

Hace unas semanas [Carlos] Garaikoetxea presentó su biografía en Pamplona, y es verdad que su partido —[Eusko Alkartasuna] en el que fue líder, aunque ahora esté jubilado de la política— está incluido en EHBildu, pero me sorprendió muchísimo el tratamiento que se le dio por parte de los medios de comunicación más cercanos a la izquierda abertzale, así como por las figuras de la izquierda abertzale que aparecieron. Decías, ‘jolín, pero si de Garaikoetxea en los 80 la misma gente decía perrerías, había una confrontación absoluta con lo que representaba Garaikoetxea y el Estatuto de Autonomía, y ahora de repente es un héroe’.

O lo que ha pasado con Aralar —y chapeau por Aralar por cómo ha llevado el asunto y con la dignidad con la que lo ha llevado— pero en el momento de la escisión con la izquierda abertzale a los de Aralar les pusieron a caldo, y ahora eso parece que se nos ha olvidado a todos. En un momento dado la menor disidencia se pagaba bastante cara y ahora todos tan amigos. Por un lado me parece bien, yo entiendo que para la acción política es un plus, yo no estoy medido en ese rollo, pero es un plus.

Me muevo más por impulsos: esta escena, esta estampa que me ha afectado, cómo la puedo convertir en literatura y cómo puedo llevar a reflexionar al lector. Luego el lector que haga lo que quiera

Parece que nunca hemos estado a favor de ETA. Yo mismo nunca he pensado usar la violencia, porque era de Euskadiko Ezkerra, pero ETA Político-Militar no me parecía mal. Supongo que algunas cosas he justificado en algún momento, algunas burradas que hicieron, que luego con perspectiva dices: ‘macho...’. Tenemos todos mucho que purgar y, de repente, ¿se pasa página tan fácil? No sé, creo que se está haciendo el proceso bien —no es todo tan terrible— pero en algunas personas o situaciones de repente te encuentras con que, joder, parece que no ha pasado nada.

Entiendo que este tipo de blanqueamientos surgen de una posición completamente aplanadora por parte del Estado, que no deja ninguna resquicio en que apoyar esa paz positiva.
Y muy vengativa, por otra parte. La política del entorno “del entorno del entorno” que se ensancha cada vez mas, ha sido absolutamente injusta pero parece que ha sido efectiva en cierto modo. Es, de alguna manera, comparable a lo que hizo ETA. ETA en un momento dado decidió socializar el dolor y ensanchar la base social contra la que actuaba y el Estado hizo lo mismo. Al final eso le quita mucha épica a todo.

Eres defensor del humor de ese tipo de recursos para pensar en cómo no olvidar, cómo trabajar esa memoria, ¿para qué más sirve la ironía? 
Yo quiero causar una reacción y el humor es un reactivo bueno. La acidez en la herida que te haga levantar del asiento y pensar, no para lograr algo. Para escribir con un motivo que va más allá del compromiso literario hay que ser escritor muy bueno, para que lo escrito, el relato, la novela, el poema o lo que sea, no se convierta en un panfleto que no deje pensar al lector. Hay gente que lo hace muy bien, pero yo no soy tan bueno.

Me da igual que hablemos de una novela que pretenda derrotar literariamente a ETA, yo creo que cuando te planteas un objetivo así, si no eres excelente, la obra literaria queda dañada, pero me da igual que el motivo pueda ser menos beligerante. Hay un cómic de Isusi, He visto ballenas, un cómic que está bien pero que tiene una intención de buscar la reconciliación, un poco buenista. Creo que eso, de alguna manera, perjudica la verdad literaria de ese álbum.

En ese sentido, creo que la ironía o el humor no son muy constructivos. Me interesa mas dar un golpe en la mesa o recordar ciertas cosas, e incluso causar dolor literario, que siempre es menos doloroso que si te dan dos hostias. Soy consciente de lo que dice Edurne Portela que piensa que la literatura es sanadora. Soy consciente pero yo no escribo para eso, si luego lo consigue subsidiariamente, pues bien. Me muevo más por impulsos: esta escena, esta estampa que me ha afectado, cómo la puedo convertir en literatura y cómo puedo llevar a reflexionar al lector. Luego el lector que haga lo que quiera.

El humor sirve como válvula de escape. En relación con este tema ha sido un reír por no llorar, sirve y es muy bueno para alejarte de ese peligro de la épica. Luego está el humor en sí, con todos los peligros que conlleva, porque ya sabemos que no tiene que gustar a todo el mundo. Si le gusta a todo el mundo no es el humor que a mí me interesa. Por eso, con todas esas disculpas por haberse sonado la nariz con la bandera española, piensas ‘¡es que el humor es eso!’. Quiero decir: a alguien le va a parecer mal. Yo asumo ese riesgo, y me parece evidente que el que es objeto de la chanza va a salir escaldado. No puedes quedar bien con todo el mundo.

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