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LGTBIAQ+
Las familias heterodisidentes se hacen visibles: “¡Arriba los helados, abajo el patriarcado!”
“¡Arriba los helados, abajo el patriarcado!”.
“Viva la pizza, abajo los fascistas”.
“¡A ti qué más te da si tengo dos mamás!”.
Un puñado de niños, niñas y niñes regalaba estas consignas al Orgullo Crítico de Madrid el lunes 28 de junio desde el bloque de Familias Heterodisidentes, muchos de ellos junto a sus madres. “Nuestres hijes son criaturas que tienen un nivel de apertura y tolerancia a todo el abanico de identidades; conocen la existencia de personas trans, de personas no binarias, el discurso antirracista… Mi hijo pequeño le explicó a una mujer en el autobús que el PSOE había frenado la ley trans en el Congreso, y tiene seis años”, explica Paloma Calle a El Salto.
Paloma es una de las madres de Familias Heterodisidentes, y también la impulsora de este grupo que se crea en 2018 bajo el paraguas del proyecto cultural Una ciudad muchos mundos de Intermediae. Tiene 46 años y dos hijos con su exmujer, de la que hoy está divorciada.
En su historia de vida se inscribe el que fue el primer tratamiento de fertilidad mediante el método ROPA (Recepción de Óvulos de la Pareja) realizado en la Comunidad de Madrid. Primero acudieron a la Seguridad Social. Era el año 2011 y las parejas de dos mujeres aún no habían sido excluidas de esta prestación en la Sanidad Pública. “Nos dijeron que tenían que mandar nuestro caso al Comité Nacional de Reproducción Asistida Humana, y que este se reunía una o dos veces al año; yo tenía 36 años y no podía esperar mucho”, dice Paloma. Por eso, y porque tenían algo de dinero que les había dado su familia al casarse —algo que hicieron cuando decidieron ser madres para anticiparse a los protocolos por los que las parejas de dos mujeres no pueden filiar a su descendencia si no constituyen un matrimonio—, acudieron a la sanidad privada. Paloma se quedó embarazada y así tuvieron a su primer hijo, Tilo. Para el segundo hijo, en 2015, ella aportó el material genético y su pareja fue la madre gestante. Así nació Elías.
Su familia, dice, ha estado fuera de la norma. “Siempre hemos sido una familia heterodisidente porque siempre ha habido un lugar muy claro de visibilidad, de posicionamiento político”, razona Paloma, que cuenta cómo su familia se ha hecho visible en cada escuela infantil o colegio por el que ha pasado. “También haces ese activismo con tu familia de origen”, dice. Un ejemplo: para la familia de Paloma Calle, como para otras muchas familias con dos madres, las palabras “mamá” y “mami” no son sinónimas. “En mi propia familia de origen he tenido que insistir hasta que lo han aprendido”, explica. También lo ha explicado a diferentes profesoras, con diferentes tipos de respuestas.
Paloma Calle impulsó en 2018 el colectivo Familias Heterodisidentes, cuyo manifiesto explica que el objetivo no es ser simplemente ser ‘aceptadas’ o ‘toleradas’, sino transformar el marco
Paloma explica cómo a su familia se le exige explicar, explicar y explicar una y otra otra vez ante los muros que impone el sistema. Por ejemplo, a un médico tuvo que aclararle el papel de un donante anónimo en su proceso reproductivo, dado que el doctor insistía —delante de uno de sus hijos— en referirse al donante como “el padre”. Otro ejemplo de ceguera ante su situación lo vivió en las clases preparto a las que acudieron su pareja y ella en el segundo embarazo, donde en las ocasiones en que ella era la única acompañante, la matrona insistía en referirse a quienes acompañaban a las embarazadas como “papás”.
Esta “madre bollera” —con ese rótulo en el pecho acudió a la manifestación— reivindica y explica el concepto de “familias heterodisidentes” que, dice, tiene un matiz diferente al de “familias LGTBQI+”. Como explica el colectivo en el manifiesto elaborado en su fundación en 2018, se trata de familias que no solo no se corresponden con el modelo de familia tradicional heterosexual, sino que además denuncian y disienten de los mecanismos de poder que se articulan en la institución familiar así forjada. “No buscamos ser simplemente ‘aceptadas’ o ‘toleradas’, sino que aspiramos a transformar el marco, a cuestionar la heteronorma que nos excluye o nos desplaza a los márgenes”, recoge el texto.
En Familias Heterodisidentes, o Familias HD —donde cabe la lectura de Hijes Diverses— hay siete familias, entre ellas algunas formadas por parejas de dos mujeres, una donde la pareja la forman un chico trans y una chica trans, una madre soltera o una familia poliamorosa, entre otras. El colectivo acudía este 28 de junio por primera vez al Orgullo Crítico de Madrid con convocatoria abierta y pancarta propia.
Criar sin género
Tras la pancarta rosa fuxia de Familias Heterodisidentes marchaba Paula con su pareja Loba y su peque, a quien ella en su blog sobre crianza se refiere como Croqueta. No son del colectivo, aclara Paula, pero se sumaron al bloque para reivindicarse como familias heterodisidentes, algo que para Paula supone poner en práctica otra manera de criar y otra manera de ser familia.
Paula es bollera, tiene 31 años, y ser madre fue un proyecto personal que llevó a cabo como madre soltera. “Me inseminé yo sola y esto me permitió no esperar a tener una edad, a cumplir unas metas como terminar una carrera o tener un trabajo para llevar a cabo el proyecto de ser madre”, explica. Su pareja es una persona trans no binaria, Loba, que llegó luego a su vida. “Además mi peque fluye en el género, así que todas somos muy heterodisidentes”, cuenta a El Salto.
Para Paula, parte de esa disidencia pasa por replantear el concepto de “parentesco”. En su “familia elegida” caben su pareja y Croqueta, y también una pareja de amigas —una de ellas con dos peques—, el padre de estos peques, una amiga más con una criatura y una expareja a quien define como una “amiga-hermana”.
Para Paula, elegir quién es familia supone una fortaleza para las familias heterodisidentes: “Creo que disfrutamos de esta cosa de tener un sostén sin los costes de una familia tradicional”
Eso sería el núcleo duro. Luego, sigue, hay un grupo que considera “familia extensa”. “No es solo que me voy con este grupo con Croqueta y todo bien, sino que estoy despreocupada porque sé que está con su familia”, dice. Se trata de “vínculos incondicionales que trascienden la amistad, porque asumen tu carga”. Elegir tus parentescos, dice Paula, supone una fortaleza para las familias heterodisidentes: “Al elegir los parentescos, creo que tenemos esta cosa de disfrutar de un sostén sin los costes de una familia tradicional”.
Otro aspecto crucial para Paula tiene que ver con practicar una “crianza sin género”. O, al menos, intentarlo porque, reconoce, ella misma lleva su propia mochila de asignaciones. Para ello encontró un libro que le ha servido de referencia, Buscando el final del arcoiris. Por lo demás, “criar sin género es algo que te inventas”, reflexiona. En ese sentido es importante poner especial cuidado a la ropa y al lenguaje. “He seleccionado mucho la ropa, o la he cambiado, hasta que ha podido decidir”, explica. Ahora que su peque puede elegir, este aspecto se va complicando, ya que no es fácil elegir libremente cuando las tiendas segregan los pasillos por tonos azules y rosas.
Paula pone además especial cuidado en el lenguaje. Por ejemplo, en lugar de preguntar “¿estás cansado?”, prefiere decir “¿tienes cansancio?” y así evita la marca de género. “Muchas veces le llamo con la 'o' porque es lo más cómodo, pero otras veces le llamo con la 'i', la 'e' o la 'a'”, explica. Una manera de expresarse que Croqueta utiliza también de forma natural. “Yo pensaba que a los tres o cuatro años se autodeterminaría, se autoasignaría, pero no está pasando”, dice Paula: “No sé si es que realmente tiene un género fluido o que va a tardar más en hacer ese proceso”.
Mientras tanto, Paula aprende de su experiencia de crianza. Pero no aprende solo ella, sino que también lo hacen sus vecinos y vecinas, a quienes se ve en la tesitura de responder si es niño o niña. “Cuando preguntan, yo les explico que crío sin género y les digo que le llamen como quieran, y creo que así ellas están aprendiendo”, cuenta. “Y yo también aprendo cuando veo que un señor de 70 años con una bandera de España está siendo capaz de aceptarte sin más”.
Más allá de la familia LGTBQi+
Customizar los cuentos, los libros de texto y poner atención a la ropa o las películas que consumen sus dos criaturas de seis años, Julia y Emilio, es también crucial para Paula y Abril. Paula muestra un cuento en el que el “papá” se convierte en “la otra mamá” o una referencia a la familia biológica es transformada por una alusión a “la familia”.
“Nosotras reforzamos mucho la idea de que no hay cuerpos equivocados, todos los cuerpos son bonitos y no nos gusta la idea de opinar sobre los cuerpos”, añade Paula como parte de su respuesta a la pregunta de en qué manera es heterodisidente su familia. También, explican, les gusta revisitar historias de modo que un personaje con pelo corto no se vea obligado a ser siempre un niño. Pero la primera forma de disidencia, dice Abril, es el hecho de estar criando dos mujeres, una de ellas racializada.
El término “heterodisidente” añade un matiz al de “familia LGTB”, ya que algunas familias LGTB quieren encaminar su proyecto a “ser normales” y “para nosotras normal es un programa de la lavadora”, dice Abril
Paula, ingeniera civil española, y Abril, gestora cultural mexicana, residen en Madrid tras pasar un tiempo en México, y se han unido recientemente al colectivo de Familias Heterodisidentes. Abril se encuentra cómoda con el término “heterodisidente” que, explica, añade un matiz al de “familia LGTB”. “Es una postura que está cuestionando la heteronorma en la que en algunos momentos puede caer una familia LGTB porque hay familias, y lo hemos visto, que quieren encaminar su proyecto de vida a ‘ser normales’ y para nosotras 'normal' es un programa de la lavadora”.
Porque el activismo familiar que practican pasa por estar siempre cuestionando el mundo: “Tenemos que estar atentas porque estamos criando y, si algo está sucediendo con estas familias es que estamos poniendo atención en una crianza interseccional; somos familias diversas que desde el inicio sabemos que no nos interesa la idea de normalidad y no vamos a acatarla”, zanja.
Sobre sus peques, Paula sabe que no pueden saber si en el futuro se van a identificar, como hacen ellas, en la heterodisidencia. Pero entienden que el haber crecido alrededor de familias políticamente conscientes y de una familia ampliada, con tíes trans o tías poliamorosas les dará un enfoque diferente en su vida. “A lo mejor nuestres peques no van a ser heterodisidentes pero sí van a tener empatía para que las personas que estén en este cuestionamiento se sientan acompañadas”, razona abril.
Poliamor y familia
Rocío Lanchares Bardají, escritora y librera, es una de esas tías poliamorosas de las que habla Paula. Su familia forma parte del colectivo, que antes fue “un grupo de encuentro y reflexión” donde se ponían en común intereses compartidos como la educación feminista o la socialización en género. “Y un día empezamos a nombrarnos como colectivo”, explica a El Salto.
Una de las experiencias de grupo que destaca Rocío es “La Nada Escuela”, un ensayo de autogestión que surge cuando acaba el confinamiento y siguen cerrados los colegios, y con el que estas familias dan salida a sus necesidades de conciliación. El nombre, aclara, se lo ponen los peques, para quienes “La Nada Escuela” es un lugar donde, por primera vez en su vida, no “los otros”.
La familia de Rocío está formada por dos cismujeres y un cishombre con dos criaturas a su cargo: un hijo que va a cumplir cinco años y une hije de 14: “Somos la parte no monógama del colectivo”
Su familia está formada por dos cismujeres y un cishombre con dos criaturas a su cargo: un hijo que va a cumplir cinco años y une hije de 14. “Somos la parte no monógama del colectivo”, dice Rocío, que es uno de los tres vértices de la “tripareja” —así la llama su hije adolescente— que forma el triángulo junto a Gabriela Wiener y Jaime Rodríguez y cuya historia cuentan en el montaje teatral Qué locura enamorarme yo de ti.
“Las infancias de las familias heterosisidentes nos enseñan que el mal a veces está dentro de las familias clásicas, y de alguna manera nos invitan a reflexionar sobre cómo no reproducir esa violencia, y también nos ponen sobre la mesa que el mal está fuera cuando vemos lo que traen de la escuela”, reflexiona. Pero, además, pueden ser un motor de cambio, añade.
Para Gabriela Wiener, estos peques no solo invitan a reflexionar, sino que interpelan e incomodan a las personas adultas: “Las infancias nos enseñan a soltar el megáfono y dárselo a ellas, nos enseñan a escucharlas y a ser las segundas voces”.
Porque gritar “Viva la pizza, abajo los racistas” no es solo una consigna graciosa en una manifestación alegre por la diversidad. Es que estas niños, niñas y niñes, dice Gabriela, “saben que hay gente como Vox o PP que son enemigos de nuestras vidas”.
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Viendo y leyendo el artículo, da la impresión de que El Salto discrimina, excluye o silencia los casos de 2 padres (ambos masculinos) con hijos, que también son muchos, no se que pensar