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15M
Rocío Lanchares Bardají: “Si alguna sensación teníamos era la de que la realidad superaba con creces nuestras mejores ficciones”
Lo que conocemos como el 15M ha sido objeto de tesis, ensayos, documentales, novelas, intensos debates sobre su naturaleza o sus consecuencias y un sinfín de análisis que intentan entenderlo y a veces acotarlo. En Hotel Madrid, Historia Triste (Lengua de Trapo, 2021) la escritora y librera Rocío Lanchares Bardají revisita este momento histórico en una narración en la que se entrecruzan y vibran reflexiones y acción, tomas de espacios y tomas de conciencia, reflexiones íntimas y personales y construcciones de sentido colectivas, alegrías y profundas tristezas. Un relato intenso y en proceso que se niega a entender lo que se activó en las plazas hace diez años como una historia cerrada, y que mapea las transformaciones en las vidas y en las miradas, que aquel momento posibilitó.
Cuando se habla del 15M, salen a relucir conceptos como disrupción, ideas relacionadas con el despertar, la interrupción de lo que se daba por sentado y lo normativo. Tú hablas de los walkers en ese contexto. ¿De qué manera encarnan ese momento disruptivo? ¿qué sentidos agitaban o abrían?
La idea de walker está directamente relacionada con la reflexión sobre los usos del espacio público. Los walkers (término que recreamos a partir de ciertos seres de la ciencia ficción) de Hotel Madrid, historia triste son esos personajes que la precariedad, la soledad, el aislamiento, el olvido o el haber recibido cualquier tipo de violencia les ha llevado a una especie de brote, a vivir una realidad paralela en la que ya no tienen nada que perder.
Cuando esas mentes colisionan con sucesos colectivos como éste, el brote ya no es destructivo sino que se convierte en potencia política. Desde el más tirado y yonqui hasta yo misma, que no tenía ninguna experiencia previa como activista cuando llegué a la plaza, podemos convertirnos en fuerzas transformadoras. De alguna manera todes somos walkers cuando nos tomamos la libertad de actuar en sintonía con la disrupción, olvidando un poco normas preestablecidas de conducta, las que se entienden como “civilizadas”, y forzando los límites de lo que se puede hacer o decir.
Los sentidos que se agitaron durante el periodo en que transcurre el libro tenían que ver con la inclusividad radical, una manera de relacionarnos con el espacio en la que nadie era excluido y en la que se ensayó algo parecido a un desclasamiento
Por eso en la novela la disrupción, en forma de toma de plazas o de edificios, no solo supone ese mentado despertar político, también pone el foco en aquellos que quedaban fuera de esa idea de lo público que nos vendían. Una idea de lo público que resultaba privativa en la medida en que ésta era, y es, utilizada como escaparate y engranaje productivo al servicio del mercado.
Los sentidos que se agitaron durante el periodo en que transcurre el libro tenían que ver con la inclusividad radical, una manera de relacionarnos con el espacio en la que nadie era excluido y en la que se ensayó algo parecido a un desclasamiento, un intento de organizarnos de igual a igual, aunque eso supusiera ir más despacio o que directamente nadie supiera a dónde nos iba a llevar.
Esa disrupción también lleva a una situación de extrañamiento, que tú rescatas de una forma muy clara, un poder mirar desde dentro y desde fuera, un sentir un poco antropológico. ¿Cómo fue esa mirada? ¿Se logró mantenerla?
En el libro yo rescato mi propia mirada pero por supuesto no es representativa. Aún así muchas coincidíamos en señalar que la sensación de irrealidad, o directamente de surrealismo, era muy pronunciada. Retratar esa excepcionalidad del momento fue uno de los retos más grandes y no hubiera sido posible sin el extrañamiento que mencionas. En ese sentido, la ficción era necesaria para lograr una distancia, una mirada que estuviera dentro pero que fuera capaz de alejarse para lograr una imagen más precisa.
Si alguna sensación teníamos era la de que la realidad superaba con creces nuestras mejores ficciones, y pienso que algo queda en nuestra forma de mirar el mundo, como una llave con la que abrir imaginarios una y otra vez, por mucho que la realidad se imponga con toda su violencia. Necesitamos archivo y memoria, pero también necesitamos nuestras propias narrativas porque son una manera de pensarnos y de abrir caminos posibles.
Otra idea presente en el libro es la de comunidad, una pertenencia apuntalada por lazos invisibles en torno a la experiencia común, a compartir momentos, emociones, espacios: ese estar sola y al mismo tiempo estar bien que abordas al principio de tu libro. ¿Cómo crees que se generaba esa forma de estar juntas, en qué se fue transformando después?
Creo que se articula primero en torno a problemáticas que los personajes del libro reconocen como comunes, y cómo esto se va mezclando con esa idea de inclusividad radical que te decía antes. Es decir, entender que independientemente de nuestro origen o condición vital estamos atravesadas por violencias similares y que estas tienen unos responsables muy concretos que se pueden identificar con nitidez. Aunque está claro que esa inclusividad no fue tan radical, si vemos cómo predominó la blanquitud en las plazas.
Más tarde entraron en juego las afinidades y las formas específicas de entender la acción política, sin embargo es innegable que al final todo se tradujo en la creación de innumerables comunidades de todo tipo agrupadas en torno a territorios, a proyectos de vida o a objetivos concretos, muchos de los cuales se siguen desarrollando a día de hoy. Algo que rompe con la visión limitada de la expansión de ese momento que no solo fue productivo en su fase más espectacular, sino del que nacieron multitud de iniciativas sin las que es imposible entender el presente.
Hay también en el libro un retrato generacional, como si el punto de inflexión externo coincidiera con puntos de inflexión biográficos, casi de ciclo vital, de quienes atravesáis esta experiencia. ¿Fue el 15M una especie de rito de paso, de conformación de otras formas de ser adultos distintas a las que se habían previsto para todas?
La transversalidad generacional es fundamental para pensar la potencia que se genera en ese momento. Las más mayores aportaron una memoria política y sentimental imprescindible que no todas las demás conocían necesariamente. Con ese legado, que también se traducía en herramientas y teoría política, a quienes llegamos en la veintena nos tocó vivirlo desde esa percepción propia de la crisis económica según la cual se está resquebrajando la promesa aspiracional que sí estaba asentada en generaciones anteriores. Más que un rito de paso, para la protagonista supone un alivio poner en tela de juicio esta cuestión aspiracional, y empezar a maquinar formas de subvertirla.
También hay mucha presencia de la importancia del ritual, de hecho pensar el 15m en términos de ritos y liturgias colectivas da para mucho, ¿qué activaban esos rituales colectivos?
Me gusta la metáfora de la liturgia para hablar del momento de las plazas porque creo que a través de esos rituales espontáneos se generaba una comunidad de gente que en principio no parecía tener nada que ver. Son momentos en los que la emoción tiene un peso muy importante, y es por esto que escribo contra la idea de nostalgia como arma arrojadiza. Me parece igual de violento negarle a alguien su nostalgia como ridiculizar sus emociones, así como errónea la idea de que estas no tienen un peso importante en la acción política.
Los rituales eran la expresión colectiva de los consensos, activaban el reconocimiento mutuo como parte de un mismo impulso, y son solo la punta del iceberg de otros procesos
Los rituales eran la expresión colectiva de los consensos, activaban el reconocimiento mutuo como parte de un mismo impulso, y son solo la punta del iceberg de otros procesos. A la vez tenían todo un lado performático y de expresión conjunta de la alegría, de la rabia, de la solidaridad… Suponen una catarsis que reafirma la colectividad, y que de alguna manera exorciza otras emociones menos constructivas, como la soledad o el aislamiento. Creo que las “liturgias” fueron la expresión de un sentir general. Pensar que la acción política “fracasó” precisamente por ellas es una lectura muy pobre, muy de señoro.
La emoción está muy presente también en el libro, algo que emerge y se legitima, que se permite y se valora, frente a un desprecio histórico: ¿qué posibilitó ese emerger de la emoción? y ahora, diez años después, ¿sigue teniendo cabida?
La idea del exorcismo de los estragos del individualismo y la vida en un sistema depredador, neoliberal, es muy importante en el texto, y especialmente en el capítulo sobre la plaza. Las violencias son materiales, ya sean económicas, de género, política o de cualquier otro tipo, pero siempre dejan una huella emocional. Las prácticas asamblearias o de micros abiertos se convirtieron en canales muy potentes para la puesta en común de esas emociones, y esos momentos tuvieron una función reparadora básica para que la insurrección deviniera posible, así como para que mucha gente empezara a considerarse sujeto político con agencia. Esto resulta enormemente transformador si atendemos a la herencia socioafectiva que nos deja el nacionalcatolicismo, y que en las plazas era puesta sobre la mesa en numerosas ocasiones por la gente de más edad. Creo que minusvalorar ese bautismo en la gente más joven o bien ese renacimiento político para algunas mayoras, es, además de perverso, muy poco estratégico.
Volviendo a la emoción: recoges lo que sentisteis cuando la plaza empezó a sentirse hostil para las mujeres, cuando tiraron abajo el cartel feminista. ¿Qué queda de esa tristeza? ¿qué otros duelos se trajo consigo esa época detrás de sus euforias?
Creo que los duelos, si los hay, pueden venir más de la virulenta respuesta con la que nos hemos ido encontrando a lo largo de estos años. La criminalización de formas de hacer pacífica ha tenido momentos realmente álgidos y creo que la lucha por la vivienda es el mejor ejemplo. Otros duelos, que son más bien cabreos, pueden venir de la capacidad que tiene el poder de absorber cualquier movimiento transformador. Este es un mecanismo que juega parejo con la represión, y en el caso del Estado español hemos vivido al menos dos momentos de cooptación muy evidentes en la última década, el primero este del que hablamos, y el segundo con el movimiento feminista. A nivel personal existen otro tipo de duelos que tienen que ver con proyectos inacabados o alianzas que se perdieron, pero considero que las rupturas forman parte de cualquier proceso, y que son síntoma de los momentos complejos y agresivos que atravesamos.
Pasan muchas cosas en tu libro, hay muchos personajes, colectivos, encuentros, luchas, ¿podríamos hablar de un momento de intensificación de la existencia? ¿Es siempre fértil? ¿Es siempre sostenible?
¿Para quién puede ser sostenible? ¿Quién tiene el tiempo, los recursos, la ausencia de cargas o las condiciones físicas para sostener ese tipo de momentos? Para la mayoría de nosotras no es en absoluto sostenible pensar la vida como una guerra permanente. Primero porque tal y como entendemos lo “bélico”, la “lucha” si se prefiere, está atravesada por el imaginario clásico de la izquierda varonil, en el que el revolucionario olvida que esa primera línea de fuego o los espacios de donde se toman las decisiones se sostienen gracias a una vanguardia que siempre ocupamos las mismas.
En el libro esta idea es una constante más o menos explícita, la de cómo nuestros espacios y formas de hacer también están atravesadas por estructuras patriarcales de organización. La pregunta es si vamos a poder transformar esas estructuras con nuestros compañeros, puesto que es incontestable que la guerra viene de afuera y que no siempre somos nosotras las que marcamos el ritmo. Es entonces cuando la intensificación de la vida de la que hablas deja de ser fértil para tornarse abrasante. Son tiempos de buscar colectivamente infraestructuras y herramientas para ponerle límites.
También aparece la represión, la violencia pura y dura, algo así como dormíamos, despertamos, y nos zurraron, ¿qué le hizo eso al 15M?
Leyendo los análisis que van saliendo en medios de comunicación es evidente que seguimos teniendo el mismo problema que cuando gritábamos “televisión manipulación”. Por no hablar del columnismo del lugar común y la memoria selectiva. Nada ha cambiado en ese sentido y lo más reaccionario de la mayoría de tribunas consiste en responsabilizar a las grandes movilizaciones de la década de los ataques que vinieron, y siguen viniendo, desde los grandes poderes empresariales y políticos del Estado, que iniciaron un proceso de reorganización por el que pasa también la deriva institucional de la protesta.
Me parece profundamente reaccionario no atender ni mínimamente a todos los niveles de manipulación, desprecio y represión penal, económica y policial que se han desplegado sobre un movimiento masivo, pacífico y transversal de transformación
Me parece profundamente reaccionario no atender ni mínimamente a todos los niveles de manipulación, desprecio y represión penal, económica y policial que se han desplegado sobre un movimiento masivo, pacífico y transversal de transformación. Esa memoria de la represión es necesaria para no asentar el mito de la debilidad en las formas de hacer no violentas, puesto que la violencia se volvió imprescindible para neutralizarlas, así como cabe una profunda reflexión sobre si en realidad tenemos alguna alternativa a ellas.
Cuando se habla del 15M, a diez años, hay un no sé qué de tristeza. ¿Es un balance triste? ¿No nos estamos perdiendo ningún legado alegre en este no sé qué pesimista que se está instalando?
La propia idea de 15M siempre me ha parecido problemática y creo que deberíamos impugnarla y, si se quiere, hablar de quincemayismo, pensando más en unas formas de hacer que en un concepto cerrado que no hace más que limitar su alcance siempre heterogéneo y en mutación. Esas formas de hacer ni empiezan ni acaban en los primeros años de esta década, y en ese sentido me parece complicado pensar en balances, porque depende del enfoque. Si hacemos una valoración resultadista, al estilo rojipardo, no han cambiado demasiadas cosas respecto al status quo y surge pensar en quién recae la responsabilidad de ese resultado. ¿En nuestro ejército de walkers venidos de todas las alcantarillas del imperio?
Hay que haber estado muy fuera de los procesos para esperar de ahí la panacea. Pero si hacemos una valoración reflexiva podemos hablar de cuánto hemos logrado tensionar ese estado de las cosas y obligado a ciertos estamentos a rearmarse para mantenerse donde están. Otra cosa que podríamos hacer a nivel interno es pensar en cuáles han sido las consecuencias materiales directas en cuanto a capacidad de autoorganización. Pienso en la lucha por la vivienda, en las despensas y oficinas de derechos sociales, y en toda la red que de sostenimiento que sigue operando ante las consecuencias de la violencia económica.
Para que exista un legado tiene que existir un cierre, y creo que el relato que nos presenta un acontecimiento cerrado y acotado puede servir para el momento masivo de toma de plazas y demás pero no para para una mirada más amplia e insertada en una tradición que poco tiene que ver con identidades estancas. Independientemente de esto, la alegría forma parte de nuestra manera de entender la política porque momentos para el pesimismo nos sobran. Nos partimos de risa en las plazas, incluso riéndonos de nosotras mismas, y estoy segura de que lo volveremos a hacer. Primer aviso.
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