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LGTBIAQ+
Abdelá Taia: “Una sociedad que no quiere aceptar el cambio es una sociedad estéril”
Abdelá Taia (Salé, 1973) es de esos entrevistados que no solo responde, sino que también pregunta. Probablemente ese sea un modo más, a través de una curiosidad que reconoce, de recabar la vida que vuelca de nuevo en sus textos. Afincado en Francia desde hace más de dos décadas, Taia lleva sobre sus hombros una infancia de pobreza en la ciudad de Salé (al lado de la capital, Rabat), y el sufrimiento y violencia, mucha violencia, inflingidos como consecuencia de su homosexualidad. Pero también el choque migratorio con la antigua metrópoli, en un país hostil con quienes vienen del sur árabe y musulmán.
Sobre cómo arreglárselas y vivir, siendo gay en el Marruecos de la Hshuma [vergüenza], o un marroquí en la Francia de la islamofobia, Taia se extiende generosamente, en un tono calmo y reflexivo, que busca siempre un grado más de profundidad. Su última novela, La Vida Lenta (2020), publicada en castellano por Cabaret Voltaire, editorial que ha traducido la mayoría de sus novelas, se desarrolla en la Francia de 2015, cuando, tras los atentados de aquel año en el país, toda persona árabe estaba bajo sospecha. Un escenario tristemente de actualidad.
En tu primer libro Mi Marruecos, hablas de la infancia con una mezcla de ternura y nostalgia, pero también de sufrimiento. Pareciera que hay una constante literaria, casi una interpelación universal, en escribir desde la infancia, las raíces, el recuerdo. ¿Por qué es tan poderoso?
Este libro, Mi Marruecos lo escribí cuando llegué a Francia, entre 1998 y 1999. En aquella época yo empezaba a escribir, pero aún no había publicado y, francamente, si me hubiese quedado en Marruecos no habría tenido la idea de escribir este texto. El solo hecho de haber cambiado de geografía, llegar a otro mundo, hizo como si, de repente, viese en mi pasado cosas interesantes, tiernas, bellas, malvadas, pero que podría transformar en pequeños textos. De hecho, yo lo hacía para mí porque no estaba seguro de que se fuese a publicar, lo hice también porque estaba en otro territorio, que se llama París: me encontré con que solo tenía ideas sobre Francia. El choque con la realidad de París es mucho más duro.
Creo que, intuitivamente, algo en mí me hizo entender que tenía que resistirme a lo que Francia iba a hacer de mí los años que tendría que vivir aquí. Que podría convertirme en alguien malo, amargo, gris. Quizás las imágenes que aún tengo de Marruecos me van a dejar, me dije, tengo que escribir esto ahora mismo. Así que lo escribí. En esa época se trataba de cierta confrontación con aquel Abdelá Taia, tratando de descubrir Francia, e intentando arreglárselas con muchas dificultades en el país, porque vivir la experiencia de la inmigración, al principio, no es para nada fácil.
En ese Mi Marruecos, hay amor y celebración del país que se deja, uno muy personal.
Bastante curiosamente, en lugar de ser cruel o malvado con Marruecos o mi familia, un no sé qué de tierno emergió. Como si en el fondo —yo creo que lo que tú has llamado universal, yo lo llamaría una fidelidad mucho más profunda, mucho más inconsciente por los seres que te han ayudado a vivir— mi inconsciente me hiciera olvidar todas las miserias que sufrí con mi familia, en mi barrio. Comprendo que las miserias que viví con ellos por ser gay, no las causaron ellos sino las leyes. Después de todo, ellos también tienen problemas, injusticias que viven, pero en el fondo hay algo feliz que nos une, a pesar de todo. Pero todo esto yo no lo pensé, salió así. Porque mi escritura, —desde este libro, que se publicó en el año 2000, y estamos en 2021— ha evolucionado mucho, se ha convertido en algo más oscuro, mucho más negro, profundo, más en el subsuelo.
Comprendo que las miserias que viví con mi familia por ser gay, no las causaron ellos sino las leyes. Después de todo, ellos también tienen problemas, injusticias que viven, pero en el fondo hay algo feliz que nos une, a pesar de todo
Es en cierto modo como esas historia de amor, que solo cuando te separas, ves lo que el otro nos ha aportado. Cuando estábamos al lado no lo veíamos, pero cuando te separas lo ves, es como salir de esa dinámica en la estamos presos y nos hace ciegos el uno del otro, gente calculadora que quiere vengarse y justo cuando se termina consigue ver el amor que había.
Este libro no lo he escrito para decir que Marruecos es un país hermoso o extraordinario, no, lo he escrito para hablar del amor que había entre nosotros, entre la familia, mi entorno, mi madre, mi abuelo, a pesar de todo. Después dije todo lo que no estaba bien, pero para empezar, he contado todo el amor que había entre nosotros. Además, hay algo sobre la sociología, la vida de los pobres en Marruecos: qué constituye sus vidas, las escenas de la vida de la gente. De hecho la cosmogonía de Abdelá Taia está ahí. Lo que ha salido es tierno, pero no es intencional, ha salido así.
Abordas también el control social, la Hshuma [vergüenza] como límite.Se diría que a través de esta vergüenza se acaba naturalizando una cierta sumisión a la autoridad, al menos en la apariencia, en lo visible, ¿qué consecuencias tiene esto?
Esa palabra la escuchamos todo el tiempo, Hshuma!, no hagas esto, no hagas lo otro, eso no se hace. Necesitamos mucho tiempo para comprender que, en el fondo, detrás de esa palabra está la decisión política de la gente que gobierna Marruecos, el poder, la clase adinerada, quienes diseñan la educación, los que poseen económicamente Marruecos —va todo unido—, quienes utilizan la religión para decirnos al pueblo, a los pobres, que nuestras vidas son la Hshuma.
Cuando nos recuerdan todo el tiempo la religión, en este caso el islam, el poder solo recuerda las prohibiciones, hace todo por impedirnos ser nosotros mismos, libres, respecto a esa cosa que llamamos la religión, respecto a esa cosa que llamamos Marruecos. El poder utiliza todo el tiempo esa palabra hshuma, vergüenza, y desafortunadamente, cuando se trata de nosotros, cuando nacemos, esa palabra ya existe, y los individuos se impiden los unos a los otros vivir, expresarse, existir. Piensan que diciendo esa palabra respetan lo que son profundamente, un buen musulmán, un buen marroquí, un buen árabe. Pero en el fondo no hacen otra cosa que ejecutar las órdenes de arriba, las del poder, para mí es una cuestión de poder.
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¿Por qué tiene tanta fuerza?, ¿por qué es tan eficaz con dispositivo de control para el poder?
Porque, por ejemplo, el poder en Marruecos, después de la independencia, ha dejado a todo el mundo en la ignorancia y el analfabetismo. Cuando en 1999 murió Hassan II que era un rey, muy, muy, muy, autoritario, el 60% de los marroquíes aún era analfabeto. ¡¡En 1999!! Así no tienes la herramientas, intelectuales, educativas, para confrontar al poder y rebelarte contra él. A través de la Hshuma, los pobres nos vigilamos entre nosotros. No hay medios para dirigirse al poder, están arriba y nos miran desde arriba. Eso es lo que es muy complicado con el concepto de Hshuma: existe, pero al mismo tiempo está determinada por el uso que el poder hace de ella.
¿Entiendes lo que quiero decir? Por ejemplo yo soy gay, pero ahí me decían: la homosexualidad no existe. Sin embargo, cuando iba por la calle no paraban de seducirme, ofrecerme manzanas, caramelos, de bajarme los pantalones, me violaron. Entonces yo, como chico, como adolescente, sufría sobre mi cuerpo todas las contradicciones profundas de la sociedad marroquí y del poder marroquí, esto es trágico.
La distancia entre lo permitido, lo que la gente muestra hacia afuera, y las prácticas reales de las personas, en cuanto a la sexualidad, por ejemplo, genera una cierta sensación de hipocresía como forma de supervivencia. ¿Cómo se vive en ese marco?
Yo creo que, profundamente, un ser humano no puede estar todo el tiempo triste o llorando, se las arregla como puede para encontrar caminos, transgredir, encontrar un lugar donde poder vivir —por cinco minutos, diez minutos— cierta libertad provisional. Yo era una de estas personas, mis hermanas y mi madre eran así. Debo decir, en todo caso, que todo ese sistema que tú acabas de describir existe, es real, no lo voy a negar, la gente sabe que no puede decir la verdad, que pueden decir una cosa y hacer otra para salvar la cara, para poder continuar existiendo.
Así, queda una primera fachada y luego una segunda, que es otra cosa. Esto se convierte en un gran sistema de hipocresía que tiene consecuencias por todas partes. Pero al mismo tiempo, dentro del mismo, hay posibilidades de vivir otras cosas que no son reconocidas por la ley o por la sociedad, pero estas cosas existen. Por ejemplo, mi madre era analfabeta y todo eso, pero mi madre era todo menos sumisa a mi padre, era ella quien dirigía el hogar, la economía, quien contrataba a los obreros para construir la casa, quien negociaba con ellos. Mi padre no sabía nada. Mi madre programaba a mi padre, a mi hermano mayor, para que trajesen dinero. Esta es la experiencia interior que yo he vivido con mi madre, una mujer marroquí, árabe, musulmana, que siendo analfabeta, sabía cómo arreglárselas: era sumisa a las leyes y dictados de la sociedad, pero en el fondo ella era muy libre, es ella la que ha decidido y la que nos ha impuesto todo, y yo, cuando escribo, no olvido ese primer aspecto político, social, religioso, por supuesto, pero privilegio siempre la experiencia interior e íntima; cómo la gente transgrede y se las apaña en esta realidad, y encuentra como puede pequeños momentos de felicidad, pequeños momentos en los que pueden existir, pequeños momentos en los que el poder político, no existe.
¿Se sobrevive gracias a esos pequeños espacios de libertad?
Sí. Por ejemplo los marroquíes pasan el tiempo insultando a dios, insultando a los ricos marroquíes y al poder marroquí en las calles. Y al mismo tiempo, son sumisos a ese poder. Para mí los marroquíes son maestros en saber qué decir en cada nivel de la sociedad, eso les hace hipócritas, a su pesar, pero también hace de ellos personas que pueden ser muy conmovedoras, pues a pesar de todo eso, todo lo que se les impone políticamente, aún guardan esta capacidad de vivir. Cuando sales a la calle ves una energía de vida, que a pesar de todo lo que se les impone políticamente, sigue ahí y es innegable.
La escritura no hay que pensarla solo desde un plano intelectual, lo que hay que meter en los libros es la vida, el estilo viene después, el estilo y las palabras, pero es la vida lo que hay que poner en los libros
Creo que he heredado esa energía de vida, esa energía de mi madre, a pesar de todo lo que he sufrido, que ha sido extremadamente duro. Yo no sé cómo sigo vivo, había algo como una energía que estaba alrededor de mí, una energía oscura y una energía solar, ambas cosas. Esto hizo que hubiese una gran capacidad de vivir aun en mí, creo que eso es incluso lo que ha hecho de mí un escritor, esa capacidad de vivir. La escritura no hay que pensarla solo desde un plano intelectual, lo que hay que meter en los libros es la vida, el estilo viene después, el estilo y las palabras, pero es la vida lo que hay que poner en los libros. No sé si estoy siendo claro.
Sí, es claro lo que dices, y también generoso.
Creo que hay que ser generoso en general, incluso con quienes te hacen daño. Evidentemente puedo entender que haya quien no olvide, yo mismo no he olvidado, la violación, la familia que no te protege, podría haber muerto, era muy pequeño, pero creo que tras haber sobrevivido, no quería pasar mi vida en cólera. Quiero cambiar el mundo, y cambiar a la gente que amo. Desgraciadamente es a mí, al homosexual, al que no está protegido en Marruecos, a quien le toca explicar a mi familia, al poder marroquí, que tengo derecho a existir, cuando no han hecho nada por protegerme.
También aquí, en Occidente, en España, los homosexuales dirán lo mismo: pasan por el sufrimiento, la exclusión, la marginación y encima la sociedad les dice: sois vosotros quienes tenéis que explicarnos lo que os han hecho, sois vosotros los que tenéis que convertiros en activistas y cambiar la ley. Esto es lo que vuelve la experiencia LGTBI+ muy dura, hace que haya gente que no sea capaz de soportar todo eso, gente que muere, que se suicida. Yo creo que a partir del momento en el que he sobrevivido y me he convertido en escritor —en el mundo árabe ese es un rol, Al Qatib decimos, un nombre muy bello que no acarrea tanto una posición social alta, como un cierto amor— tengo la impresión de que el amor que yo no he recibido he de inventarlo y ponerlo en los libros para los otros.
Algo así es atípico en estos tiempos en los que diríamos que el objetivo de mucha gente es demostrar que tienen razón frente a los otros.
Yo no quiero eso, pienso que nuestras vidas se han vuelto demasiado estériles, pasamos nuestras vidas en las redes sociales, Facebook, Instagram. La gente pasa el tiempo leyendo comentarios y comentando. Creemos que somos libres cuando lo que estamos haciendo es ponernos alrededor barreras y barreras. Yo, yo soy así, tú no eres así. El otro es asá: Ay, ¡lo odio! Y al mismo tiempo, todo el mundo cree que el que es libre es uno mismo, y el otro no lo es. Lo que importa —esto que voy a decir es muy banal ¿eh? No hay nada de extraordinario en decir eso— es estar vivo todos los días: yo no tengo ganas de ser el que tiene la razón. No sé cómo decirlo, francamente... [busca las palabras]. Con mis padres muertos, me arrepiento de no haberle dicho a mi madre las palabras que te acabo de decir, no le he dicho: gracias, has hecho esto por nosotros, me he reprochado que, incluso yo que comprendo el sufrimiento humano, no le dije a mi madre cuando estaba viva, gracias por todo lo que has hecho. Fueron cuarenta, cincuenta años de sacrificios por nosotros.
Tú eres un defensor de la libertad individual, esto muchas veces supone una ruptura allá donde la comunidad es importante. ¿Cómo conciliar la pulsión de emancipación, de autonomía, con la pertenencia a un grupo?
A veces no hay otra opción que ser un traidor, traicionas a la comunidad, a la familia, sales de ese grupo, pero eso no quiere decir que odies a ese grupo, es que la estructura social y política que se os impone no te conviene, y no lo aceptas y además quieres transformar eso, la ley que permite esa forma de dominación del grupo y la comunidad.
El problema es que la comunidad, la gente, la familia, los padres, las hermanas, cuando te ven hacer eso te dicen: ya no eres como nosotros. No ven que no es una rebelión contra ellos como personas, sino contra lo que la sociedad les ha hecho a ellos para que estén contra mí, y eso es casi una tragedia griega para quien quiere emanciparse y critica el sistema y quiere cambiarlo, porque es muy difícil hacer ver a tu hermano que cuando habla, no es él quien habla, es la política, es la sociedad, que habla a través de él. En el fondo, él te quiere. Y cuando dice a su hermana: no te pongas una minifalda, no hace otra cosa que ejecutar las órdenes que le dicta la sociedad. Mientras se cree el hombre que debe dominar a la mujer, él mismo sufre este lavado de cerebro que le hace pensar que él es el poderoso, cuando no es para nada poderoso, es solo un actor que ejecuta el papel de macho y que impone el poder porque la sociedad le dice: eres un hombre heterosexual y tienes el poder sobre las mujeres, sobre otros hombres, y les puedes oprimir.
Los demás no ven que no es una rebelión contra ellos, como personas, sino contra lo que la sociedad les ha hecho a ellos para que estén contra mí, y eso es casi una tragedia griega para quien quiere emanciparse y critica el sistema y quiere cambiarlo
Es muy difícil, cuando vives todo eso, explicar a los otros —que nos aman, y a quienes amamos—, lo que te estoy diciendo. Yo a mis padres no les dije que me habían violado en la calle, en nuestro barrio, la gente que ellos conocían. Esto significa que en algún lugar en mi interior yo conocía su respuesta: y sin embargo la respuesta iba a matarme aún más que la violación que había sufrido. ¿Sabes qué quiero decir? Cuando tú le dices a alguien: me han hecho esto, esto y lo otro, y la respuesta — no es que no lo entiendan, pero no pueden protegerte— es, la próxima vez que te pase corre, huye. Cuando escuchas una respuesta como esta corres y tienes ganas de morir. Creo que no dije nada para no morir una segunda vez.
Muchos años después, ya instalado en Francia, y tras varias novelas, publicas La Vida Lenta, en ella el marco es el del París de 2015, cuando, tras varios atentados, cualquier persona de origen árabe o musulmán deviene sospechosa. Parece que esos tiempos están más vivos que nunca.
Desafortunadamente es así, yo vivo en Francia desde hace 22 años y veo hasta qué punto en la sociedad francesa, —aunque imagino que también en la española, y más allá, en Alemania, Reino Unido o Suecia, Hungría o Polonia— hay una creación del nuevo enemigo que es el musulmán para la sociedad europea. Una sociedad que se dice “libre y democrática” y que no tiene ningún problema en categorizar a todos los musulmanes como el enemigo oficial de la democracia occidental, que habla del Islam como algo que no encaja en los valores europeos.
Yo veo perdurar el racismo en las sociedades europeas. Ha existido y existe contra los judíos, contra los italianos, los españoles, los gitanos, desde hace siglos, lo hemos visto en la Segunda Guerra Mundial. Ese racismo se reactualiza, y se designa como enemigos a quienes están cada vez más marginados por el Estado. A los migrantes, que ya están marginados por la sociedad, les decíamos, intégrense. Ahora les decimos: usted no está suficientemente integrado, se ha convertido en un peligro para nuestra democracia. Así, la islamofobia se ha convertido en un tema central en la batalla electoral.
Islamofobia
Discursos de odio Islamofobia y creación del otro en Europa
Ciertos partidos de la derecha, para conseguir votos, atacan a los musulmanes y al islam, todo eso es muy peligroso, pero también muy decepcionante. Sí que hay algo positivo, es que nosotros los inmigrantes, la gente de raíces árabes o musulmanas, vemos esos ataques y hay voces que se levantan. Vemos que los inmigrantes no tienen ya miedo de Occidente.
Hay quienes han nacido aquí, son franceses, y siguen oyendo que les dicen: a no, usted no es francés, tiene aspecto de árabe, o lleva hijab, entonces está contra Francia, váyase a su país. No se trata de estar a favor o en contra del velo, es la utilización del velo para apuntar a otra cosa, que no tiene nada que ver con el velo, o con la libertad, lo que le dicen a la gente es que no es suficientemente francesa. Ellos que contribuyen a la economía francesa, que pagan sus impuestos, el IVA, todo eso, de pronto se encuentran señalados. La única cosa que yo encuentro positiva es que la gente árabe, africana, gitana, se levanta y hablan de toda esa realidad, de los sacrificios que han debido hacer, hablan de la colonización que sigue existiendo hoy en día. Vemos dos tendencias: por un lado la hegemonía de la extrema derecha, por el otro, como las minorías, la migración, abandonan el miedo, y yo, estoy con ellas.
La Vida Lenta habla de cómo un marroquí gay, muy avispado, que vive en el distrito III de París [zona burguesa en la ribera derecha del Sena] entabla relación con una señora mayor rechazada por la sociedad francesa. Tienen un principio de amistad que se acaba frustrando, pues el discurso político y los medios no paran de emitir y emitir mensajes que convierten en enemigo al otro: nos han reprogramado políticamente en la sociedad occidental para enfrentarnos en lugar de para aliarnos. Esto es lo que pienso de nuestra época.
El antropólogo Talal Al Asad explica que Europa —que es en sí diversa y dónde coexisten identidades en conflicto— se ha construido en oposición a lo árabe, a lo musulmán, a un concepto de este mundo como algo oscuro, bárbaro, en contraposición con “las luces y el progreso” europeos. ¿No es este momento de emergencia racista e islamófoba, un símbolo de debilidad, de crisis?
Estoy de acuerdo con lo que dice este autor. Por ejemplo, en el caso de Marruecos: hoy sobre la homosexualidad hay muchos ataques. Pero ¿por qué hay tantos ataques?, porque cada vez hay más homosexuales, lesbianas, trans en Marruecos que se levantan, que hablan y que llenan las redes sociales. Cuando yo era pequeño no había nadie visible. Pero hoy hay un montón de gays, lesbianas, trans marroquíes que se expresan a través de las redes. Frente a ello, hay un tsunami de ataques.
En otro plano, es porque los árabes existen y forman parte de la sociedad francesa, porque han comprendido el sistema y forman parte de él, que se redespiertan reflejos racistas para excluirlos. Pero no consiguen excluirlos, porque esos árabes, esos musulmanes, esos asiáticos, esos africanos están ahí: participan de esta sociedad y en cierto modo la renuevan, la vuelven más rica. ¿Qué es una sociedad que no quiere aceptar el cambio? Es una sociedad estéril. Es como un fruto, se va a pudrir, se va a secar.
Los asiáticos, la gente de Sri Lanka, de Pakistán, los eritreos o los sudaneses, yo los he visto en París, son muy valientes. Nadie piensa lo que este etíope o sudanés ha hecho para venir a Francia, el camino que han tenido que hacer. Superman no es nada al lado de esta gente. La nada misma. Los franceses no ven eso. Yo lo veo. Y pienso que un inmigrante, esta chica eritrea que llega atravesando todo este espacio, Libia, Argelia, Marruecos, podría haber muerto, pero llega hasta Europa y dice, voy a tomar mi lugar aquí. Eso es extremadamente valiente, extremadamente político y extremadamente “vivo”. Viene a este lugar, una Europa envejecida, y da su energía de vida en ese momento. A ese eritreo o eritrea occidente debe decirle gracias, y no tratarle con racismo.
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No tiene sentido financiar y proteger a asociaciones religiosas patriarcales e intolerantes si se quiere proteger la libertad sexual.
Si todos los países musulmanes salvo dos permiten la poligamia y criminalizan la libertad sexual, decir que la religión islámica no es un factor de discriminación es como creer en los reyes magos.
Eso no quita que haya progresistas en el Islam.
El problema es que protegemos a los islamistas mientras los musulmanes progresistas viven bajo amenaza, porque Europa ha decidido proteger a los islamistas liberticidas en nombre de la "libertad religiosa". Del mismo modo que se aplastan los derechos económicos de las mujeres bajo un pretendido discurso "feminista".
Si en los '70 el feminismo luchaba por la libertad sexual y la igualdad de derechos, ahora lucha por la desigualdad y la moral ultraconservadora. Algunas categorías de personas tienen más derechos que otras.
Semejante hipocresía sólo sirve para desproteger todavía más al progresismo.
Este marroquí es otro ejemplo. Ha sufrido bajo el patriarcalismo islámico y sigue defendiendo el discurso de los islamistas, probablemente sin darse cuenta.