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Produciendo con el pie en el cepo
Ni siquiera alguien con una posición tan privilegiada como la de Taylor Swift, con todos sus recursos y su equipo de trece mánagers, puede controlar una industria que, como muchas otras, somete a quien participa en ella a una exposición constante en redes en forma de autopromoción y conversión en marcas.
Taylor Swift estaba en la cima de su carrera. Solo unos días después del lanzamiento, 1989, su quinto disco, era número uno en doce países y estaba entre los diez primeros en otros quince más. Las cifras de ventas se contaban por millones: seis en los dos primeros meses, diez el año siguiente. La crítica también fue unánime, y no era para menos. El disco funcionaba como un engranaje perfectamente engrasado, como una máquina de producción de éxitos pop. No había temas de relleno, no había canciones metidas a última hora que nadie iba a recordar en un par de meses. Swift abandonaba definitivamente el country para reinar en el pop. El disco tenía todo lo que debe tener este género: estribillos pegadizos y letras sencillas pero capaces de conectar con emociones universales. La discográfica haría el resto: convertir todo eso en dinero. El titular de Bloomberg poco después del lanzamiento de 1989 lo resumía a la perfección: “Taylor Swift es la industria de la música”.
Taylor Swift ha encarnado mejor que ningún otro artista ese conglomerado de intereses, dinero, maniobras especulativas, márquetin salvaje y trituradora de carne que es la industria de la música
A finales de 2014, cuando salió el disco, Swift todavía no lo sabía, pero este titular estaba a punto de convertirse en una profecía autocumplida. Desde entonces, la cantante de Tennessee ha encarnado mejor que ningún otro artista ese conglomerado de intereses, dinero, maniobras especulativas, márquetin salvaje y trituradora de carne que es la industria de la música. Una industria que le ha hecho ganar cantidades de dinero que nadie debería poder ganar —185 millones de dólares solo el año pasado según Forbes—, pero que también ha explotado sin descanso una imagen y una carrera musical que Swift no siempre ha podido controlar.
Esto no significa que haya que ver a la cantante como una víctima o que haya que sentir lástima por ella —la lástima no sirve de nada en los análisis—, pero sí que representa muy bien las tensiones y contradicciones de una industria que, a su vez, funciona como ejemplo perfecto de la forma en que el capitalismo se relaciona con los sujetos y lo que espera conseguir de ellos. Pero vayamos poco a poco.
Seguro que casi todos conocéis la historia: Taylor Swift está en el escenario agradeciendo el premio al mejor vídeo del año cuando Kanye West le quita el micrófono y dice que el premio debería haber sido para Beyoncé. Comenzaba entonces una polémica que West no iba a dejar enfriar.
Después de pedir disculpas y retractarse en diferentes entrevistas a lo largo de los siguientes años, en 2016 publica la canción “Famous”, cuya letra aludía directamente a Swift: “Creo que Taylor y yo todavía podemos tener sexo / ¿Por qué? Yo hice famosa a esa zorra”. Internet se viene abajo cuando West publica el vídeo: en él se ve una figura que representa a la cantante desnuda en la cama junto a él. Cuando lo peor de la tormenta ha pasado, Kim Kardashian, mujer de West, publica una conversación de teléfono en la que supuestamente Taylor le da permiso para la letra de la canción. De nuevo las redes estallan. El hashtag que acusa a Swift de mentirosa y victimista se convierte en trending topic mundial y la prensa hace carnaza. La presión deteriora aún más la salud mental de Swift, que, como cuenta ella misma en el documental Miss Americana, por entonces ya sufría ansiedad, trastornos alimenticios y una relación de dependencia con la validación y la aprobación externa.
La industria alimenta la polémica y hace caja a costa de Swift, pero la relación de esta con la exposición pública de sus enfrentamientos y problemas personales había sido ambivalente. En sus redes sociales y en muchas de sus canciones había hecho referencias directas a peleas con otras cantantes y con varios de sus exnovios. Swift perdía el control de una imagen que había manejado con firmeza hasta entonces, no solo mediante sus letras y sus redes sociales, sino también con la negativa a hacer ningún tipo de comentario político.
Sin embargo, todo aquello demostraba que ni siquiera alguien con una posición tan privilegiada como la de Swift, con todos sus recursos y su equipo de trece mánagers, puede controlar una industria que, como muchas otras, somete a quien participa en ella a una exposición constante en redes en forma de autopromoción y conversión en marcas.
Swift es un caso extremo, pero cualquier periodista, traductor o ilustrador autónomo sabe de lo que hablo: necesitas la visibilidad para poder trabajar, pero esa visibilidad es solo una enorme fuente de autoexplotación que te acaba pasando factura y sobre la que no puedes mantener el control. El sistema nos vende como un beneficio lo que en realidad siempre fue un coste, como una ventaja lo que en realidad solo fue una forma de hacernos cómplices de nuestra propia explotación. Ellos colocan el cepo y nosotros, con el pie dentro, intentamos monetizar la herida en el siguiente artículo, en el siguiente tuit.
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Yo creo que la culpa de lo que le ha pasado a Taylor Swift es de la falta de implantación territorial y de las luchas internas, seguro que ha sido por eso.
A ver si aprendemos ya que "El Sistema" como "Dios" NO EXISTE. Somos nosotros mismos y mismas interaccionando