Energía
‘En la espiral de la energía’, o el colapso que viene

Si este libro vendiera millones de copias que se leyeran, entonces sí me entrarían dudas de la inevitabilidad del colapso.

Central térmica1

licenciado en Físicas y doctor por la Universidad de Valladolid

14 may 2018 06:06

“¿Qué (tres) libros habría llevado usted (al futuro)?” (del final de la película: 'The time machine' (1960), basada en la novela de H.G. Wells)

Decir que el libro de Fernández Durán y González Reyes es ya un clásico de la literatura que analiza la presente transición civilizatoria es quedarse corto. Un clásico es un libro de referencia al que acudir periódicamente. En la espiral de la energía, con su carácter extenso y enciclopédico, cumple sobradamente este papel con sus más de 1.500 referencias bibliográficas en un hilo, o mejor, espiral argumental, que nos lleva de ida y vuelta del presente al pasado y de vuelta al presente para visualizar futuros posibles y descartar futuros imposibles ya. 

En mis clases de historia de la ciencia y de la tecnología lo cito como la fuente fundamental. Cuando apareció la primera edición, la idea de la espiral y de analizar la historia desde la visión del conocimiento biofísico aportaba a las clásicas visiones lineales antropológicas y sociológicas una visión que faltaba. Y esto tiene una ventaja: por primera vez descubrí plasmado lo que quería mostrar a mis alumnos. El porqué la historia es importante para entender el presente y nos es útil para comprender y/o tomar decisiones sobre los futuros posibles y, además, hacerlo de forma realimentada, como tanto me gusta decir desde mi empeño holístico.

Una vez que has comprendido que ciertos futuros ya no son posibles (lo antisistema del sistema) puedes regresar a la historia con nuevas gafas para aún comprenderla mejor y con ella entender mejor el presente y, de nuevo (como en una espiral), los futuros imposibles y posibles.

'En la Espiral' es como Casandra, tan buena que predice correctamente por qué no se van a leer millones de copias de ella

La segunda edición de En la espiral de la energía, no solo actualiza y revisa y profundiza la primera edición, es que para los lectores de la primera es una oportunidad de hacer ese proceso de recomprensión espiral con ella. 

No es que sea solo un libro imprescindible para todo aquel interesado en la transición y colapso de nuestra civilización, debería serlo también para todo aquel que niega esa posibilidad o que ni siquiera la conoce. Pero parte de la razón, que analiza el mismo libro, de que no vaya a ser así y no se convierta en un best seller que venda millones de copias es que es inevitable el colapso civilizatorio porque el mundo está distraído en cosas menores y no tiene tiempo ni ganas de leer libros así.

Si este libro vendiera millones de copias que se leyeran, entonces sí me entrarían dudas de la inevitabilidad del colapso. Pero no va a ser así, por más que me gustaría; y no va a ser así, no porque el libro no sea importante, sino por las mismas razones que se analizan en el libro. En buena medida, En la Espiral es como Casandra, tan buena que predice correctamente por qué no se van a leer millones de copias de ella.

Pero más allá de esas esperanzas está la tenacidad. Tenacidad que muestra Luis con esta edición, tenacidad que muestra Ecologistas en Acción y las editoriales Libros en Acción y Baladre. Me atrevería a suplicar una mayor tenacidad a través del esfuerzo, quizás adelantándome a pedir ya una tercera edición, de pensar no solo en el ámbito de lengua hispana, sino en el esfuerzo de hacer de En la Espiral un libro de carácter universal. Esto significa traducirlo a varios idiomas, chino e inglés al menos, y repensar quizás algunos ejemplos del libro para que sean comprendidos por cualquier ciudadano del mundo.

Presumo de conocer bastante bien la literatura sobre estos temas en inglés. Siento de veras que no exista nada similar en la literatura inglesa del nivel y profundidad que tiene En la Espiral. Es un privilegio que tenemos los que tenemos acceso a leer el español que no deberíamos tener, no sería justo.

El acceso al libro en forma digital es gratuito, y tiene la ventaja de que a la hora de buscar dentro de un libro digital algo concreto es más rápido y fácil. El libro también prevé que el acceso digital en un futuro, quizás no tan lejano, esté muy restringido, por lo que habrá que recurrir a copias en papel.

En la Espiral yo lo veo pues con un doble papel. Un papel útil para el tiempo presente, y un papel útil para un tiempo futuro. El libro en papel merece viajar al tiempo futuro, quizás el de final de este siglo. Porque para entonces se preguntarán una y otra vez por qué fuimos tan estúpidos, y este libro quizás les ayude a comprendernos mejor y, quizás, perdonarnos. 

Desde luego, yo lo llevaría a la isla desierta o al futuro lejano.


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#16221
16/5/2018 20:56

"El error de todos los análisis previos ha sido el de suponer que el libre mercado, tal y como se entiende hoy en día, iba a ser capaz de gestionar una situación de escasez en una materia prima tan fundamental como es el petróleo. En realidad, lo que ha hecho es subirnos a un precipicio más alto donde el riesgo de despeñarnos es mayor que nunca. Mientras no se comprenda que creer que la necesidad crea los recursos es un grave error de concepto, un cierto grado de colapso de nuestra sociedad es completamente inevitable y ahora mismo bastante cercano. Aquellos que ahora se ríen del peak oil y de sus estudiosos acabarán mutando su carcajada en rictus, pero desgraciadamente eso no será ningún consuelo para nadie. Ojalá que cuando inevitablemente nos estrellemos contra los límites de este grande y extraordinario pero finito planeta sepamos reconocer nuestro error y, recogiendo los trozos, seamos capaces de construir algo nuevo y mejor."
Antonio Turiel, blog "The Oil Crash"
http://crashoil.blogspot.com.es/2018/05/eppur-peak-oil.html

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#16148
15/5/2018 21:35

EL SIMBOLISMO DEL PETRÓLEO (El presente artículo, redactado por colaboradores de SYMBOLOS, fue publicado en la revista barcelonesa Hora Zutz, Nº 1, segunda época, 1991.)

Es muy significativo que la principal fuente de energía de que se alimenta la sociedad moderna sea una substancia subterránea, producto de la descomposición orgánica de residuos vegetales y animales: el petróleo, aceite de piedra, la antigua aqua infernalis medieval.

Y decimos significativo porque, en otro orden de cosas, en el orden de las ideas y los valores, ocurre un fenómeno parecido. Lo que se ha venido en llamar la evolución del pensamiento, o el progreso científico, no es tal en el fondo, sino la vulgarización de una serie de objetivos y tendencias que en las antiguas sociedades estaban escrupulosamente delimitadas, cuando no completamente erradicadas. Por ejemplo: son proverbiales los conocimientos matemáticos, astronómicos y geométricos del mundo musulmán y la importancia de su cultura, nodriza en este campo de la occidental. Sin embargo, el desarrollo tecnológico de todas sus posibilidades y aplicaciones prácticas es algo que nunca ha pasado del orden teórico, por consciente prescripción de las leyes y doctrinas islámicas. Asimismo, la manipulación de los materiales del mundo subterráneo, como la fundición de metales, siempre han sido objeto de un especial y consagrado tratamiento, solo ejercido además por las castas sacerdotales (ver los antiguos Kuretes, los Kabires y Dáctilos). Se sabe que el primer hierro que se utilizó no era de mina, sino meteórico, caído del cielo, y que mucho más tarde se optó por extraerlo de la tierra.

En efecto al mundo subterráneo le es inherente un sentido tenebroso que se manifiesta también en la cualidad de sus materiales. El simple hecho de encontrarse por debajo nuestro, diametralmente opuesto al cielo y a su bóveda estrellada, lo define y ubica simbólicamente en el orden universal, dándole su valor propio, y el papel de su influencia en relación al ser humano y su mundo. Las entrañas telúricas encierran un potencial de energías de dicha índole, es decir subhumano e infrahumano, que el hombre arcaico mantenía a raya a través de la fuerza eficiente de los ritos y los símbolos. La armonía universal y su mantenimiento en el plano de lo humano-terrestre es parte de las funciones del hombre verdadero, del hombre tradicional. Algo que el hombre moderno parece haber desechado en su ciego afán consumista y depredador.

La propia utilización del petróleo y sus derivados no constituía en la antigüedad una dependencia vital, ni se realizaba un consumo exhaustivo de los mismos: más bien por el contrario encontraba su función en aplicaciones perfectamente tradicionales, normales, inocuas e incluso consagradas.

Gasolina, carburantes, productos sintéticos, medicinas, plásticos, etc., son oriundos del petróleo, formando parte esencial de nuestro entorno cotidiano y sus efectos polucionantes no dejan de igualarse a la propia cualidad de su naturaleza inferior y maligna.

Igualmente al designar con la expresión aqua infernalis al petróleo, los hombres de la Edad Media conocían muy bien las "influencias" nefastas que podrían desprenderse de su manipulación y uso desmesurado. Esta advertencia al parecer no la tuvieron en cuenta los que diseñaron el modelo de civilización que estamos padeciendo, civilización que como todos sabemos encuentra su principal sustento en el petróleo y sus múltiples derivados. Como ya se ha dicho, el lugar de donde éste se extrae, el mundo subterráneo, lo convierte, efectivamente, en sinónimo de infernal, de tenebroso, de oscuro, en definitiva de todo aquéllo que es capaz de provocar unos efectos verdaderamente destructivos y caóticos ¿Acaso no estamos viviendo junto con toda la naturaleza en su conjunto esos efectos? Los "símbolos" del petróleo no expresan evidentemente nada que se refiera a un orden superior, sino netamente inferior, es decir infernal (inferior = infer-nus). Es, pues, un simbolismo claramente "invertido". Veamos un ejemplo. ¿Por qué se denomina "oro negro" al petróleo? Una primera lectura nos dice que ese apelativo le viene dado por un valor económico (el petro-dólar) que lo hace semejante al valor del oro. Pero el oro es un metal que en todas las culturas tradicionales ha sido asociado al sol, el que a su vez ha sido considerado como el símbolo por excelencia del Dios creador (p. ej. el Apolo griego), donador de la vida y del orden universal. Sin embargo cualquier deidad celeste y luminosa también tiene una contrapartida infernal y oscura, es decir su reflejo invertido, su sombra. En el caso de la deidad que el sol simboliza, ese aspecto sombrío recibe en la tradición judeo-cristiana el nombre de Samael o Satán, el Adversario. Esta entidad es, creemos nosotros, la que simboliza precisamente el «oro negro» del petróleo, de lo que se deduce que éste podría ser considerado como un "vehículo" que sirviera de «soporte» para la manifestación de dicha entidad, para llevar a cabo una labor disolvente y disgregadora, la que por cierto cumple una función específica dentro del final del ciclo que estamos viviendo.

Recordemos que el petróleo es un líquido viscoso, un óleo que como tal es a la vez ígneo, y por tanto almacén de luz y vida. Y ello no podría ser de otro modo, puesto que toda energía, aun la más telúrica y subterránea, tiene en última instancia su origen en el Sol, es decir: en la Luz y en el Espíritu.

Este aceite también tuvo antiguamente un carácter tabuado precisamente por su carácter inferior y limitado al reino mineral. Ahora bien, esta misma naturaleza de "agua infernal" es la que ha permitido canalizar su energía o potencia hacia el mundo artificial e inhumano de los motores y las máquinas, pues él es el alimento que les da la vida y las anima. De este modo –y violado el entredicho que pesaba sobre este pestilente y venenoso líquido, destructor de vida en los reinos naturales superiores (vegetal y animal)– el hombre ha llegado a crear un sofisticado mundo mecánico, pseudo-animado y pseudo-vivo, ha creado una poderosa ilusión de movimiento y velocidad en el plano físico que no deja de ser, por inferior, la más evanescente y peligrosa como claramente hoy podemos verificar, por el agotamiento de sus reservas que ya vislumbramos, y las crisis económico-políticas fatales, a que su misma escasez está dando lugar.

Asimismo ha de destacarse junto con su densidad, productos de la degradación material de elementos muertos o desechos, su asimilación a la simbólica del color negro y su dualidad, o sea su relación con el origen nocturno y acuoso de la medianoche y la inmanifestación y el retorno a ese estado mediante un proceso de combustión, o derretimiento de estructuras, que bien podría ejemplificarse con el ocaso y fin de una civilización. En ese sentido también debe señalarse la antigüedad de este material que lo vincula con los orígenes y su eclosión como factor imprescindible de la existencia actual hace apenas unas décadas lo que debe equipararse con el principio y término de un ciclo, en el que el simboliza una energía de tipo fatal, una entidad destructiva impuesta al hombre por el hombre mismo, invocada como una falsa deidad llamada progreso, reflejo de la ignorancia la alienación, la dependencia y la impotencia de la humanidad contemporánea que no ha podido crear ninguna alternativa de cambio a la servidumbre que aún le profesa.

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#16146
15/5/2018 21:31

Rechazamos esa fe según la cual las diversas crisis que han convergido en nuestro tiempo pueden reducirse a un conjunto de “problemas” que necesiten una solución política o tecnológica. Creemos que las raíces de estas crisis están en las “historias” que nos hemos estado contando a nosotros mismos: el mito del progreso, el mito de la centralidad de lo humano, el mito de nuestra separación de la ‘naturaleza’. Mitos todos ellos peligrosos sobre todo por el hecho de que hemos olvidado que son mitos.
Uncivilisation Manifesto (Dark Mountain Project)
https://dark-mountain.net/

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#16145
15/5/2018 21:16

Del libro “Microcosmos”, de Lynn Margulis y Dorion Sagan:
Cuando surgió, el ser humano se esparció por doquier. Sin embargo, aparte de nuestra fecundidad, persistencia, imaginación y verbosidad, poca cosa hay de grandioso y diferente en Homo sapiens sapiens. Algo así como una mala hierba entre los mamíferos, con todo nuestro talento y personalidad, no somos más que el resultado de eones de recombinación microbiana. Con mitocondrias respiradoras que convierten el oxígeno en energía y unos sistemas de motilidad que se han modificado para procesar la información sensorial que les llega del exterior, nos parecemos a cualquier otro animal. Podemos alardear de que las pinturas rupestres en Lascaux fueron ejecutadas por esta rara especie que seguramente bajó de los árboles y se puso de pie, mirando la Luna. Pero esto es adoración heroica, antropocentrismo. En realidad, podemos perdonarlo; pero sería más objetivo situar los mismos hechos de otra manera: unas comunidades del microcosmos que poseen mitocondrias respiradoras y agentes secretos espiroquetales que dividen sus células, se posaron (aunque por poco tiempo) en la Luna. La expansión extraterrestre del antiguo micromundo ya ha empezado. Pero esto no significa que nosotros seamos algún tipo de especie escogida. Lo cierto es que algunos científicos creen que nuestro fantástico éxito reciente en la colonización del planeta es un fenómeno que marca nuestra decadencia: las luces esplendorosas antes del final inevitable del espectáculo. Como sugiere el biólogo A. Meredith, el modelo de aparición súbita, expansión y posterior desaparición en el registro fósil tiene muchos precedentes históricos y es mala señal. La lección del pasado fósil advierte que las formas de vida superficiales que consiguen un gran éxito a menudo se encuentran en el límite de su agotamiento biológico. Históricamente, las especies que están a punto de extinguirse suelen reproducirse con gran profusión. Las numerosas especies de arqueociátidos y trilobites del Cámbrico y de dinosaurios del Cretácico son testigos de este proceso desfavorable, que Meredith llama «devolución». Como ya percibió Charles Darwin, los organismos se adaptan a su medio ambiente debido a las pruebas constantes en su tendencia hacia el crecimiento ilimitado. Si no consiguen adaptarse pueden disminuir en número y extinguirse. Pero, según Meredith, también pueden adaptarse demasiado, multiplicarse, agotar sus recursos y extinguirse entonces. Un ejemplo microcósmico de devolución serían los microorganismos que crecen en una placa de Petri. (Las placas de Petri son unos recipientes de cristal transparente, redondos y de muy poca altura, constituidos por una base y una cubierta algo mayor, que encajan al cerrar. En la base se dispone un medio de cultivo transparente y claro que permite al investigador distinguir las colonias microbianas como manchas visibles a simple vista). Alimentadas con agar nutritivo (alimento bacteriano al que se da consistencia añadiendo una sustancia gelatinosa extraída de algas marinas), los microorganismos a menudo son más prolíficos en las generaciones que preceden a su colapso. Al consumir todos los nutrientes que se encuentran en el agar y llegar a los límites de la pequeña placa, los miles de millones de bacterias de repente dejan de crecer y mueren por falta de alimento y de espacio vital. Para nosotros, el mundo puede ser como una placa de Petri. En realidad, las imágenes de Spokane (Washington) obtenidas por satélite muestran modelos de crecimiento urbano similares a los del crecimiento de las colonias de microorganismos. Desde el punto de vista de la teoría de la devolución de Meredith, es fácil ver que las implicaciones del crecimiento de las poblaciones humanas no son necesariamente sinónimo de progreso.

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#16144
15/5/2018 21:14

“Vendrán suaves lluvias”
(“There Will Come Soft Rains")

Ray Bradbury

Vendrán lluvias suaves y olores de tierra,

y golondrinas que girarán con brillante sonido;

y ranas que cantarán de noche en los estanques

y ciruelos de tembloroso blanco

y petirrojos que vestirán plumas de fuego

y silbarán en los alambres de las cercas;

y nadie sabrá nada de la guerra,

a nadie le interesará que haya terminado.

A nadie le importará, ni a los pájaros ni a los árboles,

si la humanidad se destruye totalmente;

y la misma primavera, al despertarse al alba,

apenas sabrá que hemos desaparecido.

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#16141
15/5/2018 20:56

"La Tierra inhabitable" (traducción completa del artículo "The Uninhabitable Earth", publicado en New York Mag en julio de 2017):
http://energiasur.com/la-tierra-inhabitable/
http://nymag.com/daily/intelligencer/2017/07/climate-change-earth-too-hot-for-humans.html

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#16140
15/5/2018 20:30

Del libro “La vida administrada. Sobre el naufragio social”, de Juanma Agulles (editorial Virus):

“A bordo del Pequod”: El barco se va a pique con todos nosotros dentro. Cuando en Moby Dick el capitán Ahab declara las verdaderas intenciones de la expedición del Pequod, afirma que ha dispuesto todos los medios racionales a su alcance para la consecución de un fin irracional. El barco ballenero, con su férrea organización semejante a una fábrica, casi una ciudad flotante, se desliza sobre la superficie del océano con el único objetivo de dar caza a la ballena blanca y culminar así la venganza personal del capitán. Cada uno de los componentes de la tripulación ha asumido, en el momento mismo de embarcar, aquellos fines demenciales, sin sospechar que la gran maquinaria de la que ha pasado a formar parte tiene como fin último su propia destrucción. La sociedad industrial, a semejanza del ballenero descrito por Melville, ha dispuesto multitud de medios racionales para la consecución de unos fines que han resultado, en la mayoría de los casos, irracionales y desastrosos. Y, mientras avanza en la persecución de su particular ballena blanca, llamada «desarrollo» o «progreso» o «abundancia», la tripulación se afana en perfeccionar técnicamente los medios que la van acercando de forma irremediable a la hora de su hundimiento definitivo. La metáfora del hundimiento se ha utilizado en muchas ocasiones para definir el declive o la decadencia de una forma de civilización. H. M. Enzensberger lo hizo en su poema El hundimiento del Titanic, y muchos otros hablan hoy del hundimiento de las condiciones de vida, sin que, al parecer, hayamos llegado todavía a «tocar fondo». O quizá suceda que, como escribió Primo Levi, en catástrofes de tales dimensiones siempre existen los «hundidos» y los «salvados»; y es a estos últimos a quienes queda encomendada la tarea de contar el relato, trágicamente parcial, del desastre. Pero en las sociedades industriales contemporáneas el barco se va a pique con todos nosotros dentro. O tal vez ya lo haya hecho del todo y sea, ahora, como una de esas decoraciones de algunos acuarios que en su fondo albergan elaboradas réplicas de pecios como recordatorio de nuestro irremediable fin. Mientras continuamos a bordo del Pequod, seguimos asumiendo los necesarios sacrificios que exige esta travesía a ninguna parte. En el camino dejamos sumergidas formas comunitarias de relación social, economías de subsistencia y saberes ancestrales que podrían dotarnos de cierta autonomía para decidir si «quedarnos en tierra»; modos de habitar el mundo que no persiguen doblegar la naturaleza y rendirla con el único fin de la ganancia inmediata; conocimientos que no buscan legislar sobre el Universo, sino aprender a obedecer las complejas leyes de la reproducción de la vida en la Tierra. Nuestra frenética actividad a bordo, incluida aquella que trata de disputar el mando a un enloquecido capitán, se orienta en última instancia a mantener a flote este artefacto complejo y renqueante que se bate con las olas, mientras cruje todo su ensamblaje; aunque para ello debamos arrojar por la borda, en primera instancia, nuestros deseos de vivir en libertad. En esta «nave de los necios», como alguien la llamó, los puntuales motines y revueltas se ven frustrados casi inmediatamente, confinados a los estrechos límites de una embarcación cuyo destino parece imposible modificar. Pero seguimos evocando ritualmente aquellos motines en cada nuevo intento de cambiar el rumbo. Con una actitud que ha asimilado algunos de los peores rasgos de la locura de Ahab, perseguimos también nuestra particular ballena blanca, que parece perfilar su figura en el horizonte cada cierto tiempo para después desaparecer de nuevo en las profundidades, mientras nos alejamos de aquella «tierra firme» que alguna vez fue nuestro hogar. Un hogar que tampoco era idílico, pero que en la distancia, quizá traicionados por el influjo de la nostalgia, suele presentarse a nuestra imaginación bajo aspectos engañosos. Y entonces corremos el riesgo de quedar postrados bajo una noche helada, tumbados sobre la cubierta de la nave que se dirige a la destrucción, escrutando los astros en busca de signos proféticos que nos hablen de la imposible vuelta a casa o de la futura redención en la catástrofe. Los medios a nuestro alcance están impregnados por los fines destructivos a los que sirven, y no es cierto que puedan servir, al mismo tiempo, para llevar a cabo nuestra liberación. Ahora nos haría falta tener a bordo todo aquello que dejamos atrás cuando decidimos embarcar. Si es que en realidad lo decidimos alguna vez. Por eso, como comentó Günther Anders, nuestra situación es desesperada y, si esa desesperación no espolea nuestra imaginación para encontrar la manera de abandonar el barco y regresar a la orilla, no tendremos más remedio que sucumbir al hundimiento. Pero, antes de abrazar el fatalismo, aún somos capaces de imaginar las opciones que esa desesperación vital podría sugerirnos; como construir una pequeña embarcación con los materiales de los que disponemos a bordo y abandonar este inmenso Pequod. Afrontaremos una travesía que puede ser tan terrible como el destino que nos aguardaba en la persecución del cachalote, es muy probable. Pero al menos habremos deseado vivir, al menos habremos realizado un último acto de rebeldía que no colabore con los fines demenciales del capitán. Nuestros cuadernos de bitácora, hasta ahora, no han hecho más que señalar esa posibilidad, porque en el fondo todavía albergamos cierta esperanza de lograr mantenernos a flote. Algunos, llamándose a sí mismos «realistas», se organizan para sustituir a un inepto timonel y lanzan vítores por ello. Vítores que los ahogados ya no pueden escuchar y que suenan como una condena explícita, para los pocos que desean abandonar el barco. De aquellos que lo intentaron antes solo se cuentan las historias de sus terribles naufragios. Pero si alguno logró pisar tierra, no volvió para contarlo. Y así nos encaminamos hacia la línea curva del horizonte, entre los desesperados intentos por evitar el hundimiento y el anhelo de regresar a una costa que nos dé cobijo. La civilización industrial continúa avanzando mientras tanto, aunque cada vez con mayores dificultades. La degradación social que provoca al imponer su desarrollo no deja de multiplicar sus síntomas de decadencia. Por eso también se multiplican las recetas mágicas y los curanderos de todo tipo, que se afanan por evitar una epidemia a bordo. No puede decaer el ánimo de la tripulación. Incluso hacer la vista gorda ante un conato de amotinamiento podría ser beneficioso: hasta cierto punto resultaría revitalizante. Los movimientos se suceden, las agitaciones despiertan el entusiasmo, mientras bajo nuestros pies siguen crujiendo las maderas podridas del Pequod. Alguien grita entonces «¡Por allí resopla!» y la esperanza de dar caza a la ballena se renueva con toda su fuerza original. La tripulación emprende de nuevo sus tareas, cada cual ocupa su lugar, el viento vuelve a hinchar las velas. Se diría que una repentina euforia por encontrar el desenlace fatal ha hecho enloquecer a todo el mundo. La idea del regreso se abandona. Solo queda seguir hacia delante. A los que persisten en su rebeldía se les señala la borda: «Ahí está vuestra única salida».

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#16138
15/5/2018 20:17

Comunicación, Cultura y…. Peak Oil:
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