Francia
Emmanuel Macron, un año a la derecha

A un año de la toma de posesión del presidente francés hacemos balance sobre su evolución política hacia la derecha.

Rajoy Merkel Macron
Rajoy participa en la reunión preparatoria del G-20 junto a Merkel y Macron
Secretaría de Europa de Podemos
11 may 2018 10:22

Se cumple un año de la victoria de Emmanuel Macron en los comicios presidenciales franceses de 2017. Tras superar en la primera vuelta a los dos partidos tradicionales, Parti Socialiste Français y Les Républicains (conservadores) y asumir en la segunda vuelta la bandera del republicanismo (o del ‘todo vale frente a Marine Le Pen’), Macron llegó al Elíseo auto-proclamado como outsider regenerador y representante sumo del nuevo centro político liberal... pero ‘progresista’.

Un año después, sin embargo, las encuestas muestran una fuerte caída del apoyo popular, además de un cambio en la percepción ciudadana: las y los franceses consideran que Macron es un político de ‘derechas’. A lo largo de su campaña, el presidente francés prometió intentar aglutinar todas las sensibilidades a diestra y siniestra. ‘Liberalizar y proteger’ fue el eje director de un discurso de presentación de candidatura, una especie de ‘flexicurité à la macronienne’, una unión de conceptos antagónicos que nadie pensó que pudiera funcionar. Desde su llegada al cargo, el presidente ha puesto en marcha un tipo de práctica vertical del poder que a menudo toma prestado un simbolismo monárquico que le ha hecho ganarse apelativos como ‘El pequeño Napoleón’, ‘el monarca republicano’ o ‘el presidente Sol’. A efectos de grandilocuencia y elefantiasis imperial es sin duda tentador meterse en la piel de Louis XIV, pero parece que, como Ícaro, si se acerca tanto al sol… acabará por quemarse. Un liberal autoritario… el Napoleón III del siglo XXI.

El presidente ha puesto en marcha un tipo de práctica vertical del poder que a menudo toma prestado un simbolismo monárquico que le ha hecho ganarse apelativos como ‘El pequeño Napoleón’

Poco a poco se desdibuja lo que Thomas Carlyle llamaba (en ese contexto de política de derechas que Macron intentó con tanto esfuerzo ocultar) el hombre providencial, aquél al que la clase dirigente conservadora recurre habitualmente por su falta de confianza en el pueblo llano, el salvador, el nuevo hombre de Estado, el poseedor de un carisma único que aglutinará la voluntad de todo un pueblo a ambos lados del hemiciclo ideológico. Un carisma a todas luces insuficiente (vista su caída en las encuestas) que ha desembocado en un país galo dirigido a día de hoy por el producto de la connivencia de las élites, el hijo de la tecnocracia, los grupos de presión de Europa y Maastricht, las reivindicaciones societales, lo post-nacional, las oligarquías, las redacciones de los grandes medios y, en definitiva, todas las alcobas del poder supranacional. 

Ya durante la campaña electoral, Macron advirtió de la necesidad de una intervención profunda y la implementación de reformas de calado para que Francia pudiese remontar y salir de la crisis, así como para adquirir de nuevo un papel geopolítico de primer orden. Desde su llegada al Elíseo, su gobierno ha llevado a cabo múltiples reformas, acelerando el proceso de transformación estructural de su economía. El frenesí legislativo de Macron comienza a finales del pasado verano, cuando anuncia la bajada de las ayudas al alquiler al mismo tiempo que prepara una nueva reforma laboral distribuida en cinco decretos que tienen como objetivo facilitarle la vida a la empresa privada y despojar de herramientas y derechos a sindicatos y trabajadores. En los meses siguientes suprimió el impuesto a la fortuna y promulgó una nueva ley educativa destinada a reforzar los mecanismos de selección de entrada a las universidades. Más recientemente, anunció la reforma que hasta ahora ha conllevado mayor contestación social: la de la Sociedad Nacional de Ferrocarriles (SNCF), uno de los baluartes históricos del movimiento obrero francés. En respuesta, las y los trabajadores de la empresa han impulsado un amplio calendario de huelgas que comprende paros durante 31 días entre abril y julio de 2018. Este aumento de la tensión social también tiene que ver con su práctica de gobierno, auténticamente autoritaria en cuanto a la aplicación de las reformas se refiere, utilizando de manera recurrente los decretos como fórmula legislativa privilegiada. 

No hay mejor fórmula para ponerse en contra a toda la clase trabajadora francesa como atacar directamente sus derechos, algo de primero de presidencia en un país como Francia, conocido por sus históricas huelgas y manifestaciones en defensa de sus derechos laborales. Parece que el presidente buscase alterar la correlación de fuerzas mediante la desposesión de derechos que le permitiese así alentar una política económica radicalmente liberal y profundamente capitalista. Emmanuel Todd decía que a más liberalización, más repliegue identitario de las sociedades. La teoría neo-liberal no busca sino uniformizar a los pueblos y estos, viéndose atacados en su cultura y sus tradiciones, cierran filas provocando así la clásica polarización en torno al eje social europeo o identitario. En este sentido, la nueva Ley de inmigración y asilo de Macron ha supuesto un acercamiento a las propuestas de la extrema derecha en esta materia. 

Parece que el presidente buscase alterar la correlación de fuerzas mediante la desposesión de derechos que le permitiese así alentar una política económica radicalmente liberal y profundamente capitalista

Ante las movilizaciones, el Gobierno ha hecho muestra de intransigencia, empleando todo el poder de represión disponible. Con el paso de los meses, esta represión se ha ido intensificando, alcanzando su más alto grado en la tentativa de desalojo forzoso de la zona ocupada por vecinos y ecologistas contra la construcción del nuevo aeropuerto de Nantes en Notre Dame des Landes, donde habrían participado hasta 2.600 antidisturbios de la gendarmería francesa. En la misma dinámica, las fuerzas antidisturbios, dejando a su paso numerosos activistas y estudiantes heridos que protestaban por la reforma del acceso a la universidad, han desalojado las universidades ocupadas de Tolbiac y Nanterre en París, Montpellier, Toulouse y Grenoble, entre otras. Además, hace apenas unos días, durante la celebración del 1 de mayo en París la policía detuvo a más de 120 manifestantes.

En el plano internacional, el Gobierno de Macron supone un cambio de rumbo con respecto al de Hollande. Durante su campaña electoral, el actual presidente jugó a sumar votos (un estilo que ha aprendido bien ‘nuestro’ ciudadano Rivera) gracias a la polarización existente en la sociedad francesa entre europeísmo y euroescepticismo. Así, Napoleón ‘El Pequeño’ se presentaba como la única solución sensata frente al Frente Nacional y las fuerzas populistas. Lo que defendía como construcción europea ha resultado ser una huida hacia adelante donde la única intención era asegurarle el primer puesto a Francia. Atrás quedó la idea de construir basándose en la capacidad de los Estados centrales de federar al conjunto de la Unión en torno a un proyecto común.

Con la figura de Merkel parcialmente debilitada, Macron busca abrir una vía de escape a la actual crisis del social-liberalismo europeo. La materialización política del “extremo centro” (sic) sirve de punto de apoyo a los sistemas parlamentarios cuyo sistema de alternancia se encuentra deslegitimado. A corto plazo estas dinámicas se traducen en la preparación del asalto por parte del Macronismo a las elecciones europeas de 2019, con la pretensión de poder formar el segundo grupo parlamentario más grande.

La estrategia de un reposicionamiento de Francia a nivel internacional también se ha hecho notar más allá de los límites geográficos y políticos de la UE. En este sentido, la reciente visita oficial de Macron a EE UU fue especialmente sintomática. Una visita en la que afirmó ante el Congreso de este país que nos encontramos en un contexto donde deben primar las relaciones bilaterales, trascendiendo así a la UE como actor geopolítico y asumiendo, además, la creciente multipolaridad en el mundo.

En definitiva, en su primer año de gobierno, Macron se ha afirmado como la representación política del neoliberalismo. Su combinación de un programa neoliberal formas de gobierno despóticas conducen a una profundización de la crisis social. Frente a los discursos que han ido marcando el debate público, el principal punto de tensión al tipo de gobernanza que encarna Macron no se encuentra ni en un repliegue identitario ni en un crecimiento de la extrema derecha. Es más, el populismo neoliberal de Macron y el crecimiento de la extrema derecha son dos procesos que se retroalimentan. Recordemos que hace dos años, el movimiento Nuit Debout supuso un acto de impugnación del orden institucional y social existente que dio forma a la crisis de representación y que la victoria de Macron quiso dar por cerrada. Hoy, una vez más, el punto de tensión se encuentra en la calle, en la movilización social frente a las reformas del Gobierno. Es ahí donde deberemos buscar las pistas para la construcción de una alternativa.

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