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La operación conjunta de las fuerzas policiales francesas y transalpinas que se llevó a cabo el 28 de abril tenía como objetivo a diez refugiados políticos italianos y fue fruto de una colaboración entre ambos Estados, que pretenden extraditar a 200 militantes autónomos exiliados antes de que prescriban los delitos por los que aún les persiguen en Italia.
La operación recibió el nombre en código Sombras rojas, título exacto en francés de la segunda novela policíaca de Cesare Battisti, publicada en 1994 (1), que tenía como telón de fondo la situación de estos supervivientes de la guerra civil latente de los sesenta y setenta. Alessandro Stella denuncia a continuación la necesidad siempre renovada del Estado italiano de borrar el rastro rojo del mayor y más duradero movimiento social de la posguerra en Occidente. Los diez militantes siguen detenidos a espera del proceso de extradición.
La operación que llevó, el 28 de abril de 2021 en París, a la detención de diez antiguos militantes revolucionarios italianos de los años 70, fue bautizada por las policías francesa e italiana como “Ombres Rouges”. Detenciones realizadas a primera hora de la mañana por las fuerzas especiales de la policía antiterrorista francesa, asistidas por sus colegas italianos. Una idea probablemente surgida de la cultura policial, al estilo John Wayne contra los “malvados pieles rojas”. El nombre asignado a la operación policial se refiere a imágenes oscuras e inquietantes donde las sombras adquieren el color rojo, el de la sangre. Una imagen y una definición que dice mucho, de hecho, del pensamiento de los inspiradores políticos de este operativo policial. ¿Cuál es el objetivo político de los gobiernos italiano y francés al perseguir, con la promesa de que terminarían sus últimos años en prisión, a antiguos revolucionarios que abandonaron las armas y llevaban décadas viviendo con normalidad en Francia, cuarenta o cincuenta años después de los hechos?
Durante cuarenta años todos los gobiernos italianos, de derecha e izquierda, han hecho del fantasma del regreso del “terrorismo rojo” el medio de control y represión de cualquier movimiento de protesta social, de cualquier forma de lucha colectiva antisistema. Una bandera roja ondeada constantemente por los gobernantes ante los ojos de la opinión pública, recordando “los años del plomo”, que se ha convertido en sinónimo de la narrativa de los vencedores de un período oscuro y asesino, durante el cual el color rojo de las banderas comunistas se habría contagiado de crímenes y delitos. Un espectro que acecha el sueño de todos los italianos bien intencionados, de todos los partidarios del orden inmutable de la sociedad, de todos los partidarios del orden policial, de la autoridad del Estado, de la autoridad misma. Un espectro encarnado por mujeres y hombres llamados Marina, Enzo, Roberta, Giovanni, Giorgio, Raffaele, Maurizio, Luigi, Narciso, Sergio.
Durante el largo Mayo del 68 italiano, el recurso a las armas por parte de miles de militantes revolucionarios fue solo una parte de un conjunto de luchas en las que se emplearon otras armas
Todos ellos tienen hoy tienen más de 65 años y, tras una juventud vivida a toda velocidad en pos de los sueños revolucionarios, tuvieron que resignarse a una vida ordinaria compuesta de trabajo, preocupaciones, amores, pequeños placeres y rutina. Personas con una rica y compleja trayectoria vital, que no puede reducirse a unos pocos años de su vida, y mucho menos a unos episodios de lucha armada en los que se les acusa de haber participado. Mujeres y hombres presentados como símbolos que deben ser derribados por los estados y su policía, preocupados por sus estrategias y sin ningún reparo por el destino de encarcelamiento hasta la muerte prometida a estas personas.
La historia de los vencedores de esta “guerra civil embrionaria” (2) se ha utilizado durante cuarenta años para instalar una pedagogía del miedo entre la población italiana, construida sobre la fantasía del regreso de las Brigadas Rojas o sus emuladores. Una maquinaria política bien servida por medios de comunicación, jueces, policías, y que ha moldeado el pensamiento de millones de italianos que hoy aplauden la captura y confinamiento, bajo un régimen punitivo hasta el sadismo, del “monstruo” Cesare Battisti. Una máquina de influencia psicológica masiva que hace que el propio recuerdo de la década de los 70 sea repulsivo. Una máquina que se ha vuelto sistémica, basada en una narrativa histórica distorsionada y partidista. Porque borra y quiere hacer olvidar que los años 70 fueron, en primer lugar, años de grandes luchas sociales y de experimentación con nuevas formas de relación entre las personas, de luchas internacionalistas, antimilitaristas, antiautoritarias y finalmente feministas y LGBT. Años en los que la bandera roja tuvo los colores de la revolución proletaria y de la libertad. Detrás de la cual marcharon millones de viejos obreros comunistas y millones de jóvenes proletarios en busca de un mundo mejor.
Durante el largo Mayo del 68 italiano, el recurso a las armas por parte de miles de militantes revolucionarios no fue más que la punta de un iceberg, solo una parte de un conjunto de luchas en las que se emplearon otras armas: desde las huelgas hasta la ocupación, las manifestaciones, la autodeterminación e infinitas experiencias de autogestión.
En la historia de los vencedores, el vasto movimiento revolucionario activo en la Italia de los años 70 se describe como una larga serie de asesinatos cometidos por activistas de extrema izquierda en nombre de una ideología pasada. Pero la historia nos dice que mucho antes de que ningún activista revolucionario matara a nadie, alrededor de doscientos manifestantes habían sido asesinados por la policía desde 1948. El primer homicidio cometido por militantes revolucionarios, el del comisario Luigi Calabresi, es emblemático. Fue asesinado la mañana del 17 de mayo de 1972 por un grupo Lotta Continua (3), que hacía lo que millones de italianos estaban reclamando desde hacía tres años. El comisario Calabresi fue responsable del homicidio de Giuseppe Pinelli, ferroviario anarquista de Milán, injustamente detenido y acusado de haber colocado la bomba en el Banco de Agricultura de Piazza Fontana, el 12 de diciembre de 1969. Una bomba que había causado la muerte de 17 personas, y que en realidad fue obra de grupos fascistas aliados con policías y militantes de ideología fascista, configurando una estrategia de tensión con fin anticomunista y para el gobierno del Orden. Un homicidio político, por tanto, el del comisario Calabresi y una respuesta a la violencia policial y estatal, la ejecución de una voluntad popular ampliamente compartida. También podemos subrayar que este homicidio fue el único cometido por militantes de Lotta Continua, quienes además llevaron a cabo luchas dentro de las fábricas (Fiat en particular), en los barrios obreros y las universidades, en los cuarteles y en los puertos.
La década de 1970 en Italia, que el pensamiento dominante quiere reducir a imágenes de muerte, fueron años de entusiasmo revolucionario compartido por millones de personas y expresado en mil iniciativas que abogaban por un cambio en todo el sistema de opresión. Es un período de rebelión y contestación generalizada contra todos los pilares del Estado capitalista que los gobernantes político-económicos temen; son estas imágenes de revuelta el espectro que atormenta sus mentes.
Para el gobierno francés y el presidente Macron, que sellaron este villano pacto de extradición en la piel de diez personas, el espectro a perseguir es sin duda el de las “sombras amarillas”. El color puede cambiar pero en el punto de mira están siempre los incontrolables movimientos sociales.
Tras una creciente ola de insurgencia antisistema en los cuatro rincones de Francia, de difusión y puesta en común de experiencias colectivas de autoorganización, de desafío al Estado, a las jerarquías, los partidos y la democracia representativa, la feroz represión que el Estado y sus policías han ejercido contra los chalecos amarillos ha acabado por frenar el movimiento. El régimen de miedo instaurado por el Estado, con los LBD [lanzador de balas de defensa], las granadas, los golpes de porra, la detención policial, la prisión, terminó por adelgazar las filas de los chalecos amarillos y desinfló el movimiento. Pero los dirigentes del estado francés saben perfectamente que todas las causas del estallido de la ira popular bajo los colores de los chalecos amarillos siguen ahí e incluso se agravan por la crisis de la covid. Saben que, a pesar del encierro, el toque de queda, el estado de emergencia y todo el arsenal jurídico-policial puesto en marcha por el Estado para defenderse de los proletarios en rebelión, las brasas siguen ardiendo. Y temen que las “sombras amarillas” vuelvan a trastocar la dolce vita de la burguesía de los barrios altos, a marchar por los Campos Elíseos en lugar de ir allí a lamer los escaparates. Temen que, en lugar de esperar deprimidos las próximas elecciones, los chalecos amarillos retomen la autogestión en cada pueblo, en cada barrio, en cada cruce, colectivamente, sin líderes, sin jerarquía de ningún tipo, construyendo a diario un mundo socialmente habitable.
En rojo o en otro color, un espectro acecha Italia, Francia, el mundo entero: el espectro de la Comuna, del comunismo.
2] Dice Francesco Cossiga, ex presidente italiano y ministro del Interior en 1977-78.
Artículo original: Ombres Rouges, publicado originalmente en Lundi y traducido con permiso para Mapas, en El Salto.
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