La maldición de llamarse Felipe y querer reinar en Catalunya

El rey Felipe VI comparece delante de las cámaras ante la situación de crisis total que vive Catalunya respecto del resto de su Reino.

Tres felipes
Felipe IV, Felipe V y Felipe VI.

TVE decía ayer, el día después del 1-O, en uno de sus telediarios, que Felipe VI “trabaja desde su despacho pendiente y activo ante lo que está sucediendo" en Catalunya. Magro resumen de la compleja situación en la que se encuentra el rey de España en la peor crisis de su reinado. Una que amenaza con dejarle sin siete millones y medio de súbditos ante la posible promulgación de la República catalana.

La proliferación de memes y de comentarios sobre la ausencia del rey en el debate político tras el referéndum del 1 de octubre ha llevado a la Casa Real a anunciar una comparecencia exprés a las 21h del 3 de octubre. La situación es límite para Felipe VI. Esta semana, el Parlament de Catalunya puede promover una Declaración Unilateral de Independencia que tensaría definitivamente la relación con el Estado. Una DUI que, como mínimo, tendrá un efecto simbólico importante sobre la Corona.

La respuesta gubernamental –previsiblemente el estrangulamiento de las cuentas de Catalunya mientras el corte del sistema de pagos, más la intervención total de las administraciones catalanas (artículo 155) y la continuación de un despliegue represivo "a lo Piolín"– puede hacer ganar algo de tiempo al monarca pero, qué duda cabe, aumentará la desafección de una mayoría de catalanes hacia el Reino de España. Sus ganas de perder de vista a los Borbones. 

Pendiente y activo, como si estuviese jugando en la casa de apuestas online más grande del mundo, Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, apodado el Preparado, tiene ante sí un reto similar al que tuvieron sus antecedentes, los Felipes IV y V, en dos etapas históricas, las rupturas entre Catalunya y Castilla alrededor de los años clave 1640 (Guerra de Catalunya) y 1714 (Guerra de sucesión). Los Felipes fueron los monarcas que más cerca estuvieron de perder el control sobre un territorio enfrentado en los siglos XVII Y XVIII, y durante varias fases de los siglos XIX y XX, a Castilla.

La posible declaración de independencia que el Gobierno de Carles Puigdemont tiene previsto promulgar –al menos según los partes autorizados– significará, al menos sobre la legalidad catalana, la pérdida del monarca y de la Casa Real de sus derechos sobre Catalunya, agrupados en el condado de Barcelona.

Felipe IV y la primera república

“Aun ahora enumeran los catalanes con no dormido dolor los agravios que moralmente recibieron de las órdenes reales y, materialmente, de la soldadesca que ocupaba los pueblos como país conquistado”. Así describía Gregorio Marañón la situación en la que quedaron las relaciones entre Castilla y Catalunya en la La pasión de mandar, su monografía sobre el Conde Duque de Olivares.

En 1641, la Junta de Brazo y el Consejo de Ciento, instituciones de la época, admitían la creación de una primera república para presionar a Castilla. Pocos días después, Catalunya se ponía voluntariamente bajo el reinado de Luis XIII de Francia.

“En 1707 y 1716, vencida la resistencia en Valencia, Aragón y Catalunya, todos los asuntos relativos a la Hacienda española pasaron a depender de la Corona”, escribió Vicens Vives

Planteado con ímpetu por los campesinos (el segadors) en protesta por lo que les estaba costando (en salud, tiempo y dinero) la guerra de Castilla con Francia, y tras el asesinato del virrey Conde de Moncada, la Guerra entre Catalunya y la Corona de Castilla terminaba con un asedio que dejó diezmada la población de Barcelona. También con un buen puñado de moratones morales y materiales que mantendrían el dolor no dormido durante muchos años.

Felipe IV, apodado el Rey Planeta, sacrificó al Conde Duque de Olivares, acusado entre bambalinas de haber ordenado envenenar a Pau Claris, impulsor de la república y el pacto con Francia. “Olivares había intentado anular la antigua independencia de las provincias y crear un Estado unitario; pero, contrariamente a Francia, permaneció intacto el carácter medieval y confesional del Estado español, que no pudo despertar nuevas energías”, escribió el historiador Wilhelm Mommsem.

La guerra de sucesión que ganó Felipe V

El siguiente paso centralizador, y la siguiente mezcla entre los intereses de otros Estados europeos, correspondió al segundo Felipe de este resumen histórico, el V, apodado “el animoso”. El agravio vendría de nuevo de Castilla. La rebelión de Catalunya, y los intereses de las potencias europeas (no formalizados al nivel de la Unión Europea o el Bundestag actual), volvieron a coaligarse y a marcar el destino de Catalunya y de Castilla.

“En 1707 y 1716, vencida la resistencia en Valencia, Aragón y Catalunya, suprimidas las autoridades autónomas, todos los asuntos relativos a la Hacienda española pasaron a depender de la Corona”. La historia económica de España de Vicens Vives consigna así el cambio de una época. “La tradición de los Borbones era centralizadora y la rebelión catalana de 1700 le proporcionó un pretexto para manifestarse”, dejó escrito el hispanista francés Pierre Vilar.

El paso al Estado moderno se produjo a través de una guerra civil que se halla dentro de la más determinante Guerra de Sucesión, saldada con una victoria pírrica para España (y con la traición de la Corona inglesa a su pacto con los rebeldes catalanes). Una guerra en la que Catalunya, favorable a las opciones de la corona austriaca, rechazó hasta el último momento, incluso después de la paz de Utrecht, la coronación de Felipe V como rey de España y Conde de Barcelona. Una resistencia a sangre y fuego que el monarca respondería con una intervención en pleno centro de la capital catalana.

La corona confió a Joris Prosper Van Verboom la idea y la construcción de la Ciudadela de Barcelona, terminada tras la muerte del monarca. Situada en lo que hoy es uno conocido parque, la Ciudadela fue de puertas afuera un fortín diseñado para soportar los impactos de la guerra moderna. De puertas adentro, el fuerte construido por el holandés Van Verboom, ganó una lúgubre fama como centro de torturas.

La Ciudadela fue usada por los sucesores de Felipe V para castigar a la población de Barcelona hasta que fue derribada por las cortes surgidas de la revolución gloriosa de 1868. Pese a su destrucción, la huella de los abusos cometidos en el fuerte levantado por el primer rey de la Casa Borbón perduró en la memoria colectiva. Así lo reflejó Galdós en una carta al director de El Liberal: “(...) la trágica Ciudadela, odiada del pueblo, que anhelaba destruirla, y casi casi anticipaba la demolición con sus maldiciones y anatemas”.

La restauración borbónica y el terror del “¡Vivan las cadenas!”, antecedente directo del “A por ellos” oído estas semanas, corrió a cargo de otros monarcas. Pero la modernidad introdujo cambios sustanciales que dejaron satisfechos a un sector importante de la burguesía comercial catalana. Es el “gran siglo colonial”, basado en el comercio con América y en la explotación sistemática y cruel de seres humanos. La figura del traficante de esclavos Antonio López y la fortuna de Eusebi Güell dan fe de esa etapa de entendimiento entre poderes.

El siglo XIX, además, hizo aumentar la migración de personas de otros pueblos de la península hacia el centro económico del noreste y, con ello, el auge del movimiento obrero a finales de siglo y a comienzos del XX. Un factor que se cruzó, sin una conexión determinante, con el nacimiento del catalanismo moderno.

La situación de Catalunya ha llevado a la corona a una situación que no tiene precedentes recientes y que puede alimentar otros proyectos emancipatorios y republicanos

Los conflictos de clase se superpusieron al nacimiento de un catalanismo fuerte en la retórica y débil en la consecución de conquistas para el conjunto de lo que antes se conocía como pueblo y hoy como ciudadanía. La proclamación de la república catalana en 1931 precedió en unas pocas horas a la de la II República española. En 1939 comenzaría la dictadura. Los tiempos de las torturas instigadas por Felipe V y los desmanes de Felipe IV y el Conde Duque de Olivares quedaron glorificados por la historiografía oficial del Franquismo.

El problema de Felipe VI

El primer baño de multitudes del futuro rey Felipe VI en Barcelona no dejaba presagiar la amenaza a su reinado que iba a suponer el auge del sentimiento a favor de la autodeterminación en Catalunya. El abanderado príncipe saludaba a un Estadio Olímpico volcado con un megaevento que culminó el proyecto de España nacido en los reservados de algunos restaurantes y en el flamante Congreso de los Diputados. "Qué guapo es", se repetía en la calle y en los medios.

Si su padre, Juan Carlos I, estuvo supuestamente a tiro de ETA y tuvo en el independentismo vasco a un enemigo acérrimo, a Felipe –quizá por el destino de llevar ese nombre– las amenazas le han venido de una Catalunya que ha visto crecer un sentimiento republicano sólo muy recientemente con la inclusión del concepto "República" en la pregunta del ya histórico referéndum anómalo del pasado 1 de octubre. 

A decir verdad, el papel de los monarcas en el siglo XXI se ha reducido desde el despotismo de los Felipes IV y V, si bien su influencia política –por lo menos la de Juan Carlos I– ha tomado cauces extraoficiales. Es el conocido “borboneo” del que el antecesor del monarca se sirvió para jubilar a Carlos Arias-Navarro, destruir a Adolfo Suárez, con el que encontró la horma de su zapato en Felipe González y que fue discutido por José María Aznar.

Sin embargo, el corto reinado de Felipe VI había mantenido una línea de discurso basada en la definitiva europeización de la monarquía. La situación de Catalunya ha llevado a la corona a una situación que no tiene precedentes recientes y que puede alimentar otros proyectos emancipatorios y republicanos, ya en otros territorios (País Vasco) ya en el conjunto del territorio. A su favor, como sus antecesores, el Rey cuenta con la jefatura de los ejércitos, y con la intervención de un Gobierno volcado en anular la disidencia por todos los medios. Pero la historia de los abusos de la monarquía indica que los problemas basados y solucionados mediante la injusticia y el dolor infligido no se solucionan, tan solo se postergan en el tiempo. Y los tiempos que corren corren más rápido de lo que nunca ha visto la civilización humana.

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