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Bolchevique negro es el título de la autobiografía de Harry Haywood, un libro de 1978 que ha visto la luz recientemente en castellano de la mano de Edicions Bellaterra. Subtitulado “Autobiografía de un comunista afroamericano”, se trata del apasionante relato de un militante antifascista que luchó en las dos guerras mundiales y en la contienda civil española, participó en huelgas obreras y movimientos de parados durante la Gran Depresión, contribuyó a las primeras campañas en defensa de los derechos civiles de la población negra, y todavía tuvo tiempo para involucrarse en los movimientos de la Nueva Izquierda de los años 60 y 70, dialogar con Malcolm X y los Panteras Negras, o contribuir a la formación de un nuevo partido comunista norteamericano de orientación maoísta.
Nacido en 1898 y fallecido en 1985, Haywood fue un testigo excepcional del siglo XX. Hijo de esclavos y educado en los valores de la religión cristiana, conoció desde muy temprano el racismo y la pobreza. Siendo un niño, su padre estuvo a punto de morir en un linchamiento y toda la familia tuvo que huir a Chicago. En la gran ciudad industrial del Norte entró en contacto con una comunidad negra mucho más numerosa de la que había conocido en su infancia en Omaha del Sur, Nebraska, y tomó conciencia política de la discriminación legal, explotación económica y negación cultural de los afrodescendientes.
Como miles de jóvenes afroamericanos, con la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial se enroló en las unidades negras del Ejército norteamericano. Destino Europa. Tenía 19 años y le movían más las ganas de aventura y de conocer mundo que el patriotismo o el ardor guerrero. A pesar de la dureza de la guerra, Francia sería paradójicamente para él una experiencia liberadora. Frente al opresivo racismo de los EE UU, el contacto con la sociedad francesa le permitiría descubrir un país en el que podía ser tratado con respeto y como un adulto: “Los franceses trataban bien a los negros, es decir, como a seres humanos (...) No quería regresar, y mi sentimiento era compartido por muchos soldados negros”.
La politización en el Chicago de los años 20
Aunque sopesaría establecerse en Francia, el deseo de volver a su familia pesaría más y le llevaría otra vez a Norteamérica. La vuelta a casa sería traumática e insoportable. El fin de la Primera Guerra Mundial coincide con una ola de segregacionismo racista en todos los EE UU, el renacimiento del Ku Klux Klan y el apogeo de los linchamientos a los negros, sobre todo en el Sur agrícola.
El verano de 1919 vive en primera persona los disturbios raciales de Chicago. Un hombre blanco mata a un muchacho negro en una plaga segregada del lago, la policía se niega a detenerlo, y una multitud de negros se levanta para protestar contra el racismo policial. Civiles y policías blancos responden con violencia, y a su vez los negros reaccionan atacando. Se levantan barricadas, se forman patrullas armadas, se incendian edificios, y el Gobierno despliega a 6.000 soldados para restablecer el orden. El orden blanco, claro está. Los disturbios, que se prologan durante una semana, dejan un saldo de 38 personas fallecidas, 23 afroestadounidenses y 15 blancos, y 537 heridos, en su mayoría afroestadounidenses, así como la destrucción de casas y negocios de familias negras.
Haywood, que trabaja entonces como camarero en una compañía de trenes, siente que tiene que hacer algo, y comienza a “buscar respuestas”. Autodidacta, devora libros y forma junto a otros jóvenes negros un grupo de debate y discusión en el que se empieza a hablar de marxismo, movimientos anticoloniales, cultura negra, y de una revolución rusa cuyos ecos también llegan a los EE UU.
La sacudida del “verano rojo” de 1919, marcado por la violencia racista en las principales ciudades de un Norte teóricamente más igualitario, haría a muchos afroamericanos perder la confianza en la posibilidad de integrarse algún día en la sociedad norteamericana
La suya no sería en todo caso una experiencia aislada e individual. La sacudida del “verano rojo” de 1919, marcado por la violencia racista en las principales ciudades de un Norte teóricamente más igualitario, haría a muchos afroamericanos perder la confianza en la posibilidad de integrarse algún día en la sociedad norteamericana, y orientaría a miles de ellos a involucrarse o simpatizar con el nacionalismo negro de líderes demagogos como Marcus Garvey, que propugnaba la separación de blancos y negros y el “regreso a África” de los descendientes de esclavos. A contracorriente de este movimiento de masas, Harry y su hermano Otto optarían sin embargo por unirse al recién formado Partido Comunista de los EE UU, convencidos de que negros y blancos de clase trabajadora tenían intereses comunes por encima de diferencias raciales: “Las mismas fuerzas parecían estar detrás de la oleada de racismo y de la violenta respuesta al sindicalismo y las huelgas que estaban teniendo lugar. Los extranjeros que eran deportados, los radicales que eran condenados a penas de prisión y los trabajadores que eran atacados por todo el país por los ejércitos privados de la empresa Pinkerton eran negros tanto como blancos”.
Tras un intento fallido de complacer a su familia asumiendo un buen puesto de empleo en Correos y casándose con una oficinista con aspiraciones de ascenso social, algo que parecía prefigurar su acceso a la llamada “clase media negra”, Haywood rompería con el convencionalismo de su trabajo y su matrimonio para convertirse en un “revolucionario profesional” a sueldo del Partido Comunista de los EE UU.
La experiencia moscovita y la autodeterminación del pueblo negro
Convertido en un prometedor cuadro del PC, el partido envía a Haywood a Moscú para perfeccionar su formación política. En la capital de la Unión Soviética entra en contacto con comunistas de los pueblos colonizados y de las minorías nacionales y culturales de estados plurinacionales, conociendo entre otros al vietnamita Ho Chi Minh o al sudafricano James La Guma.
Durante su etapa moscovita, Haywood evoluciona hacia una síntesis de marxismo y nacionalismo negro. Orientado por los soviéticos llega a la conclusión de que los afroamericanos no son una minoría racial sino un pueblo, una nacionalidad oprimida, y que como tal deben luchar por la autodeterminación nacional. ¿En que consistiría esto? ¿En formar un Estado propio al margen de los EE UU? No. Se trataría de lograr la plena igualdad con los blancos en todos los EE UU, así como el autogobierno de aquellas partes del Sur, el llamado Cinturón Negro, donde eran la población mayoritaria, pero donde habían sido desposeídos de sus derechos civiles y políticos a través de las llamadas Leyes Jim Crow promulgadas a finales del siglo XIX.
Para Haywood, la consigna de autodeterminación nacional no se traduciría en la creación de un Estado negro, sino en una redefinición de las fronteras de los condados del Sur, modificadas de manera interesada para lograr que la población negra fuera siempre minoritaria en estas unidades administrativas: “El autogobierno de la región del Cinturón Negro implica una reagrupación de los distritos de condado y de administración para garantizar la plena representación proporcional para el pueblo negro en todas las áreas de Gobierno”.
La revolución socialista norteamericana estaría llamada a resolver el problema nacional negro, la gran tarea democrática pendiente, olvidada en la primera revolución, la de la Guerra de Independencia, e inconclusa en la segunda, la de la Guerra Civil entre el Norte y el Sur. La transformación por los bolcheviques de un Imperio zarista, hegemonizado por la lengua, la etnia y la cultura rusas, en la plurinacional, multicultural y multiétnica Unión Soviética, debía ser la hoja de ruta a seguir por los revolucionarios norteamericanos.
Para Haywood, la Guerra Civil (1861-1865) y la posterior Reconstrucción (1865-1877) habían supuesto una segunda revolución democrática en la que la abolición de la esclavitud y la reforma agraria habían sentado las bases para la integración de los negros en la nación norteamericana. Un prometedor camino que había permitido el acceso de los negros a los cargos políticos, e incluso la formación de una pequeña burguesía de color. Esta revolución se había basado en una alianza de la burguesía industrial del Norte con los negros y el campesinado blanco del Sur frente a la burguesía rural de los estados confederados. Sin embargo, a partir de 1877 se había ido fraguando un nuevo pacto entre los burgueses del Norte y del Sur para regresar a la situación de dominio político y sobreexplotación de la población negra. Con la complicidad de los yanquis, los antiguos propietarios de esclavos habían ido recuperando las tierras arrebatadas por la reforma agraria, y a través de una compleja reforma legislativa, tolerada por el Gobierno federal, desposeyendo a los negros de sus derechos políticos y civiles en los estados del sur. A finales del XIX todo volvía a estar en su sitio, y muchos negros optaban por emigrar al Norte para escapar del régimen de violencia y racismo institucional instaurado en el Sur.
Para Haywood, el racismo habría sido la herramienta ideológica de la burguesía sureña para romper la alianza entre los antiguos esclavos y los blancos pobres, haciendo que estos se alinearan con los latifundistas
¿Qué papel habían jugado las clases populares blancas en este proceso contrarrevolucionario? Para Haywood, el racismo habría sido la herramienta ideológica de la burguesía sureña para romper la alianza entre los antiguos esclavos y los blancos pobres, haciendo que estos se alinearan con los latifundistas: “Enseñan a los obreros blancos y a sus hijos que los blancos son superiores a los negros. Ese es el método habitual empleado por un país capitalista para meter cuña entre sus propios trabajadores y los de la nación oprimida”. La opresión de los negros serviría como elemento de “compensación psicológica” para que los campesinos y trabajadores pobres del Sur, con condiciones de vida no muy diferentes a las de los negros, se sintieran sin embargo una “raza superior” con intereses en común con las clases dominantes.
Apuntadas en varios artículos de los años 30, estas ideas terminarían madurando en La liberación negra, un libro de 1948 en el que sintetiza nacionalismo negro y marxismo-leninismo, y que supone su gran legado como intelectual.
El Partido Comunista de EE UU, los afroamericanos y el “Caso Scottsboro”
Haywood no va a ser en todo caso solo un teórico. En sus memorias destaca como un infatigable activista y a su labor como organizador político y sindical dedica la mayoría de las páginas de Bolchevique negro.
En 1930 regresa a los EE UU coincidiendo con la Gran Depresión. Atrás deja casi cinco años en la URSS y una pareja, Ina, bailarina rusa, a la que no volverá a ver.
El país al que vuelve está marcado por la crisis económica, el crecimiento del desempleo y el empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras, fenómenos que afectan sobremanera a la población negra.
Integrado en la dirección del partido desplegará una formidable actividad en la lucha por organizar a los obreros y campesinos negros en el Partido Comunista y en otras organizaciones paralelas impulsadas por este
Integrado en la dirección del partido desplegará una formidable actividad en la lucha por organizar a los obreros y campesinos negros en el Partido Comunista y en otras organizaciones paralelas impulsadas por este, como la Liga por los Derechos de los Negros o Defensa Internacional del Trabajo. Esta última, de carácter antirrepresivo, va a jugar un papel clave en la defensa de los llamados Chicos de Scottsboro, nueve jóvenes afroamericanos acusados de violar a dos chicas blancas de Alabama. Condenados a muerte en 1931 por un jurado popular, la defensa de unos “violadores” era un tema muy espinoso e impopular para la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color, la gran asociación norteamericana por los derechos civiles, de corte reformista, y con una fuerte presencia de filántropos blancos de clase media en sus órganos directivos.
Mientras la moderada ANPC teme mancharse con el caso, los comunistas ponen toda su maquinaria legal y propagandística al servicio de los nueve condenados. Espoleados por la campaña de solidaridad con los Chicos de Scottsboro, la entidad rival de los comunistas en el ámbito de la lucha contra la segregación racial terminará uniéndose al movimiento por la revisión del caso. En 1932 la Corte Suprema de los EE UU obliga a repetir el juicio. Una nueva sentencia libra a los jóvenes de la silla eléctrica, si bien no de penas de cárcel.
El “caso Scottsboro” será el gran emblema de la lucha de los comunistas norteamericanos contra el racismo y los linchamientos extrajudiciales, una práctica común que todos los años costaba la vida a decenas de negros. A partir de una afiliación mínima de afroamericanos, apenas unos 200 a principios de la década de los 20, el número de negros crecería en los años 30 hasta un 15% de los militantes del Partido Comunista, una organización que después de la Segunda Guerra Mundial encuadraba a unos 60.000 afiliados, si bien su radio de influencia era bastante mayor, sobre todo por la destacada presencia de los comunistas en el sindicalismo, la cultura y los medios de comunicación.
Durante los años 30, Haywood trabajaría no solo en la promoción de la lucha por los derechos de la población negra, sino también en organizaciones interraciales de trabajadores negros y blancos, como los sindicatos y el movimiento de desempleados, que luchaba por la concesión de subsidios, planes de empleo público, almuerzos escolares gratuitos y una moratoria de los desahucios de las familias sin recursos.
La lucha contra la discriminación racial en las ayudas públicas sería otro de los pilares del movimiento de trabajadores sin empleo. Los Consejos de Desempleados serían un formidable espacio de activismo en el que la solidaridad de clase se antepondría a los prejuicios racistas de los obreros blancos y la desconfianza de los negros hacia los pobres blancos, a menudo tan racistas como las clases altas. Organizarían grandes movilizaciones para exigir sus reivindicaciones a las administraciones locales, estatales y federales, y presionarían al demócrata de Roosevelt a adoptar la política más social conocida en la historia los EE UU en el marco del New Deal.
Contra la guerra y el fascismo
La segunda mitad de los años 30 estaría marcada por la amenaza del fascismo y la guerra y la apuesta de la Internacional Comunista por promover la política unitaria del Frente Popular. Los comunistas norteamericanos rebajarían su sectarismo y buscarían hacer causa común con otros sectores demócratas y progresistas. Haywood se implicaría activamente en la solidaridad con Etiopía, invadida por la Italia de Mussolini. Dentro de la estrategia frentepopulista, el Partido Comunista promovería junto a otras organizaciones en el verano de 1935 un exitoso Comité Conjunto para la Defensa de Etiopía que organizaría grandes manifestaciones contra la invasión fascista.
El Estado africano, un símbolo de libertad y de empancipación para la comunidad afroamericana, despertaría una ola de solidaridad en Chicago y otras ciudades con una gran población negra, y serviría para la politización antifascista de muchos afrodescendientes, que identificarían el fascismo europeo de Hitler y Mussolini con el racismo y el supremacismo blanco que sufrían en los EE UU.
Un año más tarde, un golpe de Estado de militares derechistas contra el gobierno de la España republicana ponía en pie una movilización sin precedentes de las izquierdas mundiales. Tres mil norteamericanos se alistarían como voluntarios en las Brigadas Internacionales formadas para reforzar al Ejército de la República española frente a los golpistas, apoyados por Alemania e Italia, mientras Gran Bretaña y Francia promovían una fraudulenta política de “no intervención”.
Muchos de los voluntarios norteamericanos morirían en España, como Oliver Law, originario de Texas, militante del Partido Comunista de los EE UU, y el primer afroamericano en liderar una unidad con soldados blancos. Moriría en julio de 1937 en Villaviciosa de Odón, Madrid, combatiendo en la Batalla de Brunete.
Haywood sirvió en la batalla de Brunete como comisario político, pero las acusaciones sobre su falta de valor en el terreno de batalla le persiguirían en los meses y años posteriores
Haywood, que había participado en EE UU en las movilizaciones en solidaridad con la República española, pediría ser enviado a España a combatir. Tenía ya 39 años. Sirvió en la batalla de Brunete como comisario político, pero las acusaciones sobre su falta de valor en el terreno de batalla le persiguirían en los meses y años posteriores. Él siempre lo negó, y de hecho dedica un gran espacio en sus memorias a desmentir estas acusaciones, que atribuye al viraje político que se estaba produciendo en el partido con el secretario Earl Browder, uno de sus antagonistas, así como a sus críticas sobre las malas decisiones militares de los consejeros soviéticos desplegados en España. Para Haywood, que cuando escribe sus memorias es un fervoroso maoísta, muy crítico con la URSS, los militares soviéticos habrían provocado un alto número de bajas por su incompetencia militar en la batalla de Brunete.
A pesar de la traumática experiencia española, Haywood viviría como voluntario un tercer conflicto. En la Segunda Guerra Mundial, ya con 45 años volvería a alistarse, esta vez como marino, para luchar contra el fascismo y el imperialismo japonés.
Haywood, el Black Power y la Nueva Izquierda Norteamericana de los años 60 y 70
El Partido Comunista de los EE UU alcanzaría al término de la Segunda Guerra Mundial su máximo nivel de afiliación y de popularidad. Sin embargo, terminada la guerra el partido también se vería envuelto en una crisis interna entre su ala más moderada y reformista, partidaria de colaborar con los demócratas progresistas, y su corriente más radical e izquierdista. El inicio de la Guerra Fría convertiría al partido en sospechoso de ser la quinta columna de la URSS en los EE UU. La llamada “caza de brujas” terminaría de destruirlo. Si bien el partido y su militancia siempre habían sido objeto de represión, con el macartismo la persecución a sus dirigentes y militantes haría prácticamente imposible la actividad del partido. La campaña de depuración sería implacable y supondría la expulsión de los comunistas, excomunistas o sospechosos de simpatizar con el comunismo, de los sindicatos, los medios de comunicación, la administración pública y la industria cinematográfica.
La Caza de Brujas se va a solapar con una nueva crisis interna en el partido. Admirador de Mao y las revoluciones del Tercer Mundo, y muy crítico con el “revisionismo” de la URSS posterior a la muerte de Stalin, en 1953 Haywood abandona junto a otras decenas de militantes una organización que ya es prácticamente residual y que ha abandonado sus tesis sobre la autodeterminación nacional del pueblo negro.
El eclipse del Partido Comunista va a coincidir con el nacimiento del movimiento más fuerte de la población negra en la historia de los EE UU, algo que Haywood, leninista furibundo, y partidario de la vanguardia revolucionaria, siempre lamentaría como una oportunidad política perdida por la torpeza de su antigua organización. El boicot a la segregación racial en los autobuses de Montgomery, entre 1955 y 1956, sería el inicio de la gran campaña por los derechos civiles que desembocaría en la masiva marcha a Washington de 1963, en la que el doctor Martin Luther King pronunciaría su discurso más conocido, “I Have a Dream”.
Si bien el movimiento negro va a estar en una primera fase liderado por lo que Haywood llama “burguesía negra”, tras el asesinato de King en 1968 va a experimentar un proceso de radicalización.
Haywood y su esposa, la académica y activista Gwendolyn Midl seguirán con mucha atención la evolución de las luchas por la emancipación de la población afroamericana. El bolchevique negro, fiel a su historia y sus ideas criticaría lo que calificaba como “reformismo legalista” de “la burguesía del gueto negro”, en referencia a la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color y otras entidades cívicas, más o menos cercanas al Partido Demócrata, y simpatizaría en cambio con los sectores más radicales del Black Power, como el Malcolm X posterior a su ruptura con la Nación del Islam, los Panteras Negras o La Liga de Trabajadores Revolucionarios Negros de Detroit. Tanto él como su pareja seguirían sin embargo abogando por una organización marxista-leninista que hiciera causa común entre negros y trabajadores blancos, y orientara al movimiento negro en un sentido socialista y antiimperialista. Por eso, el viejo bolchevique de Nebraska, ya con casi 80 años, se involucraría en 1977 en la fundación del Partido Comunista (Marxista-Leninista), de corte maoísta, y que recogería a algunos sectores radicales de la Nueva Izquierda y el movimiento por los derechos civiles de la década anterior.
Marxismo
Bolchevique negro: Harry Haywood y el origen de la teoría del colonialismo interno
En 1978, siete años antes de su muerte, sucedida en 1985, en plena contrarrevolución conservadora de Ronald Reagan, publicaría sus memorias con la intención de dar a conocer la historia de las ideas y el activismo de los años 30 a una nueva generación de luchadores y luchadoras “abandonada a su suerte, desprovista de referentes tras la traición del Partido Comunista, obligada a comenzar casi desde la nada”.
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Interesantísimo libro, lástima que no haya sido traducido hasta el día de hoy. La historia y lucha de este hombre es magnífica, pues caso a la luz lls verdaderos intereses del racismo en los EE.UU: Dividir a los trabajadores blancos y negros para impedir una lucha común.
Su compromiso con la justicia racial y social estuvo garantizado, así como su antiimperialismo y antifascismo.
Lastima que en los EE.UU capitalistas sea imposible superar el racismo, pues sigue siendo una poderosa arma en manos de la élite económica blanca.