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Gordofobia
Vamos a escaparnos
La normatividad es así de evidente pero en vez de desautorizarla, de prenderle fuego al club o escupir en su puerta, nos dejamos la piel para formar parte de ella.
Lo más interesante de superar los 40 es tener conciencia de haber vivido varias vidas. Y también, como en mi caso, tenido varios cuerpos en uno. Todos ellos recibieron distintas miradas y juicios. Fui niña gorda, prepúber larguirucha y pasé de adolescente desgarbada y marimacho a veinteañera esbelta con alto valor sociosexual. Ahí se diluyó, a ojos ajenos, mi marimachez. Como el concepto de belleza es heteronormado, si gustas a los tíos, si apruebas el examen de la malegaze, la feminización es automática.
Después fui “rellenita”—primer aviso—, y adelgacé. Luego engordé y me puse al límite del bien y del mal —último aviso, estás a punto de expulsión—, para adelgazar y engordar de nuevo. No tardé en aprender que el terror a engordar engorda. Engorda o mata.
He estado dentro y fuera de la normatividad, ya conocí sus castigos y falsos premios (premios envenenados con el miedo a perderlos) y, sobre todo, y primero de todo, sus advertencias. Nos bombardean con ellas, imposible no conocerlas al dedillo. Ahora habito el lado de la incorreción, tan temido. Y no había para tanto. Daba más miedo verle las orejas al lobo a que el lobo huya de ti, asustado de no asustar.
Ser expulsada, perder el juicio de la normalidad, me permitió mirarme por fuera de la mirada ajena y me descubrí gustándome. Cumpliendo temerosa las normas no lo hubiera logrado.
Ahora que me simpatizo gorda, el desacato es un gozo y la reapropiación de la injuria un triunfo. Me digo gorda y hasta Ivy Queen me define cuando canta “aquí viene la caballota, la perra, la diva, la potra” en “Quítate tú pa ponerme yo”. Un título que describe bien lo que viene a continuación.
Imagina un club cuyas normas de admisión son bien conocidas y nadie te negará que también injustas, hasta fascistas, porque establece que hay personas que valen y merecen más que otras. Y aun así nos ponemos a la cola deseando que nos dejen entrar. Aspirando a estar en el lado bueno de la discriminación.
Gordofobia
Cuerpos en la playa, el bikini como forma de resistencia
Tener un cuerpo no normativo se castiga en el probador del Calzedonia, en el chiringuito de playa y en la piscina municipal. La producción cultural se ha encargado de dictar a las personas cómo deben ser sus cuerpos: en este dictado, el cuerpo gordo es un cuerpo incorrecto. Exponerlo, un desafío.
La normatividad es así de evidente pero en vez de desautorizarla, de prenderle fuego al club o escupir en su puerta, nos dejamos la piel para formar parte de ella. Queremos inclusión y pedimos reformas que amplíen los criterios un poquito para no quedarnos fuera. Al final parece que, por muy anticapitalistas que seamos, nos proyectamos como mercancía preocupada por su cotización en el mercado. Y, claro, sin diferencias de valor especular es imposible.
Una demanda de inclusión fue el invento de la gordibuena, que implica la existencia de gordimalas y para colmo vino de dentro del movimiento body positive. Muchas lo recibieron con alegría, agradeciendo esas condescendientes galletas de consolación que nos dan porque, obvio, nos ven necesitadas de consuelo. La gorda feliz, que no sufre por gorda, aunque exista, carece de inteligibilidad. No nos interesa concebirla, su existencia es un peligro, cuestiona la eficacia de los mecanismos de control. Las personas anormales tienen que estar un poquito jodidas, no vayan a restarle mérito de normalidad a las normales. Con lo que cuesta.
Ahora imagina que el club te admite y antes de cruzar la puerta te vuelves para decirle a quienes quedaron fuera: gracias, sin vosotras no lo hubiera conseguido. Y sabed que me parece muy injusto que no os dejen entrar. También sois válidas a vuestra manera. Y quién sabe si algún día... ¡No perdáis la ilusión, luchad por vuestros sueños! ¡Tened autoestima, que es lo más importante!
¿No te suena? A mí sí. Me pregunto si nos damos cuenta de que una inclusión conlleva una exclusión. ¿Puede haber dentro sin afuera? ¿Centro sin periferia? ¿Privilegio sin parias? ¿Puede existir un Nosotras sin las Otras?
Hablo con mi amiga Altair, mujer brillante, gorda y feminista, y dice que claro que se asume tácitamente que entrar al club implica la no admisión de otras. Que está tan normalizado que no se juzga mal. Que eso viene de la incapacidad de la gente para cuestionarse que el sistema puede cambiar. Que esa incapacidad es en parte indefensión aprendida y en parte egoísmo. Y que esto es aplicable a todas las opresiones. Y que las mujeres no nos desvivimos tratando de cumplir los criterios (por otro lado imposibles de alcanzar) para ser guapas sino para no ser feas. Y ser fea no tiene que ver tanto con el aspecto físico sino con el incumplimiento de las normas. ¿Por qué si no nos llaman feas a las feministas?
En un mundo que naturaliza y por lo tanto invisibiliza la opresión, el bullying se considera merecido y la persona acosada empatiza y comprende a su acosadora
Literatura
“Hoy a las mujeres gordas se les permite contar sus propias historias”
La escritora Sarai Walker aborda en Bienvenidos a dietland dos cuestiones importantes: una sobre el cuerpo y otra sobre la ira de las mujeres
Haciendo el fanzine Cómo Reírse de Una Mujer Gorda comprendí que en un mundo que naturaliza y por lo tanto invisibiliza la opresión, el bullying se considera merecido y la persona acosada empatiza y comprende a su acosadora: me castigan porque soy así, es culpa mía. La alienación funciona. La gordofobia es obediencia, control y vigilancia del cuerpo propio y ajeno. También es odiarte y enfermar, no comer, darte atracones. Es esconderte, no salir y rechazar planes porque ahora no puedes mostrarte al mundo así. Es posponer la vida, ya empezarás a vivir más tarde, cuando lo merezcas, cuando adelgaces y seas normal.
El fascismo siempre estuvo aquí, muy dentro, en la lógica que te hace alegrarte de que hay gente peor que tú. Aunque la compadezcas. Seré una esclava, pero prefiero estar dentro, calentita, que ahí afuera.
Tras la charla, Altair me pasó el enlace de “La negra de la casa”, el post de Faktoría Lila basado en el “Mensaje a las bases” de Malcolm X: “Yo no quiero vivir en la casa del amo, vestir la ropa del amo, como aquel negro de la casa, del que hablaba Malcolm X. Yo no quiero las ventajas de lamerle el culo al amo. Yo no quiero tranquilidad, comodidad y presunta estabilidad, a cambio de renunciar a mi libertad y regalársela al amo. Yo no quiero saciarme con las sobras del amo a cambio de ignorar que las negras del campo tienen que repartirse un rancho que no llega para el hambre de todas”.
Luego busqué el discurso de Malcolm X para seleccionar este párrafo y terminar este artículo con él: Si ibas con el negro del campo y le decías “vamos a escaparnos, vámonos de aquí”, el no preguntaba “¿a dónde vamos?”, solo decía: “cualquier lugar es mejor que este”.
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La gordofobia no existe, en serio me da asco y me parece estúpido hablar de la obesidad como si fuera un estilo de vida y no una enfermedad que puede matarte cuando sea.