Análisis
‘Altri non’, pero ¿a qué decimos ‘sí’?

Está en juego la capacidad de pasar del estado suspicaz al modo constructivo. Esto implica levantar un programa ambicioso de descarbonización, un Green New Deal gallego que no tema el futuro porque está diseñado para hacerlo posible.
Altri Nunca Mais - 2
Brais Lorenzo Trabajadora en la ría de Arousa, lugar de desembocadura del río Ulla, donde Altri pretendía verter sus residuos.

El anuncio de la instalación de la planta de celulosa de Altri en Palas de Rei (Lugo) abrió uno de los mayores debates políticos de los últimos años en Galicia. Defendida por el Partido Popular de Galicia como motor de modernidad, generadora de “empleo verde” y oportunidad para un territorio en declive demográfico, fue rechazada por una ola de movilizaciones ciudadanas que hicieron del Altri Non un clamor popular. En la retina queda la imagen de las más de 100.000 personas que desbordaron la plaza del Obradoiro, las miles que recorrieron Palas de Rei y los más de 600 barcos que abordaron la ría de Arousa.

Desde el Nunca Máis no se veía un conflicto en clave ecológica tan sostenido en el tiempo ni con una capacidad de interpelación tan amplia, capaz de traspasar las fronteras gallegas y activar solidaridades estatales e internacionales. El ciclo de protestas ya está dando frutos: las posibilidades inmediatas de que el proyecto salga adelante en los próximos años son mínimas.

Ahora bien, la dimensión alcanzada por el conflicto revela que el debate sobre Altri va mucho más allá de una planta de celulosa. Apunta, en realidad, a una discusión de fondo sobre qué modelo productivo queremos, cómo imaginamos la modernidad y qué lugar debe ocupar Galicia en la transición ecológica global.

“Os do non”

Marzo de 2025. En pleno apogeo del Altri Non, el PPdeG cambia desesperadamente su estrategia. Las narrativas greenspeak compartidas con Altri, las explicaciones técnicas sobre las mejores técnicas disponibles o la apelación a una evaluación ambiental favorable ya no funcionan. Había que ensayar otra vía: presentarse como un gobierno que promueve la modernización de Galicia y convertir el Altri Non en sinónimo de atraso. Al mismo tiempo, se optó por narrar el movimiento como una táctica política del BNG, y no como lo que era en la práctica: una movilización ciudadana amplia y diversa.

En ese nuevo guion, la conselleira de Economía e Industria, María Jesús Lorenzana, acusaba al BNG de “liderar y animar” las protestas, advirtiendo que “es la misma historia, pero con otro nombre. Cuando pase Altri, será otra cuestión. Si no lo paramos, Galicia será una Galicia peor, una Galicia del siglo XIX”. También atacaba a figuras públicas que se sumaran a la campaña contra la macrocelulosa, como el actor Luis Zahera, y concentraba su discurso en un lema: “El Bloque Negacionista Gallego seguirá siendo el partido del no al futuro de Galicia”.

En sus redes sociales el PPdeG lanzaba la campaña audiovisual No a todo y agitar la calle. En el vídeo, identificaban al BNG como “el partido del no”, no solo por Altri, sino también por una serie de “noes históricos”: a la OTAN, a los eólicos, a las minas o al bilingüismo. La estrategia era clara: reducir la diversidad de la movilización social a una única etiqueta partidaria y oponer, de forma simplificada, modernidad y atraso.

Hay que conceder al discurso de los populares que captó un elemento real. Efectivamente, la oposición al Gobierno de la Xunta mantiene una postura fundamentalmente defensiva, y el Altri Non se inscribe en una tradición de rechazos históricos. Es más fácil ponerse de acuerdo en el 'no' que en el 'sí', y el gobierno de Alfonso Rueda sabe que la propuesta de futuro de ese amplio movimiento que tiene enfrente no es tan evidente.

Activar el modo constructivo

Altri Non encontró en su negativa su fuerza: fue capaz de marcar el debate público y hacer avanzar su posición. Pero esa misma negativa, si no forja un horizonte, puede terminar sumida en un círculo de impotencia. Se trata de una posición defensiva y resistencialista, necesaria para detener proyectos lesivos, pero insuficiente para presentar la hoja de ruta transformadora que requiere la crisis climática.

Xan López —miembro del Instituto Meridiano de Políticas Climáticas y Sociales— señala que en las últimas décadas las fuerzas progresistas perdieron sus horizontes de progreso tradicionales, adoptando con frecuencia posiciones defensivas para proteger conquistas previas frente a las embestidas neoliberales o neorreaccionarias. El problema, advierte, es que si este camino de oposición no incorpora propuestas alternativas deseables y viables, corre el riesgo de estancarse en un “sentir esencialmente conservador o inmovilista”, que lleva en ocasiones a igualar sistemáticamente “todo cambio con una ofensiva antisocial”.

Opinión similar comparte Emilio Santiago, doctor en Antropología y científico titular del CSIC. El autor de Vida de ricos (Lengua de Trapo, 2025) y Contra el mito del colapso ecológico (Arpa, 2024) defiende que “ese tipo de conservadurismo es legítimo —defender lo que existe si vale la pena—, pero en el ámbito del ecologismo, puede dificultar el desarrollo de una línea política propositiva en relación con las transformaciones rápidas y radicales que precisamos”. Una “posición excesivamente conservadora y romántica de la naturaleza” puede dificultar la construcción de una agenda desarrollista verde que es necesaria incluso para decrecer, “salvo que se manejen horizontes de re-ruralización y retroceso tecnológico, a mi juicio imposibles e indeseables”.

Para Santiago es preciso activar el modo constructivo, esto es, “pasar de la cultura del rechazo a una política productivista selectiva” que sepa distinguir qué industrias pueden ser aliadas de una transición justa y cuáles no. No basta con detener un proyecto megacontaminante: es necesario poner en marcha un Green New Deal gallego que convierta la transición ecológica en una palanca de modernidad inclusiva, democrática y justa.

No tenemos tiempo para instaurar el socialismo en quince años

Ambos entrevistados coinciden en que es necesario un rápido despliegue de políticas industriales. Xan López, autor de El Fin de la Paciencia (Anagrama, 2025), señala que el objetivo es abandonar la dependencia de los combustibles fósiles, unirse a la revolución industrial del siglo XXI y apostar por la electrificación, las renovables y la regeneración de los ecosistemas. Esto requerirá grandes inversiones, infraestructuras y alianzas que “no siempre podrán ser 100 % públicas porque no hay capacidad para eso, ni tenemos tiempo para instaurar el socialismo en quince años”, advierte Emilio Santiago. Para el investigador, es preciso aceptar una idea incómoda pero crucial: el impacto cero no existe. La transición ecológica implica contradicciones, tensiones y renuncias a intereses de parte.

Es necesario hacer triaje, ordenar prioridades y elegir qué impactos asumimos. Eso no significa dar un cheque en blanco a cualquier proyecto: como sintetiza López, “no se trata de apoyar o rechazar cualquier proyecto industrial en abstracto, sino de analizar qué busca, qué beneficios aporta frente a sus impactos, cómo se financia, cómo se integra en el territorio y hacia qué tipo de sociedad conduce”. En este contexto, ambos realizan una defensa clara del desarrollo de las renovables (eólica y fotovoltaica), que consideran una pieza fundamental de la transición.

Sin embargo, en muchos territorios, el “renovables sí, pero no así” derivó en un “no aquí” y, poco después, en un “no en ningún sitio”: un escenario perfecto para el retardismo fósil y para las nuevas derechas, que, exaltando una supuesta naturaleza “pura” y esencial de la nación, acaban por oponer paisaje y transición ecológica como si fueran dos enemigos naturales. Nada más lejos de la realidad, advierte Santiago, que insiste en que solo un desarrollo acelerado de las renovables puede garantizar que en el futuro no perdamos esos paisajes bajo sequías, desertificación e incendios. Por otra parte, recuerda que el paisaje es una construcción social moldeable, lo que explica que hoy se consideren patrimonio ruinas industriales que en su momento eran vistas como aberraciones. También cita el ejemplo de las baterías: “las instalaciones ni siquiera tienen impacto paisajístico; el único impacto podría ser una pérdida de valor de algunas viviendas por bulos sobre salud”. Por el contrario, podrían convertirse en una oportunidad si se acompañan de reformas legislativas que abaraten la electricidad para procesos industriales próximos a las fuentes de generación o creen fondos soberanos que reinviertan los beneficios en el territorio. “Igual un Green New Deal gallego puede ir por ahí”, concluye.

Para López, el Green New Deal no puede existir solo en nuestras cabezas: debe concretarse “aquí y ahora, en el mundo tal y como es, con el peso de la historia, las contradicciones locales y nacionales y las relaciones con otros países con sus propios intereses”. Es necesario aunar “toda la ambición que sea posible con el pragmatismo necesario para que ese horizonte sea viable”. Esto implica articular mayorías sociales plausibles, asumir negociaciones con actores con los que no se coincide en todo y avanzar, pese a la complejidad, hacia un marco común de justicia climática.

Nuestras sociedades están despidiendo el neoliberalismo y transitando hacia “otro mundo que puede ser mejor o mucho peor”. En este momento de interregno, concluye, es decisivo dar una respuesta convincente; de lo contrario, “nos condenaremos a décadas de subalternidad y resistencia mientras el mundo arde”.

¿A qué le decimos 'sí'?

En el conflicto en torno a Altri se han colado diversas representaciones. El PPdeG trató de vincular el proyecto con la modernidad y el progreso, al tiempo que tildaba a toda la oposición de defensores del atraso, vinculándolos al BNG. Enfrente, dentro de la izquierda política, social y sindical, también aparecieron discursos que interpretaron el conflicto como una lucha entre un supuesto “realismo productivista”, centrado en las “cosas de comer”, y un “ecologismo romántico”, defensor de una naturaleza idealizada y despreocupado por la lucha de clases.

Ambas representaciones, con parte de verdad, comparten un mismo presupuesto: la imposibilidad de una modernidad deseable para todos y respetuosa con los límites planetarios. Pero, ¿es realmente imposible? ¿Solo nos queda decir que no?

Para Xan López, estas oposiciones expresan tensiones reales, “en cierta forma insuperables”, que es preciso abordar con lucidez. Se trata, dice, de un “conflicto de sensibilidades e intereses que siempre va a aparecer en cualquier propuesta industrial a gran escala”. La modernidad industrial tiene impactos ambientales y sociales profundos, “y esto es tan cierto ahora como lo era en los tiempos de Marx”. La cuestión no es decidir quién tiene razón, sino “evaluar cada propuesta en su conjunto: si resuelve un problema grave, si los beneficios superan los impactos y si no existe una forma social y políticamente mejor de lograr el mismo objetivo”.

La advertencia es clara: sin superar esa tensión entre conservación y desarrollo, el riesgo es que el ecologismo quede atrapado entre un romanticismo inmovilista y un productivismo sin límites. El reto es otro: reinventar la modernidad en clave de seguridad climática, energética y vital. Lo que está en juego no es solo el destino de una comarca o de una ría, sino la capacidad de garantizar veranos habitables, aire respirable y empleo seguro en un mundo inestable.

En lugar de un inventario abstracto, es posible imaginar caminos muy concretos que hacen tangible esa alternativa. Aldeas y villas que producen su propia energía gracias a cooperativas eólicas y solares en las que el vecindario participa, cuando menos, en un 30 %, beneficiándose de una tarifa local más justa. Barrios que cada año se transforman con la rehabilitación profunda de las viviendas, comenzando por los hogares más frágiles y por la lucha contra la pobreza energética. Comarcas unidas por una red de transporte cadenciado, con billete único y conexiones frecuentes en las cabeceras, devolviéndole centralidad al bus público. Montes que dejan de ser territorio abandonado para convertirse en espacio de contrato colectivo: silvicultura sostenible, pagos por servicios ecosistémicos, prevención activa de incendios. Juventud que encuentra trabajo seguro en una formación reindustrial verde, con una FP ligada a las empresas y cláusulas justas en toda compra pública.

Lo que está en juego es la capacidad de pasar del estado suspicaz al modo constructivo. Ya no basta con imaginar: es preciso construir. Esto implica erigir un programa ambicioso de descarbonización —vivienda, energía, empleo, movilidad, comunidades energéticas, derechos sociales—, un Green New Deal gallego que no tema el futuro porque está diseñado para hacerlo posible.

En esa tarea, la lucha contra Altri puede ser recordada como el momento en que Galicia transformó la resistencia en proyecto y la defensa del territorio en horizonte de país. Buena parte del país puso freno a la lógica extractivista. ¿A qué le decimos “sí”, aquí y ahora, para que ese freno se convierta en rumbo?

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