Fronteras
La ruta de los Balcanes: vanguardia de la violencia fronteriza europea

Los acuerdos asumidos por los países balcánicos para su adhesión al espacio Schengen están convirtiendo la región en una frontera cada vez más violenta.
Pirto Croacia - 2
Pintadas en la frontera croata. Marta Moreno Guerrero

Las familias de Mustafa Abdulmajid Mohammad, de quince años, y de Abdulwahed Hasan Ammar, de veinte, pidieron que sus hijos descansasen en el cementerio de Saraj, en Tuzla (Bosnia). “Llevaban una gran esperanza en sus corazones para una vida mejor. Dejaron atrás su patria y sus seres queridos en busca de una mejor oportunidad. Soñaban con aprender y un lugar donde se reconociesen sus habilidades, donde pudieran construir un futuro mejor para ellos y sus familias. Siempre soñaron con una vida con dignidad. El viaje que comenzaron con gran esperanza resultó ser más duro de lo que nunca podrían imaginar. En su camino a Europa, sus vidas fueron apagadas antes de que pudieran realizar sus sueños, dejando atrás un doloroso recuerdo y una esperanza incumplida”, recita el comunicado que sus familias compartieron para su funeral en este cementerio en el noreste de Bosnia.

Mustafa y Abdulwahed perdieron su vida en el río Drina el pasado mes de agosto, intentando alcanzar el país donde, ahora, sus cuerpos reposan. Ellos y otras diez personas fueron tragadas por el río, entre ellos, un bebé de nueve meses; la víctima más joven de la ruta de los Balcanes. Antes de él, lo era Madina Husseni, una niña de seis años que moría en 2017 arrollada por un tren mientras la policía fronteriza croata le hacía retroceder a Serbia. Cuatro años más tarde, el Tribunal de Estrasburgo confirmaría la responsabilidad de la policía croata en la muerte de Madina. Su cuerpo aún descansa en el cementerio de Šid, un pueblo en la frontera entre Serbia y Croacia.

La OIM calcula que 389 personas han desaparecido intentado llegar a la Unión Europea a través de los Balcanes Occidentales desde 2014

Los dos jóvenes que ahora descansan en Tuzla murieron al caer de una embarcación en la que viajaban treinta personas. De esa cifra, doce se ahogaron, y tan solo once han podido ser identificados. Se estima que, desde principios de 2022, los cuerpos sin vida de 155 personas presuntamente migrantes han acabado en los depósitos de cadáveres cercanos a las fronteras a lo largo de una ruta que incluye Serbia, Bulgaria y Bosnia, están aún sin identificar. La OIM calcula que 389 personas han desaparecido intentado llegar a la Unión Europea (UE) a través de los Balcanes Occidentales desde 2014.

En el grupo de Facebook Dead and Missing in the Balkans [Muertos y Desaparecidos en los Balcanes], seres queridos intentan buscar a aquellos que eligieron ese camino para llegar a la UE pero que hace tiempo nadie sabe de ellos. En este mismo grupo, las palabras de apoyo a las familias de aquellas doce personas que murieron en el Drina resuenan bajo sus fotografías.

La lápidas de Mustafa, Abdulwahed, Jawed Nazari —enterrado también en Tuzla, tras morir ahogado en el río Sava en 2022— o Madina, entre otros, así como las entradas diarias en el grupo de Facebook donde se almacenen las fotografías de todas las personas que llegaron a los Balcanes pero nunca pudieron salir, reflejan la violencia fronteriza europea.

Los Balcanes Occidentales son una de las principales rutas para llegar a la Unión Europea, y supone la principal frontera terrestre del continente. Un paso que, debido a la política migratoria de la UE aplicada a las países con los que hace frontera, supone también el más violento dentro de Europa. Devoluciones en caliente, violencia física y sexual, encarcelamiento, robo e intimidación son algunas de las prácticas que los agentes fronterizos ejercen en los países de los Balcanes Occidentales y que han sido registradas por las organizaciones humanitarias sobre el terreno. A veces, son incluso más originales: psicotrópicos en las comidas en los centros de internamiento, desnudar a las personas y quemar sus ropas, uso de perros o el uso de un “agua especial” que provoca una reacción en la piel.

Y es que el último año, y debido a la ejecución de los últimos acuerdos firmados en la región así como el Pacto Europeo de Migraciones y Asilo, recorrer los Balcanes Occidentales es un juego —‘Game’ es como las personas en movimiento llaman a cruzar las fronteras de los Balcanes— cada vez más peligroso que se cobra la vida de un número creciente de personas.

Lo que se conoce como la Ruta de los Balcanes, hace referencia al corredor humanitario creado en los primeros meses de 2015 y luego cerrado en marzo de 2016 con el comienzo de la —mal llamada— “crisis migratoria”. Desde entonces, la ruta de los Balcanes se ha caracterizado por dejar a miles de solicitantes de asilo varados en tierra de nadie, consecuencia de la llamada de la Unión Europea para que Macedonia del Norte, Eslovenia, Serbia y Croacia cerrasen sus fronteras.

En Bulgaria (casi) nadie entra

Muhammad Khalil es kurdo y hace alrededor de dos años que salió de Raqqa (Siria). “Trabajé un tiempo en Turquía como barbero hasta que mi permiso de residencia expiró, y la discriminación [hacía los sirios] me hizo irme de allí”. Muhammad se refiere a la campaña anti-migración que la oposición turca de Kemal Kılıçdaroğlu usó como principal pieza de su carrera electoral de cara a los comicios del pasado año. “Cuando crucé a Bulgaria me cogieron y me llevaron a prisión sin darme ninguna explicación”, el joven de veinte años que cuenta su historia ayudándose del traductor relata como “tras quince días en prisión en el sur de Bulgaria [cerca de Harmanli] me dejaron libre y pude irme a Sofia”.

Desde diciembre del pasado año, cuando se hacia oficial la entrada de Bulgaria al territorio Schengen, el país fronterizo con Turquía reforzó aún más sus fronteras siguiendo las recomendaciones de la UE. Unas medidas resultado del ‘marco de cooperación sobre la gestión de las fronteras y la migración’, acordado en marzo de 2024, en consonancia con los acuerdos de Bulgaria y Rumanía para la gestión migratoria como condición para la admisión parcial de ambos países en el bloque Schengen. Dentro de este acuerdo, Bulgaria recibe su parte de 85 millones de euros específicamente como ‘Instrumento de Gestión de Fronteras y Visados’.

Resultado de esta inversión, y según datos de la policía fronteriza búlgara, en los primeros meses de 2024 se registraron 3,5 veces menos intentos de cruzar sus fronteras con respecto a 2023, y entre enero y mayo de 2024 se “impidieron” 15.000 intentos, frente a los 55.000 del mismo periodo de 2023. Cuando los informes oficiales hablan de “impedir” podemos asumir que estamos ante 15.000 devoluciones en caliente, una práctica que supone una violación del principio de no devolución de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951. En este periodo, la Red de Monitoreo de Violencia Fronteriza (BVMN, por sus siglas en ingles) ha publicado diez testimonios de devoluciones en caliente en las fronteras que Bulgaria comparte con Turquía y Serbia.

Grecia, orgullosa de ser el ‘escudo de Europa’

“Pero al menos en Bulgaria si eres listo no te pasará nada, pero en Grecia, tanto si eres listo como si no, te van a pegar”, asegura Muhammad. El joven kurdo-sirio intentó cruzar por Grecia antes de cruzar a Bulgaria. La policía griega le atrapó, le golpeó y le obligo a volver a Turquía. Algo más de suerte, si es que se le puede llamar así, tuvo Saad Ahmed, también de etnia kurda pero nacional de Irak, “íbamos unos diez, puede que más, en un coche. Cruzamos y la policía empezó a dispararnos, pero conseguimos seguir”.

El Consejo Griego para los Refugiados publicó, el pasado marzo, un informe según el cual las devoluciones de solicitantes de asilo a Turquía son generalizadas e implican detención ilegal, intimidación, violencia física y sexual, y confiscación arbitraria de efectos personales. El pasado año, y según las estadísticas de ACNUR, el número de personas que llegaron a Grecia superó el número de llegadas registrado en 2022, alcanzando la cifra más alta de llegadas desde 2019. Además, es posible que estas cifras solo representen una fracción de las personas que han intentado llegar a territorio griego, si se tienen en cuenta las prácticas sistemáticas de devolución en las fronteras terrestres y marítimas que la BVMN lleva años registrando. Paralelamente a los esfuerzos en curso para fortificar la frontera greco-turca con tecnología y personal, el gobierno griego ha dado prioridad al control de las personas en movimiento mediante la ampliación del uso de la detención junto con la intensificación de la vigilancia policial en los centros urbanos.

Además, y en este mismo sentido, la victoria de Nueva Democracia, a pesar de los escándalos, ha dejado claro la impunidad política, así como la actitud del país heleno hacía la gestión migratoria. Recordemos que ya en 2022, Kyriakos Mitsotakis, manifestaba su intención de reducir la llegada de refugiados, y el ministro griego de Migración informaba que la policía griega impidió la entrada de 260.000 personas por la frontera terrestre con Turquía, en Evros, en 2022. La intención del gobierno griego es transparente: conseguir que Grecia se convierta en “el escudo de Europa”.

Serbia, de donde no se puede salir

“Cruzamos Grecia y Macedonia, y desde Macedonia vinimos andando hasta Serbia”, sigue contando Saad, “andamos tres días perdidos en las montañas hasta que conseguimos llegar a Serbia”, asegura el joven quien apenas ha cumplido veinticinco años. Cuenta que primero llegaron a Belgrado, donde conocieron a Ahmad Nashat, biólogo de veinte años también kurdo de Irak. Ambos están con un grupo más grande de compañeros también kurdos, que se han conocido en Serbia, algunos en Belgrado “en un parque mientras descansábamos”, otros en el campo de tránsito donde estamos ahora, en Sjenica.

Ubicado al suroeste de Serbia, Sjenica es un pueblo que pertenece a la región de Raška. La zona se caracteriza por ser el hogar de lo que se conoce como serbios Citači —serbios musulmanes—. Esta comunidad supone tan solo 0,08% de la población del país (alrededor de 4.000 personas), según el censo de 2022. Preševo o Tutin, otros municipios al sur del país, son también mayoritariamente musulmanes. Estos pueblos, son a su vez, donde se han mantenido los centros para personas en movimiento.

Hace exactamente un año, Serbia contaba con 21 campos; divididos en centros de recepción/tránsito (CRT) y centros de asilo (CA). Sin embargo, debido a las operaciones militares anti-migración que se iniciaron en octubre del pasado año, tan solo se mantienen en funcionamiento los ubicados en el sur del país y en Belgrado. Aquellos ubicados cerca de las fronteras con Hungría o Croacia han sido cerrados y las personas que allí esperaban reubicadas en el sur del país, cerca de las fronteras con Macedonia y Bulgaria, donde Muhammad, Ahmad y Saad se encuentran.

Pirto Croacia - 1

Estamos en un descampado a las puertas del campo de Sjenica, donde los jóvenes que allí duermen estos días y activistas parte de No Name Kitchen (NNK) —organización presente en los Balcanes desde 2019 y que abrió un proyecto en la ciudad este año— pasan el rato. Ahmad se ha encargado, todo este tiempo, de traducir la conversación.

“¿Dónde aprendiste inglés tan bien”, pregunto. “En la universidad ¿dónde lo aprendiste tú?”, responde en tono de burla, dejándome claro la ridiculez de la pregunta. Sin siquiera darme la oportunidad de responder sigue con el relato, “estábamos en un parque [en Belgrado], la policía apareció de repente y, sin ninguna explicación, nos esposaron, nos preguntaron qué teníamos encima y nos quitaron el dinero. A mí 200 euros. Saad tuvo más suerte, el agente que lo esposó le aconsejó que escondiera sus cosas”, explica con detalle el biólogo. Miro a Saad Ahmet, “tuve suerte, supongo. Él no tanto”, asegura el joven mientras señala a su compañero a la derecha. “Él estaba sonriendo, la policía lo vio y le empezó a gritar ¿por qué sonríes? Y le pegó una cachetada en la cara para que dejase de sonreír”, se encarga de aclararme Ahmad.

Todo el grupo fue trasladado a la comisaria en Belgrado, donde pasaron la noche en el calabozo. A la mañana siguiente, los llevaron a los juzgados donde fueron multados con cien euros, aunque ni siquiera saben por qué les multaron; no les dieron ningún papel y nadie les aclaró qué pasaba. “Tan solo dimos el dinero, no queríamos tener problemas”, aseguran. Tras pagar pudieron irse sin más explicación. Al día siguiente llegaron a Sjenica, “esta es la primera comida que hemos tenido en tres días”, aseguran y señalan una caja con pollo que el grupo ha sacado del campo.

En los últimos meses de 2023, el uso de los campamentos en Serbia experimentó cambios dramáticos como resultado de la ‘Operación Conjunta Serbio-Húngara contra el Tráfico de Personas’. Una colaboración que condujo a la militarización de la frontera serbo-húngara, con el despliegue de varios cientos de miembros de la Unidad Especial Antiterrorista, la gendarmería, unidades de la policía serbia y húngara, la Administración de la Policía Fronteriza, la Uprava Kriminalističke Policije (UKP) serbia, así como las administraciones regionales de policía.

En los últimos meses de 2023, alrededor de 7.000 personas fueron trasladas del norte de Serbia a los campos en la frontera con Macedonia

Tal operación ha reducido drásticamente la movilidad de las personas en Serbia, así como, el trabajo de las organizaciones sobre el terreno. Muchas de las personas que estaban a punto de cruzar a Hungría quedaron atrapadas en el campo de Krnjaca, cerca de Belgrado, durante meses, creando una incertidumbre que está resultando en una lógica carcelaria que se manifiesta a través el acoso activo hacia las personas en estos centros.

En este mismo sentido, el pasado mes de junio, la titular del Comisariado Serbio para los Refugiados y la Migración (SCRM), Nataša Sranisavljević, publicaba algunas estadísticas que dan cuenta del reducido número de personas que actualmente emigran a través de Serbia. En datos: el número de personas registradas en los centros de acogida y asilo gestionados por el gobierno ha disminuido en un 73%, en comparación con el año pasado — esto es 6.705 en los primeros cinco meses de 2024, a 24.640 en el mismo período de 2023. Lo que estaría estrechamente relacionado con el cierre de la mayor parte de los centros y la evacuación forzosa de las personas que se refugiaban en estos.

Para entender la lógica detrás de todo esto, hay que destacar que el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas condenó a Hungría a pagar una multa de 200 millones de euros por incumplimiento continuado de la legislación europea en relación con sus devoluciones en caliente a Serbia. La sentencia incluye multas diarias de un millón de euros mientras sigan produciéndose las devoluciones y no se modifique la legislación nacional que las permite. Ahora bien, las devoluciones en caliente desde Hungría se han reducido puesto que la gente ni siquiera es capaz de llegar a esa frontera. Como ya se ha indicado, todos los campamentos cerca de la frontera húngara así como los asentamientos irregulares han sido desalojados, y las personas alejadas lo máximo posible de esa frontera. Nos encontramos ante una nueva práctica en la región: devoluciones dentro de un mismo país. En los últimos meses de 2023, alrededor de 7.000 personas fueron trasladas del norte de Serbia a los campos en la frontera con Macedonia.

Escuchando toda la conversación estaba Abid Tasal, un afgano de diecinueve años. Sentado en una silla de ruedas, con la pierna izquierda vendada y el brazo derecho entablillado, cuenta cómo esas heridas son el resultado de su estancia en Belgrado; cuando durmiendo en un edifico escuchó como la policía se acercaba y, asustado, decidió saltar por la ventana con la esperanza de poder escapar. “Estamos mejor aquí que en Belgrado. Nos mandaron aquí tras el accidente, hace unos cinco días.”. Abid no se separa de su amigo, con quien ha estado desde que salió de Afganistán hace unos dos años. Ambos estuvieron años trabajando en Irán y Turquía con el fin de ahorrar dinero para cruzar. Lo hicieron por Bulgaria, “en Bulgaria ningún problema, pero una vez en Serbia…”, el joven niega con la cabeza. Sin embargo, Abid no ha perdido la sonrisa en ningún momento de la conversación, “voy a Suiza para estudiar ingeniería”, explica con ilusión mientras tira del brazo a su amigo para poder abrazarlo, “el viene conmigo”, asegura. Ambos se miran y sonríen, “en quince días nos ponemos en marcha”, me dice y me enseña una papel en el que se indica que debe salir del país en menos de veinte días.

—Pero ¿y la pierna?, pregunto. Abid agita el brazo sin vendar para quitarle importancia —“no está rota, es solo un esguince”, me asegura. La escayola que le rodea el tobillo indica lo contrario. En el papel se especifica que si no sale del país en el tiempo establecido irá a prisión.

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Los Balcanes, el ‘hub’ de la violencia fronteriza europea

Hace exactamente un año, Hazam (nombre ficticio para proteger la situación de la fuente) un periodista que huía del régimen talibán me contaba la violencia que había experimentado tanto en Bulgaria como en Serbia: “diez veces intenté cruzar y diez veces me devolvieron a Turquía”. Sutestimoniose agrupa entre los miles que se usan para intentar condenar la violencia fronteriza. Hazam estaba en un asentamiento irregular cerca de la frontera serbocroata. Afortunadamente pudo llegar a Alemania aunque sigue en situación irregular. El asentamiento donde se sintió seguro ya no existe, él mismo vio como la policía lo destrozó. “No vengáis hoy, la policía ha venido y ha roto todo”, decía el mensaje que mandó al equipo de NNK. Ha pasado un año desde que este mensaje marcara el inicio del incremento de violencia de la ruta de los Balcanes. Desde entonces, decenas de acuerdos amparan las nuevas prácticas que se están haciendo cada vez más presentes. Las organizaciones llevan meses denunciando que la región está experimentando unos niveles de violencia y acoso nunca antes registrados aquí.

Ahmad Nashat desea ir a Alemania porque “quiere poder trabajar de biólogo”. Muhammad Khalil tan solo quiere “poder tener un trabajo que me permita mandarle dinero a mi hermano pequeño” que sigue en Siria. Abid Tasal quiere poder estudiar ingeniería. Como ellos, Mustafa Abdulmajid Mohammad y Abdulwahed Hasan Ammar tan solo buscaban una vida mejor para ayudar a sus familias pero “sus vidas fueron apagadas antes de que pudieran realizar sus sueños, dejando atrás un doloroso recuerdo y una esperanza incumplida”.

Y es que las muertes de Mustafa y Abdulwahed, así como la violencia que Ahmad, Muhammad Khalil y Abid han sufrido —y puede que aún les quede por sufrir— son la realidad de los acuerdos migratorios que diseña y paga la Unión Europea, y los Balcanes Occidentales el escenario donde los aplica.

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