El Aita Mari sigue sin el permiso para zarpar

La tripulación del barco Aita Mari, de la Asociación de Salvamento Marítimo Humanitario (SMH), sigue a la espera del permiso de salida que debe otorgar Capitanía Marítima. Con todo preparado y el objetivo de estar en septiembre en la zona de rescate, la salida vuelve a demorarse y continúan pendientes de la inspección técnica de los trabajos de mejora realizados en el barco.

Aita Mari entrevista
Pablo 'Pampa' Sainz El presidente de SMH, Íñigo Mijangos, delante del barco Aita Mari.

El barco guipuzcoano Aita Mari, de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario (SMH), sigue a la espera de poder zarpar para hacer tareas de rescate en el Mediterráneo central, en el marco del proyecto MayDayTerraneo. La fecha prevista era este martes 27 de agosto, pero falta la inspección a las obras hechas al barco y que la Capitanía Marítima de Pasaia, que depende del Ministerio de Fomento, dé la autorización administrativa de salida.

“Inspección está estudiando los trabajos de mejora en la habilitación que se han llevado a cabo”, confirma el presidente de SMH, Íñigo Mijangos, quien, junto al resto de la tripulación, participa de los intensos preparativos que están llevando a cabo para salir a la mar, conscientes de que cada día se pierden vidas.

Se ha instalado un baño y una ducha más. “Pensábamos que iba a ser más corto porque son reformas de muy poca relevancia, pero dado el tipo de buque que somos y a lo que nos dedicamos, nos miran con lupa. Vamos a confiar en que el exceso de celo es para evitar problemas a futuro y que se resolverá relativamente rápido. Nuestra intención es zarpar cuanto antes y estar en septiembre en el Mediterráneo Central, en ese calendario trabajamos”, explica. Se espera que para el fin de semana pueda haber novedades.

El nombre del barco recuerda al marino y pescador más emblemático del País Vasco, José María Zubía Cigarán, ‘0 Mari’ o ‘Aita Mari’. Popular por los salvamentos marítimos que realizó, y muerto el 9 de enero de 1866 en una tormenta, después de haber puesto a salvo a unos cuantos marinos en peligro.

Con similar espíritu, en noviembre de 2015 nació SMH ante la crisis humanitaria del Mar Egeo. En 2017 estuvieron en un barco, junto a otras dos organizaciones —la alemana Lifeline y Proem-Aid, de Sevilla—, pero era necesario contar con un barco más moderno, y así llegaron al atunero Aita Mari. “Es de 2001, relativamente nuevo. Hablamos con la Capitanía y con inspección sobre las posibilidades de reformarlo, en ese sentido los resultados de las conversaciones fueron positivos y, cuando planteamos el proyecto al gobierno vasco y obtuvimos su apoyo económico, decidimos comprarlo”, recuerda Miganjos.

Aita Mari
Varias personas trabajan para poner el Aita Mari a punto. Pablo 'Pampa' Sainz
Representantes de la Comisión Europea [...] dijeron que, en el Mediterráneo, el mandato que tiene el Ejército es control fronterizo. Ni hay mandato humanitario, ni lo va a haber

Tras aquella primera misión en las costas griegas, el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía puso fin a los rescates y los obligó temporalmente a reconvertir los objetivos y empezar a prestar asistencia sanitaria en tierra, en el campo de refugiados de Vial, en la isla griega de Quíos. “Lo mismo pasó con el proyecto del Mediterráneo Central: representantes de la Comisión Europea nos llamaron a Bruselas para hablar de lo que pasaba en la frontera. Dijeron que, en el Mediterráneo, el mandato que tiene el Ejército, la Armada, es control fronterizo. Ni hay mandato humanitario, ni lo va a haber, lo dejaron clarito”, recuerda el presidente de HMS.

Estaba claro, cada vez era más necesaria la presencia de ayuda en el Mediterráneo central. La falta de voluntad política de la UE condenaba a muerte a miles de personas. “Es una cuestión de voluntad, la política disuasoria de la Unión Europea para que cuanta menos gente venga, mejor. Entonces más difícil es pasar una frontera, más difícil es permanecer en territorio europeo, más difícil es regularizar tu situación en Europa. La estrategia es, cuanto peor, mejor”, analiza.

Bien lo sabe el capitán del Aita Mari, Marcos Martínez. Mientras apura la actualización del estado de los faros y señales de niebla en todo el Mediterráneo y costas de España y Portugal en el Atlántico, hasta Cabo Verde y Senegal, recuerda algunas experiencias del control securitario padecido. Desde tener una patrulla de la Policía Nacional las 24 horas en un puerto controlando que no zarparan, hasta la orden de no acercarse a menos de cinco millas de un puerto español para cargar ayuda humanitaria, por una cuestión de imagen.

En las operaciones de rescate que realizaron en 2017 estaban en altamar los barcos de la operación Sofía, una inversión millonaria de los países de la Unión Europea con el objetivo de hacer ejercicios militares y de control fronterizo, además de supervisar la labor de las ONG dedicadas al salvamento marítimo.

“Para eso tienen dinero, pero no para rescatar. Teníamos siempre un barco militar en el horizonte y nosotros, con la cubierta llena, llamando a un mercante para hacerle la transferencia de las personas rescatadas. Y ellos mirando, algo increíble”, lamenta Íñigo Miganjos. “Lo único que les preocupaba es que luego se destruyera el bote en el que iban esas personas, porque ellos tenían que luchar contra el tráfico ilegal. Las personas no era cuestión de los militares”.

En este momento, el drama que se vive en el Mediterráneo central encuentra alivio solo en el trabajo de los barcos gestionados por diferentes ONG. El Ocean Viking, que recientemente desembarcó en Malta a más de 300 personas, y el Open Arms, que sigue retenido por la justicia italiana. El Alan Kurdi —de la organización Sea-Eyei—, el italiano Mare Jonio, y el Sea Watch, que ya estaría reclutando tripulación para una inminente salida. El barco Eleonore, de la alemana Lifline, rescató este lunes a más de cien personas.

En el Aita Mari esperan su momento. En enero sufrieron una denegación de salida de parte de Capitanía Marítima, un gesto que fue aplaudido por el mismísimo ministro de interior italiano, Matteo Salvini. Han trabajado a conciencia para que no haya ningún impedimento técnico que impida zarpar. Las vidas cuentan por minuto, aunque parece que no para todos.

El barco tiene siete tripulantes con sus licencias profesionales y cualificación, y entre 15 y 16 personas voluntarias: para la cocina, personal de rescate, sanitario y comunicación. Su capacidad de rescatar es de 120 personas que estarían en cubierta. Están hechos los estudios de estabilidad, los certificados de balsas y los medios de salvamento contemplados para esa cantidad de personas.

Tardaría unos diez días en llegar a la zona SAR, y a diferencia de barcos más grandes, una vez producido un rescate, la capacidad de espera en el mar, es menor. En todo caso, el imperativo legal es que haya un desembarco a un puerto seguro. O, en su defecto, una transferencia a un barco más grande que reúna las condiciones para tener la gente durante más tiempo, si fuera necesario estar más en la mar o para traslados a puertos más alejados.

Llevan años manteniendo esos criterios y el fenómeno no cesa, lo único que hacen es favorecer a los traficantes porque les da espacios

La política disuasoria no frena la salida de las personas que migran o buscan refugio, sino que aumenta potencialmente el riesgo de muertes y desapariciones. “Llevan años manteniendo esos criterios y el fenómeno no cesa, lo único que hacen es favorecer a los traficantes porque les da espacios. El traficante te dice, tu primo, el que está detenido en el campo de Vial, ha ido con aquel, pero yo tengo el truco para llevarte a otro campo mejor o para que en 48 horas estés en Berlín. Si me pagas 3.000 pavos mañana estás en Berlín; si no, me pagas 500 y te quedas en Vial. La gente necesita comprar la esperanza”, ejemplifica Mijangos.

“Es humano, nos pasa a todos. Si tienes en tu familia una persona con una enfermedad terminal, viene un señor y te dice ‘tengo el tratamiento milagroso, yo voy a curar a esa persona que usted tanto quiere’, ¿no se lo vas a comprar cuando todo el mundo te dice que en tres meses se muere? Hay una posibilidad, y la compras, porque eres humano y tienes necesidad de salir de la miseria, de la guerra, de la violencia. Te la ofrecen y la compras”, afirma.

Aita Mari arreglos
La tripulación del Aita Mari ultima el barco a la espera de que le otorguen los permisos para salir a rescatar. Pablo 'Pampa' Sainz
Los Estados autorizan a los barcos salir a hacer rescate humanitario y luego se niegan a acoger a esas personas. ¿Cómo se entiende?
Suelen ser distintos Estados, porque si zarpamos desde España hacia el Mediterráneo central, las autoridades concernientes y responsables del rescate serían las de Malta e Italia. Cada Estado tiene su visión política, lo lamentable es que, mientras debaten, estamos dejando que la gente se muera. Es inconcebible y absolutamente demencial. Y además se está normalizando esa situación.

¿Cómo transmitir la desesperación de tanta gente que, antes de ser devuelta a Libia, por ejemplo, dice que prefiere tirarse al agua?
No hace falta estar en un rescate para imaginar lo que sienten. Basta con ir a Melilla y ver cómo están, o encontrarte en la estación de bus de tu ciudad porque han sido trasladados desde la frontera sur española. Y no hay más que verles la cara y tratar de imaginarte qué pasa por su cabeza, el miedo aterrador de encontrarse en un entorno absolutamente hostil, en una sociedad que no les comprende. Y en una sociedad que ellos no comprenden, porque muchas vienen de culturas donde te educan en la acogida a quien llega de afuera, y no les entra en la cabeza la hostilidad con que nosotros las recibimos. No hace falta verlas en el mar, las tenemos todos los días en nuestras calles. Lo que pasa es que no las vemos, no las miramos a la cara.

¿Cómo se maneja una situación de rescate desesperada o, luego, la espera a que los Estados resuelvan qué puerto habilitar?
Los que venimos de la emergencia de alguna manera tenemos entrenada la mente para tomar decisiones de forma técnica. Tienes siempre que primar la seguridad: la de las personas que están haciendo la asistencia y la de las personas asistidas, y, a partir de ahí, se ven las opciones. La decisión con la pasión probablemente sea equivocada. No puedes tomar una decisión suicida. Si tú ves que no llegas, no puedes seguir, tienes que retirarte. Y si tienes que elegir entre dos personas, eliges a la que te resulte a ti más segura y la que tenga más posibilidades de éxito. Es así.

Mientras esperan zarpar, ¿cuál es la situación en el campo de Vial?
Aquello es abominable. En estos momentos puede haber unas 20.000 personas retenidas en las islas: Lesbos, Samos, Leros, Quíos y Kos. Este año ha subido un 45% el número de llegadas, por lo menos las que nosotros atendemos. Retenidas sin ninguna esperanza de que su petición de asilo o de regularización se resuelva en un plazo no inferior a ocho meses o un año, y viviendo en condiciones de campo de concentración. O literalmente durmiendo en la calle, en un campo o en una tienda quechua, con escorpiones, arañas, ratas... En Quíos tenemos tres personas —un puesto médico y dos de enfermería— para 3.500 personas. La comida es una contrata pública que, si el campo tiene mil plazas, imagino que llevará comida para 1500, ¡Pero hay 3.500! ¿Qué hacen? A Vial están llegando ahora muchas personas de origen somalí, son un 24 o 25%. Y con el cambio de política de Turquía, también de Siria, afganos y, últimamente, también de origen palestino. Y gente de Eritrea y Nigeria, aunque en este caso algo menos. Según las estadísticas que tenemos, vienen a ser un 24 o 25% mujeres, una cantidad similar de hombres, y el resto, entre un 40 y un 50%, de niños y niñas. 

El Aita Mari está listo para una nueva misión en el Mediterráneo Central, Solo faltan los permisos que debe otorgar Capitanía Marítima. “Estamos listos”, aseguran. Decenas de vidas en peligro, los esperan.

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