Filosofía
El materialismo, la vida

Definir el materialismo a partir de la vida nos permite extraer toda la riqueza y complejidad política del concepto, alejándonos de concepciones economicistas que resultan improductivas para explicar la realidad e intervenir sobre ella.

Conferencia de Occupy Wall Street. Copenhage, 2013
Conferencia de Occupy Wall Street. Copenhage, 2013 Wikimedia Commons
Profesor de Filosofía, Universidad de Zaragoza
22 feb 2019 10:00

En el ámbito filosófico, como en cualquier otro del discurso o de la realidad, uno de los mayores problemas con el que debemos enfrentarnos es el del significado de las palabras. Frente a la ingenuidad de una cierta filosofía del lenguaje, que fantasea con la posibilidad de una estricta monosemia de los conceptos, la cruda realidad nos aboca a la multiplicidad de significados y, por tanto, a la complejidad del acto comunicativo, como ya se encargó de subrayar Spinoza, para quien uno de los grandes problemas de la política radica en la diferente interpretación de los conceptos.

Como sabemos, en filosofía, cuando se habla sobre un concepto, es fundamental aclarar en qué autor se está pensando, pues no es lo mismo, por ejemplo, dialéctica en Platón, en Hegel o en Marx. En ocasiones, en muchas, es preciso aclarar, incluso, la época concreta del autor, dada la habitual modificación de posiciones que se puede rastrear a lo largo de una obra. Pero, además de esa precisión hermenéutica, se impone también, cuando hay una vocación de intervención política, una labor de clarificación sobre la orientación que se otorga al concepto, pues de ella se desprenden consecuencias teóricas relevantes.

Nos interesa, por ello, proponer una interpretación del concepto materialismo para intentar extraer del mismo toda su potencialidad política, muchas veces erosionada por lecturas de carácter economicista que, procedentes de un marxismo vulgar y torpe, vinculan lo material exclusivamente con el ámbito de la producción. Postura que, por otro lado, desconoce numerosos textos de Marx y Engels en los que se proporciona una lectura mucho más rica de la cuestión, al vincular materialismo y vida.

La vida en Marx y Engels

En efecto, a todo lo largo de la obra de Marx, desde su textos de juventud hasta los de madurez, ya sea en solitario, ya compartiendo pluma con Engels, las referencias a la vida como caldo de cultivo, sustrato, en el que se generan los modos de pensar y ver la realidad del sujeto, son numerosas. Baste recordar, en primer lugar, ese conocido pasaje de La ideología alemana (1845) en el que Marx y Engels señalan que “no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”. Si no fuera porque les separan catorce años, y miles de páginas redactadas, podríamos entender que el siguiente texto, de la Contribución a la crítica de la economía política (1859), de su famoso prefacio, supone una glosa del anterior:

“El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia”.

En este fragmento, la conciencia es considerada un efecto de la realidad social (gesellschaftfliches Sein) que, a nuestro entender, se manifiesta como algo más amplio que el mero modo de producción (Produktionsweise). Estamos lejos, por tanto, del economicismo que algunos quieren imputar a Marx. El modo de producción, en efecto, condiciona, dice Marx, “el proceso de vida social, política e intelectual” (sozialen, politischen und geistigen Lebensprozess), pero es la amalgama de ese modo de producción junto con sus efectos, lo que podríamos denominar como la vida del individuo, esa vida de la que habla en La ideología alemana como base de la conciencia del sujeto, y que aquí define como la “realidad social”, la que se convierte en desencadenante de las formas de conciencia.

El materialismo es, podríamos decir, la vida, la atención a la vida como origen de las prácticas y formas de conciencia de la subjetividad.

La extrema coherencia de Marx en esta cuestión nos permite dar un nuevo salto, esta vez hacia atrás, para ver cómo aborda la cuestión en las páginas de los Manuscritos de economía y filosofía (1844). Allí escribe:

“El individuo es el ser social. De ahí que la proyección exterior de su vida –incluso si no se realiza en forma inmediatamente comunitaria junto con otros- sea manifestación y confirmación de la vida social (…). Por más que el hombre sea así un ser particular –precisamente su particularidad le convierte en un individuo y en comunidad real, individual- es también la totalidad, totalidad ideal, existencia subjetiva de la sociedad, que se piensa y se siente a sí misma. El hombre existe además en la realidad no sólo como percepción y disfrute real de la existencia social, sino como una totalidad de proyección exterior de vida humana”.

La relevancia que se concede en estos tres textos de Marx a la vida como magma, por utilizar el concepto de Castoriadis, que se solidificará en formas de conciencia, nos anima a entender que ese concepto de vida es el que articula la idea de materialismo en Marx. El materialismo es, podríamos decir, la vida, la atención a la vida como origen de las prácticas y formas de conciencia de la subjetividad. Porque el sujeto en Marx, tal como manifiesta en la tesis VI sobre Feuerbach (1845), en la que dice que la esencia humana es “el conjunto de las relaciones sociales”, es el efecto de la complejidad de mediaciones a las que se halla sometido. Nuevamente hierra el marxismo vulgar al querer hacer del sujeto una expresión exclusiva de la clase social a la que pertenece. Marx no es así de simplista, por ello entiende que son muy numerosos los elementos constituyentes del sujeto. Nada menos que el conjunto de los que articulan su vida.

Vida y conocimiento

Quizá podamos profundizar en la cuestión haciendo referencia a un problema muy poco trabajado en Marx y que, sin embargo, nos parece de crucial importancia. Se trata de la brevísima reflexión de orientación epistemológica que Marx realiza en los Grundrisse (1857-1858) y en la que somete todo proceso de conocimiento a la mediación de la vida del sujeto cognoscente. En efecto, Marx apunta allí que, en el proceso de conocimiento, “parece correcto empezar por lo real y concreto”, pero solo lo parece, porque “en el pensamiento lo concreto aparece, consiguientemente, como proceso de síntesis, como resultado, y no como punto de partida, a pesar de que es el punto de partida real”. De manera enormemente perspicaz, Marx nos está diciendo que, a pesar de que, efectivamente, todo proceso de conocimiento viene promovido por el estímulo que lo real provoca en el sujeto, tal como apunta el empirismo, sin embargo, más allá de la ingenuidad positivista de ese empirismo, el sujeto ha sido constituido por toda una serie de vivencias que han configurado una cierta mirada sobre la realidad. La mirada del sujeto sobre lo real concreto no es una mirada limpia y diáfana, sino contaminada por la vida del sujeto, que se proyecta sobre la realidad. “En consecuencia, escribe Marx, en el método teórico el sujeto, la sociedad, tiene que estar siempre presente como presupuesto de la representación”. Tan potente resulta la intervención del sujeto en el proceso de conocimiento que Marx extrae de ello una consecuencia radical: “La totalidad concreta, en cuanto totalidad de pensamiento, es en realidad un producto del pensamiento”. El conocimiento, dada la singularidad de la subjetividad, deja de ser representación para convertirse en producción.

Materialismo no debemos entenderlo exclusivamente como una estructura económica sobre la que se eleva una superestructura de pensamiento, sino, más bien como un complejo ser social en el que se amalgaman los múltiples constituyentes de la vida del individuo social.

Conclusión

De lo anterior deberíamos colegir que cuando, en la senda de Marx, hablamos de materialismo, no debemos entenderlo como la referencia exclusiva a una estructura económica sobre la que se eleva una superestructura de pensamiento, sino, más bien como un complejo gesellschaftliches Sein, ser social, en el que se amalgaman los múltiples constituyentes de la vida del individuo social. En esta lectura, la esfera del pensamiento no es entendida como mero epifenómeno efecto de una base material, sino que ella misma se convierte, también, en un determinado momento, en parte de ese ser social sobre el que el sujeto construye su visión del mundo. ¿O acaso una analítica materialista puede permitirse el lujo de obviar la influencia del discurso producido desde los medios de comunicación en la constitución de las subjetividades contemporáneas? ¿No son esas realidades mediáticas las que constituyen una buena parte de la vida de la subjetividad actual, esa vida a la que Marx, y Engels, no dejaron de aludir como origen de nuestra conciencia?

Definir el materialismo como el discurso que se asienta sobre la vida permite, desde una perspectiva política, atender a la multiplicidad de elementos constituyentes del sujeto. Entenderlo, en su complejidad, de una manera más matizada de lo que lo ha hecho, hasta el momento, un materialismo grosero, por utilizar la expresión del mismo Marx, que, al prestar exclusivamente atención al ámbito de lo económico, se sume en la perplejidad ante muchas de las actitudes del sujeto. Como ironizaba Sartre, para el marxismo ortodoxo parece que el sujeto solo aparece cuando percibe su primer salario. Pero antes de ese salario, más allá de ese salario, hay, ha habido, mucha vida.

Archivado en: Marxismo Filosofía
Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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