Opinión
¿Hay izquierda en Estados Unidos? La izquierda que desechó el rojipardismo

La izquierda de EE UU ha desechado toda práctica “rojiparda” o reaccionaria desde los 70 y está en claro crecimiento.
Alexandra Ocasio Cortez y Bernie Sanders
Alexandra Ocasio Cortez y Bernie Sanders durante la campaña de primarias de los demócratas en 2020. Foto de Matt Johnson.

Recientemente se publicaba en este mismo medio el brillante artículo de Juan Luis Nevado sobre el abecé del rojipardismo en forma de doce fragmentos. A su vez nos encontramos, en esa jungla llamada Twitter, un incesante debate sobre el rojipardismo y críticas al discurso de Ana Iris Simón ante el presidente Pedro Sánchez y su libro Feria. Tanto estos artículos como el debate en Twitter y en medios de comunicación están bien, pues sirven para marcar y hacer una diagnosis sobre lo que le está pasando a la izquierda española. El objeto de este artículo no es volver a marcar la ola rojiparda o reaccionaria, el objetivo es tomar como ejemplo a otra izquierda que ya tuvo el mismo debate en los años 70 para intentar superarlo, la izquierda en EE UU, donde paradójicamente este fenómeno rojipardo data la descomposición de la izquierda.

Antes de nada, hay que decir que está bien marcar a este fenómeno, ver su explicación, pero también hay que tratarlo como lo que es, una respuesta totalmente legítima, y genuina de una parte, de la izquierda que intenta mejorar las condiciones del sujeto revolucionario “clase obrera”. Al igual que no podemos tachar de “fascistas” a todos los votantes de derechas —porque luego gana Ayuso y a ver cómo diantres construyes pueblo, patria o país insultando a la otra mitad de la sociedad— no se puede tratar con paternalismo ni actitud intelectualoide a esta izquierda rojiparda, ni tampoco se le puede meter en el mismo saco a todos.

El rojipardismo es una respuesta totalmente legítima, y genuina de una parte, de la izquierda que intenta mejorar las condiciones del sujeto revolucionario “clase obrera”

Estamos en la posmodernidad, es la era de los espectros, y estos rojipardos tienen una graduación bastante específica en su “reaccionarismo”. Aquí uso la palabra reaccionario bebiendo de toda la obra de la Escuela de Frankfurt mezclándola con las narrativas de Lyotard, son reaccionarios en el sentido de que en el hilo teleológico de la historia pretenden hacer un repliegue al pasado, es repliegue porque no entienden, que como diría Lyotard, no se puede volver al pasado, no se puede volver a narrativas pasadas, y si se hace se contaminan de lo actual.

No me voy a adentrar más, pero esta reacción que pretende el repliegue, intentando volver al pasado lo ha mitificado en una especie de vida e izquierda con la que hay que tener nostalgia, pero es una parte de la izquierda muy delimitada, es un fragmento, aquella historia de clase obrera blanca, masculina y heterosexual, obviando lo que creen que es le problema actual, las otras identidades —como si no existiesen antes de la llamada posmodernidad y la clase obrera no fuese una identidad más que puede operar como sujeto revolucionario—.

Es un eterno retorno del mismo discurso reaccionario, en Estados Unidos tuvo su apogeo en los años 60 y marcadamente, en los 70 con Nixon y la reacción blanca, pero la izquierda radical lo consiguió desactivar totalmente en sus filas. Quiero mostrar aquí que estos no han descubierto oro, todo lo que dicen es un retorno de ideas que ya existían antes de que habitasen ellos y ellas en el mundo.

Al igual, que lo siento muchísimo, todo este identitarismo no fue construido en las “universidades progres” de los Estados Unidos de América, me gustaría saber en qué departamentos justamente se ha creado, supuestamente, esta izquierda progre que únicamente se preocupa de lo simbólico, porque desde luego, en las universidades en las que he estado de Estados Unidos lo que domina es un elitismo esnob y bastante conservador en muchísimos aspectos.

Martin Luther King, en sus últimos meses de vida, apostaba ya claramente por el socialismo, mientras que las feministas apostaban por un mundo en el que no hubiese capitalismo

Pero bueno, al lío. Con la llegada de la Guerra fría, el Estado en los Estados Unidos desactivó el movimiento obrero revolucionario del país con una represión brutal. Este movimiento obrero durante la década de los 50 estuvo dormido y precisamente con los 60 y todas las luchas del movimiento feminista, LGTBQ+ y por los derechos civiles se reactivó. Martin Luther King, en sus últimos meses de vida, “descubrió” el socialismo y apostaba ya claramente por él. Las feministas apostaban por un mundo en el que no hubiese capitalismo para poder derrotar al patriarcado y el movimiento de gays y lesbianas por sus derechos se empezaba a fragmentar con un claro sesgo de clase, había gays y lesbianas que podían vivir bien en la clase alta, incluso en el semiarmario, pero la gran mayoría de gays y lesbianas eran condenados a la pobreza por su orientación sexual.

En estos momentos hubo varias organizaciones de izquierda que, haciendo un trabajo de deconstrucción de su propia historia y la del país, estrecharon lazos de solidaridad con todas estas luchas y empezaron a crear una estrategia sencilla interseccional: o nos salvamos todos o no se salva ninguno de este sistema que oprime al ser humano en todos los sentidos imaginables. Es sencillo, la izquierda no está sustentada en nada más, y nada menos, que en los lazos de solidaridad en entender que tu existencia esta determinada y determina a la de los otros, por lo tanto, en esta interdependencia hay que luchar y entenderse.

Los primeros en mover la ficha intelectual que daría lugar a esa estrategia interseccional fueron la Society for a Democratic Society y el Black Panther Party y Fred Hampton con su alianza del arcoíris. Tenemos que destacar que la primera organización era marxista y/o marxiana y la segunda era de la línea dura del marxismo leninismo (¿¿dónde quedó este M-L??). Los SDS, un grupo de estudiantes de clase media, querían transformar el mundo prestando atención a los “horrores autoritarios” que se estaban dando en la Europa del Este, incluyendo a sujetos que en esos momentos no eran “revolucionarios” estudiantes y colectivo LGTB. El Black Panther Party no dudó en utilizar la 2º Enmienda estadounidense para armar a su gente contra el renacido KKK y en una lucha clara contra el Gobierno estadounidense, el supremacismo blanco y por los derechos de las personas negras.

En el ambiente reaccionario hay mucha burla sobre como las manifestaciones “posmodernas” son una performance, pero esta ‘perfomance’ empezó en estos años

En el ambiente reaccionario hay mucha burla sobre como las manifestaciones “posmodernas” son una performance, pero esta perfomance empezó en estos años. Fred Hampton acabó con tiros en el cuerpo por el FBI, Malcolm X lo mismo, los que iniciaron el movimiento actual LGTB acabaron apaleados por la policía en las calles de San Francisco y en las de New York y los SDS en las de Chicago durante la convención demócrata de 1968. Menuda perfomance. Igualmente podemos destacar los colectivos indígenas que han estado luchando, so solo por su propia supervivencia, sino por la del medio natural señalando un claro culpable cuando se pretendía crear una nueva tubería petrolífera, el capitalismo.

Ha llegado el momento de mirar con humildad a la que ha sido tachada como “inexistente” izquierda estadounidense, que fue asesinada y apaleada a partes iguales con independencia de a que colectivo pertenecían, puesto que su línea era clara, o todos o nadie, o toda la opresión se acaba o ninguno será libre.

Este rojipardismo que “sufrimos” en España contrasta muchísimo con la figura de Fred Hampton, un joven negro, sin estudios, de 20 años que se fue al Sur profundo a estrechar alianzas con los RedNecks que se manifestaban bajo la bandera confederada —la llamada Alianza del Arcoiris—. ¿Cuál era la premisa? Esos blancos sureños que al final culpaban a los negros de su situación sufrían la misma opresión, la del sistema capitalista, y no había liberación negra si no había liberación blanca del sistema racial y capitalista.

Bien, esto era en los años 60 y 70, ya han pasado 50 años y tenemos entre este lapso de tiempo una presidencia de Trump sustentada en los obreros blancos del Rust Belt. Aquí se aprecia que esta izquierda estadounidense fracasó en 2016 y que en 2020 casi vuelve a fracasar. Ni mucho menos y este es el problema que se nos intenta vender desde este rojipardismo sobre la vivencia estadounidense y el supuesto fracaso de su “izquierda identitaria”.

Obviamente, todo cambia según el prisma en que se mire. Si se una persona se acerca a Estados Unidos sin conocer sus dinámicas propias puede llegar a entender, en primer lugar, que el Partido Demócrata es la izquierda y en segundo que el Partido Demócrata es un ente unificado. La primera premisa es entendible, puesto que los demócratas parecen lo que hay más a la izquierda en el sistema de partidos estadounidense, pero es que la izquierda estadounidense, esto gustaría a lo rojipardos, ha huido hasta hace relativamente muy poco de los parlamentos concentrándose en las calles. Luego, el partido demócrata no es un ente unificado, el Partido Republicano es más partido, los demócratas están divididos desde conservadores como el senador por West Virginia que vota demasiadas veces con los republicanos, como por casi 90 representantes en el congreso que se consideran “progresistas” —un ala equiparable a la socialdemocracia europea— y luego el llamado The Squad —Alexandria Ocasio-Cortez, Omar, Presley, Tlaib, Bush Bowman y una Turner que esperemos se una dentro de poco— que esta es la primera vez que gente que se considera socialista, y lo es, entre en el Congreso de los Estados Unidos desde que el Socialist Party of America consiguiese un representante por Wisconsin a principios del siglo XX.

Y claro, ¿qué pueden hacer un senador por Vermont, Bernie Sanders, y un grupo de seis personas en la Cámara de Representantes? En cuestión de leyes, bastante poco con ese poco potencial, pero es que bastante ha cambiado el panorama ideológico en Estados Unidos, haciendo interesarse a la juventud por el socialismo. Por no hablar de que, hay que entender cómo funcionan los cambios legales en Estados Unidos, se consiguen estado por estado hasta que hay una clara mayoría de Estados que tienen un mismo derecho —por ejemplo, voto femenino o matrimonio igualitario— y luego este derecho se convierte en “nacional” porque lo aprueba algún poder federal, o el legislativo o la Corte Suprema.

Durante esta última década, la izquierda estadounidense ha llevado a cabo campañas por la subida del salario mínimo y el reconocimiento de la comunidad LGTB al igual que por justicia racial, en una gran parte de estados se ha conseguido subir el SMI por encima del federal mientras se conseguía derechos para lo LGTB. Hay veces que, hablando con gente de allí sobre el problema rojipardo, siempre salta su pregunta: ¿Por qué no es compatible la lucha obrera con las demandas LGTB o de Black Lives Matters? Todavía me acuerdo de una reunión de “entrenamiento sindical y obrero” hubo una chica trans que se quejó de que un compañero de su empresa que se quería unir al sindicato le hacia vejaciones y le llamaba por sus antiguos pronombres, la respuesta de los lideres sindicales me dejo atónito, decidieron personarse en el lugar de trabajo para hablar con esta persona (en plena pandemia covid) para explicarle porque la lucha trans y la obrera era totalmente inseparable, y que o lo entendía, o se tenia que buscar otro sindicato.

Entiendo que esta tiene que ser la vía, la de la intersección total y absoluta. Y bueno, en el Estado español lo mejor de todo, es que tenemos a grandes intelectuales que apuntan y trabajan en esta vía, aprovechémoslos, pongamos soluciones encima de la mesa.

El problema rojipardo es radicalmente falso y, no, no viene de las universidades estadounidenses, y se puede ver en las primarias demócratas de 2020

El problema rojipardo es radicalmente falso y, no, no viene de las universidades estadounidenses, y se puede ver en las primarias demócratas de 2020. La izquierda, cuando Sanders perdió contra el establishment del Partido Demócrata, decidió apoyar sin fisuras a Biden por ser el mal menor ante un Trump desatado. Biden decidió jugar a la identity politics y poner a Kamala Harris como su vicepresidenta. La respuesta de la izquierda radical fue coherente y cohesionada, no vais a usar más, nunca más, y mercantilizar las luchas de colectivos racializados y feminista para ganar votos, y si Biden quería el apoyo tenia que firmar un catálogo de medidas preparado por el partido de Alexandria Ocasio-Cortez.

Es decir, los rojipardos españoles dijeron que la izquierda estadounidense estaba encantada con Kamala Harris, y lo que pasó de verdad es que escamó más la elección de Harris como vicepresidenta que la elección de Biden, puesto que esta izquierda no iba a permitir que se vendiese a Harris como una mujer afroasiática, cuando fue la mayor piedra por el avance de derechos raciales en el estado de California durante muchos años. Otro ejemplo sobre cómo la izquierda no permite la mercantilización, esta vez electoral, de las batallas de distintos colectivos fue el caso de la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren. Esta senadora, con clara intención de ganar votos, dijo que tenía sangre nativo-americana y las diferencias de como llegó esa noticia a sectores del partido demócrata y a la izquierda fue esclarecedor. Mientras sectores demócratas decían felizmente que era increíble tener a una mujer de ascendencia nativoamericana, la izquierda se cerró en banda diciendo que por mucho que pudiese tener algo de ascendencia, no podía usar la identidad del colectivo nativoamericano para conseguir votos puesto que ella era una mujer rica de Massachusetts y que poca tenía que ver con los nativos americanos.

La izquierda de EE UU ha desechado toda práctica “rojiparda” o reaccionaria desde los 70 y que está en claro crecimiento y consigue mediante sus luchas cambiar el debate político nacional

El fracaso de 2016 fue el fracaso de un Partido Demócrata pensando que podía comprar el voto de la izquierda con una candidata como Clinton vendiéndola únicamente como mujer. Los obreros blancos del Rust Belt no votaron por ella porque estaban hartos de que se vendiese a la primera mujer candidata a la presidencia sin ninguna medida específica para ellos. En el 2020, cambia, el partido demócrata jugó otra vez la baza de primera VP mujer y afroasiática con Kamala Harris, pero esta vez el programa venía apoyado por el catálogo de medidas de la izquierda estadounidense que situaba el debate en el SMI y en la Sanidad Pública y que señalaba la importancia de que acabase el racismo en el país. Y tampoco nos olvidamos de la crítica que se ha hecho al gabinete de Biden, que es muy diverso, pero toda la izquierda criticó los perfiles allí presentes, por ejemplo, del complejo militar y otros halcones que desean intervenir en otros países.

Por lo tanto, nos encontramos con una izquierda que desde los años 70, literalmente, ha desechado toda práctica “rojiparda” o reaccionaria y que está en claro crecimiento y consigue mediante sus luchas cambiar el debate político nacional, además de ciertos derechos. Y claro, también mantiene el pulso en las calles a pesar de ser “posmoderna e identitaria” como es tachada por todo este sector rojipardo. Este ejemplo nos puede servir para superar el debate que se ha puesto encima de la mesa.

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