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El descubrimiento el domingo 4 de marzo de Sergei Skripal y su hija Yulia, en estado comatoso en un banco de un centro comercial de Salisbury, lleva dos semanas alimentando la bestia de la seguridad nacional. Skripal era un agente doble que trabajaba para el MI6 británico, que fue condenado por un tribunal militar ruso en 2006. En 2010, recibió una amnistía del gobierno de Medvedev, y fue intercambiado por espías que habían sido capturados en Estados Unidos.
Es entonces cuando se mudó con su familia al oeste de Reino Unido, a la tranquila ciudad de Salisbury, llevando aparentemente una vida normal. Tras encontrarlos, los médicos indicaron que el desvanecimiento de los Skripal era causa de un envenenamiento. Informados por los servicios de inteligencia, Londres ha concluido que se les atacó con un agente nervioso desarrollado por la URSS en los 70, llamado Novichok. En línea con estas pesquisas, tanto la primera ministra Theresa May, como su partido y la mayoría de los líderes de opinión británicos, apuntan a Putin con el dedo.
El 14 de marzo May anunció al Parlamento la intención de expulsar a 23 diplomáticos rusos considerados oficiales de inteligencia, y de suspender todo encuentro de alto nivel con Rusia
Hay otro motivo por el que Rusia, aunque eximida de culpabilidad directa, podría ser responsable indirecta del envenenamiento. Cualquier residuo del químico utilizado con los Skripal debía haber sido destruido, de acuerdo con las normas internacionales sobre guerra bacteriológica. El penoso estado de la administración rusa durante los años 90 hace plausible que el agente nervioso se hubiese extraviado durante la disolución de la URSS: según la ley internacional, se podría encausar a Rusia por este desliz.
De ser cierto, cualquier organización estatal o criminal con motivos para eliminar al antiguo agente doble podría estar detrás del crimen. Estas son las razones que empujan a la oposición laborista y a su líder, Jeremy Corbyn, a cuestionar los informes de inteligencia. Después de todo, como demostró el Informe Chilcot sobre la guerra de Iraq, no sería la primera vez que el aparato de seguridad nacional hubiese engañado al público para empujar al país a una confrontación diplomática. Corbyn sugiere acudir a los órganos internacionales relevantes, para que realicen un arbitraje imparcial.
Con una retórica beligerante, el 14 de marzo May anunció al Parlamento la intención de expulsar a 23 diplomáticos rusos considerados oficiales de inteligencia, y de suspender todo encuentro de alto nivel con Rusia. Esto incluye, por ejemplo, el boicot de la familia real británica a la Copa Mundial de la Fifa Rusia 2018. El Ministro de Exteriores ruso respondió que las acusaciones son totalmente infundadas, y que la respuesta a esta “provocación” no tardaría en llegar. Existe, sin embargo, una línea roja que los conservadores británicos no están dispuestos a cruzar: sanciones económicas para las decenas de oligarcas rusos que residen en Londres y apoyan a Putin.
El desguace soviético, el origen de Putin, y la creación de los oligarcas ruso-londinenses
El fin de la Unión Soviética todavía no ha sido comprendido por muchos comentaristas de la política mundial. La interpretación más extendida, la de Fukuyama, esgrimía a principios de los 90 que por fin las democracias liberales se habían postulado como la forma definitiva de gobierno. Más tarde o más temprano, a la manera hegeliana, todas las naciones se adaptarían a esta realidad. En realidad, esta superioridad no surgiría de manera espontánea.En los primeros noventa, existió un enorme esfuerzo por imponer lo que Stephen Gill denominaba el “neoliberalismo disciplinario”: la aceptación global de las normas del mercado. La alianza dirigida por Estados Unidos aprovechó la ausencia de su principal contrapeso para crear un entramado de organizaciones, como la Organización Mundial del Comercio; y transformar otras, como la Unión Europea, en instituciones al servicio del libre comercio y la iniciativa privada.
Según Bloomberg, ni siquiera el Brexit limó el atractivo del centro financiero mundial para los millonarios rusos; muchos de ellos, viejos colegas de Putin
En esa década, miles de burócratas occidentales acudieron al servicio del gobierno “liberal” de Yeltsin para sugerir las reformas “adecuadas”. Como contaba Karl Polanyi, “el libre comercio se hizo mediante planificación central”. Miles de industrias, empleos, servicios… fueron privatizados radicalmente, acabando en manos de las antiguas élites soviéticas. Las nuevas normas financieras impuestas por occidente facilitaron la fuga de capitales.
La mayoría de nuevos ricos rusos escogieron Londres como destino, por dos motivos principales: la City, el centro financiero más importante de Europa; y su mercado inmobiliario, uno de los más boyantes de Europa. Al mismo tiempo, como analizó Milanovic, esa década fue terrible para la mayoría de la población, diezmándola y abocándola a la precariedad más absoluta. Esta desigualdad creciente destruyó el optimismo de la transición democrática. Putin, el delfín de Yeltsin, se impuso como la única figura capaz de traer algo de orden en la decadente Rusia.
Putin utilizó una suerte de populismo nacionalista, reconstruyendo el aparato estatal para limitar la pobreza sin atacar la desigualdad, mediante la exportación de recursos fósiles. Al mismo tiempo, su partido y las fuerzas de seguridad se encargaron de destruir cualquier oposición. Con una Rusia resucitada, la ampliación del círculo occidental a través de la Unión Europea creó la sensación de una Rusia acorralada por la OTAN. La estabilización autoritaria de Putin incluyó la necesidad de redirigir el país de nuevo a ocupar un papel relevante en el exterior. Al otro lado del Báltico, los oligarcas rusos en Londres siguieron aumentando su presencia en fondos de inversión e inmobiliarios. Según Bloomberg, ni siquiera el Brexit limó el atractivo del centro financiero mundial para los millonarios rusos; muchos de ellos, viejos colegas de Putin.
En un Reino Unido sacudido por desastres económicos y las consecuencias políticas del Brexit, estas inversiones han sido bienvenidas. De hecho, el partido conservador de Theresa May ha anunciado que no devolverá las donaciones de los oligarcas rusos de casi un millón de libras recibidas desde el verano de 2016. Igualmente, han anunciado que no tomarán ninguna medida financiera para limitar, frenar, o analizar el origen y el destino del capital ruso en Reino Unido. La oposición laborista, como es comprensible, ha acusado de hipocresía al gobierno; más si tenemos en cuenta que Corbyn suele ser retratado como el agente de Putin en el Parlamento británico.
La importancia de la seguridad nacional en el imaginario británico
En un país no miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; puede resultar chocante la importancia que se otorga a la seguridad nacional en la sociedad británica. Décadas tras la disolución del Imperio en la simbólica Commonwealth, sucesivos gobiernos han continuado mirando al mundo como el teatro de operaciones del establishment londinense. La ambiciosa empresa de Blair para reconstruir Oriente Medio a través de Iraq; o la asertividad eurofóbica del votante pro-Brexit; son rescoldos de esta oxidada perspectiva imperial.Indudablemente, existen dos fuentes de poder simbólico global que marcan la diferencia para Reino Unido: su poder de veto en el Consejo de Seguridad, y su posesión de armas nucleares.
Por ambos factores, las voces mediáticas conservadoras siempre exigen a los gobernantes ser “buenos estadistas”: deben mantener el estatus de la nación ante cualquier amenaza. Así, en un Estado marcado por el recuerdo machacón y manipulado del imperialista Winston Churchill, es fácil para periodistas y políticos convocar el fantasma de un Reino Unido acosado por enemigos externos.
Surkov es el supuesto creador de la llamada “guerra no lineal”, que alimenta muchas de las fantasías paranoicas de los neoconservadores anglosajones
La ola de nacionalismo que marcó la guerra de las Malvinas logró rescatar a Margaret Thatcher en el peor momento de su carrera. Igualmente, esto explica las continuas acusaciones hacia Jeremy Corbyn, a quien han relacionado con Hamás, Hezbolá, espías checoslovacos, y multitud de otros declarados enemigos de la patria. ¿Estaría buscando May su “momento Malvinas”, para recuperar su malograda popularidad e inundar de sospecha a la oposición, al mismo tiempo? Como en los Estados Unidos, la política exterior es algo que puede hacer y deshacer carreras políticas. Por todo ello, la actuación de ambos líderes será analizada con lupa y utilizada como arma arrojadiza en futuros encuentros electorales.
El peligroso juego de la diplomacia occidental con el oso ruso
El siglo XX es, en muchos sentidos, el siglo de la Revolución Rusa. Las convulsiones que se extendieron desde Eurasia a medio mundo alimentaron los sueños y las pesadillas de revolucionarios, industriales, y grandes masas en países ricos y pobres. Por todo ello, las consecuencias del colapso de este coloso todavía se sienten hoy. El imprudente experimento de abrir los mercados rusos a occidente se saldó con el triunfo de Putin, un líder en ocasiones impredecible para los analistas occidentales. Aquí emerge la misteriosa figura de Vladislav Surkov.Surkov es el supuesto creador de la llamada “guerra no lineal”, que alimenta muchas de las fantasías paranoicas de los neoconservadores anglosajones. Según este concepto, la guerra librada por Rusia es una combinación de ataques convencionales; creación de climas de opinión favorables; manipulación mediática; y, sobre todo, mucha confusión. Los conflictos de Crimea, Siria, Libia… son ejemplos de enfrentamientos donde los combatientes, sus recursos, apoyos exteriores, e incluso objetivos; son a menudo difusos para el público occidental.
Sea cierta o falsa la mágica influencia de Surkov, un nuevo Rasputín, lo que está claro es que ni occidente ni Rusia pueden mantener esta “falsa paz” por mucho tiempo. En Rusia, aunque Putin ganará las elecciones, el principal opositor Navalny va ganando popularidad al confirmarse las adversidades económicas de las sanciones tras el conflicto ucraniano.
Aun así, con la oposición totalmente destruida y el apoyo a Putin de la Iglesia ortodoxa y los principales oligarcas, es muy difícil pensar que habrá una revuelta en su contra a corto plazo. Respecto a Reino Unido, había dudas respecto al apoyo de Trump, por sus supuestas conexiones rusas. Finalmente, Francia y Estados Unidos han apoyado a Reino Unido en el Consejo de Seguridad.
Teniendo en cuenta que ninguno de los múltiples conflictos de la Guerra Fría llegó a “calentar” el conflicto, es difícil que algo serio pase. En Reino Unido, sin duda alguna, los medios seguirán intentando crear paranoias respecto a un posible gobierno de orientación socialista liderado por Corbyn. Igualmente, es del todo dudoso que el presente gobierno conservador tome alguna medida contra el dinero ruso. La solución real, que pasaría por reconsiderar las interferencias occidentales y rusas de América Latina a Oriente Medio, no la pondrá sobre la mesa ninguno de los actores actuales.
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