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Especulación urbanística
Un estafador extremeño en la corte de Franco
Los negocios inmobiliarios de la familia Franco han gozado siempre de total impunidad. Entre quienes hacían posible aquellos turbios negocios se encontraba un extremeño, que finalmente resultó también timado por la temida familia.
Como en las mejores familias, los Franco Bahamonde también andaban reñidos… tanto en la vida como más allá de la muerte. De los tres hermanos (Nicolás, Pilar, Francisco) que seguían vivos tras la guerra civil iniciada por el más pequeño (Paquito), los dos mayores están enterrados en el cementerio de la Almudena, lejos del nuevo aposento que se le ha buscado al dictador a costa del erario público, es decir, pagado de su bolsillo y del mío.
Recién muerto el rorro, Pilar Franco, conocida como la hermanísima, narró en su libro Nosotros, los Franco, publicado en 1980, lo mal que le caía a su cuñada, Carmen Polo, y a la familia política de su sobrina, los Martínez-Bordiú. En puridad el libro –que se vendió bastante bien por aquello del cotilleo acerca del dictador- no era suyo, pues dudosa sería su capacidad para las letras, sino que había sido transcrito a partir de diversas entrevistas hechas por Antonio Fabregat, encargado de las relaciones públicas de Martini & Rossi. El dato lo da quien fuera editor de la Editorial Planeta y fundador de la colección Espejo de España, Rafael Borràs Betriu, en la segunda parte de sus memorias.
Sin embargo, a pesar de lo que largó en el libro, que no pasaba del mero chinchorreo, Pilar Franco Bahamonde, madre de 10 hijos y viuda del también golpista Alfonso Jaraíz, contaba hacia 1975 y según narra Mariano Sánchez Soler en su libro Los Franco S.A., con una residencia valorada en 12 millones de pesetas, un piso para cada uno de sus diez hijos, una “finquita” en Coruña y algunos títulos en acciones bursátiles.
De todos los chanchullos de Pilar Franco Bahamonde destaca uno por el que se embolsó 134 millones de pesetas a costa de un falso terreno comprado por el Ayuntamiento de Madrid. Todo ello con ayuda, complicidad o ingenuidad de un extremeño: Manuel Bruguera Muñoz.Su fortuna le venía de los muchos chanchullos inmobiliarios que había realizado a lo largo de su vida valiéndose de la importancia y del miedo que generaba su apellido. Pero de todos ellos destacó el de 1963, el pelotazo por el que se embolsó 134 millones de pesetas a costa de un falso terreno comprado por el Ayuntamiento de Madrid. Todo ello con ayuda, complicidad o ingenuidad de un extremeño: Manuel Bruguera Muñoz.
Manuel Matías Bruguera nació en Montijo, pueblo de Badajoz, el 24 de febrero de 1877, tal y como consta en el Tomo 6, página 439 del Registro Civil de Montijo. Hijo de herrero, se marchó muy joven a Madrid, a buscarse la vida. Su nombre, del que suprimió el Matías, ha quedado ligado al pudridero del final de una época, el franquismo, cuya agonía mostró los tatuajes de corrupción y miseria de la familia Franco Bahamonde, excelentísimos sepultureros cuyos crímenes y cómplices gozan aún hoy día, a pesar de que la memoria ya le ganó la batalla al olvido, de cierta impunidad consentida.
En poco tiempo, Manuel ocupa un negociado del Instituto Geográfico Catastral, en sustitución de un funcionario huido, sospechoso de fascista. Allí dispone de todos los planos catastrales de Madrid, donde figuran posesiones de terratenientes evadidos a la zona rebelde o paseados tras su estancia en las checasPícaro de profesión, falsificador, chulo o galán que encandila a varias amantes, sobrevive a costa de dar palos al prójimo y de inventar tramas y sonados timos. Su hoja de antecedentes penales es todo un rosario del crimen, donde sólo faltan delitos de sangre. Entre 1924 y 1960 cuenta con 15 condenas firmes por estafa, robo, intento de cohecho, falsificación y suplantación. Los lugares más frecuentados son las comisarías y la cárcel. El inicio de la Guerra Civil le sorprende en esta última en calidad de preso común. La fortuna le sonríe vestida de amnistía general y corre a presentarse ante un comité antifascista. El "camarada" Manuel, ahora un revolucionario de toda la vida, se pone al servicio de la República en calidad de ingeniero agrónomo, título que nadie le pide dada la difícil situación de un Madrid asediado por las tropas de Varela. En poco tiempo ocupa un negociado del Instituto Geográfico Catastral, en sustitución de un funcionario huido, sospechoso de fascista. Allí dispone de todos los planos catastrales de Madrid, donde figuran posesiones de terratenientes evadidos a la zona rebelde o paseados tras su estancia en las checas. El gato está en la ratonera.
Al final de la guerra, Manuel Bruguera es juzgado por el único delito que quizás no cometió, auxilio a la rebelión, con una condena de 20 años. En poco tiempo está de nuevo en la calle, donde maneja turbios negocios de mercado negro. Consta que en 1956 vive en la calle de Doctor Piga, número 4, en compañía de su amante, Mercedes Romeu Vaqué.
Con 79 años, unos compadres le proponen entonces un negocio redondo. Se trata de estafar a un reconocido usurero prestamista mediante la solicitud de una hipoteca que jamás será reintegradaEn ese año y ya en su vejez, con 79 abriles, don Manuel asiste a la transformación de los años de plomo. Algunos estudiantes y profesores de la Universidad le plantan cara al régimen. Se crea el Instituto Nacional de Emigración. Televisión Española emite su primera jornada. Falta poco para que entren en el Consejo de Ministros los tecnócratas del Opus Dei.
Unos compadres le proponen entonces un negocio redondo. Se trata de estafar a un reconocido usurero prestamista mediante la solicitud de una hipoteca que jamás será reintegrada. Para ello es necesario buscar una finca o un terreno que sirva de aval. El montijano emigrado dispone del plano de un terreno copiado durante su desempeño como falso funcionario del Instituto Geográfico Catastral. En concreto se trata del Arroyo de Almonlligar, un descampado sin edificar de 87.500 metros cuadrados situado en pleno centro de Madrid, junto a la calle de Doctor Esquerdo, que había pertenecido al marqués de Aranda, ya fallecido.
Mediante un artificio borgiano, Manuel Bruguera Muñoz inventa una finca de grandes dimensiones modificando los linderos. En un papel de barba ya amarillento, redacta con una vieja máquina de escribir un documento de compraventa en el que su anterior y difunta esposa, figurante ideada como propietaria del solar, vende dicho terreno a su amante, Mercedes Romeu, falsificando con mucho tino la firma de la finada. Acto seguido acude al registro y ejecuta una práctica que aún hoy día es consentida en nuestro país: la inmatricula.
Doña Pilar compra los terrenos en 1957 por 100.000 pesetas de la época. Varios años después, en 1963, los vende por 134 millones, en buena parte pagados por el Ayuntamiento de MadridSin embargo, lo que iba a ser la estafa de su vida, con la que pensaba retirarse, le es arrebatada ante sus propias narices. El negocio de la finca inventada, registrada legalmente y sin unos dueños claros que la reclamen transciende diversas esferas hasta llegar a oídos de la hermanísima, Doña Pilar Franco Bahamonde, espécimen taxonómico donde los haya de una caterva familiar de corruptos, encabezada por el tirano Franquito. Lo que comenzó siendo una finca de 87.500 metros cuadrados ha aumentado hasta alcanzar los 202.000. Doña Pilar compra los terrenos en 1957 por 100.000 pesetas de la época. Varios años después, en 1963, los vende por un total de 134 millones, en buena parte pagados por el Ayuntamiento de Madrid en concepto de expropiación para la reordenación urbana de diversas calles.
De tan provechosa inversión, Bruguera obtiene sólo 4.000 duros. Traicionado por su amante, quien vende la finca al apoderado de tan encopetada señora, es llevado –con el engaño y la promesa de pasar un día de campo- a Quintanar de la Orden, en la provincia de Toledo, donde es ingresado en un asilo de ancianos regentado por monjas. Allí le encuentra Don Jaime Sánchez-Blanco, letrado del despacho de abogados dirigido por José María Gil-Robles y Quiñones, el del “Contubernio de Munich”, despacho litigante que reclama los terrenos en defensa de sus verdaderos dueños: el Banco Central y Dragados y Construcciones.
Sánchez-Blanco iniciaría en 1957 un calvario legal en el que estaban implicados apellidos de alto copete, tales como Queipo de Llano o los Orbaneja emparentados con José Antonio Primo de Rivera, que topó con la corrupción de jueces y funcionarios y que duró hasta el inicio de La Transición, quienes no dudaron en prevaricar cada vez que veían aparecer en los escritos el nombre de la hermana del Caudillo. El mismo Carrero Blanco, antes de volar a más altos destinos, dijo cuando le presentaron el caso: “¡La voracidad de esta señora es inmensa!”.
Sánchez-Blanco iniciaría en 1957 un calvario legal en el que estaban implicados apellidos de alto copete, tales como Queipo de Llano o los Orbaneja emparentados con José Antonio Primo de Rivera, que topó con la corrupción de jueces y funcionariosUna detallada relación de este calvario quedó reflejada en su libro La importancia de llamarse Franco. El negocio inmobiliario de doña Pilar, publicado por Cuadernos para el Diálogo en el año 1978, base fundamental para la redacción de este relato sobre el montijano Manuel Bruguera Muñoz y su particular aventura berlanguiana, a quien el abogado visitó en su obligado retiro de Quintanar de la Orden y de quien obtuvo una declaración manuscrita en la que confesaba la falsedad de los documentos inventados, lo cual ayudó, en gran parte, a desenmascarar la gran estafa. Los terrenos volvieron a sus legítimos dueños, que pudieron seguir especulando con ellos a sus anchas, pero el Ayuntamiento de Madrid jamás recuperó el dinero.
No sabemos la fecha de la muerte de Manuel. Tampoco sabemos dónde está enterrado, a diferencia de la Franco, que murió en 1989 y está en la Almudena, lejos de su hermano pequeño, con quien apenas se hablaba (ahora menos). Tal vez acabó su vida en aquel asilo, rodeado de monjitas que todavía le avivaban la chulería del galán que fue. Tal vez se escapara y regresó al pueblo donde nació, al reencuentro con el recuerdo del olor de la fragua de su padre y de los lodos de una calle siempre enfangada tras las lluvias. Preferimos dejar al albur de la imaginación de quien lee la trama del resto de sus días.
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Excelente y clarificador artículo.