Feminismos
Traducir 'El manifiesto comunista' en tiempos de revuelta feminista (II)

Un manifiesto feminista hoy ha de poner en conexión los territorios más precarizados del trabajo y el dispositivo más abstracto de las finanzas, para pensar las nuevas formas de explotación y extracción de valor y, en particular, el lugar del cuerpo de las mujeres (y cuerpos feminizados) en ellas.
Mujeres participan en marchas contra el Gobierno de Dina Boluarte y el Congreso de Perú, realizadas en marzo. (1)
Marcha contra el gobierno de Dina Boluarte. Perú. Magda Gibelli Sánchez
Profesora de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de San Martín e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
10 mar 2023 09:00

(La primera parte de este texto se puede leer aquí)

7. «En la misma época en que en Inglaterra se dejaba de quemar a las brujas, se comenzó a colgar a los falsificadores de los billetes de banco», escribe Marx comentando la creación del banco de Inglaterra, en su análisis de la llamada «acumulación originaria» (en la sección «La génesis del capital industrial»). ¿Qué hay en este pasaje de disciplinamiento de cuerpos: del cuerpo de las mujeres-brujas al cuerpo del falsificador de dinero? En ambos casos se pone en juego el monopolio del signo de la riqueza; dicho de otro modo: el control del devenir.

En el dinero funciona la abstracción del cuerpo del trabajo. No hay abstracción sin su síntesis en el cuerpo abstracto del dinero. Pero para que esa síntesis funcione como «nexus social» (Grundrisse) es necesario previamente quemar a los cuerpos concretos que se expresan en la figura de las brujas (una corporalidad sintiente, colectiva, de un materialismo ensoñado, diría León Rozitchner). La abstracción del dinero consagra, como dice Marx, un poder social bajo el tipo de relación propietario-no propietario. Quien falsifica pone en peligro el mando de la abstracción como relación de propiedad. La diferencia entre las brujas y los falsificadores de billetes es la existencia de la institución bancaria, construida después de la hoguera.

Como continuación del llamamiento al paro internacional feminista de 2017, escribimos otro manifiesto titulado «Desendeudadas Nos Queremos», que pone de relieve que el antagonismo entre vida y finanzas es una cuestión fundamental también para pensar la huelga. Dijimos entonces que queríamos ponerle cuerpo al dinero y declararnos insumisas de las finanzas. Detallamos el modo en que hacemos cuentas todo el día para que el dinero alcance, en cómo nos endeudamos para financiar la vida cotidiana y en cómo vivimos en la ambivalencia de querer conquistar autonomía económica y negarnos a la austeridad aquí y ahora con la promesa de nuestro trabajo a futuro, a la vez que quedamos presas del chantaje de la deuda. Las finanzas, podríamos decir retomando una de las hipótesis de El manifiesto, son el momento «revolucionario» actual de la producción: «una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constante distinguen la época burguesa de todas las anteriores». Solo que las finanzas despersonifican hasta tal punto a la «burguesía» de la que hablan Marx y Engels que nos obligan también a repensar qué significan hoy tanto los medios de producción, como la abolición de la propiedad como perspectiva comunista.

El cuerpo de las mujeres funciona como territorio, ahora objeto de nuevas conquistas coloniales, donde la dinámica financiera se aterriza replicando a otras escalas los endeudamientos de los Estados

Digamos que desde América Latina tenemos también una diferencia a la hora de leer el papel histórico de la burguesía. En contrapunto con el papel revolucionario que Marx y Engels le atribuyen, en nuestro continente resalta, en cambio, su carácter directamente parasitario y rentista. Por tanto, la atribución de su rol en el desarrollo progresivo de las sociedades se ve reorganizado desde el inicio (desde la fundación de los Estados republicanos) por su carácter colonial. Diría que, a diferencia del «descubrimiento de América y circunnavegación de África» funcionando como acelere revolucionario, la modernización en las colonias a cargo de Estados que se quieren burgueses toma otra forma, produciendo el carácter depredador y arcaizantes de esas élites, directamente asociadas a élites metropolitanas del capital global.

Hoy, los dispositivos patriarcales-financieros que actualizan el pacto colonial en intersección con las formas de dominación y explotación (Gutiérrez Aguilar) se revelan como un punto fundamental para entender la guerra contra las mujeres en su dimensión contrainsurgente. El cuerpo de las mujeres funciona, así, como territorio, ahora objeto de nuevas conquistas coloniales, donde la dinámica financiera se aterriza replicando a otras escalas los endeudamientos de los Estados.

En este sentido, podría decirse que los feminismos latinoamericanos se hacen cargo en este momento de revuelta, junto con la dimensión clasista de su trama, de la dimensión anticolonial. Y esto tanto para pensar lo que significa una relación con el Estado en nuestras sociedades y su complicidad con los proyectos de despojo de los cuerpos-territorios, como para dar cuenta de desencuentros históricos y duraderos entre cierto feminismo liberal y las luchas populares.

La interseccionalidad entre violencia de género y violencias económicas y sociales que estamos visibilizando construye un feminismo que impulsa una crítica al capitalismo, a partir de poner en conexión y evidenciar la racionalidad de ensamblajes que conectan la explotación en los ámbitos laborales con la implosión de violencia misógina en el hogar por el derrumbe de la capacidad masculina de monopolizar la provisión de recursos jerárquicamente considerados. Pero, también, permite dar cuenta de la multiplicación de formas de explotación de economías (afectivas, comunitarias, informales, etc.) que van más allá del mundo asalariado.

8. En esta clave, un manifiesto feminista hoy pone en conexión los territorios más precarizados del trabajo y el dispositivo más abstracto de las finanzas para pensar las nuevas formas de explotación y extracción de valor y, en particular, el lugar del cuerpo de las mujeres (y cuerpos feminizados) en ellas.

Puesta en cuestión la distinción entre público y privado, la cuestión del trabajo desde un punto de vista feminista permite, desde una subjetividad supuestamente «exterior» o «corrida» del lugar central del trabajo asalariado, poner también en cuestión la noción misma de trabajo. Así como Marx y Engels en El manifiesto reconstruyen la historia de las luchas de clase para describir la «organización de los proletarios en clase, y, por tanto, en partido político», hace falta reconstruir desde el punto de vista de las luchas esta puesta en cuestión de la noción misma de trabajo. En Argentina, este desplazamiento tiene una genealogía que refiere al movimiento de desocupades que, en plena crisis de inicios de este siglo, logró cuestionar de modo radical a qué se llamaba trabajo, ocupación, remuneración y resignificar la clásica herramienta del piquete ya por fuera de la fábrica, utilizándola para el bloqueo de la circulación de mercancías a través del corte de rutas y su organización colectiva. Estamos ahora frente a la capacidad de las mujeres de poner en juego todas las fronteras borrosas –borrosas porque están políticamente en disputa, no por una fluidez abstracta– que vienen elaborándose desde hace años entre trabajo doméstico, reproductivo, productivo, afectivo y de cuidado en el contexto de una crisis que pone en el centro el cuerpo de las mujeres como territorio de disputa. Por esa misma renovación de la dinámica de crisis en nuestro continente, hoy se revitaliza la visibilidad sobre un tipo de cooperación social extendida en los territorios de los barrios donde proliferan de modo no temporario las economías populares y sobre los cuales la ofensiva violenta es especialmente fuerte.

Estamos ahora frente a la capacidad de las mujeres de poner en juego todas las fronteras borrosas que vienen elaborándose desde hace años entre trabajo doméstico, reproductivo, productivo, afectivo y de cuidado

Pero lo mismo pasa con los territorios donde la conflictividad frente a los emprendimientos neoextractivos por la apropiación de recursos a cargo de empresas multinacionales impulsa lo que compañeras de Guatemala y Honduras han caracterizado como «femicidios territoriales». Surge, además, una dimensión clave que debe ser retrabajada desde la perspectiva feminista y que venimos señalando para pensar la actualidad del modo de acumulación: el papel de la financierización de los dispositivos de inclusión social (por ejemplo, los subsidios a las diversas formas de emprendimientos cooperativos) en relación con la explotación financiera, como clave del relanzamiento de acumulación de capital. No se trata solo de las ONG ligadas a microcréditos y los bancos, sino en particular del modo en que el Estado vehiculiza esas deudas. Las finanzas capturan hoy, a través del endeudamiento masivo, los ingresos salariales y no salariales de las poblaciones populares, clásicamente excluidas del imaginario financiero. Es así que la deuda funciona estructurando una compulsión al trabajo de cualquier tipo para pagar la obligación a futuro. Esta captura de la obligación de trabajo pone en marcha la explotación de la creatividad a cualquier precio: no importa de qué se trabaje o cómo se consiga el dinero, lo que importa es el pago de la deuda. Este modus operandi del dispositivo de la deuda en general adquiere una particularidad cuando toma como base los subsidios del Estado a poblaciones llamadas «vulnerables», donde las mujeres son sujetos «privilegiados». Y es que a la vez que el Estado funciona como garante para poblaciones supuestamente «excluidas» incluyéndolas a través del consumo, también habilita la conexión veloz con las economías informales, ilegales y populares. Ellas se vuelven clave como cantera polimorfa de actividades y fuentes de ingreso más allá del salario y, de allí, de su imbricación con la deuda, extraen su dinamismo. Esta trama entonces no encaja en los clichés que suelen asociar economías informales con ilegalidad y ausencia del Estado o pobreza y desconexión financiera. Más bien lo contrario: sitúan la explotación financiera de las poblaciones populares al interior de una modalidad de inclusión por el consumo que legitima la financierización misma de las actividades menos formales, estructuradas y rutinarias. La afinidad de esta dinámica con la cuestión de género es central desde varios puntos.

Primero, por el modo en que el trabajo de cuidado, de reproducción y de producción de lo común hace parte y se entreteje directamente con las tareas laborales en las economías populares, lo cual deviene un punto clave que no debe ser leído solo en términos de feminización de la pobreza (aunque también da cuenta de eso), sino de una capacidad de redefinir la producción de valor. Debemos notar que, en el marco de la bancarización compulsiva de los subsidios sociales en los últimos años –lo cual incorporó a miles de nuevas usuarias al sistema financiero bajo el eslogan de la «democratización» bancaria–, las mujeres tienen un papel fundamental como jefas de hogar y proveedoras de recursos en las tramas de cooperación social. Por esto mismo, la dimensión de género ligada a las finanzas revela usos específicos del dinero, vinculaciones también singulares con las diversas modalidades de endeudamiento y, finalmente, una relación de elasticidad con las finanzas ligada al modo en que la reproducción de la vida depende, en la mayoría de los hogares, de las mujeres y sus tácticas de gestión cotidiana.

La preponderancia de las mujeres como acreedoras, generalmente tipificadas como «pagadoras ejemplares» es otro de los puntos que se reiteran y que toca en el núcleo de la producción de la sujeción del endeudamiento. El modo en que sus relaciones de confianza y parentesco se ponen en juego es un valor que en el sistema financiero no deja de ser un capital a explotar (hay todo un corpus sobre el microcrédito que declina esto como «ventaja comparativa», pero también una serie de perspectivas críticas que enfatiza el modo de explotación de las redes afectivas y solidarias entre mujeres). Sabemos también de la construcción «moral» de la responsabilidad de la figura de la acreedora; a ella se vincula también la evaluación del riesgo. Es fundamental analizar estas tipificaciones en relación con los atributos adjudicados a las tareas femeninas de flexibilidad, versatilidad en lo discontinuo y generación de confianza, en la medida en que se ligan a cierto entrenamiento financiero capaz de gestionar distintos flujos de dinero y formas de endeudamiento. Tareas que en contexto de ajuste y restricción del consumo se hacen aún más evidentes.

La perspectiva de la «explotación financiera» permite trazar así una conexión entre el aumento de las violencias machistas y la financierización de las economías populares, fuertemente feminizadas, porque revela la relación íntima entre deuda y sujeción, entre deuda e imposibilidad de autonomía económica y porque, de modo literal, convierte a la deuda en un modo de fijación y subordinación a los ámbitos de violencia. La deuda, en muchos casos, obstaculiza la fuga. En otros, se la duplica para poder fugar.

9. El comunismo es la «comunidad de mujeres», argumentan los burgueses. Los burgueses reivindican la «comunidad de las esposas», dicen Marx y Engels para caracterizar el matrimonio. Hay una dimensión comunitaria puesta en debate hoy en el movimiento feminista en América latina, sobre la que se dirige «un estado de guerra permanente», estatal y paraestatal. Esa comunidad no es arcaica ni romántica. Es un campo de experimentación que se abre de modo particular con la crisis de la familia patriarcal, donde la mujer –como reza El manifiesto– «no es otra cosa que un instrumento de producción». Pero también lo comunitario es un terreno que se cultiva al ir más allá de la fe estatal. Es esa imaginación y práctica comunitaria la que provee infraestructura popular frente a los despojos y la que intenta ser explotada por los dispositivos financieros, que actúan como máquinas de captura buscando ampliar las fronteras de valorización.

Es esa trama comunitaria –capaz de combinar escalas, recursos y conceptos anticapitalistas y antipatriarcales– la que también impulsa una dinámica transnacional, verdaderamente internacionalista. En América latina, es esta experiencia comunitaria la que hace posible y potente esta dimensión regional del movimiento. Pero considero que es la base material de una conexión internacionalista no abstracta. Desde las mujeres de todos los países, y en particular las migrantes, se dibujan otras geografías, que van más allá del corsé nacional: circuitos, trajines y paisajes que también son explotados y criminalizados. La dimensión internacional del paro es un elemento fundamental porque nos hace parte de una escala en la que nuestras luchas se sostienen y alimentan. Es allí también donde la interseccionalidad se vuelve fuerza de enunciación y lectura coyuntural crítica de un neoliberalismo conservador y xenófobo a nivel planetario.

La dinámica actual plantea un desafío para un feminismo inclusivo: inclusivo no en el sentido de moderación o de inclusión subordinada a una norma que se ensancha para contenernos, sino de capacidad de composición de una diferencia contenciosa y de radicalización por abajo

¿Qué es la pregunta por la unidad desde este nuevo internacionalismo? El paro logró sintetizar una capacidad de transversalidad en la composición política (sindicatos, organizaciones territoriales de base, colectivos de disidencia sexual, agrupaciones estudiantiles, centros de salud, colectivos migrantes, autoconvocadas, etc.) y de interseccionalidad de problemáticas que encontraron en el eje del trabajo la capacidad de concretar la crítica a las renovadas modalidades de explotación capitalista que permiten leer las violencias contra el cuerpo de las mujeres.

Esta dinámica plantea un desafío para un feminismo inclusivo: inclusivo no en el sentido de moderación o de inclusión subordinada a una norma que se ensancha para contenernos, sino de capacidad de composición de una diferencia contenciosa y de radicalización por abajo. Esta cuestión es inseparable de otra: la capacidad de una convocatoria masiva que hace del feminismo –en todos los lenguajes y prácticas que hoy se conjugan de modo no estrictamente identitario: feminismo popular, comunitario, indígena, villero, etc.– un debate que se sale justamente de los guetos académicos, liberales, de jergas para especialistas e institucionales.

La conexión internacionalista que impulsó la medida es el otro elemento clave, entonces porque la escala de transversalidad e interseccionalidad se nutrió de un lenguaje y un conjunto de experiencias que desbordaron y actualizaron, de nuevo, la herramienta que porta una memoria obrera indisimulable. Pero, al hacerlo desde las situaciones concretas de lucha y de conflicto, el efecto global o internacionalista no significó, como algunas otras veces en las resistencias, una abstracción homogeneizante –es decir: una pérdida de densidad de los paisajes y las singularidades– en nombre de la unidad consignista.

¿Cómo nos unimos? La idea de unidad tal vez no es la que más nos atrae (es la reivindicación papal por excelencia). El horizonte organizativo del paro repone la dimensión clasista, anticolonial y masiva al feminismo de modo creativo y desafiante, porque no provee una herramienta cerrada, lista para usar, sino que necesita ser inventada en el propio proceso organizativo y, al mismo tiempo, nos permite comprender por qué las mujeres y los cuerpos feminizados nos constituimos como clave de la explotación capitalista, en particular, en su momento de hegemonía financiera. En esa aspiración, estamos mapeando los modos no reconocidos ni remunerados en los que producimos valor para elaborar una imagen colectiva diversa de lo que llamamos trabajo y de las subjetividades que produce. El paro de mujeres desafía así las fronteras del trabajo y elabora un piso de radicalización que interpela otros movimientos y otras prácticas y experiencias.

Las mujeres, lesbianas, trans y travestis sabemos que la desestructuración de la asimetría que emerge del mandato de género a partir de las prácticas de autonomía de los cuerpos feminizados desata una guerra de nuevo tipo. El intento de las finanzas de capturar esas autonomías no es una dimensión exterior a la guerra, sino una de sus dinámicas intrínsecas en el momento de acumulación actual, donde las avanzadas de recolonización nos tienen, una vez más, como territorio ejemplar. Tal vez pueda decirse que el feminismo callejero, masivo y radical, cruza en la práctica epistemologías diversas para la crítica de la economía política. Y hace posible pensar cómo los momentos de revuelta logran poner en crisis las relaciones de obediencia de las que dan cuenta ciertas categorías. En América Latina esto implica pensar con otras claves los ciclos y calendarios políticos de las crisis y sus reestabilizaciones recientes. Y más aún: nos pone el desafío de pensar las nuevas formas de la guerra como modos de disciplinar y controlar la revuelta a partir de formas de violencia que hoy tienen en las finanzas, un eje que disputa el modo mismo de operación (también de traducción y codificación) en la transversalidad.

Hoy las mujeres nos encontramos en un grito común que, de algún modo, traduce y reinventa las últimas líneas de El manifiesto. Proclamamos abiertamente la revolución política y existencial porque no queremos perder nada más. Y porque el mundo que queremos, lo queremos ahora.

(La primera y la segunda parte de este texto conforman el prólogo de El manifiesto comunista en la edición, recientemente publicada, de Verso Libros. Agradecemos a la autora y a la editorial que lo compartan con El Rumor de las Multitudes).

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